Capítulo 9

Durante el paseo en coche hasta la clínica, Carly empezó a tener la sensación de que se había imaginado el encuentro de la noche anterior en el comedor de los Tremayne. No es que esperara que Max le confesara de repente sus pensamientos más íntimos, pero creía que compartir un momento tan real y sincero era un gran paso para fundar una amistad. Debía haberles ayudado a estar más relajados, pero, en lugar de eso, las cosas parecían haber retrocedido. Las sombrías grietas que se habían abierto en él habían vuelto a cerrarse con un perfecto barniz de elegancia y cortesía, que hacía que la conversación fluyera sin problemas, pero que inquietaba a Carly.

Aun así, cuando se lo proponía, Max era una buena compañía y ella cayó rápidamente en el atractivo de su encanto. Charlaron mientras él conducía por las calles de la ciudad y después, de alguna manera, surgió el tema del amor. Carly había mencionado en broma a su primer amor, un sofisticado «hombre mayor», de diez años, a quien ella y sus amigas, de nueve, habían perseguido por todo el patio de recreo amenazando con besarle.

—¿Le cogisteis? —preguntó Max.

Carly sonrió.

—Yo era más grande que él, así que no puede decirse que fuera una lucha de verdad. Ese fue técnicamente mi primer beso, con la salvedad de que él se revolvía con tanta fuerza que, en realidad, le mordí en la barbilla.

—Y después, ¿vivisteis felices para siempre?

—No. Desgraciadamente, ése fue el momento culminante de nuestra relación. Se fue a un colegio privado y pasaron años antes de que volviera a verlo. Cuando lo hice, tenía el pelo de color morado y una moto, y la magia había desaparecido.

Max se rió y ella sintió un cálido placer al oírlo.

—Al parecer era un amor imposible —dijo, reduciendo la marcha a medida que se acercaban a una señal de stop.

Carly se fijó en sus dedos cuando cogió la palanca de cambios. Tenía manos fuertes y cuadradas, como las de un trabajador. Sólo las uñas bien pulidas y la ausencia de callos indicaban que pertenecían a un hombre de negocios.

—¿Y qué hay del de verdad? —preguntó Max en tono informal—. ¿Has estado enamorada alguna vez, Carly?

Ella le lanzó una mirada de soslayo. Era una pregunta extraña, inesperadamente personal, y algo en la afectada despreocupación de su voz denotaba que lo preguntaba por alguna razón. Pero ¿cuál podía ser?

—No lo sé —contestó con cautela.

—¿No?

—No. Es más complicado cuando eres mayor.

La repentina tensión expectante que Carly percibió en el cuerpo de Max le indicó que su respuesta le había parecido muy interesante, y se planteó una alarmante posibilidad. ¿Le habría contado Richard algo acerca de su relación? ¿O se lo había figurado Max y estaba intentando que ella se lo confirmara? No era una suposición agradable. Pero ¿por qué le interesaría a Max su antigua relación? ¿Qué interés podía tener en su vida personal... de no ser la misma curiosidad que ella sentía por él, la necesidad de conocerle más allá de la versión externa que presentaba al mundo?

¿Podría ser que él pensara en ella así?

—¿Complicado? —repitió él—. ¿En qué sentido?

Carly apretó con ansiedad el borde de su asiento.

—A veces las personas inician relaciones por razones equivocadas —dijo—. Buscando cosas equivocadas.

—¿Y qué buscabas tú, Carly? —preguntó Max en voz baja—. ¿Seguridad? ¿Alguien mayor y con más experiencia que tú para que te cuidara?

Lo sabía. La humillación la corroía por dentro. Lo sabía, y sólo podía saberlo por la estúpida pose machista de Richard. Maldito Richard, ¡maldito ego suyo! ¿Qué retorcida versión de la historia le habría contado a Max? Probablemente la habría retratado con su estilo habitual, como una engreída sin la suficiente madurez para tener una relación adulta. Podía imaginárselo, guiñándole el ojo a Max. «Es sólo una advertencia, amigo. Los tipos como nosotros debemos estar unidos.»

—La seguridad formaba parte de ello —dijo. Si Max ya lo sabía todo, al menos podía intentar aclarar las cosas—. Acababa de terminar la carrera y no sabía si iba a poder salir adelante yo sola. Creí que le quería. —Suspiró—. Tengo un problema con el idealismo. Lo veo todo de color de rosa, eso es lo que pasa. Por esa causa, acabo malgastando mucho tiempo.

Max parecía escéptico.

—¿Y no te preocupaba la diferencia de edad?

—¿La diferencia de edad? —repitió Carly—. Nunca pensé en ella. Si acaso, creí que ayudaría. Los tipos de mi edad apenas estaban empezando, pero él estaba ya asentado. Me parecía que tenía mucho glamour y me tenía deslumbrada. No le conocía muy bien. En fin —añadió—, fue un gran error, pero, cuando me di cuenta de ello, era demasiado tarde.

—¿Qué quieres decir con demasiado tarde?

—Demasiado tarde para marcharme. No podía permitirme dejarlo. No tenía más remedio que seguir con el acuerdo y esperar hasta que... ¡Max, por Dios! ¿Qué pasa?

Max se había echado bruscamente hacia atrás en el asiento.

—¿Seguir con el acuerdo? —repitió.

—Pues, sí. Tenía que hacerlo.

—¿Y esperar hasta cuándo?

—Hasta que pueda llevarme mi dinero. Es una larga historia.

—¿Ah sí? —dijo Max, con un repentino tono frío en la voz—. Pues a mí me parece muy sencillo. A ver si te entiendo. ¿Te desengañaste y querías marcharte, pero, en lugar de ello, decidiste aguantar hasta conseguir la gran liquidación?

—Supongo que podría decirse así —respondió Carly despacio—. Pero no tuve mucho que decidir... Es decir, tenía que quedarme. Si lo hubiera dejado, habría perdido todo lo que había invertido hasta entonces. —Miró con curiosidad a Max. Parecía que se encontraba mal. Parecía casi enfermo—. Habría sido una estupidez marcharme —explicó— sólo porque mis sentimientos habían cambiado.

—Una estupidez —repitió Max.

—Bueno, sí. No era la situación ideal, pero sabía que sólo duraría unos pocos años más. En realidad no ha sido tan malo. A veces se pone desagradable, pero he aprendido a sobrellevarlo.

El rostro de Max se ensombreció como un nubarrón.

—Ya veo —dijo, mirando impávido a través del parabrisas.

Carly no entendía por qué estaba de repente tan enfadado. Sintió una pizca de culpabilidad: ¿estaba siendo injusta con Richard? Por la mala cara de Max pensó que debía de haber dicho algo inconveniente. Tal vez había parecido hiriente.

—Es un hombre brillante —se corrigió—. Eso es lo que primero me atrajo de él. Y supongo que le debo mucho...

—Sí —gruñó Max—. Desde luego que sí.

Así que era eso. Se trataba de un asunto de tíos, de defender lo suyo. Empezó a enfadarse.

—Espera un momento —dijo—. Creo que me merezco algo más de reconocimiento. Le habría resultado realmente difícil encontrar otra compañera que estuviera dispuesta a hacer la clase de cosas que yo...

—¡Por Dios! —exclamó Max con violencia. El coche viró bruscamente y Carly se agarró fuerte, asustada cuando él volvió a recuperar rápidamente el control—. Esto es increíble. Por favor, ahórrame los detalles. De verdad, no quiero saberlos.

Carly se quedó mirándolo.

—Muy bien, lo siento.

—Yo también —dijo él en tono grave.

Siguieron en el coche en silencio, hasta que Carly ya no pudo aguantarlo más.

—Sólo quería que oyeras mi versión de la historia —dijo—. No entiendo por qué estás tan disgustado.

—No estoy disgustado.

—Es evidente que algo te ha molestado.

El asía el volante con fuerza.

—Mira —dijo al final—. No tengo ni idea de por qué de repente estás siendo tan franca conmigo, pero voy a corresponderte. Me has pillado por sorpresa. Había empezado a pensar que eras otra clase de persona.

—Oh —dijo Carly, confundida—. Bueno, supongo que soy simplemente yo.

—Deberías haber seguido con tu estrategia anterior. Habría sido mucho más generoso contigo si me hubieras convencido de que le querías. Pero ahora, por alguna incomprensible razón, me dices que no es así y que has estado dispuesta a venderle años de tu vida a un hombre que te resulta desagradable.

—¿Y qué se supone que debía hacer? —preguntó Carly—. Quería irme, pero no podía. No puedo. Tal vez tú no comprendas lo que es preocuparse por el dinero, pero yo sigo pagando mis créditos de estudiante. Y luego están el alquiler, el seguro, las reparaciones del coche y..., y las facturas de los gastos de la casa... ¡Y para cuando he pagado todo eso, me conformo con que me quede para comer! Ese dinero es la única seguridad que tengo. Me pertenece. Me lo gané.

—Es una forma de ver las cosas —dijo Max—. Pero te diré algo, Carly. Puede que creas que el dinero vale la pena, pero no es así. Y contarme todo esto ha sido un error muy grande por tu parte.

—Oh —dijo Carly acalorada—. Eso es muy injusto. No tienes derecho alguno a juzgarme por ser práctica. No tenía elección. No hasta ahora, con el regalo de Henry.

—Con la liquidación, quieres decir, ¿no? Supongo que, en tal caso, ha merecido la pena. Supongo que si vas a vender tu cuerpo, Henry Tremayne es el hombre adecuado. Pero dime, Carly, ¿estás disponible para cualquier mina de oro potencial, o sólo haces acuerdos con ancianos solitarios de ochenta años?