28
EL lunes por la mañana, entro corriendo en la galería un segundo antes de mi hora y apenas contengo la sonrisa mientras tomo nota para mis adentros: prohibido ducharse con Chris antes de ir al trabajo.
—Buenos días, Sara —me saluda Amanda al tiempo que me echa una rápida ojeada desde detrás de la mesa—. Estás fabulosa. Ábrete la chaqueta y déjame ver el conjunto.
Me echo hacia atrás la carísima chaqueta de cuero que Chris me dio en Napa Valley y le enseño un sencillo vestido tubo de Chanel color rosa pálido. Es uno de los muchos artículos que había en las bolsas que él me regaló. Es sencillo y elegante, y me encanta. Me detengo frente a las oficinas, delante de su mesa.
—Me encanta ese vestido. Tiene un color precioso.
—Gracias. —Sonrío—. Da gusto empezar la mañana con un cumplido.
—Está preciosa, señorita McMillan. —Al alzar la vista, veo a Mark detrás de Amanda con un traje oscuro de rayas y tan guapo e imponente como de costumbre.
—Gracias —consigo decir, preguntándome a la vez por qué me siento tan a la defensiva. Últimamente, me siento así demasiado a menudo.
En los ojos de Mark se adivina lo que creo es una burla a mi costa.
—Ahora tiene dos cumplidos para empezar el día.
—Espero que eso signifique que hoy tendré suerte con las ventas en sala —me atrevo a decirle.
Sus labios se tuercen.
—Estoy bastante seguro de que va a ser así. Hay un cliente que estuvo en la fiesta el viernes por la noche y que dice que le prometió un pase privado de la colección de Ricco. Las grandes promesas, señorita McMillan, nos hacen quedar mal a usted y a mí cuando no se cumplen.
«¡Ay, mierda!»
—Pensé que como conoce a Ricco, y dado que está exponiendo aquí, podría convencerlo para que organizáramos una visita.
—Buena suerte con ese asunto, señorita McMillan. —Mira a Amanda—. Dele el número de Ricco, y, señorita McMillan, el hecho de que haya sido aceptada para vender en sala no le exime de hacer el test que encontrará en su correo electrónico. —Empieza a girarse pero se detiene—. Si consigue una cita con Ricco, logrará impresionarme.
Lo miro marcharse y Amanda se vuelve por encima del hombro.
—¿Ricco, Sara? ¿Lo conoces?
Noto que me pongo lívida.
—No.
Ella suelta un silbido.
—Imagínate a Mark pero en agrio. Es arrogante y vehemente y...
—Me hago una idea.
Me dirijo a la puerta de las oficinas y entro. Amanda gira su silla.
—Aquí tienes la tarjeta de Ricco. —La cojo y ella baja la voz—. Tenía debilidad por Rebecca. Ella fue la que organizó el acto benéfico. Pero a Mark no le ha dejado ninguna pieza en depósito desde que ella se marchó. Si consigues ganártelo, el jefe quedará impresionado.
«Rebecca.» Aparece allá por donde voy, pero hace que me sienta un tanto esperanzada en una situación que de otra manera sería desastrosa.
—Gracias, Amanda. Intentaré hacerlo lo mejor posible.
Ella sonríe.
—Ánimo, Sara, tú puedes.
En cuanto me siento a mi mesa, Ralph aparece en la puerta, me muestra un cartel en el que pone ÁNIMO, SARA con un emoticono sonriendo y luego desaparece.
Me río y decido que debo lanzarme en directo y llamar a Ricco, no vaya a ser que cambie de idea. Estoy a punto de marcar el número desde el teléfono del despacho cuando suena mi móvil. Lo saco del bolso y sonrío al ver que tengo un mensaje de Chris al tiempo que lo recuerdo escribiendo su número en él teléfono anoche.
Suelto el teléfono de la oficina y abro el mensaje.
Darse una ducha caliente tiene hoy un significado nuevo.
Me río y escribo:
Lo mismo que una ducha fría.
Cierto. Muy cierto. ¿Comemos?
Empiezo a decir que sí, pero me acuerdo de Ava.
Tengo una cita para comer.
Cancélala.
Resulta tentador, pero mi mirada aterriza en la vela de olor a rosas y pienso en Rebecca. Espero que Ava pueda contarme algo más acerca de ella.
No puedo.
Voy a estar muerto de hambre para la cena.
Pongo los ojos en blanco, divertida.
Me gusta cuando estás hambriento.
En ese caso, intentaré no defraudarte. Iré a recogerte a las ocho.
Meto el teléfono en el bolso y marco un número en el de la oficina. Enseguida me salta el buzón de voz de Ricco. Cuelgo, porque si dejo un mensaje tendré que esperar una cantidad de tiempo considerable antes de volver a llamar.
Entonces, suena el interfono que hay sobre la mesa y contesto.
—Su primer cliente está esperando en la sala, señorita McMillan —dice Mark—. Haga que me sienta orgulloso.
Me emociono al escuchar el reto.
—Lo haré.
Él no dice nada por un segundo.
—Espero no haberme equivocado con usted.
La comunicación se corta y me pongo en pie. El día marcha bien por el momento.
A la hora de comer, he hecho una venta, es posible que haga otra y me siento estupendamente. Ironías de la vida, Ava ha reservado en el Diego María para nuestra cita.
Entro en el restaurante y la localizo en la misma mesa que Chris y yo ocupamos la semana anterior.
—¡Sara! —Se pone de pie. La encuentro chiquita y encantadora con su traje pantalón negro y el pelo largo y oscuro cayéndole sobre los hombros. La envuelvo en un abrazo y deduzco que le gusta dar abrazos tanto como a mí. Siento que somos amigas a pesar de no conocerla apenas.
Nos acomodamos en nuestros asientos y María se acerca a nuestra mesa.
—Bienvenida, señora Sara. Veo que no la he espantado con los chiles.
—No. Aquello fue culpa de Chris, no suya.
—Ah, bueno. Supongo que le haría pagar por quemarle la boca.
Me río.
—Por supuesto que sí.
Ella aplaude.
—Excelente. En ese caso, invitaremos a estas bellas damas a unos tacos con la salsa aparte.
Ava arquea una ceja.
—Percibo una buena historia.
Le cuento en un minuto los acontecimientos de mi visita anterior y nos ponemos a charlar relajadamente. Ella me pone al día de todos los cotilleos del barrio y la escucho buscando chismes sobre Rebecca, tratando de encontrar la mejor manera de desviar la conversación hacia ese tema.
Ava baja la voz.
—Y Diego se va a París, ¿sabes?
—Sí. Se lo comentó a Chris el día que estuve aquí.
—Va en busca de una mujer, una estudiante de intercambio que solía venir al restaurante. Pero ella sólo se estaba divirtiendo, Sara. Yo la conocí, hablé con ella. Él le va a pedir matrimonio. Es todo muy triste. París hace que las personas se vuelvan románticas y estúpidas.
Pienso en Ella, a quien traté de llamar anoche sin éxito.
—Tienes que decírselo, Ava.
—Me echaría del restaurante y me encanta este sitio.
La miro sorprendida. Habla en serio. Va a permitir que le destrocen el corazón a ese hombre por unos tacos. Tengo que hablar con Chris, a ver si él puede convencer al joven.
—Y, además —añade Ava—, ¿quién soy yo para juzgarlo? Pensé que el tipo rico y atractivo que salía con Rebecca era un seductor y que la dejaría en un santiamén. Le dije que se cuidara de él y se enfadó. Y, de pronto, está dándose la gran vida mientras tú haces su trabajo. Cuando intentas prevenir a alguien sobre la persona con la que sale, es imposible que te salgas con la tuya. Sencillamente no puedes.
Me quedo estupefacta. Nunca creí que ese tipo rico existiera. Es decir, el hombre de los diarios es Mark, ¿no?
—¿Viste al hombre con quien se ha ido de vacaciones?
—Una vez. Y bastó para darme cuenta del peligro que tiene. Es un seductor y se lo puede permitir. Habría matado por pasar una noche con él, y creo que no hay ninguna mujer en el planeta que no haría lo mismo.
—¿Es artista?
Ella niega con la cabeza.
—Es un analista de inversiones de Nueva York que ella conoció haciendo un trabajo para Mark. Es amigo de éste. Eso es ya de por sí como para izar bandera roja. Mark es tan frío como el hielo y tan caliente como mi café. Quienes juegan juntos permanecen juntos, y solteros. O, en este caso, quienes hacen dinero juntos son... —Se echa a reír—. No sé. No se me ocurre nada ingenioso, pero ambos viven por y para el dinero. Son como dos gotas de agua.
¿Jugar juntos? ¿Ha sido una equivocación? ¿Una referencia al sexo? ¿Significa eso que este hombre es el que aparece en el diario y es él quien compartió a Rebecca con Mark?
Llega la cuenta, que asciende tan sólo a la generosa propina que dejamos, al tiempo que se aparca el tema de Rebecca. Me reprendo por no haber descubierto el nombre del novio. Charlamos mientras regresamos a la galería dando un paseo, pero hablamos de cosas irrelevantes. Quedo con ella en que pasaré al día siguiente a tomar café y vuelvo al trabajo.
—Hay una sorpresa para ti en tu despacho —dice Amanda con una sonrisa.
—¿Qué es?
—Sorpresa —repite—. Ve a ver.
Llego a la puerta del despacho y me detengo en seco al ver las rosas. La habitación está llena de rosas y me siento como una princesa que hubiese encontrado a su Príncipe Azul. El dulce aroma de las flores me provoca un nudo en el estómago y me acerco a la mesa con piernas temblorosas. No puedo coger la tarjeta y me siento en la silla a contemplar los doce capullos cerrados. A punto de abrirse. De pronto, necesito saber quién los envía. Cojo el sobre y con mano trémula extraigo la tarjeta.
Porque me comporté como un idiota bajo los rosales pero fui un ser afortunado por tenerte junto a mí.
Chris
No puedo respirar. La tarjeta, y lo que dice, es perfecta. Alzo la vista hacia el cuadro de las rosas y me fascina hasta qué punto estamos conectadas. Cojo el móvil para escribirle a Chris, pero, de pronto, me viene a la cabeza otro pasaje del diario.
A veces es duro, autoritario, pero hace que me sienta protegida. Me hace sentir especial. Creo que estoy lista para dejar de lado el miedo a las cosas que quiere que haga con él y dar el siguiente paso.
Me fascina algo más que las rosas. Me fascinan las similitudes entre sus sentimientos por el hombre del diario y lo que yo siento por Chris. Pero no somos iguales. Él no es el hombre del diario. Nada hace pensar que sea él. El pincel. No. No. No es Chris. Ava ha dicho que lo conoció. Sabe quién es.
Suena el teléfono de la oficina y me sobresalto.
—El cliente de esta mañana ha vuelto para hacer una compra —anuncia Amanda.
Arrojo el móvil al cajón y me levanto de golpe, contenta de poder huir de mis pensamientos y sentimientos.
Apenas he cerrado la venta cuando Amanda me dice que Mark quiere verme en su despacho. Con la segunda venta del día en mi haber, me siento menos intimidada cuando me llama.
—Cierre la puerta —me ordena al entrar desde detrás de su enorme mesa—. Y siéntese, señorita McMillan.
Vale, no es sencillo sentirse cómoda con Mark. Supongo que he abusado de la buena suerte con mi nuevo jefe desde algún momento entre la expresión «pelea de gallos» y mi negativa a sentarme, así que hago lo que me ordena y me siento frente a él. Oh, sí. Y, teniendo en cuenta que mi amante no novio o lo que sea me ha hecho ganar una comisión de cincuenta mil dólares, creo que es el día adecuado para hacer lo que se me dice.
Su mirada de acero me examina durante un lapso de tiempo demasiado largo, y estoy a punto de ponerme a hablar de más cuando Mark dice:
—He visto que hoy ha recibido flores.
«Muy bien. ¿Adónde quiere llegar?»
—Sí. —Me digo a mí misma que no debo responder a su provocación, pero no puedo—. Es una forma muy agradable de empezar la semana y las rosas hacen juego con el cuadro tan maravilloso que ha colgado en mi despacho. —«¡Oh, cállate y no entres al trapo!»
—Supongo que eso quiere decir que su relación con Chris sigue adelante.
Me pongo a la defensiva a pesar de que me he prometido comportarme.
—¿Realmente es eso relevante para mi trabajo?
—¿No?
—No.
—¿Negoció una comisión por usted y no sabe por qué es relevante?
Eso me pasa por pensar que he esquivado una bala.
—Si es una cuestión de dinero...
—Todo es cuestión de dinero, señorita McMillan, y, dado que no tengo inconveniente en pagarle bien, espero poder tenerla en exclusiva mientras se encuentre en mi territorio.
—¿Cómo? —El corazón bate con fuerza en mi pecho—. No entiendo qué significa eso.
Él gira la pantalla de su ordenador, pulsa el botón de «play», y el corazón casi me explota en el pecho al ver la grabación de la cámara de seguridad. Aparecemos Chris y yo en el baño. Chris me está tocando. Chris me está besando.
—¡Basta! —digo, sentándome en el filo del asiento.
Él pulsa una tecla.
—Por supuesto que basta.
—Eso estuvo fuera de lugar y no volverá a suceder —prometo rápidamente.
—Tiene razón. No volverá a suceder. Aclaremos algo, Sara: ésta es mi galería, y, mientras usted esté aquí o ande atendiendo a mis negocios, me pertenece a mí y no a Chris Merit.
—¿Me pertenece? —repito.
—Me pertenece. Apostó por mí, no por Chris. Y, si cree que él no sabía que había una cámara y que esto no ha sido más que una estrategia contra mí, piénselo dos veces.
¿Chris sabía que había cámaras? Mi corazón se hace añicos por todo lo que supone esta revelación. Claro que Chris lo sabía. Ésta es su vida, su mundo. Debería haberlo sabido. Lo sabía.
—Lo siento. —Me entran ganas de decirle que fue por culpa del vino, pero me temo que lo único que conseguiría es hacerle pensar que supongo otro problema para él—. No volveré a defraudarlo.
Me observa con ojos fríos y calculadores durante lo que me parece una eternidad.
—Relájese, señorita McMillan. Estoy de su parte. No voy a despedirla.
No me va a despedir. Eso es bueno. Es lo que quiero. Asiento, pero sigo erguida en la silla.
—Relájese, Sara. —Es una orden.
Quiero hacer lo que me pide. Quiero demostrarle que merece la pena arriesgarse por mí, que soy una buena empleada, pero la adrenalina me tiene alterada por completo. Respiro hondo y, lentamente, domino la tensión de mi cuerpo y vuelvo a reclinarme sobre el respaldo de la silla.
—Vamos bien —dice Mark con una delicadeza en su voz que nunca había oído—. Juntos tendremos un futuro brillante.
—¿De verdad?
—Sí. Tengo fe en usted. En caso contrario, no estaría aquí. Pero también es mi labor protegerla a usted y a esta galería. Tiene que comprender que los artistas pueden ser manipuladores. Pueden utilizar en su contra la posibilidad de obtener un pase especial como el que usted quiere que haga Ricco. Tengo que asegurarme de que sepa que no tiene que hacer nada para trabajar en esta galería excepto ser la profesional que es. Nosotros no suplicamos, y usted no permite que la manipulen. Punto final. Los artistas saben que yo no tolero esa basura, y, mientras crean que me pertenece, creerán que usted tampoco la tolera. Así que cuando digo que me pertenece, Sara, quiero decir que usted me pertenece.
«Le pertenezco.» No me siento cómoda con las palabras que ha escogido, pero dudo de mi capacidad para juzgarme a mí misma en este momento. Mi mirada se eleva hacia el mural que hay detrás de Mark y que estoy segura que ha pintado Chris. He confiado en Chris. ¿Me ha estado manipulando? ¿Me ha estado utilizando contra Mark? No es la primera vez que he tenido este pensamiento.
—¿Todo claro, Sara? —pregunta Mark, espoleándome.
Mi atención vuelve a centrarse en él, en sus ojos plateados que me ofrecen protección, un buen trabajo, un futuro.
—Sí. Todo claro.
Apenas recuerdo el resto de la conversación. En cuanto vuelvo a mi despacho, cojo el teléfono móvil y escribo a Chris. Tengo que cancelar la cena. Apago el teléfono.