Capítulo 13

Martha no le recibió con demasiado entusiasmo cuando entró en su dormitorio y la despertó para acudir al colegio. Por lo general, Martha solía tener un buen despertar, lo cual incluía un beso en la mejilla y un agradable saludo de buenos días.

Recién llegado de Nueva York, aquella mañana no hubo ninguna de las dos cosas. Por el contrario, Martha salió de la cama sin mirarle, se frotó los ojos y se marchó directamente al baño. Derek no le dedicó más atención de la necesaria, pero cuando bajó a la cocina y se encontró con Annabelle, supo que allí había sucedido algo.

Su compañera estaba preparando el desayuno. Exprimía unas naranjas naturales y tenía pan de molde puesto en el tostador. Todavía llevaba puesto el pijama, unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas que le quedaba muy holgada. Tenía el pelo rojo recogido en un moño en lo alto de la cabeza y ya se había maquillado. Derek nunca la había visto con la cara lavada. No le había dicho por qué había volado tan precipitadamente a Nueva York, pero le dio la sensación de que ella ya lo sabía.

—Buenos días, no te he visto al llegar —la saludó él.

De ella tampoco obtuvo la habitual sonrisa. Sus rasgos estaban tirantes. Annabelle pulsó el botón de apagado del exprimidor con demasiada contundencia y se limpió las manos con un paño que después arrojó sobre la encimera.

—¿Sucede algo?

—Eso me temo. —Estaba nerviosa y, para mantener las manos ocupadas, comenzó a verter el zumo de naranja en un par de vasos—. ¿Has desayunado?

—En el avión. ¿Qué es lo que ha ocurrido? —Frunció el ceño y siguió los impulsivos movimientos de la mujer con la mirada.

—Se trata de Martha. —Tomó los vasos de zumo y los dejó sobre la mesa de la cocina—. Sabe que estuviste en Nueva York y también sabe con quién.

—¿Y cómo es que lo sabe?

—Porque fui yo quien se lo dijo. Pensé que no tenía importancia que Martha supiera a donde habías ido tan precipitadamente. Ella adivinó el resto.

—¿Que lo adivinó? No me imagino cómo. Sé más explícita —le exigió, con la voz tensa.

—Ella os oyó el sábado por la noche, cuando trajiste a esa mujer a casa. Discutisteis y ella te dio la dirección de un hotel en Nueva York. Martha es una niña muy inteligente y sacó sus propias conclusiones.

—No tendrías que haberle dicho a donde había ido. Yo no te dije que lo hicieras. —Estaba enfadado, muy enfadado.

—Pues lo siento. Te repito que no lo consideré importante.

Las tostadas saltaron del tostador y Annabelle las tomó para untarlas con mantequilla. Escuchó que él mascullaba algo entre dientes.

—¿Así que es cierto? —preguntó Annabelle.

—¿El qué? —dijo con sequedad.

—Que fuiste a Nueva York para pasar la noche con esa mujer, la periodista que montó el numerito en comisaría.

A Derek no le gustaba el tono desdeñoso que empleaba Annabelle cada vez que ella se refería a las mujeres con las que él había tenido algún tipo de relación. Criticó duramente su relación con Charleze y su amistad con Emily. Y ahora estaba empleando la misma actitud con Megan.

—Eso es asunto mío.

—Ya veo. —Apretó los labios con beligerancia mientras extendía la mantequilla sobre la tostada.

Martha apareció junto a la puerta de la cocina sin hacer ruido. Iba vestida con unos vaqueros y una blusa de color naranja, pero no se había peinado ni atado los cordones de las zapatillas. Se les quedó mirando en silencio, haciéndoles interrumpir la conversación bruscamente, pero parecía estar diciendo: «Sé de lo que estabais hablando». Martha tomó asiento frente a la mesa y bebió un trago de su zumo de naranja. Annabelle untó mermelada de melocotón y puso las tostadas en la mesa frente a la niña. Derek la miró malhumorado y le preguntó:

—¿Por qué no te has peinado ni atado las zapatillas?

Martha alzó la barbilla y le dirigió una díscola mirada.

—Yo lo haré.

Annabelle interrumpió sus tareas e hizo ademán de agacharse junto a Martha, pero Derek le prohibió que lo hiciera.

—Martha sabe hacerlo —la atajó. La mirada desafiante de su hija se hizo más intensa y Derek se dirigió a ella—. Cuando termines de desayunar quiero que vayas arriba, te peines esa maraña de pelo y recojas tus libros.

Los ojos de Martha brillaron de rabia.

—No me gusta esa mujer —replicó, apretando la tostada con las manos.

—Hablaremos de ese tema esta tarde, cuando regreses del colegio.

El tono imperativo de Derek hizo mella en Martha, que terminó rápidamente su desayuno mientras Derek se tomaba un café y Annabelle terminaba de recoger la cocina. Después, se marchó como un torbellino y sonó un portazo en la planta de arriba.

—Espero que te sientas orgullosa de que Martha me odie en estos momentos.

—Yo no soy responsable de tus acciones.

—¿De mis acciones?

—Sí, de tus meteduras de pata.

Derek apoyó las manos en las caderas.

—Mi única metedura de pata ha sido confiar en que serías discreta, maldita sea.

Annabelle se desató el delantal y lo arrojó sobre la mesa.

—Es totalmente injusto que me hables así después de todo lo que estoy haciendo por vosotros.

A Derek le resultaba difícil tener que decirle que él no le había pedido que se hiciera cargo de tantas funciones. Fue Annabelle quien se ofreció a quedarse con Martha cuando Thelma se marchaba y Derek estaba en el trabajo. ¡Si hasta rechazó el dinero que quiso entregarle por su generosidad! Se lo agradecía, por supuesto que lo hacía, pero no podía tolerar que Annabelle interviniera en la educación de Martha ni que le pusiera en contra de su hija.

—Sé que haces mucho por nosotros pero eso no te otorga el derecho a ejercer de madre. —La expresión de la mujer se tornó dolida y Derek trató de apaciguar los ánimos—. Oye, Annabelle, yo… te agradezco tu inestimable ayuda, pero todo esto me parece desmesurado. No quiero que lo sigas haciendo —dijo por fin.

Si las miradas matasen, Derek ya estaría muerto.

Annabelle abandonó la cocina como una exhalación, como si sus palabras la hubieran golpeado hasta dejarla sin aliento. Él la interceptó a los pies de la escalera cuando se disponía a subir a la habitación de invitados donde tenía sus cosas.

—Suéltame. —Tiró de su brazo—. No puedo creer que me hayas hablado con tanta crueldad.

Annabelle subió tres peldaños, pero Derek la siguió y le cortó el paso.

—No quiero herir tus sentimientos, lo único que deseo es que entiendas que Martha y yo todavía tenemos que acostumbrarnos a estar solos. No quiero que actúes como si fueras su madre.

—Yo me preocupo por Martha muchísimo más que esas mujeres vulgares con las que te acuestas y que intentan suplantar mi lugar.

Annabelle le esquivó y salió disparada hacia el piso de arriba para encerrarse en la habitación de invitados. Derek no la retuvo, sus palabras le habían noqueado. ¿Qué habría querido decirle exactamente?

Derek tocó con los nudillos en la puerta pero ella le dijo que se marchara, así que la abrió. Annabelle estaba metiendo sus artículos de baño en el neceser que había traído consigo.

—Nadie trata de suplantar tu lugar, no entiendo qué es lo que has querido decir. —Se acercó a ella—. Tú eres mi amiga, una buena amiga, y nadie va a cambiar eso.

—A lo mejor ése es el problema, que no quiero ser tu maldita amiga —dijo con amargura.

Las palabras de Annabelle volvieron a dejarle fuera de juego. Esa declaración sí que era inesperada, pues jamás habría imaginado que Annabelle pudiera tener un interés romántico en él. O tal vez es que a Derek no le interesaba verlo.

—Creo que estás cansada y que estás sacándolo todo de contexto…

—Sé muy bien lo que me digo, Derek.

Él cruzó los brazos sobre el pecho y se concedió unos segundos para asimilar toda aquella información mientras ella terminaba de guardar sus cosas.

—No tenía ni idea —dijo al fin con la voz más calmada.

—Pues ahora ya lo sabes. —Annabelle cerró la cremallera de su neceser, lo arrojó sobre la cama y cogió la bolsa de viaje, donde guardó unos vaqueros y un par de camisetas—. Esa mujer, la periodista, es una equivocación, Derek, lo mismo que lo fue Charleze. Ellas no tienen ni idea de lo que os conviene a ti y a Martha. La chica drogadicta tampoco tenía ni idea. —Un gesto nervioso torció su boca—. Me pregunto cuándo te darás cuenta de que soy yo todo lo que necesitas.

—¿Qué quieres decir con la chica drogadicta?

—Emily o como se llamara. —Movió la cabeza y dejó lo que estaba haciendo para concentrarse en él.

—No hubo nada entre Emily y yo.

Annabelle movió la cabeza como si no le creyera.

—No me resulta sencillo permanecer impasible mientras veo cómo te equivocas una y otra vez. Pero nunca me importó esperar el tiempo que fuera necesario para que abrieras los ojos.

—Annabelle…

—Pero parece que eso no va a suceder.

Derek resopló y movió la cabeza. Aquella conversación no tenía ningún sentido.

—Tengo los ojos bien abiertos y las cosas muy claras respecto a lo que quiero en la vida. —Le habló con franqueza pero con la voz rotunda—. Lo siento si en algún momento he hecho o dicho algo que te haya generado expectativas, pero no puedo verte de otra forma.

—No quiero que sigas hablando. —Annabelle alzó una mano y Derek tuvo la sensación de que se las llevaría a los oídos—. Las personas pueden cambiar de opinión, por eso es mejor que no digas nada de lo que luego puedas arrepentirte.

Derek podría haber callado en ese momento y alimentar inútilmente sus esperanzas, pero entonces no habría sido honesto consigo mismo ni con ella.

—No voy a cambiar de opinión, Annabelle.

—¡No puedes continuar tratándome como si no existiera! —Su rostro se enrojeció y sus ojos verdes brillaron de rabia.

Derek nunca antes la había visto perder los papeles de aquella manera. La consideraba una mujer cándida y juiciosa, de un temperamento sereno y amable. Aquella mujer que tenía enfrente parecía otra persona.

—Jamás he hecho tal cosa. Dime si no es cierto que siempre he estado a tu lado cuando has necesitado mi apoyo.

—No quiero tu apoyo, Derek. Quiero lo que tienen ellas, tú sabes que me lo merezco porque me he desvivido por los dos.

—Los sentimientos no pueden imponerse. Siento una gran estima hacia ti pero no puedes obligarme a que te ame. —Trató de razonar con ella, pero esa conversación no tenía ningún sentido, era tan surrealista que parecía sacada de un sueño—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—¿Acaso no resultaba obvio? ¿Qué más necesitabas? ¿Qué me arrojara a tus brazos y te pidiera que me follaras?

El lenguaje soez que empleó fue una confirmación de que una desconocida debía de haber usurpado el cuerpo de Annabelle, cuyo profundo e irrazonable resquemor terminó por hacer mella en la paciencia de Derek.

—Creo que en estos momentos lo mejor es que te marches y reflexiones sobre lo que estás diciendo. Ya hablaremos cuando estés más tranquila.

—Tu problema es que no sabes lo que quieres.

Ella no parecía tan dispuesta a seguir su consejo.

—He dicho que lo dejes, no pienso seguir hablando de esto —dijo tajante.

—Pues tendrás que escucharme hasta el final —le espetó—. Tú no tienes ni idea de lo que Martha necesita para ser feliz, y no lo sabes porque estás demasiado ocupado pensando en tus propias necesidades. —Alzó un dedo hacia él—. ¿De verdad crees que esa periodista es apropiada para Martha? Ni siquiera lo fue su propia madre. Siempre haces malas elecciones.

Derek quería evitar a toda costa tener un enfrentamiento con Annabelle, pero fue incapaz de pasar por alto sus últimas palabras y arremetió contra ella con idéntica furia a la que despedían sus ojos color esmeralda.

—Educo a Martha de la mejor manera que sé. Me sacrifico por ella y trabajo dieciséis horas al día para que no le falte de nada, así que no te atrevas a juzgarme. —Con un brusco ademán, apartó el dedo de Annabelle con el que todavía le señalaba—. Karen cometió muchos errores, estaba lejos de ser la madre perfecta. Pero sigue siendo su madre y no permitiré que la descalifiques, como tampoco te permito que vuelvas a mencionar a Megan. Tú no la conoces, no tienes ni idea de cómo es. Sólo porque Martha te acepte a ti y no a otra mujer, no significa que seas mi mejor baza.

A ella se le encendió el rostro y las lágrimas de impotencia arrasaron sus ojos. Sin embargo, Derek ya no bajó la guardia, la observó tomar la bolsa y salir precipitadamente de la habitación sin mover un dedo. Sintió que todo cuanto le rodeaba se estaba saliendo de su sitio.

Megan deslizó la mano sobre la suave textura de los vestidos que había en el enorme vestidor. Había una mezcla variopinta y rica de estilos, telas y colores, pero lo que todos guardaban en común era la calidad y el elevado precio de los diseños. Jodie le había dicho que importantes diseñadores de Pensilvania prestaban algunas de sus creaciones para que las chicas las exhibieran ante la selecta clientela de La Orquídea Azul.

Megan no habría sabido por cuál vestido decantarse de no ser porque su primera cita, un multimillonario propietario de muchas de las galerías de arte más importantes de la ciudad, había expresado su deseo de que Megan vistiera de rojo. Ella habría preferido cualquier otro color más acorde con su estado de ánimo. El rojo era demasiado provocativo y apasionado, ideal para una cita con un hombre en el que estuviera realmente interesada, pero no era el color apropiado para una periodista infiltrada que deseaba mantenerse en un segundo plano. Se decidió por el vestido rojo más discreto y cerró las refinadas puertas blancas del vestidor. La sala donde se hallaba también era majestuosa. Estaba decorada en tonos blancos y grises y había grandes espejos en las paredes.

Megan no estaba sola, había dos chicas que se acicalaban para sus citas de la noche. Eve, la recepcionista, se las había presentado hacía un rato, pero apenas cruzaron unas palabras de cortesía. Megan tenía la sensación de que el ambiente estaba viciado por la competitividad. Las sonrisas de las chicas eran falsas aunque entre ellas se llamaban amigas. Según Jodie, lo que más odiaba una chica de La Orquídea Azul era que alguno de sus clientes más habituales escogiera a otra compañera para una cita. Megan se preguntó de quién sería cliente habitual Edgar Clayton. No creía que fuera de aquellas dos que se sentaban juntas y hablaban entre murmullos, aunque a ella le daba igual.

Megan tomó asiento frente a un tocador repleto de cosméticos y mientras se aplicaba la base para el maquillaje, sintió unos ojos clavados en ella. La morena Arlene la observaba con suspicacia y una pizca de animosidad, dejándole claro que obtener respuestas sobre Emily Williams iba a ser una tarea mucho más ardua de lo que se había figurado.

Por el contrario, fue sencillo convertirse en una chica de La Orquídea Azul. Hacía dos días, cuando regresó de Nueva York y se entrevistó nuevamente con Gary Harris, éste quedó absolutamente prendado de sus fotografías y esa misma noche firmó el contrato. Harris dijo que había mucha frescura en ella y que triunfaría entre su clientela. Ya había tres clientes interesados aunque, para esa noche en concreto, Harris se decantó por Clayton porque era uno de los hombres más amables y educados de la alta sociedad de Pittsburgh. Pensó que sería el más adecuado para su estreno en la agencia.

Durante los primeros días su misión principal consistiría en observar el entorno sin hacer preguntas. Tenía que pasar desapercibida. Cuando dejara de ser el centro de atención y no suscitara cuchicheos entre sus compañeras, entonces cambiaría de táctica. Mientras tanto, tenía que encontrar la manera de hallar la sala de archivos o de entrar en el despacho de Harris, donde estaba segura de que encontraría las pruebas de que La Orquídea Azul era una tapadera. Desde que Derek le mencionó sus sospechas, ella no podía pensar en otra cosa.

Bueno, también pensaba en él.

Eligió tonos suaves para maquillarse y sus pensamientos se perdieron en la noche en Nueva York. Lo que había comenzado bien había acabado fatal, pero Megan no estaba sorprendida porque sabía que sus respectivos trabajos volverían a enfrentarles. Lo que no esperaba es que sucediera tan pronto. Había compartido con él sus experiencias y sus sentimientos más íntimos y, al cabo de unas horas, todo les había vuelto a explotar en la cara. Y de qué manera. No había vuelto a saber nada más de él.

No quería ser ella quien diera el paso para un posible acercamiento, pero no era por orgullo, era porque no creía que sirviera para nada. No iba a disuadirle. Él estaba anclado en su postura y ella en la suya, y ninguno de los dos iba a dar su brazo a torcer.

Tal vez cuando agarraran al asesino podrían plantearse tener una relación. Cuando Megan pensaba en lo contrario se le formaba un nudo en la boca del estómago.

Desenroscó el envase de máscara para pestañas y trató de aflojar el nudo pensando en otra cosa. Todavía estaba impresionada por la conversación que había mantenido con Hugh Fagerman aquella mañana a la hora del almuerzo. Su compañero apareció junto a la mesa con un par de sándwiches, una ensalada y dos cervezas, y le pidió que le acompañara a la sala de descanso porque quería hablar con ella.

—Te advierto que si vas a utilizar alguna treta para fastidiar a Jim, no me interesa.

—Vaya, me partes el corazón. ¿Cómo puedes tener esa concepción de mí? —ironizó, ella le mandó al infierno con la mirada—. Sé que no te merezco ninguna credibilidad pero tengo que contarte algo que te va a encantar. —Se alisó la corbata de su impecable traje azul oscuro y esperó a que ella le contestara.

No supo por qué se dejó convencer, el caso es que se levantó de su sitio y siguió a Hugh hacia la sala de descanso. Allí tomaron asiento en una mesa apartada y, mientras abría el envase del sándwich de pollo, Megan se dispuso a escuchar a Hugh sin demasiado interés. Le conocía perfectamente, y sabía que esa sonrisa maquiavélica que perfilaban sus labios tenía que ver con el reciente fichaje que había hecho el Gazette.

—¿Conoces a Ben Cole? —Hugh lanzó la pregunta y obtuvo el efecto deseado, y acaparó la total atención de Megan—. Anoche me lo encontré en un bar que hay en la autopista, un sitio retirado al que voy en algunas ocasiones cuando quiero… bueno, no importa a lo que yo vaya. —Hizo un gesto con la mano—. Estaba con Keiko Siagyo y no hablaban precisamente. Ben tenía la lengua metida en su boca. —Hugh dejó que las palabras impactaran en ella y mordió su sándwich con evidente entusiasmo.

—Te lo estás inventado.

—Sabía que dirías eso. —A continuación, se sacó el móvil del bolsillo delantero de la camisa, tocó unas cuantas teclas y se lo tendió—. Hice las fotografías pensando en ti.

Aunque la iluminación del bar era escasa, Megan reconoció los rasgos de Ben Cole y también los de Keiko. En las primeras estaban fundidos el uno con el otro, con las bocas pegadas y los brazos de la japonesa en torno al cuello del policía. En otras hablaban y reían, ajenos a lo que sucedía a su alrededor.

—Esto es completamente asqueroso. —Megan arrugó la nariz y Hugh disfrutó de su reacción—. Hace poco más de un año que Jim se casó con ella. Me la presentó hace unos días al coincidir en la rueda de prensa que concedió la policía, y ella parecía muy enamorada. —Pensaba en voz alta, su intención no era compartir esa información con Hugh—. Creo que debería avisar a Jim.

—¿Bromeas? No te he enseñado las fotografías con esa finalidad. El periódico para el que ellos trabajan es nuestro rival, y para conseguir superarles es necesario que conozcamos los puntos flacos de nuestros adversarios. Esto es una bomba —agitó el móvil en el aire—, y si sabes utilizarla nos reportará muchos beneficios. La pareja perfecta del Post Gazette resulta que no es tan idílica como parece porque ella se está tirando al policía que investiga el caso. —Soltó una carcajada—. Me encantaría escribir algo así, pero no es mi competencia, sino la tuya.

—Olvídalo, Hugh, no le haría algo así a Jim. No es mi estilo.

—¿Vas a quedarte impasible entonces? ¿Vas a permitir que tus esfuerzos no sirvan de nada porque ella se tira a Cole y obtiene la información de primera mano?

Megan no picó el anzuelo.

—Hablas de él como si le conocieras.

—Porque le conozco.

—¿De qué?

—Fui con él al instituto.

—Hace muchos años de eso.

—Hemos mantenido el contacto.

Megan se sintió repentinamente animada, como si acabara de encontrar la punta del hilo del que tenía que tirar.

—¿Sois amigos?

—Nos tomamos unas copas de vez en cuando. Pero no, no somos amigos. No le llamo por su cumpleaños ni le felicito la Navidad —se burló.

La oportunidad de indagar sobre Cole se le había presentado como caída del cielo y Megan la aprovechó aunque, para ello, tuviera que rebajarse a tratar con Hugh. Necesitaba saber cuáles eran las fuentes de ingresos de Cole pues, a no ser que su familia fuera pudiente, los caprichos del agente no podían salir de su sueldo de policía.

—¿Los padres de Cole son ricos?

—¿Ricos? Ben nunca ha tenido donde caerse muerto. —Megan guardó silencio y sostuvo su mirada, con el propósito de que él continuara. Afortunadamente, a Hugh le gustaba hablar, sobre todo de las desgracias de los demás—. Ben pasaba penurias cuando era joven. Su padre era militar y se gastaba todo el dinero en putas, y su madre era alcohólica y se pasaba el día metida en la cama. Ben tuvo un montón de empleos basura para poder comprarse unos zapatos nuevos. —Sonrió—. No pudo ir al baile de graduación porque su madre se gastó todos sus ahorros en botellas de whisky.

«Entonces ¿de dónde diablos saca el dinero para permitirse un coche de cincuenta mil dólares, ropa de diseño y hasta un Rólex de oro?» Megan comenzó a establecer relaciones entre los hechos que conocía y todo comenzó a encajar en su cabeza como si estuviera colocando las piezas de un rompecabezas. Helsen y Harris eran amigos del padre de Cole —por lo que éste les conocía— y ambos tenían un poder adquisitivo enorme. Uno era el dueño de La Orquídea Azul, y el otro utilizaba sus servicios. Emily había descubierto algo en el ordenador de Helsen y había muerto por ello. «¿Qué escondía La Orquídea Azul? ¿De qué manera estaba relacionado el agente Cole con todo aquello? ¿Estaría el policía implicado en la muerte de Emily?»

—¿En qué estás pensando? —Hugh interrumpió sus cavilaciones.

—¿Te vio él anoche?

—No, como comprenderás no me acerqué a saludarle. Consideré que era más importante echarte una mano a ti que estrechar la de él.

—Vamos, Hugh, no me vengas con ésas. No me ayudarías a menos que tú sacaras tajada.

—No tiene nada de malo que los dos nos beneficiemos de esta historia. A Keiko seguramente le caería una buena bronca, eso si no la despiden del periódico por desprestigiar su buen nombre. Y Jim tendría que pillarse la baja por depresión cuando todo el mundo le señalara por la calle. —Volvió a reír.

—No tiene gracia. Jim siempre se portó bien contigo.

—Jim siempre fue un imbécil. Ni siquiera fue capaz de llevarte con él.

—No voy a hacerlo —repitió—. No voy a hacerle daño a Jim deliberadamente.

Y aquéllas fueron sus últimas palabras antes de regresar al trabajo.

Meditó largo y tendido sobre ello, pero en ningún momento acarició la idea de traicionar a Jim. Él tendría que enterarse por sí mismo de que se había casado con una mujer sin escrúpulos. Respecto a Cole, ardía de impaciencia por encontrar otro hilo del que tirar, y para ello tenía que hallar la manera de entrar en el despacho de Harris.

El mejor momento era a partir de las diez de la noche, cuando la mayoría de las chicas salían. Eve se marchaba sobre las ocho de la tarde y guardaba las tarjetas metálicas que abrían las puertas en un cajón de su mesa. No le parecía complicado hacerse con ellas, en recepción nunca había demasiado movimiento. Era improbable que Eve guardara una copia de la tarjeta de Harris en recepción, pero ya encontraría otra manera de entrar.

Megan echó un vistazo a su reloj de pulsera y aligeró. En diez minutos Edgar Clayton pasaría a recogerla.

Annabelle ya estaba en recepción cuando Derek llegó a comisaría. Desde la acalorada discusión de hacía dos días, Annabelle no había vuelto a dirigirle la palabra y miraba hacia otro lado cada vez que él pasaba por su lado. Sin embargo, ese día Annabelle se erguía en su silla repuesta y aparentemente relajada. Incluso las comisuras de sus labios rojos se curvaron hasta formar una sonrisa. Le dijo muy flojo que más tarde quería hablar con él, y Derek asintió aunque no se detuvo.

Ben se encontraba al fondo junto a la cafetera. Tenían que comentar el caso Williams con Flint, pero eso no sería hasta que entrara en su despacho y se tomara su propio café. No había dormido ni dos horas seguidas desde que había regresado de Nueva York y sus problemas se multiplicaban como las setas después de la lluvia.

La fiscal adjunta se estaba poniendo nerviosa. El secreto de sumario ya había sido levantado y todos los periódicos de la ciudad destacaban la noticia en portada. Holly Blair quería un culpable y no deseaba esperar mucho más tiempo para llevar a alguien ante los tribunales. Derek quería que ese sujeto fuera Malcom Helsen aunque no hubiera sido él quien hubiera empuñado el arma del crimen. Si encontraban pruebas para acusarle formalmente de que ordenó a otro que se ocupara de hacer desaparecer a Emily, el resto vendría solo. Estaban muy cerca, Derek ya se hacía una idea clara de la clase de negocios en los que andaba metido Helsen y de la razón por la que Emily no podía seguir con vida.

Pese a que el segundo interrogatorio con el arquitecto había sido exhaustivo y dilatado, no le habían arrancado una confesión. Helsen se mantuvo inflexible respecto a su primera versión. Dijo que amaba a Emily y que no tenía ni la más remota idea de quién podía haberle hecho algo así.

Aunque Derek le coaccionó para que declarara que tenía un cómplice, Helsen aguantó la presión del interrogatorio con frialdad, sin pestañear siquiera. Tampoco entró en detalles respecto a su relación con Gary Harris. Se conocieron cuando ambos fueron reclutados para combatir en la guerra de Vietnam pero su amistad a lo largo de los años, según Helsen, había sido intermitente y esporádica.

Derek bebió un sorbo del asqueroso café de la oficina, tomó el sobre con las fotografías que había llevado de casa y acudió al despacho de Flint. Ben ya estaba allí.

A pesar de que su orgullo había sido gravemente mermado y su credibilidad puesta en entredicho, Ben volvía a exudar su habitual seguridad en sí mismo. De cualquier manera, Derek sabía de buena tinta que las bromas con las que solía hacer reír a sus compañeros ya no les ocasionaban las mismas carcajadas.

—¿Qué tienes, Cole? —preguntó Flint una vez Derek hubo tomado asiento.

Cole cruzó las piernas y dijo que no tenía nada definitivo. Seguía la pista de Sean Greer, el ex novio de Emily que tenía antecedentes penales y que había cumplido una condena en la cárcel del condado de Armstrong. La policía había arrestado a Sean Greer después de seguirle la pista durante meses y desmantelar una complicada operación de contrabando de drogas de la que Sean era el principal cabecilla. Cumplió condena durante un año y había salido en libertad hacía cinco meses. Le habían rebajado la condena por buena conducta.

Aunque Greer tenía una coartada sólida que le situaba en Filadelfia la noche del asesinato, Ben continuaba insistiendo en encauzar su línea de investigación hacia el ex convicto.

—Su coartada es una mierda. Miente descaradamente —aseguró Cole—. Continuaré apretándole las clavijas, estoy convencido de que es nuestro hombre.

—Déjalo —le indicó Flint.

—¿Que lo deje?

—Eso he dicho. Pierdes el tiempo con ese tipejo y la investigación te va a conducir a un callejón sin salida. Su coartada es perfecta, propietarios de diferentes bares de moda le vieron esa noche en Filadelfia.

—Amigos suyos en su gran mayoría —replicó.

—La fulana a la que se tiró no era amiga suya. No perderemos más tiempo ni energías buscando culpables contra los que no existe ni una puñetera sospecha —dijo con contundencia—. ¿Algo nuevo sobre Helsen? —Se dirigió a Derek y pasó por alto el bufido de Cole.

—Los del Departamento de Informática me adelantaron esto por fax. —Lo había recibido en su casa la noche anterior antes de irse a la cama. La mayor parte de la información rescatada eran fotografías, pero también había fragmentos de texto con fechas y datos que a priori no significaban nada—. Tiene una buena colección de fotografías de mujeres orientales. —Las dejó sobre la mesa para que Flint pudiera revisarlas—. En los textos aparecen nombres y fechas, que supongo que se corresponden con las chicas de las fotografías.

—¿Hacia dónde nos lleva todo eso? —inquirió Flint, mirando concienzudamente el material.

—No estoy seguro. Me huele a red de contrabando de mujeres —explicó Derek—. Williams se acercó demasiado a los negocios ilegales de Helsen y ordenó que la quitaran de en medio.

—Todavía no estamos seguros de que tenga negocios ilegales —repuso Cole—. Quizás Helsen sólo sea un fetichista.

—Hay algo que sigue sin cuadrarme. —Flint no prestó atención al comentario de Ben—. Si Helsen contrató a alguien para que matara a Williams, desde luego no fue a un asesino profesional. Quienquiera que lo hiciera parecía tener algo personal contra la mujer porque de lo contrario no habría hecho semejante carnicería.