Rochelle
Estoy superando mi miedo a morir. La primera vez que leí la Profecía quedé muy afectada, aunque la verdad es que el significado de esa línea en concreto no está muy claro. Matt opina que nadie conoce el futuro. Eso tiene sentido. Y la profecía tampoco tiene por qué cumplirse palabra por palabra. Según sea el equilibrio de poder, la misma Profecía puede cambiar. Probablemente en este mismo momento ya ha cambiado y esa línea ni siquiera existe.
No debería preocuparme imaginando cosas que tal vez nunca sucederán. Por otra parte, tampoco conviene añadir más tensión a la que ya hay en esta sala.
Isabel no se digna mirar a Matt, ni siquiera cuando éste le habla. Y Neriah me ha hecho saber que ahora es una Vidente, un don concedido por el Inmortal. Puede oír los pensamientos de Dillon, y está comenzando a preocuparse de verdad.
«¡Tengo que hablar con él! —grita Neriah en sus pensamientos—. Debo hacerle entender que no me interesa de la manera que él pretende.»
«Buena idea. Y cuanto antes, mejor. Míralo.»
«¡Lo sé! Es increíble cómo ha malinterpretado nuestra amistad.»
Con este último pensamiento rondándole la cabeza, Neriah le lanza una mirada a Matt, recordándole que tiene que hablar con Dillon pronto. Sus miradas se encuentran y se aguantan, y la repentina conexión me deja de una pieza. ¡Guau! ¿Qué ha pasado entre estos dos? No me extraña que Neriah esté preocupada por Dillon. Menos mal que él no es un Vidente de la Verdad y que no puede captar los pensamientos.
Arkarian me lanza una mirada significativa. Esta vez detecto una sensación de pérdida. ¿Qué le pasa a todo el mundo esta mañana?
En cuanto a Ethan, es como si me evitara. ¡No creerá que las imágenes que Lathenia le mostró en la Atlántida eran reales!...
Tras otra extensa arenga, el rey Ricardo da por terminada la reunión y comenzamos a abandonar la sala. Todo el mundo parece tener mucha prisa. Jimmy baja hacia la antigua ciudad. Últimamente es como si viviera allí, fortificándola, sea lo que sea lo que eso supone. El señor Carter llega tarde a una reunión de profesores y prácticamente derriba a Dillon en sus prisas por salir.
Cuando Isabel se levanta de su asiento, Arkarian se acuclilla junto a ella.
—¿Puedes quedarte un momento? Quiero hablar contigo. —Sus ojos parpadean en dirección a mí cuando paso, pero, como es habitual, sus pensamientos son ilegibles.
Fuera, el aire es gélido y amenaza nieve. Me subo el cuello de la chaqueta, y en ese momento una figura sale a toda prisa del parque nacional. Parece el señor Carter, pero no puede ser él. Se ha ido a toda velocidad a una reunión de profesores.
A poca distancia, montaña abajo, Isabel me alcanza.
—Eh, espera.
—Creía que Arkarian quería hablar contigo.
—Sí, bueno, ya lo ha hecho.
Se produce una pausa incómoda. No estoy segura de lo que hago. Generalmente no conversamos, a menos que nos veamos obligadas, por ejemplo si estamos en una misión o algo así. No es que Isabel no me caiga bien. Es la persona más sincera que conozco. Cuando salía con su hermano, en muchas ocasiones intentó hacerse amiga mía. Yo fui la que la rechazó. Son cosas del sentimiento de culpa: interfiere en todas las facetas de tu vida.
Intento decir algo que rompa el hielo entre nosotras.
—Últimamente Arkarian y tú estáis muy unidos. —He metido la pata. De repente se cierra en banda, como si su cara fuera la portada de un libro que acaba de cerrarse de golpe. Suspira.
—Lo estaríamos si pudiéramos encontrar tiempo para estar juntos sin tener que sentirnos culpables por ello.
Lo entiendo enseguida. Matt vuelve a mostrar su personalidad sobreprotectora. Pero esta vez tengo la sensación de que con ella se ha pasado. Ha ido demasiado lejos. Me encojo de hombros, intentando quitarle hierro al asunto.
—Bueno, no hay prisa. Tenéis el resto de vuestras vidas para estar juntos.
Me lanza una extraña mirada, pero procuro no analizarla demasiado. Mi cabeza sigue siendo un torbellino después de la última misión a la Atlántida. Desde entonces han surgido demasiados interrogantes. De pronto, Matt se materializa ante nosotros, bloqueándonos el paso, y mira fijamente a su hermana.
—¿Podemos hablar?
Ella aparta la mirada hacia el bosque que se extiende alrededor.
—Nada de lo que digas cambiará las cosas. Teniendo en cuenta lo que me ha contado Arkarian, ¿no crees que deberías hablar con Dillon?
Sus palabras me intrigan. Matt oye mis pensamientos y tiene el detalle de mostrarse incómodo.
—Sí, ahora iré a hablar con él.
—Bueno, pues más vale que te des prisa. —Vuelvo la cabeza y veo a Dillon a mitad de la ladera, siguiendo a Neriah como uno de sus perros perdidos.
—La está volviendo loca, ¿sabes?.
Matt parece inquietarse. El problema «Dillon» es más grave de lo que se imagina, pero en este momento hay asuntos de mayor prioridad.
—Isabel, tienes que hacer un viaje urgente a Atenas.
—No lo creo. Me necesitan aquí.
Matt no hace caso de su tono brusco y replica:
—Es por esos dos increíbles pájaros de lady Arabella.
—Los he visto.
—Están heridos, y quiero que los cures.
—Ya se lo propuse... —Matt frunce el entrecejo e Isabel añade, impaciente—: ¡cuando nos enviaste a buscar la llave!
Matt observa el bosque.
—Qué extraño —murmura—. Arabella no me lo dijo.
Recuerdo bien la escena.
—Isabel se ofreció para intentar curarlos, y lady Arabella dijo que se encargaría ella.
—¿Cuál es el problema, Matt? ¿Sospechas que uno de esos pájaros es el traidor? —dice Isabel con sarcasmo.
Matt se arma de paciencia.
—No creo que sean pájaros de verdad.
—Oh. ¿Y qué son, pues?
Matt me mira a los ojos y luego baja la mirada hasta mis manos. Al momento sé qué pretende. Quiere que ponga las manos sobre los pájaros. Cree que mis manos confirmarán sus sospechas de que los pájaros no son de verdad.
—De ninguna manera, Matt. En el estado de debilidad en que se encuentran esos animales, si los tocara con las manos podría matarlos.
Una repentina ráfaga de viento hace que todos volvamos la cabeza hacia el norte.
—¿Qué demonios ha sido eso? —oímos exclamar a Shaun.
Nadie puede evitar mirar en esa dirección. Una extraña neblina aparece en lo alto de la montaña y comienza a descender por el valle, hacia nosotros. Es muy distinta de cualquier otra que haya visto por aquí. Es oscura como el velo de una viuda. Mientras contemplamos ese misterioso fenómeno, Shaun avanza hacia nosotros.
—¿Deberíamos ponernos a cubierto? —pregunta, y mira a Isabel—. ¿Es esto lo que viste?
No entiendo a qué se refiere. Isabel se muerde el labio inferior. Sabe algo, eso seguro. De repente se siente incómoda, algo inhabitual en ella.
—Creo que sí —dice al cabo—. Creo que es el viento.
—¿Has dicho viento? Pero Isabel, esto es algo perfectamente visible —replica Shaun.
—Es el viento el que traerá la oscuridad —explica ella.
Se me seca la boca, pero tengo que preguntar:
—¿Te refieres a una oscuridad como la del Inframundo?
Antes de que responda, el misterioso viento nos alcanza. Sorprendidos por su fuerza, bajamos unos pasos trastabillando, sujetándonos los abrigos y las chaquetas. Una vez ha pasado, deja una mancha oscura en el aire. Neriah y Dillon suben corriendo la colina.
—¿Qué está pasando? —pregunta Dillon—. Ese viento era muy raro. Me recordó al del Inframundo. —Hace una pausa y mira a Matt—. ¿Y bien? ¿Qué ha sido?
Matt levanta las manos, con las palmas hacia arriba.
—No lo sé. Isabel dice que...
—Pues si tú no lo sabes, Arkarian lo sabrá.
—Cállate, Dillon —no puedo evitar espetarle. Últimamente es como si Dillon tuviera que soltarle una pulla a Matt cada vez que éste abre la boca. Y eso me saca de quicio.
Cambia el viento, susurrando entre los árboles. Da miedo ver el trayecto de esa ola de oscuridad que, sin que nadie la haya invitado, cruza la Tierra, convirtiendo la luz de la mañana en un inexplicable crepúsculo.
Un incómodo silencio nos rodea y el cielo del norte se oscurece. Eso nos inquieta.
—¿Qué sucede ahora? —pregunta Shaun—. ¿Qué es eso que hay en el horizonte?
Al principio parece una sombra en el cielo, pero a medida que comienza a hincharse y extenderse hacia nosotros, se hace evidente que es enorme.
Ethan sale por la puerta secreta y frunce el semblante, mirando alrededor. Se da cuenta de que en el aire hay algo extraño, pero no logra identificar qué es. Siente que hace un frío excesivo y se encoge dentro de su chaqueta. Se acerca y nos ve a todos contemplando el cielo del norte.
—¿Qué es? ¿Algún tipo de pájaro?
Isabel ahoga un grito.
—¡Oh, no! ¡Son los pájaros de mi visión!
—¿Los pájaros de Marduke? —pregunta Shaun—. ¿Tan pronto?
Mis pensamientos se demoran en la palabra «visión». Parece que Isabel ha tenido una. ¡Y al parecer ha sido una visión informativa! Al menos ahora entiendo de dónde procede su abundancia de información.
—¿De qué visión hablas, Isabel? ¿Qué más viste en ella?
Isabel no contesta, se limita a mirar incómoda a su hermano, pero enseguida desvía los ojos. Tengo la sensación de que todo el mundo, menos yo, está al corriente de esa visión.
—¿Son los pájaros que viste, los que llevaban veneno? —le pregunta Matt.
Arrugo el entrecejo, pues me siento un tanto marginada. ¿Por qué iban a ocultarme unos detalles tan importantes? La respuesta es obvia: todavía no confían en mí. Bueno, ¿qué se creen, que voy a ir corriendo a Marduke para informarle de lo que va a hacer con sus propios pájaros?
Ethan advierte que me he enfadado e intenta darme una explicación.
—Marduke tiene un jardín en el Inframundo, donde cosecha miles de flores, lirios negros, de todo tipo. Las flores son una especie de droga. —Y añade—: ¿Pero por qué te estoy contando todo esto? Eres tú quien debería decirnos qué está pasando.
—Marduke nunca me llevó al Inframundo —le explico, ofendida por sus palabras—. No me incluyó en todas las facetas de su vida. De modo que lamento decepcionarte. No sé nada de drogas.
Vuelvo a mirar el cielo. Ahora está claro que la sombra es una masa de pájaros que vuelan en formación. Llegan más y más, en número incontable. Aunque estoy congelada de frío, de repente siento la piel pegajosa.
—Creo que son vultones —dice Dillon, entrecerrando los ojos—. Sí, conozco esos pájaros. Tienen una bolsa en la tripa, como los canguros.
—¿Se los puede matar? —pregunta Shaun.
—Ya están muertos. Si intentaras matarlos, seguirían atacándote. Lo mejor es no enfadarlos. Marduke los ha entrenado para matar.
—Si ya están muertos, ¿cómo vamos a detenerlos? —pregunta Ethan—. Dinos todo lo que sepas de ellos, Dillon.
—Bueno, tienen garras tan afiladas como las águilas, pero no son tan inteligentes. Siguen instrucciones estrictas, y una vez han cumplido con su propósito están programados para regresar a la base, dondequiera que esté.
Miro a Isabel.
—En esa visión de la que todos parecen estar al corriente, ¿has visto dónde van a arrojar su veneno estos... vultones?
—Sobre Angels Falls —murmura con aire culpable.
—¡Qué idea tan encantadora!
—Envenenarán el agua corriente y hechizarán con la droga a cualquiera que la pruebe o la toque: un hechizo que embota la mente y que dura varios días, dependiendo del nivel de saturación. Quien la beba no sabrá quién es ni lo que hace. Entonces...
—Entonces ¿qué?
—Lathenia se introducirá en sus mentes y se apoderará de ellas. Y cuando la droga deje de hacer efecto tendrá un nuevo ejército a sus órdenes.
¿Un ejército «humano»? Amigos, familias enteras, colegas. ¡Estupendo! Consulto mi reloj.
—Ya es hora de ir a clase. El patio de la escuela estará abarrotado.
Todo el mundo mira a Matt. Él desvía los ojos a un lado, como si quisiera echar a correr hacia el bosque y esconderse un rato. Se frota el cuello, indeciso. ¿Qué le pasa? Nunca lo he visto tan incapaz de tomar una decisión.
Neriah me manda un pensamiento preocupante, pero no sé qué responderle. Le toca el brazo a Matt.
—¿Y si consiguiéramos que los vultones dejaran caer el veneno en un lugar menos habitado?
Asiente aliviado. Es una buena idea.
—Si podemos conseguir que cambien su curso, ¿crees que los vultones volverán por donde han venido?
Neriah lanza la pregunta para que todos la consideremos.
Dillon es el primero en contestar.
—Marduke se pondrá furioso, pero sí, creo que podría funcionar, aunque no será fácil. Marduke controla sus mentes con firmeza. Una vez el Amo se te mete en la cabeza es casi imposible librarte de él.
Gracias a mi visión lateral observa que Ethan me mira y luego baja los ojos. Por fuera hago caso omiso de la insinuación, pero el hecho de que dude de mí después de todo este tiempo me duele y me irrita. ¿Cómo podré demostrarles mi lealtad? Procuro controlarme antes de que nadie se dé cuenta de lo mal que me siento.
Al final Matt tiene una idea, pero sigue lleno de dudas.
—Yo... tal vez tengo un plan. Pero... Hum, necesitaré algo de ayuda.
—¡Cuenta conmigo!
Eso sí hay que reconocérselo a Dillon: siempre es el primero en ofrecerse voluntario.
—He visto antes esos pájaros. Sé tomo se comportan.
Neriah mira fijamente a Dillon.
—Matt necesitará a alguien que Sepa volar...
—No pasa nada. Tengo mis alas.
—Creo que Neriah se refiere a volar «literalmente» —dice Matt.
Dillon me mira perplejo.
—¿Qué? Me da la impresión de que esto del liderazgo te supera un po...
—También necesitas a alguien que pueda meterse en la cabeza de los pájaros —lo interrumpe Neriah, haciendo que
todos vuelvan a centrarse en el asunto que nos ocupa—. Gracias al don de la reina Brystianne, también puedo ayudaros en eso.
Matt parece aliviado y Neriah le dedica una sonrisa que derretiría el corazón de Dillon, sólo que no se la dirige a él. Dillon se da cuenta, y por primera vez en su vida no tiene nada que decir.
Un graznido nos alerta. Los pájaros están cerca. Shaun toca el hombro de Matt.
—No sé adonde vais, pero más vale que os deis prisa.
Se alejan un paso y todos miramos expectantes. No nos defraudan. Ante nuestros ojos, sus cuerpos comienzan a cambiar y sus extremidades se acortan y transforman. Al cabo de unos segundos se han convertido en halcones. Levantan el vuelo y durante unos momentos revolotean por encima de nuestras cabezas. Todos los contemplamos, sobrecogidos.
—¿Sabías que podían hacer eso? —pregunta Isabel a Ethan.
Él niega con la cabeza. Ella me mira y enarca las cejas.
—¿Y tú?
—Una vez vi a Matt convertirse en tiburón, y en delfín, pero nunca me lo ha dicho.
De repente el halcón más grande, Matt, bate furiosamente sus enormes alas. Una pluma del pecho cae zigzagueando hacia Isabel, que extiende la mano para recibirla en su palma. Levanta la vista y Matt la contempla con sus ojos de pájaro.
Cuando la sombra de los vultones de Marduke cubre ya la mitad del cielo, el par de halcones remonta el vuelo para ir a su encuentro. Por un momento siento una punzada de celos y me pregunto de qué. Seguramente de ver a Matt y Neriah surcar el cielo en forma de pájaro. Qué libres deben de sentirse con ese elegante aleteo y el viento azotándoles la cara.
Cuando por fin consigo apartar los ojos de ellos, veo que Dillon también está como hipnotizado. Pero sus ojos siguen centrados en el halcón más pequeño. Sus pensamientos me hacen saber que desearía estar volando junto a Neriah, compartiendo esa habilidad, ese poder. Pobre Dillon. Se ha enamorado de la chica equivocada.
—Tendrán que trabajar deprisa —dice Isabel—. Supongo que será muy difícil conseguir que una bandada como esa cambie de dirección.
Yo también lo supongo. Son infinitos.
—Matt lo conseguirá —dice Shaun.
De repente oigo una voz en mi cabeza. Aunque lejana, su apremio es inconfundible. Se trata de Arkarian. Levanto la mano para acallar a los demás. Está en alguna de sus salas, y sus pensamientos se oyen con fuerza. «¿Dónde está Matt?»
«Está ocupado con una bandada de pájaros —contesto—. Puede que tarde horas en volver.»
Silencio, casi puedo sentir su frustración. «Arkarian, ¿qué pasa?»
Isabel y los demás me miran, comprendiendo que algo ocurre.
«¡Marduke está en Verdemar con sus soldados y se está preparando para emplazar su ejército de carrizos! ¡Id todos los que podáis!»
La perplejidad me deja sin habla. Se me queda la boca abierta, pero no se forman las palabras.
—¿Qué ocurre? —pregunta Isabel—. ¿Qué sucede, Rochelle? —Me sacude por los hombros—. ¿Le ha pasado algo a Arkarian?
El miedo que trasluce su voz se abre paso a través de mi consternación.
—Arkarian está bien —le digo—. Ha enviado un mensaje.
—¿Y qué dice? —pregunta Dillon.
—¡La antigua ciudad está siendo invadida por Marduke, sus soldados y su ejército de carrizos!
Todos echan a correr, de vuelta a las salas de Arkarian. La puerta secreta se abre en el mismo instante en que nos plantamos ante ella. Arkarian nos hace entrar.
—Debemos darnos prisa. Hay mucho que hacer.
—¿Tan mal están las cosas? —pregunta Isabel.
Arkarian nos mira con ojos sombríos y preocupados.
—Después de todos estos años, Lathenia por fin ha localizado Verdemar, y con la ayuda de Marduke ha practicado un túnel debajo de la ciudad, excavando a gran profundidad para que no pudiéramos detectar ningún sonido ni vibración. Y ahora veinte soldados de Marduke, seguidos de cientos de carrizos, lo han atravesado y han comenzado a derribar la ciudad.
Todo el mundo guarda silencio. No están acostumbrados a ver a Arkarian tan agitado. Los pensamientos de todos se vuelven frenéticos. Llegan a mi cabeza en estampida.
—¡Tranquilizaos!
Isabel apoya la mano en el antebrazo de Arkarian.
—¿Por qué están derribando los muros? ¿Qué demonios buscan?
—La tecnología de los supervivientes de la Atlántida.
—No entiendo —pregunta Isabel.
Arkarian suspira:
—Es gracias a la tecnología de la Atlántida que la Guardia puede hacer lo que hace. Está aquí, en esta sala. —Con las manos abarca toda la estancia—. Es la esfera y todo lo que ves. Sin ella, no podemos proteger la Tierra de Lathenia. Ella ha descubierto cómo viajar al pasado y construir la Ciudadela original. La tecnología de los supervivientes de la Atlántida es lo que la Guardia utiliza para impedirle que se adentre en ella.
Todos tienen preguntas; Arkarian levanta las manos.
—No tenemos tiempo para largas explicaciones. —Pero se da cuenta de que debe contarnos algo más—. Cuando la Atlántida comenzó a hundirse, algunos de sus habitantes consiguieron escapar y buscaron otra tierra deshabitada. Después de muchos años, encontraron Angels Falls e instalaron aquí su maquinaria, a buen recaudo. Fundaron la antigua ciudad y la mantuvieron en secreto. Esta tecnología no debe caer en manos de Lathenia, pues la utilizaría para construir una esfera que le permitiera viajar al futuro, y no podemos consentir que eso ocurra.
—Vaya —exclama Dillon—. ¿Puede hacer eso? ¿Construir una esfera que la lleve al futuro?
Nos volvemos hacia Arkarian en busca de una respuesta. Él simplemente dice:
—Sí.
Shaun avanza unos pasos.
—Arkarian, ¿no nos sería ventajoso en este momento disponer de algunas armas del cofre? ¿Cómo vamos a enfrentarnos a estas criaturas, si no?
Arkarian se mesa el cabello, que emite destellos azules.
—La razón por la que me veis tan... agitado es porque la llave del cofre está aquí abajo. —Señala la puerta que da paso al hueco que conduce a la ciudad.
—¿Qué? ¿En la ciudad, con todos esos carrizos corriendo por ahí? —exclama Dillon—. ¿Y de quién fue la brillante idea de dejar la llave ahí abajo? Apuesto a que de Matt.
Isabel le lanza una furibunda mirada, y Arkarian dice:
—Fue una buena idea, Dillon. La ciudad ha sido segura durante los últimos once mil años.
—¿Ah, sí? Bueno, pues ahora ya no lo es, ¿verdad?
—Por desgracia, no.
Ethan pregunta:
—¿Crees que Marduke sabe que la llave está ahí abajo?
—Es posible. Da la impresión de que ahora tiene espías por todas partes.
A excepción de Arkarian, todos se vuelven hacia mí, pero enseguida apartan la mirada. Se los ve avergonzados. ¡Bueno, entiendo que lo estén! Acabo de pillarlos exteriorizando lo que realmente piensan de mí. Y no es que no estuviera ya al tanto de sus sospechas. No pueden olvidar que trabajara para Marduke. Pero la confianza es el pilar fundamental de la Guardia, la fe en lo que no siempre tiene sentido. De eso precisamente nos habló el rey Ricardo. ¿Acaso no lo han entendido? ¿O es que no me soportan? No parece que les cueste ningún esfuerzo confiar en Dillon.
Arkarian me toca el brazo y siento una cálida serenidad. Se lo agradezco mentalmente, y él vuelve su atención al grupo.
—Para recuperar la llave necesito a Matt.
—Pero no está aquí —responde Dillon—. Puede que tarde horas en volver. Déjame ir, Arkarian. Te traeré la llave de vuelta. ¿Dónde está exactamente?
—Jimmy ha construido una trampilla en el suelo de la bóveda que hay en el centro del laberinto.
—Parece bastante fácil.
Pero nada es nunca tan fácil como parece.
Arkarian oye mis pensamientos y me hace saber que está de acuerdo.
—Matt ha conjurado un hechizo para la llave. La ha hecho invisible. Sólo él puede eliminar el hechizo o ver a través de su invisibilidad.
—¿Qué? —exclama Dillon.
—Y recuerda, tocar la llave significa la muerte.
—Vaya, eso sí que es estupendo. Entonces, ¿cómo vamos a recuperar esa llave invisible?
—Yo puedo tocarla —digo en medio del silencio que sigue al sombrío comentario de Dillon, y extiendo mis manos—. Siempre y cuando lleve puestos los guantes.
Arkarian se acerca a mí con una caja dorada en las manos.
—Una vez esté a salvo dentro de esta caja, cualquiera puede tocarla. Pero tú no eres la indicada para esta misión, Rochelle, pues aún no tienes alas.
—¿Y qué?
—Sin las armas, la única manera de destruir a los carrizos es ahogándolos. En cuanto la llave se separe de la cerradura, un dispositivo liberará las esclusas. Y cuando eso ocurra, no puedes estar en la parte inferior de la ciudad.
—¿Cuánto tardará la ciudad en inundarse? —pregunto.
—Exactamente nueve minutos.
—Soy muy rápida, Arkarian. Puedo conseguirlo.
—¡Es todo cuesta arriba! —exclama Ethan.
No le hago caso. A veces casi parece que le importo.
—Déjame intentarlo.
Arkarian me observa y niega con la cabeza.
—No sin tus alas, Rochelle. No lo conseguirías.
Así que quizá ése sea mi destino. Después de todo, quizá no haya manera de cambiar la Profecía. Y sin Ethan, ¿qué sentido tiene mi vida? No quiero a nadie más. Ahora lo sé. Y si voy a esta misión, ¿no será ésa la prueba definitiva de que mi corazón es leal a la Guardia? Lo único que tengo que hacer es extraer la llave del panel secreto que hay en el suelo de la bóveda y colocarla en esta caja. Si alguien que tenga alas me acompaña, puedo entregarle la caja para que se la lleve volando a un lugar seguro.
—Es sencillo, Arkarian. Iré.
—Tiene que haber otra manera —dice Ethan.
Arkarian contempla mis manos, que mantengo entrelazadas.
—Rochelle, quítate los guantes.
Me los saco con cuidado. Cuando descubro las manos, todos sueltan un grito ahogado y se las quedan mirando. Desde que Lorian incrementó su poder, la carga eléctrica no ha dejado de aumentar. Emiten chispas de color. Las sacudo un poco Les sienta bien que les dé un poco el aire. Pero, al sacudirlas, las chispas se diseminan por toda la sala. Shaun y Dillon tienen que agacharse y cubrirse la cara para esquivar algunas que les van directas.
—¿Por qué no has dicho nada? —me dice Arkarian—. que dolor debe de ser atroz.
Sus amables palabras y su mirada compasiva hacen que me asomen lágrimas a los ojos. Parpadeo rápidamente antes de que se conviertan en un mar y me muera de vergüenza.
—No me duelen mucho —miento—. De verdad.
No me cree, y aunque controla sus pensamientos, sus ojos expresan mucho más. Intenta ponerse los guantes, pero sus dedos son demasiado largos. Se los entrega a Shaun, pero tampoco le caben. Ethan es el siguiente en probárselos, pero sus manos son más anchas que las de su padre. Finalmente es Dillon quien lo intenta.
—¡A mí me irán bien! —Tira con fuerza de ellos, pero no hay manera.
Vuelvo a ponerme los guantes.
—Esto ha acabado de decidirlo. Iré yo.
Tomo la caja dorada de las manos de Arkarian y la guardo en el bolsillo de la chaqueta.
—Yo te acompañaré —dice Arkarian—. Subirás la pendiente todo lo rápido que puedas. Además también eres una buena nadadora, ¿verdad, Rochelle?
Asiento con la cabeza, pero Ethan tiene otras ideas.
—Te necesitamos aquí, Arkarian.
Shaun le aprieta el hombro a Ethan.
—¿Estás seguro, hijo? Hace muy poco que has aprendido a dominar las alas. ¿Y si te fallan?
Ethan aparta la mano de su padre.
—No me fallarán.
La mirada de Isabel pasa de Ethan a Arkarian y viceversa, llena de zozobra. Es evidente que teme por los dos, pero quien más le preocupa es Ethan. Se acerca a él.
—Utilizarás las alas y volverás. ¿Verdad, Ethan?
Ethan me mira y por un momento me transmite una calidez procedente del fuego que se aloja en lo más profundo de su alma.
—Haré lo que esté en mi mano —dice—. Pero no puedo prometer nada.