Capítulo 11
El martes por la mañana, cuando el sol despuntaba perezosamente en el este y las sombras purpúreas del amanecer todavía se aglutinaban en los rincones de la avenida Glenwood, Megan enfiló el Viper calle abajo, todavía somnolienta. Enroscada en el asiento del copiloto Abby dormitaba ajena a su destino. La caniche se había quedado con Emily en las contadas ocasiones en las que Megan había tenido que salir de la ciudad. Hannah se había ofrecido a quedarse con ella.
Hizo un alto en el camino para dejar a la caniche y recogió a Jodie Graham de camino al aeropuerto. Había sido un detalle generoso que Jodie se hubiera ofrecido a acompañarla a Nueva York. Además, como había vivido allí durante años, se conocía al dedillo la ciudad e insistió para que dejara en sus manos todo lo relativo a los horarios de los aviones y al hotel. Reservó un par de habitaciones en el hotel Carlyle junto a Central Park y programó una visita turística por la ciudad antes de acudir al estudio de su hermano.
Ya en el avión, Jodie le comentó que tenía muchas ganas de encontrarse con él. Se marchó de Nueva York hacía siete meses y desde entonces no había vuelto a ver a la familia.
—Insisten en venir a verme, pero se quedarían horrorizados si descubrieran el cuchitril donde estoy viviendo.
La azafata anunció que el vuelo estaba a punto de despegar. Dio las oportunas instrucciones e instó a los pasajeros a que se abrocharan los cinturones.
—¿Crees que eso importaría a tu familia?
—Ellos se preocupan mucho por todo, aunque también es cierto que les he dado motivos suficientes para que lo hagan. —Jodie buscó sus ojos. Su expresión triste a la vez que misteriosa, auguraba confidencias que intuía deseaba compartir con ella, pero le faltó decisión—. Es una historia complicada, no quiero aburrirte con mis problemas.
—No me aburres, puedes hablarme de ello si quieres.
Megan se dio cuenta de que había simpatizado con Jodie y que su interés por la investigación estaba mezclándose con un apego algo más personal. Habían conectado pese a que, prácticamente, acababan de conocerse. Los ojos de Jodie Graham solían adoptar una expresión melancólica cuando hacía referencias a su pasado, y tal vez ésa era la razón por la que se sentía identificada con ella. El suyo tampoco había sido nada sencillo.
—Mi familia no tiene ni idea de que trabajo como chica de compañía. Creen que tengo un empleo de auxiliar de enfermería en un centro de salud. —Cruzó las manos sobre el regazo—. Antes de dedicarme a la moda hice un módulo de auxiliar de clínica.
—Pero es un trabajo digno. ¿Tan terrible sería que se enteraran?
—¡Claro que sí! A mi madre le daría un infarto. Además, quiero dejarlo en breve. No tiene sentido preocuparles innecesariamente.
Mientras el avión despegaba y hasta que recuperó su posición horizontal, guardaron silencio. Después, Jodie le habló de sus planes.
—Estoy yendo a clases de arte dramático. Quiero ir a Los Ángeles cuando esté preparada.
Le contó que siempre quiso ser actriz y que abandonó su pueblo natal en Nueva Jersey con la intención de matricularse en una escuela de arte dramático en Nueva York.
—Entonces un cazatalentos se cruzó en mi camino y me captó para su agencia de modelos. Decidí postergar mi sueño de ir a Hollywood.
—¿Por qué viniste a Pittsburgh?
—Cogí un mapa de Estados Unidos, cerré los ojos y apunté con el dedo. Estaba pasando un mal momento y me daba igual adonde ir.
Conforme la conversación se distendía, Jodie le habló de los verdaderos motivos por los que había huido de Nueva York. La razón se llamaba Tex Cadigan, su última pareja.
—La cicatriz de la cara no me la hice en ningún accidente de coche. Tex y yo tuvimos una fuerte discusión y él… me golpeó. —Jodie se estremeció sobre su asiento, todavía temblaba de miedo cuando pensaba en Tex—. Los cristales de la ventana se rompieron y algunos se me incrustaron en la mejilla pero pudo haber sido mucho peor. Hui de Nueva York y ya no he vuelto a ir. Tex no sabe nada sobre mi paradero, pero tengo miedo de que algún día se entere y venga a buscarme.
A modo de comprensión, Megan apoyó la mano sobre la de Jodie, que estaba gélida.
—Ahora intento rehacer mi vida. —Esbozó una sonrisa triste aunque cargada de esperanza y luego cambió de tercio—. Le he mentido a John respecto a tu trabajo porque no quiero que me relacione con un empleo como el que tengo. Se preocupa mucho por mí.
—¿Qué le has contado?
Megan se sintió mezquina. Jodie le había abierto su corazón y ella, por el contrario, no hacía otra cosa más que contarle mentiras.
—Que te mudaste a mi bloque de apartamentos hace unos meses. —Sus níveas mejillas recuperaron el color—. Si te parece bien le contaré que eres periodista y que andas investigando un concurso de belleza porque sospechas que es fraudulento. Las fotografías las necesitas porque tienes la intención de infiltrarte en la organización haciéndote pasar por una concursante que aspira al premio.
Megan enmudeció. Durante unos segundos interminables sus sentidos se negaron a reaccionar. Creyó que Jodie había descubierto su verdadera identidad. ¿Cómo si no era posible que pudiera estar tan cerca de la verdad? Parpadeó y estudió el rostro de Jodie pero, o bien fingía, o bien no se trataba más que de una asombrosa coincidencia. Debía de ser lo último, era imposible que Jodie la hubiera desenmascarado tan rápido.
—¿No te gusta mi plan?
—Oh… no, es un plan perfecto —asintió—. Me inquieta un poco ponerme delante de un fotógrafo en ropa interior, eso es todo. —Y además era cierto.
—No te preocupes. Mi hermano es un profesional.
Había momentos en los que Megan se cuestionaba dónde se estaba metiendo. Siempre había sido intrépida y decidida, pero sin que hubiera asesinatos de por medio. A veces se sentía valiente y deseosa de que comenzara la acción, pero en otras ocasiones pensaba que tal vez Derek tuviera razón y estuviera colocándose en una situación de riesgo. Hasta que él no lo mencionó, a ella no se le había ocurrido pensar que La Orquídea Azul fuera la tapadera que encubría los negocios ilícitos de Helsen. De ser así, Harris debía estar tan implicado como él.
Se preguntó si sería oportuno mencionar a Emily. Estaba segura de que Jodie la conocería aunque, teniendo en cuenta el carácter reservado de su vecina, era probable que Jodie no tuviera mucha información que ofrecerle. Decidió que era demasiado pronto para hacer preguntas comprometidas, prefería ganarse un poco más su confianza.
—¿Estás saliendo con alguien? Disculpa si soy indiscreta —inquirió Jodie.
Megan era recelosa con su vida privada pero la pregunta de Jodie le agradó. No podía ni recordar cuándo fue la última vez que tuvo una conversación sobre hombres. Las que tenía con Hannah no contaban, pues en ellas Megan siempre era una mera oyente.
Movió la cabeza en sentido negativo.
—Ahora mismo no. Mi última relación terminó hace dos años.
No podía considerar que lo que había entre ella y Derek fuera una relación.
—Yo he estado saliendo con un policía durante un tiempo pero debo de ser un imán para los tíos sin escrúpulos. Al principio era encantador, sabía lo que tenía que decirle a una mujer para hacerla sentir bien, pero todo en él era fachada. Descubrí que se estaba acostando con una amiga mía y que ninguna de las dos conocíamos su doble juego. —Sacudió los hombros, como si se hubiera quitado un peso de encima.
Megan le habló de Jim Randall, modificando sobre la marcha aquellas partes de la historia que Jodie no debía conocer, como por ejemplo el lugar donde se habían conocido. Le sentó muy bien hacerlo, y cuando el avión aterrizó en el JFK de Nueva York, Megan se sintió como si conociera a Jodie Graham desde hacía mucho tiempo.
Dejaron sus maletas en el hotel Carlyle y pasaron la mañana haciendo compras por Manhattan. Pese a las reticencias de Megan, Jodie eligió un par de atrevidos conjuntos de lencería en Victoria's Secret para ella. Pensar en que Gary Harris iba a distribuir sus fotografías con esas prendas tan íntimas le causaba tanta aversión que protestó. «Esto es demasiado provocativo para exhibirlo», pero Jodie volvía a repetirle una y otra vez: «Mi hermano es un profesional y te hará unas fotos preciosas. Relájate». Pero no estaba relajada, no podía estarlo pensando en esas minúsculas braguitas y en los sujetadores de encaje. Imaginó lo excitante que sería estrenarlos con Derek y ese pensamiento la llevó a otro. Le había dicho que podía convertirse en su sombra si le daba la gana, y Megan le había provocado informándole sobre dónde se hospedaría.
¿Sería capaz de llevar a cabo su amenaza? No lo creía.
El taxi que las recogió en el hotel tomó la calle Setenta y cuatro y se detuvo en el ciento tres, frente a un edificio antiguo y portentoso. La puerta era blanca, inmensa, de hierro forjado. La fachada de granito gris tenía enormes ventanales de marcos oscuros, muy al estilo de los edificios antiguos del norte de Manhattan. Jodie pulsó el interfono y Megan sintió que le ardía el estómago. Tragó saliva e hizo unas inspiraciones profundas sin que Jodie advirtiera lo nerviosa que estaba. Al cabo de unos segundos, la voz de un hombre habló al otro lado del interfono y los ojos azules de Jodie brillaron de alegría.
—John, soy Jodie.
Se escuchó el ladrido de un perro, un saludo cariñoso y el zumbido de la puerta al abrirse. El olor a cera para lustrar la madera penetró en sus fosas nasales mientras Jodie la conducía a un montacargas. Cuando pulsó el botón y el montacargas comenzó a ascender, Megan ya tenía un nudo en el estómago del tamaño de un balón. Jodie lo notó.
—Vamos, relájate.
—Estoy en ello. —Se aclaró la garganta—. Te agradezco infinitamente todo lo que estás haciendo por mí, pero creo que estaría menos nerviosa si me dejaras a solas con tu hermano.
—No te preocupes, no pensaba quedarme. Aprovecharé para ir visitar a mi cuñada. Está embarazada de nueve meses.
En la puerta del estudio había una pequeña placa de metacrilato donde John Graham se anunciaba. Un estrepitoso coro de ladridos fue la respuesta al sonido del timbre.
—Es Orson —dijo Jodie con excitación.
La puerta del estudio se abrió y un gran golden retriever de pelaje dorado se abalanzó a los brazos de Jodie irguiéndose en todo su tamaño. Estuvo a punto de tumbarla en el suelo. El perro le lanzó cariñosos lengüetazos que Jodie esquivó como pudo mientras revolvía su suave pelambrera y mantenía el equilibrio.
—¡Este es mi chico! —Palmeó el lomo del perro y lo abrazó afectuosamente—. ¿Has crecido o son imaginaciones mías?
—Son imaginaciones tuyas. Deberías venir por aquí más a menudo.
El hermano de Jodie apoyó el hombro contra el marco de la puerta y mantuvo las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros. Sonreía ampliamente, esperando su turno para darle la bienvenida a su hermana. Durante un breve instante Megan fue incapaz de retirar su mirada de él. El fotógrafo que iba a verla casi como su madre la trajo al mundo era un hombre muy atractivo. Debería haber imaginado que si los genes de Jodie eran formidables los de su hermano mayor también lo serían. Existía un cierto parecido entre los dos, el pelo rubio, los ojos azules, la amplia sonrisa… Tan femenina era Jodie como masculino era John, y aunque resultaba muy agradable mirarle, hubiera preferido que no fuera tan imponente. ¡Iba a verla casi desnuda!
—Jodie, cariño. —Abrió los brazos y apretujó a su hermana entre ellos. Luego la besó en las mejillas—. Estás impresionante, hermanita.
Jodie se meció contra él.
—Tú también lo estás. —Se retiró unos centímetros para observarle mejor—. Aunque ya necesitas un buen corte de pelo —le dijo, con el propósito de fastidiarle.
—Me gusta tal y como está. ¿Cómo te va?
—Bien, no puedo quejarme. —Aunque hacía siete meses que Jodie no acudía por Nueva York, ella mantenía un contacto regular con su familia, tanto con sus padres como con sus dos hermanos—. Ven, quiero presentarte a la amiga de la que te hablé.
Jodie la presentó como Hilary Meyer y su hermano macizo le estrechó la mano calurosamente. Debió de notar su nerviosismo porque al entrar en el estudio le dijo que se relajara.
—Es que nunca antes he posado en lencería —le puso sobre aviso, aunque él lo descubriría en cuanto se quitara la ropa y se pusiera delante de la cámara.
—No te preocupes, déjalo todo en mis manos. —Le apretó el hombro con gesto afectuoso.
John Graham se adelantó hacia el interior del estudio donde estaban los decorados y Megan se quedó a solas con Jodie.
—No me dijiste que tu hermano estuviera tan bueno —susurró cerca de su oído.
—Te habrías puesto más nerviosa.
Orson salió disparado hacia el sofá que había en un rincón y de un salto se subió a un mullido cojín.
El estudio fotográfico de John Graham era una nave grande rodeada de amplios ventanales con una hermosa panorámica de Manhattan. Él había subido los peldaños por los que se accedía a un entarimado de madera donde estaban colocados los focos, los trípodes, las pantallas reflectantes y una butaca blanca y muy vanguardista frente a un fondo color marfil. A Megan le sudaban las palmas de las manos y la bolsa de plástico de Victoria's Secret estuvo a punto de resbalar hacia el suelo.
—¿Dana continúa de mal humor? —le preguntó Jodie.
Él hizo un gesto de resignación.
—Éste va a ser el embarazo más largo de la historia. Al menos a mí me lo está pareciendo. —Terminó de colocar los focos—. Se va a alegrar mucho de verte.
—Estoy deseando darle un abrazo, así que os dejo solos. ¿Cuánto crees que vas a tardar?
—Vuelve en un par de horas.
«¡¿Un par de horas?!» Megan se horrorizó. La única consecuencia positiva en la que podía derivar toda la vergüenza que iba a pasar sería obtener el beneplácito de Gary Harris.
Cuando se quedó a solas con él, Megan se acercó al decorado con renuencia.
—No tenía ni idea de que un estudio fotográfico pudiera imponer tanto respeto como la consulta de un dentista. —Dejó escapar un suspiro involuntario.
John sonrió y la observó con actitud profesional, como si estudiara su fisiología con el fin de valorar cuáles eran las herramientas de trabajo que debía utilizar.
—Jodie me ha comentado que eres periodista y que quieres infiltrarte en un concurso de belleza.
—Parece una locura pero a veces en mi trabajo tengo que asumir ciertos riesgos.
—Lo sé, mi mujer es periodista. Hace unos meses se reconcilió con su trabajo y desde entonces no ha dejado de meterse en líos —comentó de buen humor—. Puedes cambiarte de ropa en aquella habitación, yo iré preparando el equipo.
Megan se desvistió frente al espejo del baño y se puso el conjunto de seda de color granate. Se miró con expresión crítica en el espejo mientras procuraba que todo estuviera en su sitio. La verdad es que le sentaba muy bien, Jodie había tenido muy buen gusto al escoger ese conjunto en particular. A Derek le encantaría verla así y Megan fantaseó unos segundos hasta que sintió que las mejillas se le acaloraban.
Detrás de la puerta encontró un albornoz blanco que le venía grande por todos lados, pero Megan se lo puso. Cuando regresó al estudio, John orientaba los focos y las pantallas hacia la butaca blanca. También había cámaras fotográficas preparadas, espejos de prisma y superficies de refracción. Él le dijo que se quitara el albornoz y Megan obedeció. Estaba hecha un manojo de nervios pero él le dio conversación para deshacer su tensión. Le pidió que le hablara de su trabajo y del concurso de belleza y Megan se fue relajando poco a poco. Se limitó a hacer lo que él le pedía sin pensar, y su cuerpo respondió y se dejó guiar con naturalidad.
Poco antes de terminar la sesión, John le preguntó sobre Jodie y Megan percibió una clara preocupación por su hermana. John no confiaba plenamente en que todo le fuera tan bien como ella se empeñaba en aparentar.
—Comprendo su decisión de largarse lejos de aquí pero no hubiera sido necesario. Mi hermano y yo le dejamos claro a ese indeseable que le romperíamos las piernas si volvía a acercarse a ella.
—Jodie me dijo que Tex era cantante de rock.
Los ojos azules de John se cubrieron de una mezcla de amargura y odio.
—Tex era un miserable y un vago que vivió a costa de mi hermana mientras ella se lo permitió. —Hizo un par de fotos más y anunció que estaban a punto de terminar.
—Ella está bien. Es feliz con su actual vida en Pittsburgh y aunque os echa mucho de menos todavía necesita tiempo para curar sus heridas. Es una mujer muy valiente.
En su rostro ella leyó que se sentía orgulloso de su hermana y que la quería con todo su corazón.
Terminaron poco después, cuando su desnudez no la incomodaba tanto como las mentiras que se veía obligada a contar.
—Trabajaré durante la tarde. Seguramente esta noche pueda entregártelas.
Jodie tocó con los nudillos en la puerta de su habitación y Megan le dijo que pasara. Iban a cenar en el restaurante del hotel Carlyle junto a John y Dana Gibson, su esposa. Jodie llevaba puesto un elegante vestido verde esmeralda con el escote cuadrado y sin mangas. Megan se decantó por un sencillo vestido negro de tirantes fabricado con una tela que nunca se arrugaba, ideal para llevar en la maleta.
Dana Gibson tenía una tremenda barriga fruto de sus nueve meses de embarazo. Su vestido azul oscuro revelaba que, a pesar del embarazo y de que casi no podía moverse, no había perdido la línea. John estaba pendiente de ella en todo momento y, por la manera en que se miraban y unían las manos por encima de la mesa, Megan dedujo que estaban muy enamorados.
Estableció con Dana una interesante conversación sobre sus respectivos trabajos mientras servían el segundo plato. Actualmente, Dana era reportera en un canal de noticias de la televisión local, pero antes había trabajado para la prensa escrita y también conocía los entresijos de la profesión. Dana demostró admiración y un profundo interés por los planes que Megan estaba a punto de emprender. Era una lástima que Derek no pensara de la misma manera.
—Estoy cansada de estar embarazada y encerrada en casa. Necesito volver al trabajo o terminaré volviéndome loca.
John, que aparentemente estaba enfrascado en una conversación con Jodie sobre unos asuntos familiares, se dirigió hacia su mujer y con una sonrisa amable le dijo:
—Todos acabaremos volviéndonos locos, Dana. —Acarició su mano, que descansaba sobre la mesa, y Dana hizo una mueca al captar su ironía.
—Hablas tan gratuitamente porque no eres tú el que tiene que llevar a cuestas una inmensa barriga que pesa treinta kilos por lo menos.
—Sólo has engordado ocho kilos, cariño.
—Ayer saliste de cuentas, ya te queda menos. —Jodie le insufló ánimos.
—Es que a veces tengo la sensación de que quiere quedarse aquí dentro para siempre.
—¿Estás insinuando que nuestro pequeño Jesse es un cobarde? De eso ni hablar, está deseando asomar la cabecita.
El buen humor que imperaba en la mesa se vio interrumpido cuando Dana se llevó una mano a la barriga y cerró los ojos. Hizo unas inspiraciones y todos clavaron sus ojos en ella.
—¿Qué te ocurre? —La voz de John sonó alarmada—. ¿Ha sido una patada? ¿Te encuentras bien?
—Creo que tienes razón, cariño. Jesse ha decidido que quiere salir al exterior. —Dana puso una mueca de dolor—. Acabo de romper aguas.
En recepción le confirmaron que había una habitación reservada a nombre de Hilary Meyer, pero cuando pidió que la avisaran telefónicamente la recepcionista le comunicó que la señorita Meyer no se encontraba en ella.
Pensó en esperarla en la habitación y sorprenderla cuando regresara. Podía hacerlo si quería, bastaba con enseñar su placa, pero Derek sólo hacía uso de su autoridad cuando era estrictamente necesario. Además, si Megan no respondía a su presencia con entusiasmo, sería todavía peor si allanaba su habitación. Decidió que mataría el tiempo tomando una copa en el pub del hotel. No creía que se demorara mucho si su avión salía temprano. Tomó asiento frente a la barra e inspeccionó el ambiente cálido de la iluminación anaranjada.
Desde su posición se veía una parte del lujoso restaurante.
Eran cerca de las diez de la noche y todavía había gente cenando. A falta de algo mejor que hacer se entretuvo en observar a los comensales hasta que su vista se topó con Megan. Ella cenaba animosamente junto a otras dos mujeres y un hombre. Una de ellas estaba embarazada y el hombre le acariciaba la mano de vez en cuando. Era el típico tío por el que las mujeres se volvían locas, pero no tenía de qué preocuparse puesto que parecía ser el responsable de la tremenda barriga que lucía la embarazada. Había una tercera mujer, una rubia guapa con un vestido verde a la que había visto antes. Enseguida estableció la conexión. Era una chica de La Orquídea Azul a la que había interrogado el día después del asesinato. Se llamaba Jodie Graham y dijo que no tenía demasiada relación con Emily Williams, así que se mostró muy vaga en sus respuestas. Ben Cole había tenido una relación con ella, era la chica que le había empujado de su coche en la autopista cuando se enteró de que Ben jugaba a dos bandas.
Bebió un trago de su cóctel daiquiri y volvió a observar a Megan.
Estaba bellísima.
Sus ojos recorrieron el generoso escote de su vestido negro y ascendieron por la suave curva de su cuello. Se detuvo en los carnosos labios, que ella acababa de humedecer al beber de su copa de vino blanco. Algo la hizo reír, ajena a su minucioso examen. Desde esa distancia no pudo percibir los deliciosos hoyuelos que a ella se le formaban al reír, pero se los imaginó. Por último la miró a los ojos y la deseó de forma enfermiza.
Debía de estar perdiendo la cabeza porque nunca antes había cometido un acto tan imprudente e insensato por una mujer. Salió de trabajar a las ocho de la tarde y pisó el acelerador a fondo para llegar a casa cuanto antes. Se duchó, se cambió de ropa y esperó a que Annabelle llegara a casa para quedarse con Martha. Luego volvió a conducir como un suicida hacia el aeropuerto. Un par de horas después, el avión aterrizó en el aeropuerto JFK de Nueva York y un taxi le llevó hacia el hotel Carlyle.
No tenía ningún plan, había actuado por instinto sin pararse a pensar. Sólo sabía que ansiaba tocarla. Quería besarla y abrazarla. Quería penetrarla mientras la miraba a los ojos y se encontraba otra vez con aquella expresión dulce y excitada.
De repente, Derek advirtió que el buen humor reinante en la mesa se había esfumado como por arte de magia. Todos dirigieron su atención hacia la mujer embarazada, que parecía indispuesta. El tipo rubio se puso en pie con tanta vehemencia que estuvo a punto de volcar la silla y, después, todo sucedió muy rápido. Por los gestos apremiantes y la celeridad con la que abandonaron la mesa, Derek intuyó que la mujer se había puesto de parto justo en aquel instante.
John ayudó a Dana a llegar al coche mientras Megan y Jodie les pisaban los talones. Parecía que todo iba a ser muy rápido pues las contracciones de Dana eran cada vez más intensas y continuas.
—Será mejor que conduzca yo. Tú estás demasiado nervioso, John —le sugirió Jodie.
—Ni hablar, Dana está a punto de tener a nuestro bebé y tú no te conoces Nueva York como yo.
Afortunadamente, el Grand Cherokee de John estaba aparcado justo a la entrada del hotel.
—Podrías tener un accidente si conduces en ese estado —insistió Jodie.
—¡Me da igual quién conduzca! —gritó Dana, que acababa de sufrir una nueva contracción que desencajó su rostro—. ¡Vamos al hospital de una maldita vez!
Jodie no tuvo más remedio que subir en el asiento de atrás junto a Dana mientras John se ponía al volante. Estaba sudando.
Jodie miró a Megan antes de cerrar la puerta.
—Te llamaré en cuanto suceda algo.
—Siento que nos hayamos conocido en estas… circunstancias —se lamentó Dana.
—Ya habrá otra oportunidad —sonrió Megan—. Que todo vaya muy bien.
—Échales un vistazo a las fotografías. —John habló atropelladamente mientras arrancaba el motor. Se las había entregado hacía un rato, el sobre que las contenía todavía estaba en la mesa—. Son preciosas.
—Pero son las últimas que harás —aseguró Dana.
John esbozó una sonrisa nerviosa y el coche salió disparado calle abajo. Se saltó un par de semáforos en rojo al final de la avenida y las ruedas chirriaron cuando tomó la siguiente curva.
La indecisión lo mantenía atrapado. ¿Debía perseguir al grupo y hacerse visible ante Megan o continuar esperando a que ella apareciera? Si Megan había decidido acompañarles al hospital no regresaría hasta bien entrada la madrugada. Se puso en pie y valoró las opciones que tenía, pero antes de tomar una decisión sus pies ya se habían puesto en movimiento.
Vio a Megan a través de la amplia cristalera que comunicaba el vestíbulo del hotel con el exterior. Derek suspiró aliviado y se tomó unos segundos para recuperar la calma. Ella estaba de espaldas a él, envolviéndose el cuerpo con los brazos y con la cabeza vuelta hacia el final de la calle. El vestido negro destacaba la sensualidad de su cuerpo y la brisa nocturna acariciaba sus cabellos y ondeó el bajo de su vestido. ¿Qué pensaría cuando le viera aparecer? ¿Cómo reaccionaría cuando sustituyera los brazos con los que se rodeaba a sí misma por los de él?
Sólo había una manera de averiguarlo.
Derek empujó la puerta giratoria y salió al exterior. Se detuvo detrás de ella y la brisa trajo a su rostro su suave aroma. Alzó las manos y las detuvo muy cerca de sus hombros. Vaciló un instante pero, después, las posó sobre ellos. Megan dio un respingo y se dio la vuelta sobresaltada. Sus ojos grises hicieron contacto con los suyos.
—¿Qué haces aquí?
Derek trató de interpretar sus emociones pero sólo vio sorpresa. No sabía si positiva o negativa. Megan podría enojarse si creía que, tal y como él le había dicho, estaba allí para convertirse en su sombra, pero no le dio esa impresión. Derek le acarició suavemente los hombros y sonrió ligeramente.
—Quería verte. —Su voz se revistió de un matiz ronco y profundo. Sus manos se deslizaron sobre sus brazos—. No he venido para tratar de disuadirte ni para pedirte explicaciones. Sólo quiero estar contigo y olvidarme durante unas horas de todo lo demás. —Estudió su reacción y pronto comprobó que sus emociones eran indudablemente positivas.
Megan estaba impresionada. Si no le creyó capaz de tomarse tantas molestias con el único afán de vigilarla, menos todavía para estar con ella. Pero allí estaba y parecía otra persona distinta a aquella que le había gritado hacía tres días en su cocina. El regocijo se expandió por su cuerpo como el fuego sobre la gasolina pero no se lo manifestó, todavía estaba molesta por la manera poco ortodoxa con la que se había dirigido a ella.
—Eso no es lo que dijiste la última vez que nos vimos.
—Pero lo digo ahora.
La intensidad con que le habló aceleró el pulso de Megan y la dejó sin palabras pero, aun así, no iba a arrojarse en sus brazos porque tuviera una sonrisa maravillosa y una mirada tan atractiva. Eso no cambiaba que se hubiera comportado como un asno. Derek debió de leerle el pensamiento porque le acarició suavemente el cuello con las yemas de los dedos. Como su mirada descendió hacia sus labios Megan pensó que iba a besarla. Pero no lo hizo y se retiró cuando ella menos deseaba que lo hiciera.
—¿Estás acostumbrado a salirte con la tuya?
—Tengo mis trucos.
Derek la invitó a darse la vuelta y colocó las manos sobre sus hombros desnudos. La acarició suavemente al principio y después comenzó un lento masaje que amenazó con dejarla indefensa y sin armas.
—Estás muy tensa.
—Ha sido un día agotador.
Ese era su truco, pensó Megan. Sus manos sabían lo que tenían que hacer para chuparle a una las fuerzas y quitarle las ganas de protestar.
—Yo puedo arreglarlo —musitó junto a su oído.
Vaya si podía, cuando presionó alrededor de su nuca creyó que flotaba.
—Estás empleando… una treta muy sucia. —Estaba en la gloria.
—¿Pero funciona?
Merecía que le dijera que no, pero sus labios le dijeron otra cosa.
—Desde luego que sí. —Supo que sonreía a sus espaldas—. Así que estás aquí porque querías verme… —Ella no terminaba de creerlo.
—Y porque quería tocarte.
—Ya veo. —Su voz quedó laxa—. ¿Y después?
—Lo descubriremos poco a poco.
Derek volvió a acercar la boca a su oreja y la acarició con los labios. Megan sonrió.
—Bien.
Todo era ambiguo entre los dos, pero Megan sentía que estaba en sintonía con Derek.