Capítulo 8

Fuera ya se había marchado casi todo el mundo a excepción de un par de agentes que hacían el turno de noche. Derek se despidió de ellos con tono austero y Megan sintió que la traspasaban con la mirada. Escuchó risitas a su espalda y un murmullo de palabras de dudosa moralidad que iban dirigidas a ella. Derek arreció el paso pero el de Megan se aflojó a medida que la sorpresa y la indignación hicieron presencia. Aquello no podía estar sucediendo, debía de ser una broma de mal gusto el convertirse en objeto de comentarios vulgares. Su vestido era descarado, lo reconocía, pero por el amor de Dios, estaba en una comisaría de policía y no en una obra rodeada de albañiles.

Justo cuando tenía intención de pararse en seco y enfrentarse a ellos, Derek se anticipó a sus propósitos y la agarró por el antebrazo. Después la obligó a que le siguiera hasta la salida. Megan protestó pero Derek no le hizo ni caso.

Había poco movimiento en la calle y ya había anochecido. La brisa húmeda procedente del río refrescaba el intenso calor del día y el ambiente estaba perfumado con el olor de las magnolias de un jardín cercano.

—¿Dónde tiene el coche? —le preguntó Derek con acritud.

—En el aparcamiento público —contestó muy seria—. Me parece muy poco profesional que el cuerpo de policía de esta ciudad se comporte como si estuviera en un burdel.

—¿Y qué quiere? Lleva un vestido que apenas le tapa el culo.

A ella se le abrieron los labios pero volvió a cerrarlos sin soltar el insulto que había estado a punto de estamparle en las narices. Procuró tranquilizarse.

—¿Está juzgando mi forma de vestir y justificando la conducta de sus compañeros?

—Por mí puede vestirse como le plazca, señorita Lewis.

Derek cruzó la calle en dos zancadas y Megan aceleró el paso para mantenerse a su lado. Tenía la sensación de que la razón por la que Derek estaba tan furioso no se debía única y exclusivamente a ella. Pero que se fuera al infierno, no estaba de humor para seguir tratando con él.

—¿Sabe? Me da igual. No me importa lo que digan cuatro estúpidos policías. Y respecto a usted, es absolutamente intratable.

Aunque caminaban entre penumbras, Derek la miró a los ojos grises y descubrió un profundo malestar.

—Bueno, prefiero ser intratable a ser estúpido.

Cruzaron la calle y descendieron al garaje de la planta subterránea. Derek agradeció el repentino mutismo de Megan aunque sabía que su mente era un hervidero. Durante la última semana había estado trabajando una media de doce horas diarias y ya no le quedaban fuerzas para discutir con una mujer tan testaruda. Sabía que su silencio sería breve.

—Usted conocía a Emily Williams.

Megan no obtuvo una respuesta inmediata pero podía sentir que el malhumor de él fluía en la atmósfera del garaje, volviéndola más densa.

Derek sacó las llaves del coche de su bolsillo trasero. Estaba tan irritado que se le clavaron al cerrar la mano en un puño. Sin embargo, tenía la necesidad de dejar las cosas claras con ella. Megan era periodista y la experiencia le decía que no podía fiarse de ninguno de los de su gremio. No quería leer cómo se especulaba con su nombre en ningún periódico de la ciudad.

—Conocía a Emily, era amiga mía. Pero en lo sucesivo preocúpese de sus asuntos. Andan bastante revueltos.

—¿A qué se refiere?

El garaje estaba casi vacío y sumido en el silencio. Derek pulsó el botón del mando que desbloqueaba las puertas de su Pontiac GTO.

—Escuche, estoy realmente cansado y no me apetece continuar hablando de esto.

Derek quería evitarle la humillación. A pesar de su patético gusto con los hombres, Megan era buena persona y si llegaba a enterarse de que Cole le había contado a todo el mundo que habían tenido relaciones sexuales, ella se sentiría muy dolida. No había razón para hacerle pasar por eso. Además, no quería verse obligado a reconocer que su lío con Ben le sacaba de sus casillas.

—No puede decir lo que ha dicho y después lavarse las manos. Quiero que sea más explícito —dijo obstinada.

—No se está haciendo ningún favor.

—No quiero favores, agente Taylor. —Le miró ahora con franqueza—. ¿Qué ha querido decir con que mis asuntos andan revueltos?

—Jesús… —masculló.

Ahora sabía que ella no le dejaría ir hasta que se lo contara. Tal y como él lo veía, tenía dos alternativas: o bien le mentía o bien le decía la verdad. Si escogía lo último, tenía a su vez otras dos posibilidades: o se mostraba cruel o considerado.

Qué diablos, le diría la verdad y se la diría tal y como merecía.

—Si quiere que se la respete, primero debería saber con quién se acuesta.

Derek no esperaba que el asombro dilatara tanto sus pupilas que hasta hizo desaparecer el gris acerado de sus ojos. Esperaba otro tipo de reacción. Imaginó que primero habría un tácito consentimiento y que después se pondría como una energúmena.

—¿De qué demonios está hablando?

No, de ninguna manera se vería envuelto en líos de faldas que no le correspondían. La culpa era suya por haberse ido de la lengua, pero todavía estaba a tiempo de echar marcha atrás.

—Me largo a casa.

Intentó abrir la puerta de su coche pero Megan se interpuso en su camino. Con sus senos rozó su pecho un instante antes de que ella retrocediera un paso.

—¿Cole ha ido contando que nos hemos acostado juntos? —Obtuvo una respuesta implícita en su silencio—. ¡Maldito bastardo mentiroso! —Su rostro se encendió y de sus ojos saltaron esquirlas de hielo.

Derek le lanzó una mirada evaluativa. «¿Quién mentía de los dos?» El estupor de ella era tan elevado que la creyó. Sintió un inmenso alivio al descubrir que todo había sido una invención de su compañero. Por eso, el muy cretino había tardado dos días en hablar de la noche del sábado.

—Lo siento —dijo sin más.

—Con sentirlo no basta. Debió interrumpir los rumores.

—¿Que yo debí interrumpir los…? —Soltó una carcajada—. Disculpe, pero no soy adivino.

—Entonces tú también eres un estúpido por no haberte dado cuenta de que no es con Ben Cole con quien deseo…

Megan se paró en seco, horrorizada por lo que había estado a punto de decir. Ocultó sus ojos avergonzados de los de él y echó a andar con paso ligero para ocultarle su vergüenza. Ella nunca había sido tan precisa con un hombre y quería que se la tragara la tierra.

—Megan.

Ella no se detuvo, ni siquiera le contestó. Avanzó rápidamente hacia su coche al tiempo que buscaba las llaves dentro de su bolso.

—¿Qué haces entonces jugando a dos bandas? —La tomó por el brazo y la obligó a darse la vuelta—. Te vi con Ben y no había nada inocente en la manera en la que te dirigías a él.

Derek contuvo su rabia, había abierto un poco las compuertas y si continuaba hablando escaparía toda. Parecería que estaba loco de celos y detestaba darle esa impresión a ella. Pero así era como se sentía desde que los había visto juntos en el bar. Durante la tarde, mientras escuchaba a Ben, la ira había crecido tanto en sus entrañas que pensó que reventaría. Su mano se apretó más sobre el brazo de Megan.

—Yo no flirteé con Ben. Sólo fui amable porque pretendía sonsacarle información —se defendió—. Me estás haciendo daño.

En lugar de soltarla la atrajo un poco más hacia él. Sus muslos se rozaron levemente con los de Megan. La miró a los labios y supo que no aguantaría mucho más sin besarlos. Megan tenía la respiración agitada y su suave aliento le acarició la cara. Su piel despedía un fragante olor a vainilla que le tensó la entrepierna.

Megan forcejeó pero Derek cogió su mano y la colocó contra su pecho, sin soltarla. Ella comprobó que su corazón bombeaba tan frenéticamente como el suyo.

Después Derek aplastó su boca contra la suya y Megan se aferró a su camiseta porque se le aflojaron las piernas. Se besaron con urgencia, como si se les acabara el tiempo. Derek deslizó la lengua entre sus labios y buscó la suya. Se hundió en ella y probó su textura, exploró cada rincón jugoso y dulce con imparables embestidas. Megan le pasó los brazos por los hombros y dejó caer el bolso al suelo, necesitaba los brazos libres para aferrarse a él, para sentir su calor y su dureza. Su propio fuego se avivó y le ardió la piel al sentir sus manos acariciándole la espalda desnuda.

Los besos de Megan sabían mucho mejor de lo que había imaginado, superaban todas sus fantasías. Su dulce cuerpo femenino fue en busca de más y se alzó de puntillas contra él. En la tierna convexidad de su vientre, Derek halló un rápido y efímero desahogo para su dolorosa erección. Pero no fue suficiente y sus manos abarcaron sus pechos. Los pezones erectos se clavaron contra sus palmas y frotó los pulgares contra ellos. Abandonó su boca y probó la delicada piel de su garganta. En ella vibró un sensual gemido y él experimentó un instinto primario y febril por poseerla. Allí mismo. Con urgencia.

Sin dejar de besarla, sosteniéndola por las redondas y prietas nalgas, la condujo hasta su coche. De repente, Megan estaba sentada sobre el capó del Pontiac GTO, con la falda arremolinada en torno a su cintura como si fuera un cinturón, y con Derek metido entre sus piernas abiertas. Megan fue consciente de que la situación se les estaba escapando de las manos. Ella quería, deseaba tener sexo con él, pero no en medio de un aparcamiento, expuestos a la vista de cualquiera que pasara por allí. Se tensó y perdió la concentración, aunque su entrepierna actuaba por instinto y recibió placenteramente la caricia de él. Sus dedos se movieron por encima de sus bragas y su respiración se aceleró. Deseaba que sus dedos entraran en ella, que Derek entrara en ella, pero aquello estaba yendo demasiado rápido y Megan se asustó.

—Quizá… tal vez… deberíamos… parar —dijo, con la voz ahogada.

La húmeda cadena de besos que Derek dibujó a lo largo de su clavícula opinaba lo contrario. Megan perdió el sentido cuando liberó un pecho de su sujetador y succionó la areola con los labios, acariciando el pezón con la punta de la lengua. Se le cerraron los puños y contuvo un gemido. Observó cómo maniobraba su lengua sobre su pecho e hizo un esfuerzo por mantenerse erguida. Quería dejarse caer sobre la carrocería del coche, que sentía fría bajo su trasero desnudo, contrastando agradablemente con las ardientes manos de él, que ahora acariciaban la cara interna de sus muslos. El pulsátil deseo que latía entre sus piernas era como fuego líquido que hervía y demandaba su atención. Entonces supo que acabarían haciéndolo sobre el coche, ella no tenía convicción suficiente para oponerse. Le deseaba tanto que se moriría si se detenían ahora.

—Eres hermosa, Megan.

Los labios de Derek presionaron sobre los suyos y su lengua acarició su paladar. Asoló su boca y Megan saqueó la suya. El aire que flotaba en el garaje se había vuelto denso y cargado de cientos de sensaciones, casi irrespirable. Megan sacó su camiseta por la cinturilla de los vaqueros e internó las manos en su espalda. Tocó, palpó y apretó cada músculo, extasiada por su virilidad y su fuerza.

—Desabróchame los vaqueros —la apremió, al tiempo que capturaba el lóbulo de su oreja entre sus labios. Su ronco murmullo erizó su piel.

—Derek… —Intentó formular una réplica, pero sus manos habían decidido moverse con vida propia y acudieron a sus pantalones.

La miró a los ojos, parecían dos cubitos de hielo a punto de derretirse. Sus labios estaban hinchados y húmedos, y sus mejillas encendidas de pasión. Era tan sensual y exquisita que le hacía perder la razón. La sintió maniobrar con la hebilla de su cinturón y una mano ágil e impaciente se internó en su bragueta. Derek apretó los dientes cuando se apoderó de su pene. Megan cerró la mano en torno a él y lo acarició, seducida por su tamaño y su férrea dureza. Acarició la punta con la yema del dedo y movió la mano a lo largo de la enhiesta erección. Él soltó un ronco gruñido y la observó maniobrar. Su piel suave y tibia brillaba bajo la luz de los halógenos y tenía el mismo color de la miel. Deslizó las manos por sus sedosas piernas y clavó la vista en el triángulo blanco de tela que tapaba su entrepierna. Con la yema de los dedos recorrió el camino de su tierna hendidura y se detuvo en su clítoris. Megan se mordió el labio inferior para contener un gemido, que se escapó sin control cuando él presionó la diminuta protuberancia. Se miraron a los ojos brillantes de excitación, como buscando la mutua aprobación.

Derek tiró de los laterales elásticos de sus bragas y descubrió la intimidad femenina que quedó expuesta ante sus ojos. Era rubia natural, y la incidencia de la luz de los halógenos le indicó que estaba muy excitada. A Derek se le nubló la mente y obedeció al irrefrenable impulso de hundirse en ella. Sujetándola por las nalgas la penetró con decisión hasta el fondo de aquella cálida y estrecha gruta que envolvió su erección como si estuviera hecha a medida para él.

Megan profirió un gemido lastimero y sus manos se crisparon detrás de su nuca. Derek se retiró instantáneamente de ella, sin salirse de su cuerpo, escrutando sus profundos ojos grises con detenimiento.

—¿Te he hecho daño?

—No —negó ella con la cabeza—. Es grande, me gusta. —Y ahogó un gemido. Se sentía invadida, llena y completa. Abrió más las piernas y el dolor menguó.

Derek besó suavemente sus labios y se tomó un tiempo para que se acoplara a él, meciéndose lentamente sobre Megan, entrando y saliendo con tanta delicadeza que ella sentía como si alas de mariposa la acariciaran. Pero pronto fue insuficiente, y esa dulzura desembocó en una serie de besos apasionados y feroces. Los iris de Megan eran plata fundida y de sus labios entreabiertos brotaban suaves gemidos que incitaban a dar y recibir mucho más de ella. A Derek le pareció estar viviendo una fantasía. Estar íntimamente con Megan superaba tanto las expectativas que se sentía como si una cortina de irrealidad se interpusiera entre ambos.

Megan murmuró su nombre contra su boca y apoyó las manos en su trasero. Clavó las yemas de los dedos en sus duros glúteos, buscando y exigiendo. Su cuerpo suave y delicado se puso en tensión cuando recibió una serie de embestidas rápidas y profundas, y todas sus terminaciones nerviosas parecieron confluir entre sus piernas, donde una punzante y agradable sensación comenzó a tomar forma abriéndose paso entre sus carnes.

Ella repitió su nombre entre susurros. Su voz transfigurada por el éxtasis se había convertido en un ronroneo sugerente y gutural que arañó dulcemente cada una de sus fibras nerviosas. El deseo y la pasión corroían las entrañas de Derek. Estaba hipnotizado por la visión de su miembro entrando y saliendo repetidamente de ella, tan húmeda, estrecha y caliente que perdió el contacto con el fino hilo que todavía le mantenía unido a la realidad. Empujó con mayor énfasis y las caderas de Megan recibieron cada acometida como si nunca fuera suficiente. Su seno desnudo y liberado se movía al compás de sus recias penetraciones y Derek tomó su pezón enhiesto entre los dedos, maravillado al sentirlo fruncir entre ellos. Todo estaba cobrando un cariz desquiciante, nunca había perdido los estribos con una mujer hasta el punto de colocarse en una situación tan vulnerable. Megan suponía una continua invitación a transgredir todas las reglas.

Se salió de ella por completo y volvió a entrar empujando suavemente hasta donde su cuerpo le permitía. Repitió la operación unas cuantas veces, sin perder el contacto visual con sus ojos, que prometían cientos de placeres diferentes.

Megan arqueó la espalda y buscó con las caderas las de Derek, invitándole a que se uniera a ella sin vacilar cuando su cuerpo se volvía de ardiente líquido por dentro. Se mordió los labios y cerró los ojos. Su piel traspiraba y su pecho se movía convulsivamente en busca de aire. Abrió los labios húmedos por los besos y jadeó rompiendo el dique de su contención. Sus ojos le miraron en las sombras purpúreas y Derek fue en busca del placer que aguardaba cerca, con una expectación que hacía años no sentía. Se agitó sobre su cuerpo dispuesto y anhelante y emprendió una carrera descontrolada que incendió sus cuerpos y redujo todos sus propósitos a la consecución del éxtasis.

Megan se apoyó sobre los codos en el capó del coche y atrapó las caderas de Derek entre sus muslos. Su cuerpo estaba tenso como un arco, resbaladizo y hermoso sobre el fondo azul de la carrocería. Para lograr una postura más cómoda, Derek la alzó por los tobillos para que apoyara los pies sobre el coche. Con las piernas flexionadas, Megan recibió sus profundas embestidas. Éstas tocaban cientos de puntos sensibles que ignoraba que existían. Su mano, que tan rudamente había vapuleado su cuerpo cuando se encontraron a oscuras en la casa de su vecina, ahora se perdía entre sus muslos y acariciaba con dulzura su inflamado clítoris. La yema del pulgar presionó sobre él y se movió en círculos, mientras buscaba su mirada para absorber sus sensaciones. Sus gemidos femeninos e irregulares se transformaron en una sucesión rápida y entrecortada de jadeos. Las fuerzas la abandonaron cuando el placer, rápido y afilado como una flecha, atravesó sus húmedas entrañas. Sus piernas se pusieron rígidas y arqueó la espalda contra el capó.

Derek alzó su rostro y acalló sus fuertes gemidos con su boca. Su lengua la embistió de la misma manera que su pene lo hacía en su vagina. Ella le echó los brazos al cuello y se convulsionó bajo el peso de su cuerpo, en un largo e intenso orgasmo que aceleró los latidos de su corazón. Derek sintió las pulsátiles contracciones que abrazaban su erección y emprendió una carrera endiablada por conseguir su propio placer.

De repente, cuando se separó de sus labios para mirarla a los fascinantes ojos entornados, algo cambió en su percepción de los hechos. Sentía que lo que estaban compartiendo transgredía los límites de lo meramente físico hasta el punto de que, durante los segundos en los que estuvo derramándose dentro de ella, creyó que en algún lugar del camino había surgido un raudal de emociones que se había anexado a su alma.

Después de que el latigazo de placer le recorriera hasta los huesos, todo se volvió oscuro, denso, indefinible. Exhausto, Derek se dejó caer sobre Megan, que le acogió entre sus brazos amorosamente. Mientras él le acariciaba el seno desnudo y ella deslizaba los dedos entre sus cabellos, Megan pensó que todo había sido tan extraño e impropio en ella, que apenas sí se reconocía bajo su piel. ¿Cómo era posible que hubiera perdido la cordura de aquella manera? Allí, en medio de un garaje subterráneo y expuestos a los ojos de cualquiera a quien se le hubiera ocurrido entrar. La respuesta yacía sobre su cuerpo. Tener sexo con Derek había supuesto el acto más apasionado, irracional y necesario de toda su existencia.

Cuando Derek intentó incorporarse Megan le echó los brazos alrededor del cuello y sus rostros quedaron el uno frente al otro, encontrándose sus miradas en la suave penumbra que les rodeaba.

—No podemos quedarnos aquí —dijo él—. Estamos en un lugar público, puede entrar alguien en cualquier momento.

Ella asintió y Derek volvió a buscar sus labios enrojecidos que a su vez buscaron los suyos con mimo después de la explosión de placer. A Derek le hubiera encantado alargar la noche y hacer el amor con Megan una y otra vez. Aquello no había sido más que un preludio que había multiplicado el deseo que sentía hacia ella. Pero no era posible, debía regresar a casa junto a Martha.

Derek venció la resistencia que oponían sus brazos y se irguió. Tiró de una mano de Megan y la obligó a incorporarse. Después se abrochó los vaqueros mientras la mirada de Megan vagaba con incertidumbre sobre su cuerpo. Pasada la excitación su rostro se había cubierto de aturdimiento y Derek temió que ella estuviera arrepentida.

—¿Te encuentras bien?

Megan se arregló la falda y cogió las bragas y el bolso del suelo. Evitó mirarle mientras se arreglaba el pelo y Derek se percató de que le temblaban las manos.

—No soy la clase de mujer que… yo no suelo comportarme así.

—Lo sé —la interrumpió—. Tampoco yo.

Megan emitió un suave suspiro y Derek curvó las comisuras de los labios.

—¿Te preocupa que pensara lo contrario? —le preguntó él.

—Sí —dijo ella sin pensar—. Bueno, me preocuparía de cualquiera con quien… ya sabes.

En un vano intento de protegerse de él, Megan estaba tratando de restarle importancia a lo sucedido. Derek no replicó a pesar de que sabía que ella estaba actuando para enmascarar sus verdaderos sentimientos. Y lo cierto es que aquel encuentro sexual les había dejado a los dos fuera de juego.

—Claro —se jactó—. Ven.

—¿Cómo?

—Que vengas.

Ella no se decidía, así que Derek se aproximó a Megan, colocó las manos en su rostro y la atrajo hacia él. Después la besó larga y profundamente, y cuando se dio por satisfecho le puso fin a aquel beso que había vuelto a excitarles. Su respiración se había acelerado y ella jadeaba con las manos aferradas a sus muñecas.

—A mí, sin embargo, sólo me importa lo que pienses tú —le dijo, con la voz ronca y susurrante.

A ella se le atascaron las palabras y él acarició sus mejillas con la yema de los dedos.

—Buenas noches, Megan.

Derek abrió la puerta de su coche y entró en el vehículo. Arrancó mientras observaba el cuerpo inmóvil de ella y aguardó unos segundos a que se dirigiera a su coche. No pensaba largarse sin que Megan abandonara primero el garaje, pero permanecía impasible, como si su mente estuviera muy lejos de allí y no pudiera gobernar su cuerpo.

Tras aquellos segundos de indecisión ella reaccionó y echó a andar. Se volvió una sola vez e hizo un amago de sonrisa antes de meterse en su coche.

Conversaron alrededor de una hora sobre sus anteriores empleos y Megan no perdió el hilo de las mentiras que había tejido con tanto esmero y detenimiento. Harris se lo creyó todo y Megan respondió a todas sus preguntas sin vacilar ni un instante. Sin embargo, Jodie Graham tenía razón. Las fotografías que Megan llevó consigo junto con los formularios no eran las apropiadas.

—Las fotografías deben ser en lencería —comentó Harris, que se fumaba un enorme puro habano cuyo humo le cortaba a Megan la respiración—. Eve debió advertírtelo y así no habríamos perdido el tiempo ninguno de los dos.

—Puedo arreglar lo de las fotografías, pero necesito que me diga si tengo posibilidades de conseguir el empleo.

Harris hizo tamborilear los dedos sobre los formularios de Megan y la miró con gesto aprobatorio.

—Tiene un buen currículo, señorita Meyer, pero antes de prometerle nada necesito ver el material completo.

—Lo entiendo —asintió Megan.

Desde que había cruzado las puertas del despacho de Harris hacía una hora, a Megan la había invadido una extraña sensación. Tal vez se debiera a que era la primera vez que utilizaba una identidad falsa con el riesgo que ello podía entrañar, pero había algo más. Algo que no sabría definir.

La atmósfera del despacho era fría, como la mirada gris de Harris, y había algo en el tono de su voz que le causaba intranquilidad.

Megan se levantó del sillón de piel donde había tomado asiento y Harris la secundó. Él depositó el puro a medio consumir en un cenicero de cristal y le estrechó la mano. A ella la repelió su tacto frío y sudoroso, pero no más que la sonrisa que desplegó y que mostró unas fundas blanquísimas que le debían de haber costado una fortuna.

La acompañó hacia la puerta y Megan admiró el enorme acuario que adornaba la pared principal. Al percibir su interés, él le habló de su gran pasión por los peces tropicales y de que en casa tenía un acuario todavía mayor que el del despacho. Ella le escuchó con interés y su amor por los animales, aunque fueran peces, fue lo único que le agradó de aquel hombre.

Tenía que ponerse en contacto con Jodie Graham. Sería lo primero que haría en cuanto llegara al trabajo.

El sol de la mañana volvía de color dorado las olas azuladas y teñía de colores suaves las nubes dispersas que vagaban solitarias, pero la idea de posar en lencería le agrió tanto el humor que condujo abstraída, sin prestar excesiva atención al bonito paisaje que se extendía ante sus ojos al cruzar el puente Brady. Asumió que su carácter estaba sufriendo una sacudida emocional y que no se debía exclusivamente al asunto de las fotografías.

Esa mañana se había levantado de la cama tan atolondrada que hubo de tomarse un par de cafés bien cargados antes de su cita con Harris. No había dormido muy bien porque se despertó frecuentemente con el corazón alterado de emociones, reviviendo su encuentro con Derek con suma viveza y atesorando cada sensación como si necesitara grabarlo para siempre en su memoria. Había tenido el mejor sexo de su vida y, sin embargo, esa mañana se sentía especialmente apática.

Ese era un pensamiento que siempre estaba ahí y en el que no quería ahondar porque si lo hacía sabía que su vida se complicaría. Pero se sentía dividida y no lograba conciliar las dos mitades. Por un lado, deseaba fervientemente tener una relación con él, algo serio que no se basara únicamente en el sexo; pero, por otro lado, tenía miedo de perder la cabeza por Derek porque él era esa clase de hombre que tenía todos los ingredientes para conducirla a la locura.

Megan necesitaba conseguir una copia del informe forense y también quería saber cómo había ido el registro de la casa de Helsen. Esas dos cosas implicaban que debía parar de comerse la cabeza y actuar como una profesional. Tenía que ir a comisaría antes de ir al periódico.

Se puso música y tarareó para espantar una pregunta que se le formaba repetidamente en la cabeza, pero no lo consiguió. ¿Qué habría significado para Derek? ¿Habría penetrado también en su mente y no sólo en su cuerpo? Subió el volumen y cantó a pleno pulmón para acallar las voces.

Cuando enfiló la calle Northumberland y vio el Porsche de Ben Cole aparcado a una manzana, cayó en la cuenta de que iba a tener que enfrentarse a un obstáculo más. No estaba segura de si podría mirar a la cara al agente Cole y tragarse las palabras que él merecía escuchar. Optaba por ignorarle, pues sabía que la indiferencia era el peor enemigo de una persona con un ego tan desarrollado, pero su parte peleona le decía que debía darle un poco de su propia medicina.

Lo decidiría una vez dentro. Estaba segura de que sabría lo que debía hacer cuando le mirara a los ojos.

Avistó al enemigo en cuanto accedió a la oficina. Tenía el trasero apoyado en el borde de su mesa y leía unos papeles que sostenía con la mano izquierda. En la otra tenía una cucharilla con la que le daba vueltas al contenido de una taza de café. Imposible pasar de largo sin que la viera y, de todas formas, tampoco era eso lo que pretendía hacer. Spangler levantó la vista del teléfono y la miró con expresión burlesca, y otros compañeros también dejaron de hacer lo que estaban haciendo para clavar los ojos en ella.

A Megan le pareció volver a escuchar las risas y los murmullos a sus espaldas y ahora que sabía qué los ocasionaba, el corazón le latió de rabia.

Escuchó que Annabelle le preguntaba si podía ayudarla en algo, pero Megan la miró una sola vez y con cierto malhumor. Negó con la cabeza y tomó la decisión en cuanto los ojos castaños de Ben Cole se posaron sobre los suyos. No permitiría que su tamaño y su estatura la amedrentaran, por ello, recorrió el espacio que los separaba con aspecto sereno y los ojos fijos en los suyos.

—Eres un cretino, agente Cole —le dijo cuando estuvo a su altura.

—¿Qué diablos haces aquí? —masculló.

—¿No te alegras de verme? —Su tono se alzó un poco, lo suficiente para ponerle nervioso—. Estoy aquí para hablar con el agente Taylor y, de paso, para refrescarte la memoria sobre lo que realmente sucedió el sábado por la noche.

—¿Qué intentas hacer, putilla estúpida? —susurró furioso.

Cole la agarró fuertemente por el brazo y Megan abrió los ojos sorprendida por su fiera reacción.

—Suéltame inmediatamente —le exigió.

—Acompáñame a la salida sin despegar el pico o te buscarás serios problemas.

—¿Me estás amenazando? —No podía creerlo—. Escúchame, maldito idiota. Tú y yo no nos hemos acostado juntos.

Cole la zarandeó y la obligó a que se pusiera en movimiento. La arrastraría a la calle si era necesario. Sus compañeros parecían haberse convertido en estatuas que los miraban con los cinco sentidos afinados. El alboroto de la oficina había cesado abruptamente.

—Estás enfadada porque no te he llamado. —Alzó la voz—. Pero no es elegante que acudas a mi trabajo para tirarme de las orejas. Creía que tenías más clase.

La indignación asoló su cuerpo. Megan retrocedió un paso para no tener que compartir el mismo aire que respiraba él. Pero Cole la tenía bien aferrada del brazo y tiraba de ella hacia la puerta.

—¿El hombre que inventa sus relaciones sexuales para divertir a sus compañeros se atreve a darme lecciones de comportamiento? Planta los pies en la tierra, agente Cole. Tú y yo no nos hemos acostado juntos ni nos acostaremos jamás.

Sus ojos castaños brillaron con peligrosidad y sus labios se apretaron hasta formar una fina línea.

—¿Es eso cierto, Cole? —Spangler rompió en carcajadas y otros agentes le secundaron.

Gotas de sudor aparecieron por el nacimiento de su cabello y una vena palpitó furiosamente en su frente. Estaba lívido de rabia.

—No es más que una puta, una puta celosa y despechada que esperaba una llamada de teléfono que nunca llegó.

Megan hizo un último intento por desasirse pero Cole era mucho más fuerte que ella y cuanto más forcejeaba, con mayor fuerza la atraía hacia sí.

—Estás tan pagado de ti mismo que no aceptas que una mujer no quiera acostarse contigo ni siquiera por dinero —gimió, le estaba cortando la circulación.

—Hay que tener mucho valor para venir aquí a montarme el número, puta estúpida —le dijo junto al oído, retirándole el cabello con su furioso aliento—. Lárgate y no vuelvas si no quieres recibir lo que te mereces.

Un último empujón la situó junto a la puerta, pero Megan no iba a cruzarla a menos que él la obligara por la fuerza.

—He venido a hablar con el agente Taylor y no me iré a ningún sitio hasta que hable con él. —Volvió los ojos hacia Annabelle, que contemplaba impasible la escena—. Dígaselo —le exigió.

Annabelle no movió ni un dedo y Megan le gritó que lo hiciera mientras Cole abría la puerta de la calle. Por alguna razón que se le escapaba, Megan no era del agrado de aquella mujer, que la contemplaba impasible sin atender a sus peticiones.

Por encima del hombro de Cole y a lo lejos, Megan percibió movimiento. Un segundo después la voz de Derek estalló en la oficina con la fuerza de un trueno y sus enérgicos pasos paralizaron el enfrentamiento físico. Cole retiró las manos de Megan y retrocedió.

—¡¿Qué diablos ocurre aquí?!

—No sucede nada —explicó Cole con acritud—. Lo tengo todo bajo control.

El pecho de Megan subía y bajaba como si acabara de correr una maratón. Incapaz de serenarse, la voz le tembló cuando miró a los ojos azules de Derek y le explicó la situación.

—Estoy aquí porque quería hablar contigo pero cuando entré y le vi a él… —Volvió la mirada hacia Cole, cuyos ojos refulgían con un destello peligroso que le causó miedo—. No fui capaz de tolerar que me ultrajara.

—¿Pero de qué narices estás hablando? —inquirió Cole con desprecio.

Megan iba a contestarle cuando Derek se le adelantó.

—Yo me ocuparé de esto.

Y para su sorpresa Cole no protestó. No lo hizo porque Derek tenía esa expresión de advertencia que endurecía sus rasgos como si estuvieran esculpidos en piedra. Era rotundo y no admitía réplicas y, aunque parecía calmado, sus ojos entornados y llameantes decían que no bromeaba.

Cole masculló algo entre dientes pero fue la única muestra de rebeldía antes de largarse a su mesa. Luego se dispuso a salvar su culo y a limpiar su reputación entre sus compañeros.

—No es justo que se salga con la suya.

Megan movió la cabeza y Derek casi pudo tocar su consternación. Podía imaginar cuan impotente se sentía. Aunque Cole era su compañero y debía procurar una convivencia pacífica entre los dos, Derek no pudo soportar verse reflejado en aquellos ojos grises que en silencio le pedían que la ayudara. Lo habría hecho igualmente, Megan le gustaba, le gustaba mucho, y no podía consentir que se la mancillara así.

—Ben, quiero hablarte. —Manteniendo el aplomo, Derek se dirigió a los policías y atajó el chismorreo con palabras concisas pero directas—. Megan Lewis no se acostó contigo. No sé por qué te lo has inventado ni quiero saberlo, lo único que sé es que ella no desea ser el objeto de vuestras fiestas privadas. —Se detuvo un segundo y los miró a todos—. Debería daros vergüenza.

Derek no esperó a conocer su reacción, pues sabía que sus palabras serían tomadas en serio.

—Salgamos fuera —le dijo a ella, que aguardaba junto a la puerta con un aspecto más tranquilo.

Megan entrecerró los ojos cuando los rayos solares que se proyectaban sobre los parabrisas de los coches la deslumbraron. El suave calor de la mañana le sentó bien y derritió el frío que se le había metido en los huesos cuando Cole reaccionó igual que un perro rabioso contra su presa.

—Siento que hayas tenido que hacer eso. —Megan buscó sus ojos y la calidez de su mirada fundió el hielo de sus venas—. Sé que es tu compañero y que ahora estará furioso contigo por haberme defendido.

—Yo no lo siento. Ben es un imbécil y necesitaba que alguien le parara los pies. —Y dio por zanjado el tema—. Dijiste que habías venido a verme.

Megan asintió.

Bajo el influjo de su mirada azul, la ira que todavía sentía se desvaneció como la niebla bajo el sol, y el sabor amargo del enfrentamiento con Ben Cole fue desalojando paulatinamente sus pensamientos.

—¿Conseguiste la orden judicial?

—¿De eso se trata? Creía que querías hablar de lo de anoche.

Derek la miró intensamente y su cabeza se inclinó en un ángulo perfecto para alzarse de puntillas y besarle.

Megan movió la cabeza y el rubor acudió a sus mejillas.

—No es el momento, agente Taylor —respondió con timidez.

Derek observó que cuando se ponía nerviosa apretaba los labios y le aparecían un par de deliciosos hoyuelos en las mejillas que deseó acariciar. La luz del atardecer volvía su cabello del color del trigo y sus ojos eran casi transparentes, como dos lagos de agua cristalina en los que arrojarse.

Él sonrió de forma pausada y movió la cabeza lentamente.

—Pues sí, la conseguimos. Requisamos tres discos duros aunque Helsen ya se había encargado de destruirlos con ácido. El Departamento de Informática de la Policía ya está trabajando en ello.

—¿Qué más?

—No había nada más.

Era el momento de sacar la artillería pesada.

—Necesito una copia del informe forense. Quiero elaborar el perfil del asesino. —La pasión por su profesión emergió de repente—. Y podría servirte de ayuda.

—Todavía no se ha levantado el secreto de sumario, Megan.

—Lo sé, pero pensaba que a título personal, tú podrías…

Derek negó con la cabeza.

—Lo siento.

—Sabes que yo no haría nada que pudiera comprometer tu trabajo —insistió ella—. Quedaría entre los dos y no compartiría la información hasta que fuera pública.

—Sabes que no puedo hacerlo. —Megan hundió los hombros—. No desconfío de ti, pero no puedo arriesgarme.

Derek ansiaba tocarla y se preguntó si sería procedente llevar la mano hacia sus cabellos de oro y acariciarlos con los dedos. Y quería besarla. Megan se había puesto brillo y sus labios carnosos resplandecían y le invitaban incitadores a que los tomara entre los suyos. Pero no hizo ni una cosa ni la otra.

—¿Lo entiendes? —Ella estaba decepcionada pero, aun así, asintió con la cabeza—. Bien. Ahora tengo que volver al trabajo.

Y a su decepción profesional se sumó la personal, porque no hubo ninguna palabra de despedida que abriera el camino a un nuevo encuentro más íntimo entre ambos.

Mejor así, pensó Megan mientras conducía hacia el Pittsburg Enquirer. No era el momento apropiado para complicarse la vida con el sexo opuesto. Ahora se debía a su trabajo, tenía importantes metas que alcanzar y objetivos por cumplir. Ahora que estaba a un paso de lograr el puesto por el que se había dejado la piel durante los últimos dos años, no le convenía despistarse. Tenía que encauzar toda su energía en sus logros profesionales.

Sí, Megan tenía muy claro lo que quería y lo que tenía que hacer para obtenerlo. Pero existía un problema, y era que cada vez que pensaba en Derek Taylor se preguntaba si tan inconveniente sería incluir alguna modificación en sus planes.

Si era un hombre capaz de alterar el ritmo de sus pulsaciones, probablemente sí.

Cuando Derek regresó a su despacho Cole le esperaba dentro. Derek cerró la puerta con animosidad y dejó que fuera Ben quien hablara primero.

—¿Qué te traes con esa mujer? Me has puesto en evidencia delante de todo el mundo.

—Esa no es la cuestión —le atajó—. Lo preocupante es que te hayas inventado todo ese rollo, se lo hayas contado a todo el mundo y te hayas abalanzado sobre ella como si fueras un animal. ¿Por qué?

—Se rió de mí.

—¿Así que se rió de ti? —Se cruzó de brazos y esperó la justificación que ya conocía.

—Salió conmigo, se puso un vestido para ponérmela dura y se me ofreció en bandeja. Pero cuando quise terminar lo que ella había empezado se hizo la estrecha.

Tuvo ganas de romperle la nariz. Era una desfachatez que se creyera en el derecho de afrentar a las mujeres que se negaban a tener relaciones sexuales con él. Sólo porque metió las manos en los bolsillos de los téjanos y apretó los puños, esquivó el impulso de golpearle.

—La muy zorra quería que le hablara del caso de Emily Williams para publicarlo en su periodicucho —prosiguió, aunque Derek tampoco se tragó ese argumento.

—Ella hace su trabajo y tú también deberías aprender a hacer el tuyo. —Era arriesgado decirle a un compañero que era un incompetente, pero Cole se merecía escuchar esas palabras y reconsiderar su actitud. Si tenía algún problema que hablara con Flint—. Tienes que diferenciar cuándo una mujer te desea y cuándo trata únicamente de tenderte un cebo para que piques.

—No me vengas con lecciones de moral, ya soy mayorcito.

—Entonces te lo diré de otra forma. Déjala en paz.

Los expertos del Departamento de Informática de la Policía podían ser muy buenos, pero Helsen estaba seguro de que no serían capaces de reconstruir la información que él se había encargado concienzudamente de destruir. Tenía un buen amigo trabajando en Delitos Informáticos del FBI que le había aconsejado que el método más infalible para deshacerse de un disco duro era emplear ácido sulfúrico. La policía los requisó del contenedor de basura y Helsen argumentó que actualizaba sus equipos informáticos con frecuencia y que destruía aquellos discos duros obsoletos en los que guardaba sus trabajos más importantes. Guardó la información en un pequeño chip de memoria y la puso en un lugar seguro, lejos de su casa, por supuesto.

También se habían llevado su portátil y el disco duro del ordenador que tenía en el despacho, pero ahí no encontrarían nada salvo planos de proyectos y expedientes de arquitectura.

A pesar de que estaba en el punto de mira de la policía por el asesinato de Emily, eso no le preocupaba. Era más alarmante que a través de la muerte de la chica la policía descubriera en qué clase de negocios andaba metido. No obstante, la conversación con su contacto del FBI le había tranquilizado. A lo sumo, la policía recuperaría el diez por ciento de la información que, sin los archivos completos, no sería más que datos inconexos que sólo servirían para descubrir que poseía una amplia colección de fotografías de mujeres orientales. Vaya cosa.

Por el contrario, Harris no estaba tan tranquilo. Estaba furioso con él por todo el asunto de Emily y ya andaba buscando fórmulas para adelantar la operación con tal de recoger el dinero y largarse durante una larga temporada.

Del país si era necesario.