Matt

Esta noche se va haciendo misteriosa por momentos. Dejo de pensar en Neriah, me doy una ducha y me acuesto. Cuanto antes me quede dormido y acabe con estas Iniciaciones, mejor.

Pero no puedo conciliar el sueño. Doy vueltas y más vueltas, y al final recurro a la meditación para calmarme. Mi respiración se serena y mi cuerpo se calma. Entonces una imagen toma forma en mi mente. Pero es una imagen que no me pertenece y que no debería estar en mi cabeza. Tardo un momento en comprender lo que sucede. Isabel está soñando. Y yo estoy viendo su sueño, que se alarga y se alarga. Unas vividas imágenes parpadean tan deprisa que es como si un tren eléctrico recorriera mi cerebro a toda velocidad. Me pregunto qué debe de experimentar ella. Y entonces comprendo lo que estoy viendo: no es un sueño, es una de las visiones de Isabel.

Me levanto y entro en su dormitorio. Se retuerce en la cama, agarrándose la cabeza con las manos. Neriah está a su lado en la oscuridad, con sus grandes ojos consternados de preocupación.

—Se pondrá bien —le explico, y me siento al otro lado de Isabel—. Se le pasará en un momento. —«¡Eso espero!», añado en silencio. En varias ocasiones he sido testigo de las visiones de mi hermana, pero no recuerdo ninguna tan dolorosa.

Si los poderes de los Elegidos se han visto incrementados, ¿cómo deben de ser ahora las visiones de Isabel? Le toco el hombro para calmarla. De pronto se pone rígida, se incorpora y me hinca los dedos en el brazo.

—¡Matt!

—Estoy aquí. —Intento mantener la voz serena. Las imágenes que parpadean en mi cabeza han cesado. Espero que esto signifique que la visión de Isabel ha terminado—. Todo va bien.

—He visto... he visto... —Traga saliva con expresión desencajada.

Le aparto el pelo de la cara.

—Tómate tu tiempo. Recobra el aliento.

Niega con la cabeza.

—No lo entiendes.

—No, no lo entiendo, pero si te calmas podrás contármelo.

Respira hondo, se percata de la presencia de Neriah y comienza a contar.

—Había demasiadas cosas. Fragmentos inconexos. Criaturas extrañas. Criaturas que recuerdo haber visto en el Inframundo, pero también había otras... grises y sombrías. —Se estremece.

—¿Qué hacían esas criaturas? —pregunto.

—Las que tenían alas revoloteaban sobre la escuela. Había muchas, y por las sombras que proyectaban se diría que era el atardecer. —Me mira a los ojos—. Matt, iban armadas con productos químicos, sustancias del jardín de Marduke, que soltaban sobre todo Angels Falls.

—¿Sabes cuándo sucederá todo esto, Isabel?

Suspira y se lleva las manos a la cabeza.

—Creo que pronto.

—Muy bien. Esta noche voy a Atenas. Le hablaré de tu visión al Tribunal. No puedes hacer nada más, así que intenta descansar.

Neriah añade en voz baja:

—Me quedaré a tu lado hasta que te duermas.

«¡No! ¡Hay algo más!» Los pensamientos de Isabel llegan potentes a mi cabeza mientras le lanza una breve mirada a Neriah. No sé qué ha visto, pero no quiere que Neriah lo sepa. Se vuelve hacia mí y con la mirada le insto a que siga contándomelo.

«He visto a Rochelle», me hace saber. Sólo cuatro palabras, pero las dice con tal intensidad que me preparo para lo peor.

«¡Intentaba curarla, pero la flecha le había atravesado el corazón!»

«¡Basta! ¡No me cuentes más!», le responden a gritos mis pensamientos. Pero ella no es Vidente y no me oye.

«La punta de la flecha estaba envenenada.»

Respiro hondo y repito la misma pregunta de hace un momento.

—¿Has intuido cuándo ocurría todo eso?

—Después de la caída de la Ciudadela.

Me la quedo mirando y, como si fuese de cristal, veo su alma.

—¿Qué has dicho?

De pronto oigo la voz de Arkarian en mi cabeza: «¿Le ocurre algo a Isabel?» También ha sentido la visión y está preocupado por ella. Le hago saber que se encuentra bien, sólo un poco agitada. Me dice que el Tribunal espera la llegada de Neriah, y que deberíamos darnos prisa. «Mandaré a Jimmy para que cuide de Isabel», añade.

Un momento después, un adormilado Jimmy entra presuroso y se hace cargo de todo.

—¿Qué ha sucedido?

—Isabel ha tenido una visión —le explico.

—Entiendo. La interrogaré. —Nos mira a mí y a Neriah—. Vosotros dos, ¿no deberíais estar durmiendo?

Asiento a regañadientes, y Neriah y yo salimos. No se quedará a dormir en este cuarto, eso seguro. Se supone que debemos encontrarnos en un estado de profunda relajación para que pueda tener lugar la transición a la Ciudadela, ¿pero cómo alcanzaremos ahora ese estado, sabiendo lo que sabemos? ¿Qué acabo de oír? «¡Después de la caída de la Ciudadela!» ¿Isabel ha dicho eso de verdad? ¿Qué más ha visto?

Abro la puerta de mi habitación, y Neriah entra y mira alrededor.

Me dirijo a la silla rígida de mi escritorio y me derrumbo en ella.

—Tú puedes acostarte en la cama.

Mira la cama y luego la silla.

—Es imposible dormir en esa silla. ¿Por qué no vienes y te echas a mi lado, Matt? Te prometo que no intentaré nada.

Está oscuro, pero creo que está bromeando. Más que ver su sonrisa, la percibo. Pero ahora no estoy para averiguar si habla en serio o en broma. Mi mente está preocupada por otras cosas. Nada me gustaría más que acurrucarme entre sus brazos y borrar las aciagas imágenes de la visión de Isabel.

—Gracias, pero he aprendido a meditar incluso de pie, si es necesario. Me basta con la silla.

Se acurruca en la cama y siento el impulso de acercarme para darle calor. Recorro los tres pasos que nos separan, la cubro con la colcha y me obligo a regresar a la silla. Cierro los ojos, por fin me calmo y noto la sensación de un transporte inmediato. De repente estoy cayendo. Hago acopio de valor y aterrizo en una habitación de la Ciudadela.

Arkarian me recibe con un gesto de preocupación.

—¿Se encuentra bien? —Se refiere a Isabel.

—Sí —lo tranquilizo—. Jimmy está con ella. Va a intentar desentrañar el significado de la visión. Sería útil que hubiera alguna referencia temporal.

Neriah comienza a materializarse ante nosotros.

Arkarian la saluda afectuosamente, y a continuación le explica:

—Llevamos tanto tiempo esperando que he enviado a Dillon para que se adelantara. No es aconsejable permanecer mucho tiempo en este lugar. Aquí el tiempo significa muchas cosas y adopta muchas formas.

Nos lleva a un guardarropa, donde acabamos vestidos con largas túnicas y capas. Mi atuendo y el de Arkarian son plateados, mientras que Neriah viste una túnica blanca, ceñida por una faja de hilo dorado.

Cuando llegamos, sir Syford y la reina Brystianne nos esperan en el patio.

—Llegáis tarde —dice sir Syford—. Pero no os preocupéis, sabemos que ha sido inevitable. La visión de Isabel ya ha quedado registrada. Es muy preocupante.

La reina apoya la mano en el hombro de Neriah.

—Pero no es por eso por lo que estáis aquí, queridos. Se trata de una ocasión especial. Tengo un apasionante don que ofreceros, y no puedo esperar.

—Bueno, vamos, milady —dice sir Syford—. Todo el mundo está esperando. Dillon será el primero.

Arkarian asiente, y seguimos a sir Syford y a la reina Brystianne a través de una serie de fríos corredores. Cuando llegamos a la sala del Tribunal, Dillon nos espera ataviado con un azul regio, sin parar de dar golpecitos con el pie sobre el suelo de mármol.

—¡Por fin! Están todos impacientes. Lord Penbarin ya ha salido dos veces.

Arkarian se lleva a Dillon a un aparte para darle las últimas instrucciones. Las puertas se abren y sir Syford y la reina Brystianne ocupan sus lugares en el Círculo junto con el resto de los miembros del Tribunal.

Acompaño a Neriah hasta los asientos laterales, pero, mientras lo hago, le lanzo una mirada al rey Ricardo, y entonces algo ocurre. Nuestros ojos se encuentran. De repente resurgen en mí todas las dudas que su persona me provoca y me recorre un destello de cólera difícil de reprimir. Aquí tenemos al hombre que se supone es el rey de Verdemar, arrancado de la historia para cumplir una profecía escrita antes de que nosotros naciéramos. Hemos depositado mucho en las manos de este hombre, y no sabemos hasta qué punto nos es leal.

Arkarian aparece en el umbral con Dillon a su lado. Capta mis pensamientos y lanza una advertencia a mi cerebro. «¡Cierra tus pensamientos!»

Me muevo rápidamente, pero, cuando paso junto a Lorian, reparo en que me mira con expresión contrariada.

Arkarian lleva a Dillon al centro del Círculo, captando la atención de todos los presentes.

—Padre, nobles damas y caballeros, permitidme que os presente a nuestro más reciente Iniciado. Su nombre es Dillon Sinclair y, aunque su presencia aquí es una sorpresa, le damos la bienvenida. —Todo el mundo aplaude, y en medio del alboroto exhalo un profundo suspiro.

Dillon se sienta en un escabel. Se lo ve nervioso pero emocionado. Arkarian se coloca al lado de Neriah y de mí. No manifiesta ni piensa una palabra de lo que ha pasado entre el rey Ricardo y yo, pero su rígido lenguaje corporal lo dice todo. Al final vuelve la cabeza hacia mí y niega de manera casi imperceptible. Me está pidiendo que me olvide del incidente. Que así sea. Al menos de momento.

Desde el centro del Círculo, Lorian exhorta a Dillon a que jure su lealtad a la Guardia, cosa que éste hace con entusiasmo. A juzgar por las miradas que intercambian, todo el mundo encuentra su actitud divertida y refrescante.

Uno por uno, los miembros del Tribunal le otorgan sus dones. Lady Devine, le concede el don de la sabiduría; lord Meridian, la capacidad de discernir entre la verdad y la falsedad, y la reina Brystianne, la humildad. Cuando le llega el turno a sir Syford, dice:

—Como ya conocemos la superior fuerza física de Dillon, el don que le entrego consiste en el fortalecimiento de su espíritu.

En torno al Círculo, los miembros del Tribunal asienten y emiten murmullos de reconocimiento. Es un buen regalo, como todos los que Dillon ha recibido hasta ahora. Lady Arabella es la siguiente. Se acerca al chico, majestuosa, y le pone en la cabeza sus manos delicadas y surcadas de venas azules.

—El don que te ofrezco es que todos tus asuntos relacionados con el corazón lleguen a buen puerto. Este don te dará la capacidad de discernir cuándo tu amor es correspondido... o si el que te ofrecen no llega a la altura del tuyo.

Esta vez el Círculo estalla en un murmullo nervioso, y la tensión de la sala aumenta. Lady Arabella mira en derredor, acallando a todo el mundo con su mirada fría como el hielo. Finalmente se concentra en Dillon:

—Estos dones que hoy recibes tardarán un tiempo en germinar y crecer. Tienes que trabajarlos como si fueras un aprendiz que practica un oficio por primera vez en su vida. No lo olvides, Dillon.

Lord Penbarin se acerca y, con sus pobladas cejas enarcadas, observa a lady Arabella. Ésta se sienta y se vuelve hacia Dillon.

—Visión —dice simplemente—. El don que te entrego consiste en una extensión de tu segundo poder, que parece reacio a revelarse. Naturalmente, no has tenido la oportunidad de contar con un mentor, al menos no con uno que pertenezca a la Guardia. Asumo que por esta razón tu segundo poder aún sigue latente.

—Milord —pregunta Dillon—, ¿qué significa eso?

Lord Penbarin levanta la mano como si la cosa no fuera con él.

—Es tu poder, Dillon. Sea lo que sea, cultívalo. A lo mejor te llevas una sorpresa.

Finalmente se acerca el rey Ricardo, y yo procuro controlar todos mis pensamientos relacionados con los traidores.

—El don que te ofrezco es la capacidad de compartir tu saber, a fin de que algún día te conviertas en Entrenador.

Una sonrisa de sorpresa se dibuja en la cara de Dillon. Levanta la vista hacia el rey y asiente en señal de agradecimiento.

Cuando éste regresa a su asiento, todos los ojos se vuelven hacia Lorian. Durante unos momentos, el Inmortal se queda sentado inmóvil, con la cabeza gacha. En la habitación sólo se oye su respiración. Al final se pone en pie, se acerca a Dillon y le pone las manos encima de la cabeza.

—Lo que hiciste al elegir la Guardia por encima de la Orden exige un coraje que casi ninguno de los que hay en esta sala llegará a tener ni en mil años.

No puedo evitar pensar que, si su intención es conservar la lealtad del Tribunal, burlarse de sus miembros no es la mejor manera de hacerlo. Aricarían tose a mi lado, y me doy cuenta de que no me he acordado de mantener en secreto este pensamiento. ¿Qué demonios me pasa hoy? ¡Primero el lapsus al hacerle saber al rey Ricardo que tengo una cuenta pendiente con él, y ahora esto! Lentamente me doy cuenta de que todos los miembros del Tribunal han captado mis pensamientos. Lorian se vuelve hacia mí. Sus ojos me taladran, preguntándose cómo me atrevo a juzgarlo. Pero no puedo disculparme y no lo haré. Aun cuando no pretendía que nadie oyera mis pensamientos, han sido sinceros.

Después de un contacto visual conmigo que dura lo que parece una desagradable eternidad, Lorian es el primero en apartar la mirada. Junto a mí, Arkarian emite un claro suspiro de alivio.

Volviendo la atención a Dillon, Lorian dice:

—Y aunque tú no eres un Elegido por nacimiento, te has ganado el derecho a estar entre ellos. Y para que te sientas su igual, te ofrezco el don de acrecentar tu fuerza y desarrollar tu segundo poder.

La luz desciende sobre las manos de Lorian y cubre a Dillon de pies a cabeza. Desde donde estoy, siento la fuerza del poder de Lorian con la misma claridad que si brotara a través de mi cuerpo y me pregunto cómo puede resistirla Dillon.

Cuando acaba, la luz regresa a las palmas abiertas de Lorian, y Dillon cae hacia atrás, derribando el taburete en que está sentado. Arkarian corre hacia él y le ayuda a mantener el equilibrio, mientras todos los presentes prorrumpen en vítores y aplausos.

Lorian se echa atrás y dice:

—Vamos, Dillon, te espera una magnífica cena en tu honor. Y después de la Iniciación de Neriah celebraremos un gran festejo.

A medida que los vítores se apagan, todos, salvo aquellos a quienes se les pide expresamente que se queden, abandonan la sala. Cuando el último se ha marchado, lord Alexandon y Arkarian cierran con llave las puertas de la sala. A mi lado, Neriah comienza a temblar. Pongo su mano entre las mías e intento calmarla.

—Vas a estar maravillosa. Ya te adoran. Lo percibo.

Me sonríe y agacha la cabeza. Arkarian la llama y ella va a sentarse en el centro del Círculo. Cuando Arkarian inicia su introducción, me froto las manos, pues siento un cosquilleo en los dedos.

Los vítores son sonoros. No he mentido al decirle a Neriah que los miembros del Tribunal ya la adoran. La atmósfera de la habitación es extraordinariamente cálida, rebosante de adoración.

Lorian llega al centro y se detiene a su lado.

—Neriah Gabriel, ¿juras fidelidad a la Guardia y a todos sus miembros?

—Sí, milord.

Lorian le hace una seña a lord Penbarin para que sea el primero en otorgarle sus dones, y éste avanza hacia ella.

—Bienvenida, querida. De parte de la Casa de Samartyne, te ofrezco los dones de la fortaleza y la clemencia.

A continuación, Jady Arabella le otorga el don de ver las verdades a través del engaño; y sir Syford, la capacidad de saber cuándo el mal está presente. Cuando le llega el turno a la reina Brystianne, primero da una vuelta en torno a Neriah, con su larga túnica color crema creando un efecto dramático.

—Te entrego el don de incrementar tu afinidad con los animales a fin de que puedas comunicarte con ellos y viceversa.

Este don es realmente especial, como había anticipado la reina Brystianne. Junto con los demás, no puedo evitar aplaudir. Neriah está rebosante de gratitud. Levanta la vista para dar las gracias y su cara refleja alegría.

Los restantes dones son igual de excitantes. Es evidente que Neriah es una de sus favoritas. El rey Ricardo es el último, y el suyo es un don físico. Le entrega a Neriah un pincel fino y delicado que encaja perfectamente en la palma de su mano.

—Con este pincel podrás pintar pasajes a otros mundos. Tardarás en perfeccionar esta habilidad, pero llegará un día

en que podrás hacerlo sin la ayuda del pincel. Es una gran responsabilidad, Neriah. Debes utilizar este poder con prudencia. Practica con el pincel, pero no te inquietes si lo pierdes. Nadie más podrá utilizarlo con ese fin, y el poder de que te hablo ya está dentro de ti.

El rey se sienta y yo pienso en su don. No se puede expresar con palabras lo potencialmente poderoso que es. Y no puedo evitar preguntarme quién es esta chica —la hija de un traidor—, que se ha ganado los corazones de todas estas personas honorables.

Lorian se pone en pie y se acerca con su don. Levanta las manos, las posa en la cabeza de Neriah y dice con palabras sencillas:

—Te concedo el don de ser Vidente de la Verdad.

Un murmullo aprobatorio recorre la sala. Al parecer, todos opinan que, aun siendo un regalo generoso, también es apropiado. Los miembros del Tribunal y Arkarian prorrumpen en aplausos.

Cuando todo acaba, Neriah hace ademán de levantarse, pero Lorian le indica que permanezca sentada.

—De los que estamos aquí hoy, todavía hay uno que tiene que transmitirle un don a esta joven.

Los miembros del Tribunal comienzan a murmurar y asentir con la cabeza.

Lorian me lanza una mirada.

—Matt, ¿quieres acercarte al Círculo?

Aunque formulada en tono de pregunta, la «petición» de Lorian es más bien una orden. Hago lo que me dice.

—¿Sí, milord?

—¿Tienes algún don que transmitirle a esta joven?

Su pregunta me pilla completamente desprevenido. Por supuesto que tengo un don para dar a alguien. Mi padre me ha asegurado que no viviré una eternidad solo. Recuerdo bien sus instrucciones. Tengo que cultivar este don hasta que encuentre a la persona adecuada. La reconoceré, me dijo, escudriñando en el interior de su mente. Bajo la mirada hasta Neriah.

—¿Será ella?

Lorian sonríe y por un momento se parece a su hermano.

—¿Pero...? —«Si es así, ¿por qué no lo veo?»

—Eso mismo nos hemos preguntado —dice a mi lado Lorian, aún con aire divertido.

Neriah mira alrededor, incómoda, y se pone en pie para levantarse.

—Siéntate, Neriah —le ordena Lorian. Luego vuelve la vista hacia mí y aguarda.

Voy a mirarla otra vez, pero Neriah de pronto está más interesada en los sutiles dibujos de las baldosas del suelo. Respiro hondo para intentar serenar mis pensamientos desbocados y levanto la barbilla de Neriah con la punta del dedo. Nuestros ojos se encuentran, se sostienen la mirada, y de pronto veo la verdad. Neriah es la persona con la que estoy destinado a compartir la vida... ¡para siempre! Un día se convertirá en miembro del Tribunal. Todos los que hay en la sala lo saben, y por eso muchos de sus dones han tenido que ver con el discernimiento, la compasión y cosas semejantes. Y por eso los miembros del Tribunal la tienen en tan alta estima.

Entonces recuerdo la promesa que le hice a Dillon y me viene a la memoria la advertencia del señor Carter: «Ten cuidado con lo que prometes.»

—¡Oh, no!

Neriah me mira bruscamente al oír mis palabras, y me doy cuenta de que las he dicho en voz alta. Se la ve avergonzada e incómoda.

Ahora no sé qué decir.

—Matt, ¿estás preparado? —me pregunta Lorian—. Ha llegado el momento.

Asiento, medio aturdido, y Lorian regresa a su taburete.

Respirando hondo para calmarme, levanto la mano para colocarla sobre su frente, como Dartemis me enseñó. Y con toda la destreza y el poder que él me enseñó, pronuncio el don que he estado recordando en nombre de Dartemis.

—Neriah Gabriel, te concedo el don de la... inmortalidad.

Nada más pronunciar la palabra, los presentes caen presa de la conmoción. Algunos miembros del Tribunal sueltan un grito ahogado, otros extienden los brazos y se agarran de la mano. Lorian intenta calmarlos. Y mientras lo hace, una luz dorada brota de mi mano y da en la frente de Neriah. Se adentra en ella y su piel adquiere un resplandor dorado desde el interior. Recorre todo su cuerpo desde la frente, pasando por los brazos, el pecho, el torso y las piernas, hasta los pies.

Resulta totalmente visible a través de su túnica blanca. De pronto esa fuerza la hace estremecer. Pero todo acaba enseguida, y aunque su piel aún brilla, ahora lo hace con suavidad.

Se mira las manos y las gira.

—Se te pasará. Por la mañana tu piel volverá a ser normal.

Lorian se acerca y le indica a Neriah que se ponga en pie. Cuando lo hace, le tiemblan un poco las piernas. Lorian dice que deberíamos irnos y unirnos a Dillon en el banquete. La sala estalla en vítores, y muchos miembros del Tribunal vienen a felicitar a Neriah.

Se abren las puertas, y al poco todos entramos en el comedor, donde hay una serie de mesas con comida y bebida. Dillon se acerca y pregunta por el suave resplandor que despide la piel de Neriah. Ésta se lo explica enseguida, y observo que no le dice que ahora es Vidente. Probablemente necesita tiempo para adaptarse.

Durante casi toda la velada Neriah procura no quedarse en ningún momento a solas conmigo. Si ve que me acerco, rápidamente encuentra a alguien con quien entablar conversación. Dillon no se aparta casi nunca de su lado. No le quita ojo ni cuando Lorian se acerca para hablar con. él.

El ambiente del comedor —de hecho de todo el palacio— se vuelve asfixiante. Salgo al patio y veo un. par de increíbles pájaros dorados encerrados en una jaula. Detectan mi presencia, se acercan a los alambres y se ponen a cantar. Es el sonido más melancólico y triste que he oído nunca. Tengo la sensación de que intentan decirme algo. Utilizo mi poder para escuchar su lenguaje, pero me bloquean Sus pensamientos. Su canto se hace más rápido y su tono, más agudo. Comienzan a apretarse contra la fina malla de la jaula, moviendo y rozando las alas.

Lady Arabella aparece a mi lado y los pájaros callan.

—Parecen agitados —observo.

Examina las bandejas que hay al fondo de la jaula.

—Con el alboroto de hoy he olvidado cambiarles el alpiste. Sólo tienen hambre, eso es todo. —Les pone más alpiste, pero los pájaros no lo tocan—. Aquí tenéis, preciosos.

—¿Dónde los encontrasteis?

—Ellos me encontraron a mí —dice.

—No son de este mundo.

Suspira.

—Será por eso que su canto es tan triste.

—¿Por qué los tenéis encerrados en una jaula?

Me mira con extrañeza.

—Pues para protegerlos. Están heridos y, mientras no puedan volver a volar, he de protegerlos de los lobos y otros animales.

—Pedidle a Isabel que los cure. Y luego los liberáis.

—¿Puede curar a criaturas no humanas?

Por alguna razón que se me escapa no quiero darle más información acerca de mi hermana. Procuro pensar en algo para cambiar de tema, y paso la mano por la jaula, un magnífico trabajo de artesanía.

—Es una obra de arte.

—Sí. Jimmy es increíble, ¿verdad?

—¿Jimmy ha construido esto?

—No creo que haya nada que no sepa hacer, y según tengo entendido ha intervenido en la construcción de casi todo lo que ves aquí. Tiene mucho talento, y su sentido de la oportunidad es impecable. Lo necesites o no, siempre parece estar ahí, adelantándose a tus pensamientos.

—Sí —murmuro, dándole la razón. Jimmy es el Protector. Tiene acceso a todas las zonas de alta seguridad y conoce todas las puertas y los pasadizos secretos que entran y salen de la ciudad. De hecho son sus sistemas de seguridad lo que nos protege. Sin embargo, no puedo olvidar lo ocurrido en casa de Neriah: Marduke consiguió atravesar todas las defensas.

—¿Te encuentras bien, Matt? —pregunta lady Arabella.

Pero mis pensamientos siguen con Jimmy. Arkarian le confía su vida. ¡Dartemis le confía a la madre de su hijo! ¿Tengo algún derecho a dudar de él? ¿Me estoy volviendo paranoico? Recuerdo la advertencia de Arkarian de que no dejara la llave al alcance de nadie, pues no sabemos en quién podemos confiar. ¿Se refería también a Jimmy? Aparte de Arkarian, Jimmy es la única persona que sabe dónde he escondido la llave. De hecho, él es quien me ayudó a proteger su escondite.

Con el rabillo del ojo veo a Neriah saliendo por una puerta en el otro extremo del patio. Lady Arabella también se da cuenta.

—No cometas los mismos errores que Lorian.

No estoy muy seguro de saber a qué se refiere, aunque creo que opina que debería seguir a Neriah y congraciarme con ella. Me parece una buena idea, de modo que por el momento aparto de mi mente cualquier pensamiento de traición. De todos modos, no puedo ir por ahí sospechando de la gente sólo porque sus habilidades les dan acceso a zonas de máxima seguridad. Y aunque he tenido mis desavenencias con Jimmy, jamás me ha dado ninguna razón para no fiarme de él.

Los pájaros, antes inquietos, ahora parecen calmados, de modo que tras echarles un último vistazo me alejo de la jaula. Tengo polvo en las manos, y me lo limpio en la capa.

—Esta jaula tiene polvo. Creía que era nueva.

Lady Arabella me mira con expresión ausente.

—¿Polvo? Ah, sí, lo trae el viento de la noche. Lo limpiaré enseguida. —Y añade, señalando la puerta por la que Neriah ha desaparecido—: Más vale que te des prisa. Con esta oscuridad, es fácil perder de vista a cualquiera en el monte.

Me marcho y enseguida llego a las colinas que quedan fuera de los muros del palacio. Diviso a Neriah entre unos matorrales. La sigo y me la encuentro sentada en un montículo cubierto de hierba, desde el que se ve la antigua Atenas a la luz de la luna.

Me ve y se pone en pie para irse.

—¡No te vayas!

Se detiene y llego hasta ella.

—¿Qué quieres? —dice.

—Hablar. Aclarar nuestro malentendido.

—Muy bien, eso es muy fácil. Lamento que tengas que pasar el resto de la vida conmigo.

La miró atónito. Su piel sigue brillando, pero, aunque no fuera así, seguiría siendo la criatura más hermosa que he visto.

—Sabías que nuestras vidas estaban destinadas a unirse desde el momento en que nos conocimos.

Reflexiona un momento y suelta una carcajada.

—Naturalmente.

Su risa recorre todo mi cuerpo.

—Podría pasarme la vida escuchando tu voz.

Vuelve a reír y se pone a girar alrededor de mí. La luz de la luna parece bailar en torno a ella. La sujeto por los brazos.

—Basta, me estás mareando.

—Y tú me estás haciendo muy feliz —susurra casi sin resuello.

—No creo que vuelva a sentirme así nunca más. Y tampoco lo deseo.

—¿Y ahora?

—Ahora, al mirarte, sé que todo va bien.

Sonríe.

—¿Te acuerdas de cuando me rescataste de la jaula encantada de Lathenia?

—Sí. —No sé por qué lo menciona.

—¿Y que te dije que me había encerrado en una jaula porque había descubierto mis poderes y temía que pudiera escaparme?

—Sí. —Ahora me siento confuso.

Neriah se aparta de mí y comienza a bailar y a dar vueltas. Antes de darme cuenta de lo que está pasando, su cuerpo largo y esbelto cambia de forma. ¡Sus brazos se convierten en alas que se agitan, sus piernas cambian hasta tomar la forma de una paloma! Revolotea en el aire delante de mí, y en mi cabeza oigo que dice: «¡Ven conmigo!»

Se me acelera el corazón sólo de pensarlo. Adopto también la forma de una paloma, surcamos juntos el aire y me siento más libre que nunca.

Sobrevolamos Atenas, disfrutando de la visión de esa antigua ciudad, pero sobre todo de nuestra mutua compañía. Pasa el tiempo y pronto nos olvidamos de la fiesta del palacio, que prosigue sin nosotros. Neriah comprende mi preocupación y regresamos a la colina, donde recuperamos la forma humana apenas tocamos tierra. Estamos tan cerca el uno del otro que nuestros cuerpos se tocan desde el hombro hasta la rodilla. Sin el menor esfuerzo nos abrazamos. Como si fuera la cosa más natural de todos los mundos, mi boca encuentra la suya y nos besamos. El beso se prolonga largo rato, y todo lo que nos rodea deja de existir.

Un rumor y un chasquido me devuelven a la realidad de donde estoy y de mis responsabilidades.

—¿Qué ha sido eso? —susurra Neriah contra mi pecho.

Mis brazos la estrechan instintivamente para protegerla. El sonido se parece muchísimo al de una ramita que se quiebra.

—No es nada —intento tranquilizarla.

—¿Alguien nos está mirando?

No expreso mis temores en voz alta, y los oculto en el pensamiento lo mejor que puedo.

—Vamos. Será mejor que volvamos antes de que nos echen de menos.

Pero sospecho que ya nos han echado de menos.