25

A pesar de la cantidad de vino que llevo en el cuerpo y de que su mano todavía me agarra con firmeza, noto que Chris se está cerrando, que está erigiendo muros a su alrededor a medida que salimos del castillo a través de una puerta lateral. Cruzamos un pequeño sendero de ladrillo hasta un puente de madera que cruza un gran estanque. La noche se cierne sobre nosotros y brillantes lámparas de color naranja cuelgan de los postes instalados en la baranda de madera mientras las estrellas salpican un lienzo negro sin nubes. Aspiro el aire cálido: la brisa fresca que iba a despejar mi cabeza no aparece por ninguna parte. El aire cargado hace que la noche sea sofocante, como la tensión que emana de él.

Me lleva por el puente de madera hacia un cenador y mis fosas nasales se abren al percibir el dulce aroma de las rosas. Estas flores me persiguen allá donde voy. Contemplo la vegetación entrelazada en el voladizo de madera y los delicados capullos que se aferran a las hojas. Me siento preparada para florecer, preparada para ir a donde él quiera llevarme. Lo mismo que Rebecca sentía por el hombre del que hablaba. Así es como Chris me hace sentir.

A mitad del sendero tropiezo y él se gira y me agarra. Sus fuertes brazos me rodean la cintura y apoyo mi mano en su pecho.

—¿Estás bien?

—Sí. Estoy bien. —No lo miro. Ésta es la segunda vez en dos noches que ha tenido que ayudarme a mantener el equilibrio y me resulta embarazoso. No había bebido tanto desde el día del funeral de mi madre.

Una vez que estamos en el cenador, se inclina sobre la barandilla y casi espero que me aparte de él. Pero me siento aliviada al ver que tira de mí y me estrecha entre sus brazos. Descanso la mano en su pecho, sobre su corazón, y noto su suave latido. El zumbido que hay en mi cabeza me saca de mis casillas, porque nubla mi capacidad para reconocer con precisión el estado de ánimo de Chris.

—¿Qué es lo que te ha molestado?

—¿Quién dice que estoy molesto?

—Yo.

—Como te he dicho antes, ves demasiadas cosas.

Ignoro el comentario.

—Mike parecía ansioso por darte lo que quisiera darte. Esperaba que regresaras contento, no malhumorado como un oso.

—¿Malhumorado como un oso?

Tuerzo el gesto.

—Sí, malhumorado como un oso.

Él me observa con los ojos entornados, y sus pestañas son como espesos velos que los ocultan de mi mirada inquisitiva. Está guapísimo a la luz de las estrellas, y el vino, o quizás el mismo Chris, han acabado con mis inhibiciones.

Levanto la mano y dibujo su boca, generosa y sensual, capaz de complacer y castigar, al tiempo que lo observo. Mis dedos recorren entonces su rostro, resiguiendo sus pómulos altos y definidos, y luego descienden hasta la incipiente barba que le cubre la mandíbula cuadrada. Me imagino esa barba raspando mi piel desnuda. Estoy enamorada de su belleza, de su talento, de su inteligencia..., de su cuerpo. Pero quiero conocer al hombre.

—Háblame, Chris —le suplico cuando el silencio se hace eterno.

Él toma mi mano y la besa.

—No resulta fácil mientras me tocas. —Me coloca el pelo detrás de la oreja—. Sobre todo cuando has estado bebiendo y no puedo hacer ninguna de las muchas cosas que pensaba hacerte mientras estuvieses sin braguitas.

Una sonrisa se dibuja lentamente en mis labios.

—Y sin sujetador.

—Gracias por recordármelo, porque no pienso presionarte habiendo bebido tanto.

¿Presionarme? Por favor. Ansío saber lo que eso significa.

—¿Qué le ha pasado al señor «no soy ningún santo»?

—Al parecer, tiene límites y son concretamente los tuyos.

Estoy segura de que ya no se refiere al vino que he bebido, y la tensión que hay en su rostro confirma que estoy en lo cierto.

—Mis límites no son tan reducidos como tú crees —suelto.

—Supongo que eso está aún por decidir.

Frunzo las cejas. Aunque se muestra tan pícaro como siempre, hay en él una tensión subyacente que no desaparece.

—¿Qué ha pasado con Mike?

—Me sorprendes, cariño. Eso es lo que yo llamo cambiar de tema.

—Estás evitando responderme.

—Para estar tan achispada, eres insistente hasta más no poder.

—Usé la expresión «pelea de gallos» la última vez que bebí —le recuerdo—. Así que sí, lo soy.

Sus labios se tuercen.

—Ah, claro. ¿Cómo iba a olvidarlo?

—¿Qué ha pasado con Mike? —repito.

—Me dio una cosa que perteneció a mi padre. Pensó que me gustaría tenerlo.

Me sorprende que haya respondido. Lo presiono con cautela en busca de más información.

—Y ¿no la querías?

—No. No la quería.

—¿Se lo has dicho?

—No.

—Y ¿qué era?

Se mete la mano en el bolsillo, saca una pequeña tarjeta plastificada y me la tiende. Yo observo lo que parece ser un carnet de juez de vinos a nombre de su padre. Miro a Chris, veo la tensión en su mandíbula y detecto su dolor. La agitación y el dolor.

—¿Por qué no lo querías?

—Porque Mike y Katie no saben que el vino era la droga que él escogió. Así es como intentó olvidar el día en que iba al volante del coche en el que murió mi madre.

Mis pulmones se vacían.

—¿Iba conduciendo?

—Sí. Iba conduciendo y nunca se perdonó haber provocado su muerte. Se refugió en las catas y las mesas de jueces y acabó con su vida a base de alcohol.

Siento como si me golpearan en el pecho. Chris no sólo perdió a su madre en aquel trágico día, sino que también perdió a su padre.

—Dios mío, Chris, lo siento.

Su enojo se manifiesta.

—Vamos, Sara, que de todas las personas que conozco la última mierda que quiero escucharte decir precisamente a ti es que lo sientes.

—Sí, tienes razón. —Maldita sea, el zumbido que tengo en la cabeza no me deja expresarme con claridad. El hecho de que esté compartiendo esto conmigo es un gran paso adelante. Lucho contra dicho zumbido de manera desesperada, intento que Chris sepa que estoy aquí para él—. Si es éste el profundo y oscuro secreto que crees que me hará salir corriendo, te equivocas. No pienso ir a ninguna parte.

Ríe a carcajadas y su risa es amarga. Entonces, me gira y me coloca contra la barandilla, apoyando las manos sobre mis hombros para separar su cuerpo del mío. El Chris oscuro está de vuelta, más duro y corrosivo de lo que nunca lo he visto. Su voz baja de volumen y me azota como un látigo.

—Si crees que éste es mi secreto más oscuro, entonces es que no tienes ni idea de lo oscura que puede llegar a tornarse la vida.

—¿Cómo lo sabes si no me pruebas?

—No estás capacitada para soportarlo —dice entre dientes—. Fin de la historia. Y no vas a tener la oportunidad de demostrarme que tengo razón. Contigo me he saltado muchas normas, normas importantes por las que siempre me he guiado, y acabarás por pagarlo. No voy a permitir que eso suceda. No debería haberte traído aquí. —Empuja la barandilla—. Nos vamos. —Me coge de la mano y, cuando ve que tengo el carnet, lo arroja al agua. Angustiada, acelero el paso para mantenerme a su altura sin dejar de mirar esa pequeña parte de su padre que aletea hacia el agua. El tacón se me engancha en una tabla y tropiezo de nuevo.

Chris se vuelve hacia mí y me agarra.

—Y deja de beber tanto vino.

Consternada por la reprimenda, mi actitud defensiva alcanza el desafío.

—Has sido tú el que me lo ha ofrecido... ¡Idiota!

Me agarra el brazo con fuerza y tira de mí hacia él.

—Al final, va a pasar lo que te estoy diciendo. Sí. Soy un idiota. La clase de idiota que no te mereces. —Me coge de la mano, echa a andar y, como el imbécil que proclama ser, camina deprisa a pesar de que mi equilibrio es exasperantemente inestable.

Rodeamos el edificio sin pasar por el interior y nos dirigimos hacia la limusina, que está aparcada a un lado de la entrada. Abre la puerta de golpe.

—Entra.

—Y ¿qué pasa con Katie y Mike?

—Entra, Sara.

Estoy a punto de echarme a llorar y considero la posibilidad de negarme, pero todo me da vueltas y no sólo se debe al vino. Entro en el vehículo y me deslizo hasta la ventana que está al otro extremo. Veo que Eric se despierta penosamente de lo que parece una siesta y se endereza.

—¿Todo bien, señor? —pregunta mientras Chris sube.

—Estamos listos para volver al hotel —dice Chris por toda respuesta.

Cierra la puerta de un portazo y esta vez no se acerca para sentarse a mi lado.

Hay un abismo entre los dos.

El viaje de vuelta es corto y tenso, pero dura lo suficiente como para que dentro de mí se vaya acumulando una rabia capaz de estallar en cualquier momento. He dejado que Chris ponga mi vida patas arriba en cuestión de una semana. Es una locura. Es todo lo que dije que nunca permitiría que un hombre volviera a hacerme. Cuando la limusina se detiene, abro por mi lado y salgo. Eric hace rápidamente lo mismo.

—Gracias por la visita, Eric. —Me giro sobre mis talones y dejo que él cierre la puerta por la que he salido.

Chris me espera mientras rodeo el maletero. Me mira de forma depredadora, ardiente y llena de deseo. Me mosquea. No soy una presa. Yo no soy un objeto que se usa ni con el que se juega. Me envuelvo en el chal, cruzo los brazos para no darle la oportunidad de cogerme la mano y me dirijo al interior del hotel.

Acomoda su paso al mío y anuncia lo obvio en voz baja.

—La gente nos está mirando. Se nota que estás cabreada.

—Qué observadores. —Sigo caminando hacia el ascensor consciente de que me voy tambaleando. Estoy muy borracha y eso hace que me enfade más, porque significa que confiaba en que Chris cuidaría mí y no necesito que me cuiden. No quiero que me cuiden.

Entramos en el ascensor y él se apoya en la pared del fondo, mirándome. Me giro y le devuelvo la mirada. Me recorre con los ojos en una caricia ardiente y, maldita sea, me disgusta lo mucho que ansío que me toque. Odio este poder que tiene sobre mí.

No dice nada. No digo nada. El aire se carga de tensión sexual pero me aferro a la ira. «No estás capacitada para soportarlo.» Estoy harta de hombres que me dicen lo que puedo y no puedo soportar.

Las puertas se abren y me dirijo vacilante hacia el pasillo.

Chris me desliza la mano por la cintura y enseguida empieza a arderme todo el cuerpo.

—No —siseo, sin mirarlo—. No me ayudes y no me toques.

Deja caer la mano y yo echo a andar. El pasillo es largo y me parece que transcurre una eternidad antes de que Chris pase la tarjeta de acceso.

Toda la ira que he acumulado en la última media hora explota en cuanto entro en la habitación. Me quito los zapatos de dos patadas para recuperar el equilibrio y arrojo mi bolso, que ni siquiera recordaba llevar colgado, al suelo.

Me giro hacia Chris antes incluso de que la puerta se cierre detrás de él y entonces me descargo.

—Me estás volviendo loca, Chris. Nada de vidas de color de rosa y nada de hablar del pasado, pero haces preguntas acerca de mi pasado y luego me llevas a conocer a tus padrinos, que sabes que me van a hablar del tuyo. No esperaba de ti más que irrumpieras en mi vida y me follaras bien antes de regresar a París. Y con eso tenía de sobra. Habían pasado cinco años. Necesitaba sexo, no este... este volverme loca.

Antes de que pueda parpadear, estoy pegada a él, su mano se introduce en mi pelo y acerca mi rostro al suyo mientras con la otra mano me acaricia el pecho, el pezón.

—¿Quieres que te follen? ¿Es eso lo que quieres de mí, Sara?

—Sí —susurro. Pero sé que ya no es suficiente, no con Chris.

De pronto, siento náuseas y lo aparto de un empujón.

—Ay, Dios. —Me alejo y él me deja ir mientras busco el baño desesperada porque no tengo ni idea de dónde está. Chris me guía pasada la cama y apenas me doy cuenta de que entro en una habitación más pequeña y se enciende una luz: lo único que logro ver es el inodoro.

Me dejo caer de rodillas delante de él sin perder ni un segundo y lo que viene después no es nada agradable. Chris se acerca y le hago gestos para que se vaya.

—Vete —le digo con voz entrecortada—. No quiero que me veas así.

—Olvídalo. —Clava una rodilla en el suelo junto a mí—. Sé que esto te gusta, así que voy a cuidar de ti mientras pasas el mal trago. —Me acerca una toalla que cojo con ansiedad y ya no puedo discutir más. Empiezan unas arcadas interminables y él me sostiene el pelo y me acaricia la espalda hasta que me desplomo sobre una superficie blanca y brillante que creo que es el borde de la bañera.

Él me aparta con cuidado de la bañera y me sostiene contra su pecho.

—Tenemos que quitarte este vestido. Está hecho un desastre. —Tira de él hacia arriba. Soy como una flor mustia y apenas logro levantar los brazos para ayudarlo a sacármelo por la cabeza. Estoy desnuda sobre el suelo del cuarto de baño y Chris desliza un brazo bajo mis muslos y otro por detrás de mi espalda para cogerme. Empiezo a recuperar la lucidez. Confiaba en que Chris me cuidaría y es lo que ha hecho, pero vuelvo a ponerme enferma sólo de pensar en lo irónico de lo sucedido.

Aparta las sábanas y me acomoda en la cama. Luego, me tapa antes de arrodillarse delante de mí.

—Deja que te traiga un poco de agua.

Me aferro a su mano antes de se vaya.

—Chris... lo de emborracharme después de lo que me dijiste...

—No has hecho nada malo esta noche. Yo sí.

—No —le rebato. Estoy segura, por razones que no puedo analizar por falta de lucidez, que es un problema que él asuma la culpa—. Chris. —No sé qué más decir. Me siento muy mareada y muy débil—. Yo... Nosotros...

—Descansa, Sara. Yo estaré aquí por si me necesitas.

La cuestión es: ¿estará aquí mañana? Y ¿debería desear que esté? Pero al parecer no importa lo que deba o no desear. Sólo quiero estar con él.