Capítulo 19

Megan arrojó la revista a un lado y se puso en pie por enésima vez esa noche. Cruzó el salón y se dirigió a su dormitorio, despojándose de la bata de seda por el camino. Se vistió con unos vaqueros limpios y una camiseta a toda velocidad porque si se paraba a pensar en lo que estaba haciendo se echaría atrás.

El Blue Lagoon se hallaba ubicado en el Triángulo Dorado, muy cerca del Enquirer. Como no había tráfico a esas horas de la madrugada, tomaría la autopista y en un cuarto de hora estaría allí. Lo que no podía predecir era el tiempo que le llevaría convencer a Jim de que dejara de beber y se marchara a su casa. Con suerte, estaría de regreso antes de una hora, no deseaba verse forzada a darle explicaciones a Derek. Esa noche no, sólo quería que la estrechara entre sus brazos y que le hiciera el amor.

Megan accionó el mando a distancia para elevar la puerta del garaje y los faros de un coche que accedía a su jardín la deslumbraron.

Era un Pontiac GTO azul plateado.

Megan perdió el impulso y se desinfló. La situación era totalmente injusta. Hacía cinco minutos ella estaba atractiva y medio desnuda, esperando fervientemente a que Derek concluyera su trabajo en comisaría y apareciera. Si hubiera llegado un poquito antes se habrían encerrado en su dormitorio y no habría oído el maldito móvil. Pero era demasiado tarde para echar marcha atrás porque aunque quisiera, y quería, no podía obviar la llamada de Sam Clyde.

Derek salió del coche y se la quedó mirando bajo la lluvia, con las manos apoyadas en las caderas y la expresión interrogante. Megan exhaló un suspiro de derrota y le hizo un gesto con la mano para que entrara en el garaje y se resguardara de la lluvia.

—¿Qué haces? —Derek cruzó lentamente el jardín sin importarle que la incesante llovizna le mojara la ropa seca—. ¿Vas a algún sitio?

Derek se detuvo bajo el umbral de la puerta. Su cuerpo era ahora una enorme silueta oscura recortada contra la lluvia plateada que caía sobre su jardín.

—No tardaré mucho en regresar, mientras tanto, puedes esperarme dentro —le indicó, sin mucha convicción—. ¿Qué tal el interrogatorio? ¿Ha confesado Cole que asesinó a Emily?

—Son las dos de la madrugada. ¿Se puede saber adónde vas? —Su voz sonó hosca y Megan temió que se avecinara una nueva discusión.

—Hablaremos de eso en cuanto regrese.

A Megan le tembló la mano cuando abrió la portezuela del coche pero no le dio tiempo a meterse dentro. Derek cruzó el garaje en dos zancadas y cerró bruscamente la puerta del Viper. Megan dio un respingo.

—Contéstame.

Ella no podía ver con nitidez su rostro, pero un débil destello de sus ojos azules, tan fríos ahora como la lluvia que mojaba sus ropas, le indicó que era mejor contarle la verdad. Pero ¿por qué temía tanto hacerlo? La razón era evidente: porque él no lo entendería. ¿Pero acaso podía culparle cuando ni ella misma lo hacía?

—He recibido una llamada de un tipo que… —Movió una mano en el aire y decidió ir al grano—. Jim está mal. El imbécil de Hugh ha debido de ponerle al corriente de las infidelidades de Keiko y ahora está emborrachándose en un bar. Sé que no es asunto mío y que debería dejarlo pasar, pero me sentiré culpable si no trato de hacer algo.

—Hay cosas que no necesitan que tú interfieras y ésta es una de ellas. Deja que se arregle con su mujer, tú no tienes nada que ver en esto.

Derek se acercó tanto que Megan sintió su calor en contraste con las ropas mojadas.

—Volveré enseguida. Sé que puedo convencerle de que deje de beber y se marche a casa.

—¿Acaso no tiene a nadie que acuda en su rescate salvo a la mujer a la que olvidó cuatro meses después de largarse a Japón?

Megan no podía creer que de sus labios hubieran salido palabras de una crueldad tan extrema. Ella ya tenía los ojos acostumbrados a la oscuridad y le pareció detectar que Derek se había arrepentido inmediatamente de lo que había dicho. Pero no se disculpó, su semblante permaneció invariable, duro y ominoso. Megan le lanzó una mirada airada mientras él indagaba en la suya. Le apetecía contestarle como se merecía y empujarle para que se retirara, pero no hizo ni una cosa ni la otra.

—No voy a dejarle en la estacada. —Alzó la barbilla tercamente—. Ahora apártate de mi camino y deja que me vaya.

—Iré contigo.

—No, no vendrás.

—No pienso dejarte sola después de lo que te ha sucedido.

—Esto es asunto mío, no tuyo —le dijo con acritud.

Ella estaba decidida a tener una pelea si las cosas iban más lejos, Derek lo notaba en su rabia a duras penas contenida. Su pecho se agitó y sintió su respiración acelerada. No era ésa la manera que Derek tenía pensada de robarle el aliento.

—Sube a mi coche —le dijo él.

—No voy a hacerlo.

—Podemos hacer esto de dos maneras distintas. A tu manera o a la mía. Te aconsejo que lo hagamos a la mía.

Megan ya le conocía lo suficiente como para saber que era capaz de ponérselo muy difícil si no le obedecía. Para ser sincera, estaba física y moralmente cansada para resistirse, por lo tanto, asintió levemente, con los labios apretados, y le siguió hasta su coche.

Durante el trayecto Megan no le dirigió la palabra, sólo despegó los labios para indicarle la dirección exacta del Blue Lagoon. Tenía la vista fija en el limpiaparabrisas que se deslizaba una y otra vez sobre la luna delantera para apartar el aguacero.

Derek volvió la cabeza hacia ella un par de veces pero tampoco dijo nada. Sobre el rostro pálido de Megan, que evidenciaba señales importantes de fatiga, las gotas de lluvia que dibujaban formas en el cristal parecían imprimir una caricia. Estaba celoso. No iba a reconocerlo pero lo estaba. Sin embargo, no la acompañaba por ese motivo, sino porque aunque ella quisiera aparentar que era fuerte y que podía con todo el peso que quisieran cargarle sobre los hombros, Derek sabía que estaba a punto de desmoronarse. La actividad la mantenía alejada del límite de sus fuerzas, pero cuando todo acabase él quería estar a su lado para sostenerla.

—Lamento lo que he dicho hace un momento —dijo Derek al fin, con la vista fija en la carretera.

—Ha sido muy cruel.

—Lo sé. —Derek llevó la mano hacia su rodilla y le dio un suave apretón—. Y lo siento.

Megan le miró por primera vez desde que se habían subido al coche. Los ojos de Derek rezumaban franqueza y también le pedían perdón, pero Megan se limitó a asentir.

—Cole sostiene que no fue él quien asesinó a Emily. Ha reconocido, por el contrario, el resto de cargos de los que se le acusa. Lleva colaborando con Helsen y Harris desde hace tres años —le explicó. Megan no dijo nada pero sabía que le escuchaba con los cinco sentidos—. Un compañero sigue interrogándole y otros están registrando su casa en este momento. Debo de haberme vuelto un blando porque en lugar de hacer mi trabajo he decidido tomarme la noche libre porque no podía dejar de pensar en estar contigo.

Un gesto trémulo la delató y Derek también se dio cuenta de que había contenido la respiración. Por lo demás parecía una estatua sobre la que rebotaran sus palabras. Derek soltó la mano derecha del volante para buscar la de Megan en la oscuridad. La halló sobre su regazo, fría e inerte, y Derek entrelazó los dedos a los suyos y se la llevó a los labios. La besó en el dorso y luego la sostuvo un momento contra su áspera mejilla, hasta que ella notó que regresaba el calor a sus propias mejillas. Cuando le devolvió la mano volvía a estar caliente, como si le hubiera reactivado la circulación sanguínea. Estaba enamorada de él. Locamente enamorada, además. Y lo estaba desde el principio, desde el mismo instante en que aguardó junto a ella mientras vomitaba en el baño de Emily. Sonrió para sus adentros, no fue un momento romántico precisamente, pero vaticinaba que él estaría siempre a su lado.

—¿Cuál es tu opinión? —inquirió Megan.

—¿Respecto a qué?

—Respecto a si Cole lo hizo o no.

—Es pronto para decidirlo.

—Cole estuvo a punto de matarme. —La mandíbula de Derek se tensó al recordarlo.

—Todavía no tenemos pruebas.

—Yo no las necesito —dijo con frialdad—. Sé que lo hizo él.

Derek también lo creía, pero guardó silencio. Estaba demasiado acostumbrado a seguir el protocolo. Todo el mundo era inocente hasta que se demostrara lo contrario.

Llegaron a la puerta del Blue Lagoon en la tranquila calle Graeme. Pittsburgh dormía y sólo se movía el aire que fustigaba la lluvia y las copas de los árboles. La luz azulada del letrero de neón se reflejaba sobre la oscurísima superficie de un charco que había en la entrada. Derek aparcó el Pontiac GTO sobre él y las ruedas impulsaron el agua estancada hacia arriba, mojando los cristales de las ventanillas de Megan.

—Quiero que te quedes aquí —le dijo ella con la voz calma, intuyendo cuál sería su respuesta antes de que abriera la boca.

—¿Te preocupa que me comporte como un novio celoso? —dijo con tono jocoso.

—No, ni se me había pasado por la cabeza que tú… —Se dio cuenta de que sonreía—. Quiero que te quedes al margen de esto, es un asunto privado.

—No voy a inmiscuirme, pero tampoco voy a quedarme aquí. Entraré y me mantendré apartado. Me tomaré una cerveza mientras tú resuelves tus asuntos. ¿Te parece bien?

Sus palabras eran llanas, sin propósitos ocultos, y su tono dulce y afectuoso derribó las reservas de Megan.

—No va a pasarme nada. Estoy bien —dijo, conteniendo las ganas de acercar los labios a los suyos en busca de su calor y energía—. Vamos.

Megan corrió el corto trecho hacia la entrada del bar para guarecerse de la lluvia, pero llovía con tanta fuerza que se le mojaron la cabeza y los hombros. De nada sirvió que se esmerara en estar más atractiva porque la lluvia logró arruinar su cabello. Derek, por el contrario, con las ropas mojadas y el agua recorriendo en regueros su rostro todavía severo, tenía un aspecto fiero y completamente excitante. Incluso el puñetazo que le propinó Cole en la mandíbula, que se había hinchado ligeramente y presentaba un aspecto entre rojo y violáceo, le resultaba atractivo.

En el Blue Lagoon apenas había clientela, pues eran pocos los bares que entre semana permanecían abiertos hasta la madrugada y pocas las personas que los frecuentaban. Haciendo honor a su nombre, un enorme letrero reflectante de una inmensa laguna azul presidía la zona que había situada detrás de la barra, y las botellas de alcohol y los vasos estaban teñidos de diferentes tonalidades de azul. En general, el bar tenía un aspecto muy elegante y relajante.

Megan vio a Jim casi al instante. Estaba de pie junto a la barra con un vaso de una bebida de color ámbar entre las manos. Suponía que era whisky.

—Esperaré allí.

Derek señaló la otra parte de la barra, que estaba lo suficientemente alejada como para no interferir. Estaba preocupado por Megan, había sido un absoluto martirio separarse de ella en las últimas horas. Mientras se cursaban las denuncias correspondientes y se llevaban a cabo los interrogatorios a los detenidos, Derek se había preguntado un millón de veces cómo se encontraría. Había pasado por una experiencia muy traumática y aunque ella quisiera dar la sensación de entereza, había signos inequívocos en su cara que decían todo lo contrario. No tenía color en el rostro y sus ojos, habitualmente chispeantes y claros como un día de verano, estaban ensombrecidos y opacos, perdidos en oscuros pensamientos.

Se quedaría con ella hasta que desaparecieran todos esos signos. Derek los borraría con sus besos.

Pidió una cerveza para templar sus propias emociones y se esforzó por respetar su intimidad. Podía verla si volvía la cabeza, pero decidió entretenerse con el televisor que en ese instante retransmitía un partido de béisbol en diferido.

Megan se acercó a Jim por la espalda. El periodista también estaba empapado y tenía los brazos apoyados sobre la barra, con los hombros caídos como si cargara con un enorme peso sobre la espalda que le obligara a curvarlos. Parecía como si hubiera caminado durante horas bajo la lluvia. Tenía toda la ropa arrugada y adherida a la piel. No necesitaba preguntarle para saber lo que ocurría. En cuanto recibió la llamada de Sam supo que Jim bebía para olvidar, pero ahora que lo tenía delante daba la sensación de que más bien pretendía ahogarse. Vio que arrimaba el vaso hacia Sam una vez más, pero el camarero negó con la cabeza y puso la botella de whisky fuera de su alcance.

—Ya está bien por hoy. Lárgate a casa —insistió por enésima vez.

—Te pago para que me sirvas, así que trae la maldita botella, Sam —gruñó con la voz torpe y ronca.

Sam suplicó a Megan con la mirada y ella asintió.

—Jim.

Apoyó una mano sobre su hombro y Jim dio un respingo. Cuando la vio sonrió pero no dijo nada, se limitó a tomar el vaso de whisky para beber su contenido de un solo trago. Pero el vaso ya estaba vacío.

—Disculpa si te he molestado pero no sabía a quién llamar —le dijo Sam—. Llévatelo de aquí, ha bebido lo suficiente como para tumbar a un elefante.

—No hables de mí como si no estuviera delante, viejo gordo. Quiero que me sirvas otro. —Depositó el vaso vacío con brío sobre la barra y los ojos del camarero le miraron con tristeza.

Megan alzó una mano hacia el camarero para indicarle que la dejara maniobrar a ella y, a continuación, tomó a Jim por el brazo y le obligó a que la mirara.

—Jim, vámonos a casa —le dijo con suavidad, consternada por su deteriorado aspecto.

Estaba borracho pero todavía conservaba cierta lucidez. No se tambaleaba pero tenía la voz pastosa y los ojos brillantes e hinchados, como si hubiera estado llorando durante varias horas.

—¿Qué diablos haces aquí?

—Eso no tiene importancia. Quiero que cojas tus cosas y que nos marchemos. —Megan señaló el móvil y las llaves que había sobre el mostrador—. Te acompañaré a tu casa.

—¿A mi casa? —soltó una carcajada—. Ya no tengo casa.

—Entonces hablemos, Jim, por favor. —Su mano se afianzó sobre su brazo al tiempo que le mostraba una mesa vacía.

—No tengo nada de lo que hablar. Sólo quiero que me dejéis en paz.

—Hazle caso a Megan o de lo contrario cerraré el bar para ti —le advirtió Sam con la mirada dura—. Sabes que no es la primera vez que echo a un borracho del Blue Lagoon.

—No estoy borracho —protestó—. Y no tienes lo que hay que tener para echarme de aquí.

—No me pongas a prueba.

Sam hablaba en serio y Jim debió de percibirlo, porque finalmente, aceptó la sugerencia de Megan y se dejó guiar por ella. Megan buscó a Derek con la mirada y se sintió agradecida al comprobar que no les estaba mirando. Así no podría ver lo abrumada que estaba.

Los ventiladores del techo se movían en círculos para airear y refrescar el ambiente, pero Megan sintió frío cuando pasó bajo ellos y deseó estar metida entre las sábanas, con el cuerpo caliente de Derek tendido a su lado. Había quien se sentía peor, pensó, mientras observaba a Jim tomar asiento. Se sentó junto a él y buscó su mirada huidiza y acuosa.

—¿Qué es lo que ha sucedido?

Jim se pasó los dedos entre los cabellos húmedos y apelmazados y se sostuvo un momento la cabeza entre las manos. Habló en esa postura, con la voz ahogada por el alcohol y la desdicha.

—No te hagas la ingenua, no lo soporto. Todo el jodido mundo sabe lo que pasa, he sido yo el último en enterarse.

—Lo siento.

Megan posó suavemente la mano sobre su hombro y éste se tensó. Con un movimiento de rechazo le indicó que no quería su compasión.

—Hugh te lo ha dicho, ¿verdad? —preguntó Megan.

Jim hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Megan creía que era mejor que Jim hubiera terminado por enterarse, aunque no de aquella manera tan detestable. Jim alzó la cabeza, tenía la mirada perdida y los labios apretados. Permaneció unos segundos sin despegarlos, después movió la cabeza lentamente y esbozó una amarga sonrisa.

—Keiko se estaba tirando a un policía. ¿Has visto las fotos? —la miró un momento—. No tienen desperdicio.

Maldito Hugh, pensó Megan. ¿Cómo podía haberle enseñado las fotografías? Sin duda se vengaba por todos aquellos años de trabajo en común en los que Hugh hubo de acatar las órdenes de Jim que, en aquel entonces, era su superior.

—Necesitas ir a casa y dormir. —No había mucho más que Megan pudiera hacer por él salvo aconsejarle que dejara de beber y que se metiera en la cama—. Sobrio y descansado podrás enfrentarte a esto, así no, Jim.

—Te equivocas. Necesito emborracharme hasta perder el sentido. —Le lanzó una mirada cargada de recelo—. Hasta que no pueda recordar el nombre de esa maldita zorra adúltera. Hasta que no pueda recordar ni el tuyo.

Megan tardó un segundo en procesar lo que Jim acababa de expresar. ¿Acaso el tiempo transcurrido y el nuevo amor no le hicieron superar por completo el fin de su relación? Temía indagar en ello, esperaba que esas palabras sólo fueran delirios de su mente empapada por el alcohol.

—No voy a dejarte aquí para que remojes tus penas en whisky. Esta noche casi pierdo la vida. —Su voz se endureció y como Jim no la miraba, Megan le apretó la muñeca—. Mírame —le exigió. Con gran esfuerzo Jim volvió sus ojos enrojecidos hacia ella—. El policía que ha estado viéndose con tu mujer ha tratado de matarme esta misma noche. —Le enseñó las marcas rojas todavía visibles en su cuello—. Pero no permitiré que eso me hunda y tú tampoco debes consentirlo.

Consternado, Jim deslizó la vista por las magulladuras que Megan le mostraba.

—¿Estás bien?

—No —le dijo con sinceridad—. ¿Cómo puedo estarlo?

Jim asintió.

—¿Sabes? Hugh ha disfrutado dándome la noticia. —Se frotó la cara con las palmas de las manos—. Ha disfrutado el muy bastardo —repitió en una monótona letanía.

—Ya le conoces. Siento que hayas tenido que enterarte así.

—Ahora mismo tengo una imagen tan patética de mí mismo que no soporto ni escuchar mi propia voz. Ella no estaba realmente enamorada de mí. —Las lágrimas acudieron a sus ojos pero Jim respiró hondo para serenarse y éstas desaparecieron. Después la miró a ella—. ¿Qué es lo que hice mal?

—No hiciste nada mal, Jim. Hay personas que anteponen el trabajo a las relaciones personales, pero eso no significa que Keiko no te quisiera.

—No hablo de Keiko —le dijo—. Hablo de ti. De nosotros.

Jim le arrebató las palabras y la arrojó a un pozo de confusión. Megan le miró con las cejas ligeramente arqueadas, esperando a que él se explicase. Por un lado, quería saber a qué obedecía aquella repentina pregunta que encerraba tanto significado pero, por otro, no deseaba saberlo.

—¿Te hubieras casado conmigo si no me hubiera marchado a Japón?

Megan sintió que el frío era ahora más denso, como si la temperatura del local hubiera descendido como mínimo cinco grados.

—Ya han transcurrido dos años de eso, no creo que nos convenga…

—Me siento como si hubiera sucedido ayer mismo —la atajó—. Y necesito saberlo. ¿Qué fue lo que te apartó de mí? ¿Fue mi marcha a Japón o fue el anillo?

Megan extendió las palmas de las manos sobre la mesa y las miró pensativa. Tenía los ojos de Jim clavados en ella, y su silencio opresivo le exigía una respuesta que ella no sabía expresar. Retrocedió al día en el que sus mundos se separaron, al momento en el que Jim aceptó que Megan no le acompañara aunque le pidiera matrimonio. En su fuero interno, Megan deseaba creer que la respuesta a esa pregunta se hallaba en Japón y no en el anillo de compromiso. Pero, aunque pudiera bosquejar una mentira piadosa para Jim, no podía engañarse a sí misma.

Los ojos verdes de Jim se ensombrecieron y Megan sintió pinchazos en el estómago y un terrible cansancio físico y psíquico. Creía que hacía mucho que habían atado los cabos sueltos entre los dos, que no tendrían que volver a recordar nunca más aquello que les había hecho daño.

—No lo sé. —Su voz fue un susurro entrecortado.

—Yo sí lo sé. —Jim la tomó por la barbilla y la obligó a alzar la cabeza hacia él. No quería perderse detalle de su reacción—. No me amabas, al menos no me amabas como yo a ti.

Megan cerró los ojos un segundo. El olor a whisky de su aliento la mareaba tanto como las verdades que salían de sus labios y que no deseaba escuchar. Dada su templanza y su carácter reservado, Jim siempre calló y aceptó los hechos con deportividad. Sin embargo, la bebida se encargó ahora de que las palabras silenciadas durante esos años vieran finalmente la luz.

—Respóndeme —le exigió, con los dedos todavía apretando su barbilla—. ¿Te hubieras casado conmigo de no ir a Japón?

Megan vaciló y Jim debió de leer la respuesta en su mirada porque de repente su rostro se crispó y sus ojos brillaron con un nuevo furor.

—No lo habrías hecho, te habrías alejado igualmente de mí.

Ella no pudo tolerar cargar con toda la culpa. No, seguramente tampoco se habría casado con Jim aunque hubieran sido otras las circunstancias, pero él tampoco se pasó los meses llorándola por los rincones.

—¿En serio me querías tanto como dices, Jim? Te casaste con Keiko cuatro meses después de marcharte de Pittsburgh.

Megan no empleó un tono acusatorio, pues no necesitaba que se justificara como él la estaba obligando a hacer. Pero Jim se lo tomó como tal y su voz se alzó por encima del sonido ambiente.

—¡Estaba destrozado! —Su puño se cerró sobre la mesa y Megan giró la cabeza para desasirse de sus dedos que todavía la tomaban por la barbilla—. Keiko me recordaba muchísimo a ti. Su belleza, su inteligencia, su osadía… ¡todo! —Su saliva la salpicó y Megan sintió una profunda tristeza—. Os apasionaba el mismo trabajo. Erais idénticas salvo en una cosa: ella sí estaba dispuesta a casarse conmigo.

Por el rabillo del ojo, Megan percibió que Derek cambiaba de postura. El exabrupto de Jim había llegado a sus oídos y la observó desde la distancia para asegurarse de que todo iba bien. Megan inclinó suavemente la cabeza y Derek volvió a centrar la atención en el televisor.

Sin embargo, las facultades de Jim no estaban tan mermadas como Sam había dicho y el intercambio de miradas entre ella y Derek no le pasó inadvertido.

—¿Has venido con el poli? —preguntó, sin apartar los ojos de Derek.

—Sí.

—¿Vas en serio con él?

Megan no sabía hacia dónde les conducía su relación. Ya había dado un paso importante al reconocer que estaba enamorada de él, pero no sabía cuáles eran los sentimientos de Derek.

—No lo sé —vaciló.

—Yo creo que sí. Te ha mirado como si le pertenecieras —dijo, con el rostro desencajado—. Creo que debería charlar con él, de hombre a hombre.

Jim se levantó pero Megan le sostuvo por la muñeca y tiró de él.

—¿Qué pretendes?

—Acabo de decírtelo.

Jim dio un traspié cuando echó la silla hacia atrás pero enseguida se recompuso. Liberó su mano de la endeble prisión de la suya y echó a andar hacia Derek. Megan se levantó de inmediato y le siguió consternada. En su estado, Jim era capaz de decir cualquier cosa y sus temores se hicieron realidad cuando llegó a la altura de Derek.

—Pareces un buen tipo y no tengo nada contra ti —comenzó Jim—. Precisamente por eso quiero advertirte de que esta chica está defectuosa. Mejor que lo sepas ahora que más tarde, cuando te dé la patada como me la dio a mí.

Zaherida, Megan se preguntó por qué en el pasado no supo ver el rencor que ahora expresaban sus ojos. Ella sabía lo que dolía ser abandonada por alguien a quien amas y cada una de sus palabras se trasformaron en un mazazo contra su alma.

Imperturbable, Derek se levantó de su taburete y observó a Jim mientras Megan se mantenía un paso atrás. Ella tenía los ojos húmedos y la piel de gallina, y ya no tenía fuerzas para enfrentarse a aquel día. Parecía pequeña e indefensa. Frágil y vulnerable. Y Derek quería recomponerla hasta que volviera a sonreírle.

Megan ya había tirado la toalla y contemplaba la escena sin interferir, permitiendo que Jim expresara todo cuanto deseara.

—Todos estamos defectuosos de alguna manera y ahí es donde radica el verdadero atractivo de las personas. A mí me gusta Megan tal y como es. —La miró y leyó en sus ojos, descifrando los mensajes encriptados que albergaba su corazón. Y lo incluían a él.

—Te hará perder el tiempo —insistió Jim—. Creerás que quiere pasar el resto de tu vida contigo pero cuando le muestres la cajita con el anillo dentro saldrá corriendo. Es una inválida emocional. —Volvió a repetir la odiosa frase con los labios rígidos. El sudor cubría su rostro crispado—. Te he ofrecido un consejo desinteresado, amigo. Tuya es la elección de tomarlo o no.

—Prefiero cometer mis propios errores.

—Que así sea.

Jim giró sobre sus talones y emprendió el camino hacia la puerta. Cerca de la salida tropezó con una silla que le hizo perder el equilibrio, pero se irguió rápidamente y abrió la puerta con brusco ademán. Megan le siguió hasta la salida pero la lluvia se lo tragó en cuanto cruzó la calle. Derek se unió a ella y el chaparrón volvió a empaparles una vez más.

—Déjale ir. Necesita estar solo —le dijo, sosteniéndola por los brazos—. Ha recibido un duro golpe y lo ha pagado contigo. Recapacitará en cuanto se le pase la borrachera. —Movió las manos sobre su gélida piel e inspeccionó su rostro angustiado—. Vámonos a casa, ha sido un día muy largo.

De manera casi inapreciable, Megan asintió con la cabeza, se tragó las lágrimas y se dejó llevar por Derek, que aceleró el paso hacia el coche con ella aferrada a su cuerpo.

La lluvia tamborileaba contra la carrocería por encima de sus cabezas y a Megan le pareció un sonido reconfortante, tanto como las últimas palabras de Derek. Aquel «vámonos a casa» le sonó a música celestial y la sacaron del pozo al que había caído tras escuchar las duras palabras de Jim.

«Es una inválida emocional.»

La primera vez que le escuchó decírselo casi le creyó, pero ahora no, nunca más. No lo era, su capacidad para sentir era infinita, como el amor que sentía hacia el hombre que había a su lado. Megan le miró de soslayo y sus emociones se afianzaron. Luego apoyó la cabeza sobre el asiento y cerró los ojos.

Derek tomó el camino hacia su casa, evitando la autopista y conduciendo por calles oscuras, desiertas y bañadas por el manto de la lluvia. Eran las tres de la madrugada y su cuerpo también acusaba un cansancio debilitante, pero estaba más pendiente de Megan y de sus reacciones que de las suyas propias. Parecía dormida aunque Derek sabía que no lo estaba. La dejó descansar en silencio durante unos minutos, luego le habló con la voz susurrante.

—¿Quieres hablar?

Megan movió la cabeza.

—No. Lo que quiero es cambiarme de ropa y entrar en calor —musitó—. Gracias por haber estado ahí.

—Siempre voy a estar ahí —dijo él, como si acabara de dictar una sentencia.