27

YA está cayendo el sol cuando nos detenemos en mi bloque y Chris aparca el 911 entre vehículos mucho más humildes que el suyo, algo que imagino que habrá notado.

—Sólo serán unos minutos —digo, y salgo deprisa del Porsche. En cuanto me pongo de pie, Chris se acerca rodeando el maletero, lo cual echa por tierra mi plan de fuga—. No hace falta que me acompañes.

—Pero quiero hacerlo. —En su voz no hay tregua. Desliza sus dedos entre los míos y me empuja adelante—. Te sigo.

Resignada a perder esta batalla, me dirijo con él hacia el edificio de ladrillo rojo y enseguida llegamos a la puerta de mi apartamento. Al sacar las llaves del bolso, dudo. Los diarios están sobre la mesita de centro del salón. No puedo evitar que Chris los vea. No hay forma posible.

Chris me abraza por detrás, con su enorme cuerpo acaparando el mío, y me coge el llavero. Gira la llave y empuja la puerta. Siento que me sube la adrenalina, entro corriendo y me dirijo hacia la mesita a toda prisa. Empiezo a apilar los diarios, y lo único bueno de que estén donde están y de mi estado de pánico es que tengo algo de que preocuparme aparte de mi sencillo sofá marrón y mi mueble de comedor de quinientos dólares.

La puerta se cierra detrás de mí y doy tal respingo debido a mi estado de nervios que dos de los diarios caen al suelo. Chris acude, como siempre hace cuando se me caen las cosas, y los recoge.

Me siento en el sofá y dejo los tres diarios que tengo en las manos encima de la mesa de centro mientras Chris me da los que ha recogido él. Se acomoda a mi lado y me observa, haciendo caso omiso de los diarios, que son lo único en lo que estoy pensando.

—¿Qué te pasa, cariño? ¿Por qué estás tan agobiada porque haya venido contigo? No me preocupa tu apartamento. Eres tú lo que me importa.

Los ojos se me abren como platos. Le importo. Es lo más parecido a admitir realmente que esto que hay entre nosotros, a falta de un término mejor, es algo más que sexo.

—Es por muchas cosas, pero, en realidad, no quería que vieses mi apartamento tan pequeño y tan humilde.

Él me sigue observando, pero ahora con mayor interés.

—Y ¿qué más? Y no me digas que nada. Acabas de decir que había más cosas aparte del apartamento.

Mi mirada se posa en los diarios que están sobre la mesa, y, de pronto, deseo con desespero hablarle de ellos.

—Si te lo digo, no sé cómo vas a reaccionar. —Levanto la vista hacia él—. Puedes llamar a esta revelación mi secreto oscuro, el que podría hacer que salieras corriendo.

—No voy a salir corriendo, Sara. —Coloca mis piernas sobre las suyas, manteniéndome atrapada, y me pregunto si lo sabe todo. Sospecho que sí. Chris sabe cómo controlar las cosas, cómo controlarme a mí—. Cuéntame.

—Los diarios que hay sobre la mesa son de Rebecca. —Las palabras me salen a borbotones y me siento aliviada al pronunciarlas—. Son sus diarios personales y contienen sus pensamientos más íntimos.

—Los diarios de Rebecca —repite él impasible, con el rostro tan impenetrable como su tono de voz—. ¿Los cogiste de la galería?

—Mi vecina compró un trastero en una subasta. Hay gente que compra trasteros cuyos alquileres no han sido pagados por sus dueños para luego vender su contenido y sacarse algún dinero. Y eso era lo que ella pensaba hacer. Pero su novio, un médico rico al que apenas conoce, se la llevó a París. Dejó el guardamuebles a mi cargo.

—¿Tienes un guardamuebles lleno de cosas de Rebecca?

—Sí. No podía soportar la idea de deshacerme de sus cosas. Quería encontrarla y devolvérselas. Por eso empecé a leer los diarios. Y nuestras vidas son parecidas en tantos aspectos que enseguida supe que tenía que dar con ella.

—Y por eso fuiste a la galería.

Su tono de voz ya no es impasible. Es cortante como el acero y su expresión es dura. Su mandíbula se tensa y los nervios se me desatan en el estómago. No le gusta lo que le estoy contando. He cometido un error al compartir esto con él.

—Estaba preocupada por ella —digo en mi defensa—. Todavía lo estoy, y... y mis buenas intenciones se han convertido en algo que se me ha ido de las manos.

Él me baja las piernas y se yergue mientras contempla los diarios. Los segundos pasan, la tensión flota en la habitación, tan tirante que me siento una goma elástica a punto de romperse.

Noto una punzada en el estómago cuando coge uno de los diarios y dejo de respirar cuando lo abre por una página al azar. Observo que empieza a leer y su cuerpo se torna rígido al tiempo que los músculos de la mandíbula se le tensan y destensan. No me puedo mover, no puedo pensar en qué hacer para detener la explosión que está a punto de producirse.

Los segundos pasan lentamente hasta que Chris me mira a los ojos.

—¿Esto es lo que has estado leyendo?

—No sé a qué pasaje te refieres, pero he leído casi todas las entradas. Estaba preocupada por ella y andaba buscando pistas que me ayudaran a encontrarla.

Me tira el diario.

—Léelo en voz alta.

—¿Cómo?

—Que leas la puta entrada, Sara, porque quiero saber si entiendes lo que ocurre en estas páginas.

—Lo entiendo —susurro. Me tiemblan las manos.

Su tono de voz es grave, letal.

—Lee.

Abro la boca para replicar, pero su mirada, el brillo de sus ojos, congela las palabras en mi lengua. No entiendo su reacción ni por qué me veo obligada a seguir su orden, pero la sigo. Lentamente, bajo la vista hacia el diario y empiezo a leer.

Esta noche me ha castigado. Era inevitable. Lo sabía. Pensándolo bien, me pregunto si no lo provoqué a propósito al flirtear con otro hombre. Simplemente... No entiendo cómo es que me comparte y al mismo tiempo me posee. Fue estando de rodillas con las manos atadas a los postes del podio a la espera del primer latigazo sobre la piel desnuda cuando supe, en ese y en ningún otro momento, que su mundo era yo. No había nada fuera de aquella habitación, nada más que lo que él quisiera hacerme. Que lo que yo quisiera que él me hiciese. Ansiaba el dolor que sabía que iba a infligirme de un modo que nunca creí que lo ansiaría. Dolor. Era una válvula de escape. Cuando siento el cuero sobre mi piel, no siento nada más. Desaparece el dolor del pasado. Hay...

Chris me quita el diario y lo arroja sobre la mesa, y entonces tira me mí hacia él y me agarra de la nuca como hacen ellos cuando él la domina.

—¿Es con esto con lo que estás fantaseando, Sara?

—No, yo...

—No me mientas.

—Es... No sé qué quieres que diga.

—No tienes ni idea de dónde te estás metiendo.

Pero él sí. Lo sé instintivamente.

—Yo no...

Su boca baja hasta encontrarse con la mía. Es brutal y extenuante, ardiente y seductora. Su lengua aplica largas caricias a la mía, hasta que casi no puedo respirar. Cuando por fin se aplaca, mueve las manos de manera violenta sobre mis pechos y sus labios se detienen sobre los míos. Su aliento es cálido y su voz casi un gruñido.

—No tienes ni idea de lo mucho que me tienta darte una lección que no olvides nunca.

Sí. Sí, por favor. Dame una lección. Cada parte de mí clama por él, por aquello con lo que me amenaza. No hay miedo. Sólo pasión ardiente y desesperación.

—Hazlo —lo reto—. Hazlo, Chris.

Me echa sobre el sofá de un empujón y me aprieta con su cuerpo.

—No sabes en dónde te estás metiendo, Sara —insiste.

—Muéstramelo —digo jadeando—. Haz que lo entienda.

Me sostiene las manos por encima de la cabeza.

—Maldita sea, Sara. Debería. Debería hacer que te mueras de miedo y que te deshagas de esos malditos diarios. —Entierra la cabeza en mi cuello y de pronto se aparta, dejándome jadeante y vacía por dentro.

Me siento, con el sexo dolorido y húmedo y el cuerpo pidiendo a gritos el placer desconocido que se le ha negado. Chris está de pie dándome la espalda y se pasa la mano por el pelo.

—Joder —perjura, volviéndose hacia mí—. ¿Qué me estás haciendo, mujer?

Tiene los nervios a flor de piel y yo estoy hambrienta de lo que hay al otro lado de su autodominio. Hambrienta de un modo que nunca creí posible. Me levanto, camino hacia él y no le doy tiempo a reaccionar. Me pongo de rodillas y acaricio el enorme bulto de su erección. Me desea. Está excitado con la idea de enseñarme esa lección de la que ha hablado. Y a mí también me excita la idea.

—¿Qué haces, Sara?

—Complacerte del modo en que tú lo haces —le levanto la camisa y le beso la barriga al tiempo que le agarro el trasero.

—Sara —suspira, y me encanta el timbre rudo de su voz. Me encanta saber que lo perturbo igual que él a mí. Le bajo la cremallera del pantalón y busco bajo sus calzoncillos, envolviendo con la mano la carne dura y cálida de su miembro mientras lo libero con cuidado de la ropa.

Él me está mirando. Su mirada es absolutamente carnal y me gusta. Sí, me gusta. Está caliente y duro en mi mano y un líquido brota de la punta de su miembro erecto, una prueba más de lo excitado que está. Parpadeo y sostengo su mirada, y luego saco la lengua y lo lamo.

Sus ojos se cierran, su cuerpo se tensa, pero mantiene las manos a ambos lados del cuerpo. Se está dominando. Yo no. Hago girar la lengua alrededor de su miembro, y de sus labios escapa un suave y pronunciado suspiro. Alentada, lo succiono, metiéndome únicamente la punta de su sexo en la boca y sabiendo que querrá más.

Mi lengua lo empuja por debajo y enseguida tengo éxito. Me pone la mano sobre la cabeza.

—Deja de jugar conmigo —me ordena con aspereza—. Más adentro.

Mi sexo se tensa. Me gusta que este hombre me dé órdenes. Yo ansío llevar el control, pero, cuando él toma el mando, me excito y me ofrezco a cualquier cosa. Me deslizo por toda su longitud, atrayéndolo aún más hacia los rincones húmedos de mi boca, anhelando el momento en que lo tendré dentro de mí.

—Eso es, cariño. Cómetela entera.

Mi boca se desliza hasta donde mi mano lo está agarrando y comienzo a succionar y a moverme hacia atrás y hacia delante. Los músculos de sus piernas están rígidos y se arquea hacia mí, apretando a la vez la mano con la que me coge el pelo. He practicado el sexo oral, Dios sabe que Michael me quería de rodillas, pero nunca me había excitado hacerlo. Estoy empapada, tengo los pezones erectos y doloridos y el pecho tan hinchado y sensible que me lo estoy acariciando en busca de alivio.

—Más fuerte —ordena—. Más adentro.

Aumento la presión y él empieza a bombear dentro de mi boca hasta que el sabor salado de su simiente se derrama en ella. Enseguida un gruñido ronco escapa de su garganta y su cuerpo se estremece. Ese gruñido resuena en mi interior e, increíblemente, me lleva cerca del orgasmo. Me excita saber que lo enciendo. Saboreo su semen y por primera vez en mi vida me lo trago por gusto. Disfruto de su eyaculación dado que soy yo su placer. Lo deseo... Lo deseo tanto que me duele.

Su cuerpo se queda inmóvil, la tensión en sus piernas se relaja, y, antes de que pueda llegar a darme cuenta de lo que está pasando, me levanta y me quita la blusa y el sujetador por la cabeza. De repente, estoy contra el sofá y él me está bajando los pantalones aunque aún llevo puestas las botas.

Tira de nuevo de mí para colocarme contra su pecho, mientras acaricia el mío con una mano y desliza la otra hasta el calor húmedo que hay entre mis piernas.

—Te ha gustado hacerme eso.

—Sí —siseo.

—¿Estabas imaginando que me tenías dentro, Sara? —Sus dedos me recorren, juguetea con mi clítoris, y, ay, Dios, me avergüenza lo cerca que estoy del orgasmo.

—Sí —articulo con los labios, incapaz de formular palabras.

Yo... mi cuerpo se tensa y me veo rebasada por los espasmos. Se me aflojan las rodillas, pero la mano que Chris tiene en mi pecho me sostiene. Todo se torna negro, un espacio impenetrable salpicado de pequeños puntos. Abandonada al dulce sopor de mi cuerpo, perdida la noción del tiempo, me relajo sobre él y, poco a poco, me voy dando cuenta a mi pesar de que tengo los pantalones bajados hasta los tobillos.

Recorre hacia abajo mis brazos en una caricia y me inclina sobre el sofá para subírmelos. Me sonrojo mientras se aparta pero enseguida vuelve para ponerme la camisa por la cabeza.

Me lleva al sofá y se sienta, me coloca en su regazo y descansa su cabeza contra la mía. No sé durante cuánto tiempo nos quedamos aquí sentados, pero podría quedarme así con él para siempre.

—Sabes que Rebecca se sentía atormentada y perdida cuando escribió esa entrada, ¿verdad?

«Como yo», pienso, pero no lo digo. Me inclino hacia atrás para mirarlo.

—Sí. Eso es exactamente lo que me preocupa, Chris. Los diarios son algo más que sexo. Provocan una sensación extraña. Y me han dicho en la galería que está de vacaciones cuando toda su vida se encuentra en un guardamuebles. No tiene sentido. Le ha pasado algo y nadie parece echarla en falta.

—Estás realmente preocupada por ella. —No es una pregunta.

—Sí. Lo estoy. Si me sucediese algo, me gustaría saber que alguien se preocuparía.

Él aprieta su abrazo alrededor de mi cintura.

—Entonces averiguaremos lo que le pasó.

—¿Nosotros?

—Nosotros, cariño. Voy a contratar a un detective privado.

Estoy impresionada.

—¿De verdad?

—Si realmente crees que le ha pasado algo, tenemos que averiguarlo.

Presiono mis labios contra los suyos.

—Gracias.

—Gracias a ti por dejar que me quede aquí esta noche. Pediremos comida china o lo que quieras y veremos una película.

—Creía que íbamos a tu casa.

—Creo que esta noche te vendría bien recordar que tu mundo es éste. Y a mí también.

—Mi apartamento no tiene el lujo al que estás acostumbrado.

—Te tiene a ti, Sara, y eso es lo único que importa.