Matt

La escuela es un caos. Las ratas han causado muchos daños, y varios alumnos que se encontraban fuera de las aulas han resultado heridos de gravedad. Allí donde les han mordido las ratas, la carne se arruga como si fuera una quemadura de ácido. Sus lamentos llenan el aire. Es un alivio oír el ruido de las sirenas acercándose. Me dirijo a los laboratorios de ciencias, que es donde se han producido mayores daños.

No veo a ninguno de mis compañeros. Podría buscarlos mentalmente, pero necesito un momento de calma para hacerlo, y, bueno, eso no va ocurrir en este momento.

La plaga ha pasado, pero los roedores siguen ahí fuera, abriéndose paso hacia quién sabe dónde.

Los laboratorios de ciencias han quedado destrozados. Un par de estudiantes siguen histéricos. Entonces veo a Neriah, que intenta impartir calma y tranquilidad. Las ambulancias han llegado, y a todos los que estamos ilesos nos piden que salgamos.

Me ve y corre a mis brazos. Vamos a la parte trasera del edificio y la abrazo con fuerza.

—Dime qué ha pasado.

Cierra los ojos y me lo enseña, proyectando las imágenes en mi cabeza. El señor Carter corre de una parte a otra, gritando que cierren las ventanas y las puertas. Pero las ratas so acercan. Ya golpean los edificios de la parte delantera. Cientos de ratas se cuelan antes de que los alumnos consigan cerrar los últimos accesos. Parece que su propósito es encontrar-carne humana, como si eso fuera a ayudarlas a ser mortales otra vez. Veo a Neriah con los ojos como platos, contagiada por el miedo del resto de la clase. Los gritos desgarran el aire, los

taburetes chocan contra las mesas. Los alumnos se empujan al subirse a las mesas para huir de las ratas. Algunos saltan y se quedan colgando como monos de las vigas del techo. Walker intenta calmarlos, al tiempo que se arranca las ratas que trepan por su cuerpo y por el de los alumnos que tiene al lado.

Neriah se separa de mí y cierra los ojos. Hurga en las mentes de las ratas, buscando la manera de comunicarse con ellas. Al principio, nada cambia, pero unos momentos después se detienen y levantan la cabeza. Es algo asombroso. Se encaminan hacia ella como hipnotizadas. Neriah abre una ventana y salen todas. Por suerte, en medio de la histeria general, nadie se da cuenta de su don.

—Has hecho bien —le susurro por encima de la cabeza.

Alza los ojos hacia mí con una expresión que nunca le había visto: de desesperación.

—Matt, he visto algo.

—¿Qué?

—Lo vi en sus mentes.

—¿En las mentes de las ratas?

Asiente y traga saliva.

—¿Y qué viste?

—Enfermedad —susurra. Le aparto una mecha rebelde de la cara y añade—: ¿Cómo podemos combatirla? ¿Por dónde empezamos?

Pasa una sombra, pero no le presto atención. Sólo puedo pensar en esos montones de ratas que traen una enfermedad a nuestro mundo y en cómo vamos a combatirlas. Pero la sombra tiene una voz, y está llena de ira y acusación:

—¿Qué te parece empezar ahora mismo? ¡Aquí, conmigo!

Por un momento los dos nos quedamos pasmados, y Dillon comienza a dar vueltas como un lobo olfateando su presa.

—¿Cuánto tiempo hace que dura esto?

Pongo a Neriah detrás de mí.

—Dillon, deja que te explique.

—La estabas rodeando con tus brazos, y ella a ti con los suyos. Creo que eso lo explica todo.

—Quería contártelo —intento explicarle, pero ya es demasiado tarde. ¿Por qué no lo hice antes? Debería haber sido franco con él desde que comprendí cuáles eran mis sentimientos hacia Neriah. Si hemos de luchar, de ninguna manera utilizaré mis poderes contra él. Eso no estaría bien.

Neriah sale de detrás de mí.

—Dillon, he intentado decirte que tú y yo sólo podíamos ser amigos.

—¿Amigos? ¿Crees que ahora podemos serlo? —Se acerca a mí—. En cuanto a ti, llevamos siendo amigos casi toda la vida. ¿Es esto lo que se hacen los amigos? Sabías que Neriah me gustaba. Lo sabías, y aún así intentaste quitármela mientras me mantenían encerrado, interrogándome. ¡Y cuando salí fuiste demasiado cobarde para admitirlo!

—No fue así.

—Ahora entiendo por qué los miembros del Tribunal me otorgaron todos esos dones. Sabían lo que me harías. Lady Arabella insistió mucho en que procurara cultivarlos. —Sacude la cabeza—. Debería haberla escuchado. ¡Había indicios por todas partes!

—Si hubieras prestado atención a lo que hemos intentado decirte, ahora no estarías tan enfadado —dice Neriah.

Dillon resopla entre dientes.

—¡Ya me imaginaba que estaba pasando algo así! —Se vuelve hacia mí—. ¿Y la promesa que me hiciste? ¿Te estabas burlando de mí, Matt?

—¡No! ¡Te lo juro!

Me da tal empujón que me estampa de espaldas contra la pared y algunos ladrillos se agrietan.

Neriah corre a interponerse entre ambos.

«¡No! ¡No te acerques!», le advierto mentalmente.

Dillon se acerca otra vez y me tira al suelo. Me levanto e intento protegerme de su fuerza. Me lanza de nuevo contra la pared y me da un puñetazo en la mejilla. Lo empujo hacia atrás, alejándome de la pared, que ha comenzado a derrumbarse.

—¡Basta ya, Dillon! —chilla Neriah en el momento en que unos ladrillos caen cerca de nuestros pies.

Sin hacerle caso, me ataca otra vez, agarrándome por los hombros. Levanto las manos para impedir que me inmovilice, pero su fuerza es increíble, y si no utilizo mis poderes, no tengo esperanza. Un puñetazo más y, con suerte, se retirará y acabará esta estúpida pelea.

Pero no se retira, sino que sigue atacándome. Acabo a cuatro patas en el suelo, magullado y vapuleado.

Neriah se acerca a mí corriendo. «¡Usa tus poderes!»

«¡No! Pronto acabará.»

«¡No seas idiota! No parará hasta matarte. O hacerte picadillo.»

Tiene razón, pero no utilizaré mis poderes contra él. Me pongo en pie tambaleándome y me limpio la sangre de la cara con la manga.

—¡Dillon, espera! Escúchame.

Cuando se dispone a golpearme otra vez, unos brazos le rodean por detrás y lo inmovilizan. Son los de Shaun.

—Siempre hay tiempo para escuchar.

Dillon se libra fácilmente de la llave de Shaun, pero se calma y no intenta volver a pelear conmigo.

Shaun contempla la escena y niega con la cabeza.

—No sé qué está pasando aquí, pero, sea lo que sea, debéis terminar ahora mismo.

—¿Qué ocurre? —pregunto, recuperando lentamente las fuerzas.

Shaun nos mira, primero a uno y luego a otro.

—La brecha entre los mundos se ha abierto.

—¡Demonios! —exclama Dillon, dándole un puñetazo a la pared que hay detrás de él y agrietándola—. ¡No es posible!

El temor a que Lathenia pudiera abrir la brecha fue una de las muchas razones por las que me hicieron ir a Atenas. El Tribunal tenía fundadas sospechas de que sería el siguiente paso de Lathenia.

—¿Cómo es de grande la brecha?

—Lo suficiente para que entren en nuestro mundo toda clase de criaturas siniestras.

—¿Toda clase de criaturas? —exclama Dillon—. No es posible. Lathenia no abriría la brecha para que entraran todas las criaturas que viven en el Inframundo.

—¿Y qué ocurrirá ahora? —pregunta Neriah.

—¿Ahora? —la imita Dillon con sarcasmo—. Ahora nuestro «líder» tomará el mando. Nuestro «capitán», ¡si se puede llamar así a este pelele enclenque y mentiroso! Veamos ahora cómo tomas el mando.

Shaun le lanza una mirada colérica.

—Dillon, hay que dejar a un lado lo que ha pasado entre vosotros. ¡Ahora mismo! ¿Lo has entendido?

Dillon aprieta los dientes y me mira con furia.

—Muy bien —accede a regañadientes—. Pero no sabéis lo peligrosas que son las criaturas que Lathenia tiene encerradas entre rejas de hierro en el Inframundo. ¡Y se supone que hemos de luchar contra ellas con este mequetrefe de líder!

Shaun hace caso omiso del sarcasmo de Dillon y se vuelve hacia mí.

—Matt, ha llegado el momento. Necesitamos las armas que fueron creadas para los Elegidos.

Dillon avanza impetuoso.

—¡Será mejor que haya una para mí!

En ese momento aparece Rochelle por la esquina, lo que me ahorra tener que responder.

—¿Qué demonios está sucediendo aquí? —Ve mi cara ensangrentada—. ¿Qué te ha pasado?

Nadie le cuenta nada, de modo que le abro mis pensamientos para ponerla al corriente. Mira a Dillon con la boca abierta.

—¿Tú le has hecho esto?

—Se lo merecía.

Rochelle sigue mirándolo, y Dillon añade:

—¿Tú también lo sabías?

Rochelle levanta las manos.

—No te enfades, Dillon. Seré sincera contigo. Debes de estar ciego para no haberte dado cuenta de que hay algo muy intenso entre estos dos. Supongo que se trata de la ceguera típica de los chicos. Ni siquiera Matt lo vio al principio, y cuando lo hizo, ya te había hecho esa estúpida promesa. No contártelo fue otro error, pero su única intención era no hacerte daño.

Sus palabras son generosas, y a lo mejor, sólo a lo mejor, Dillon aceptará escuchar a una tercera persona. Éste aparta la mirada, y Rochelle me comunica el mensaje que la ha hecho venir.

—Lorian ha entregado el cofre de las armas. Arkarian quiere que nos reunamos en la colina que hay sobre la cascada, y que tú traigas la llave.

Shaun asiente enfáticamente.

—Vamos, pues.

—¿Dónde están los demás? —le pregunto a Rochelle.

—Ethan e Isabel ya van de camino a la colina.

—¿Y el señor Carter? —se interesa Dillon—. ¿Se encuentra bien?

—¿A qué te refieres, Dillon? ¿Qué le ha pasado a Marcus? —pregunta Shaun.

Una mujer aparece por la esquina del edificio.

—¡Eso es lo que me gustaría saber a mí!

Es la señora Burgess, y al oírla Rochelle da un respingo.

—Oh, señora Burgess, no la había visto. No se preocupe. El señor Carter está bien.

—Me extrañaría, jovencita, considerando el estado en que se encontraba. Quería hablar con Ethan Roberts. ¿Dónde está? ¿Y dónde ha llevado a Marcus?

—Le juro que el señor Marcus está bien... Acabo de verlo hace unos minutos.

La mujer esboza una mueca de incredulidad. Se acerca a Rochelle y le balancea el dedo índice delante de la cara.

—Te aseguro que si Marcus no vuelve a la escuela en breves minutos, llamaré a la policía y rodarán cabezas. ¿Le ha quedado claro, señorita Thallimar?

—Emily, ¿qué es este alboroto? Se te oye desde la otra punta del campo de deportes.

Por fin algo sale bien. El señor Carter aparece a tiempo. La señora Burgess suelta un grito ahogado al verlo.

—Marcus, ¿estás bien? ¿Dónde te ha llevado ese chico?

Carter se acerca, arreglándose el cuello de la chaqueta.

—Te aseguro que me encuentro perfectamente, Emily. El tejido de esta chaqueta es muy resistente. Esas repugnantes criaturas no han podido penetrarla, aunque me han dado tal susto que me he desmayado. Ethan me ha apartado del gentío, luego ha ido a buscar unas sales y me ha limpiado la sangre.

La señora Burgess frunce el entrecejo, pero él le sonríe y ella prácticamente se derrite. ¡No puedo creerlo! ¡Así que la señora Burgess está colada por el señor Carter!

—Supongo que ya no habrá clases en todo el día —dice, cambiando de tema como si tal cosa.

—No, por supuesto que no —le confirma la señora Burgess mientras avanzan juntos hacia su despacho—. Nos hemos puesto en contacto con casi todos los padres, y muchos ya han comenzado a llevarse a los chicos. El resto se irá en autobuses. ¿No te parece increíble todo lo que ha pasado últimamente? Es la segunda vez en este trimestre que se cierra la escuela. ¿Qué está sucediendo, Marcus?

—No lo sé, Emily, pero habrá que andarse con cuidado por si vuelven esos roedores. Enseguida haré un comunicado.

Cuando ya no podemos oírlos, comenzamos a alejarnos, pero mis pensamientos siguen con Dillon y la expresión de intenso miedo que he visto en sus ojos unos minutos antes. De nuevo está aquí, con su mirada perpleja.

—¿Qué tenía encerrado exactamente Lathenia bajo esas puertas de hierro?

Hace ademán de hablar, pero no le sale ninguna palabra.

—Será mejor que nos lo cuentes —dice Shaun.

Respira profundamente.

—Muy bien. Pero tú también fuiste testigo, Matt.

Me recorre un escalofrío al recordar los brutales animales que vi encerrados en las mazmorras de Lathenia.

Dillon explica:

—Caminan sobre dos piernas, como los humanos, tienen dos gruesas manos y son tan altos como nosotros. Sus cabezas son grandes, con unos cuernos largos y curvos, y... no sé cómo explicarlo, tienen unos ojos que te atraviesan, negros y vidriosos, como una ventana que diera a un pozo de negrura. Y debajo de la nuca, en la columna vertebral, les sobresalen unos huesos puntiagudos. También son grandes y fuertes. Ah, ¿y he mencionado el hecho de que les atrae el olor de la carne fresca?

—He visto esas criaturas encerradas en las mazmorras de Lathenia. Son exactamente como las describes. Pero no he visto ninguna en el Inframundo —digo.

—No, allí no hay ninguna. Las tiene confinadas en una serie de cavernas y túneles subterráneos. Viven allí entre los de su propia especie, entre su propia inmundicia, mientras Lathenia intenta dar con una manera de controlarlas.

—¿Cómo sabes todo esto? —pregunta Shaun.

Dillon se vuelve hacia él.

—Una vez Lathenia me encerró en ellas, pero no pudo anular mis alas y me escapé.

Rochelle se estremece.

—Dillon, ¿cómo se llaman esas bestias?

—Demonios —dice—. Las criaturas más siniestras del universo.