26

LA luz del sol me da en los ojos y parpadeo y trago saliva para combatir la sequedad de la garganta. De pronto, recupero la consciencia al sentir un dolor punzante en la cabeza, un sabor horrible en la boca y, además, el peso caliente de alguien que me arropa. Estoy desnuda, debajo de una manta y Chris me rodea con su brazo.

Me quedo allí tumbada un rato, asimilando las consecuencias y complicaciones que ha generado nuestra relación, y me acuerdo de la terrible pelea que tuvimos anoche. La agitación de esa batalla se desvanece en brazos de Chris. «Porque Mike y Katie no saben que el vino era la droga que escogió mi padre.» Mi pobre y traumatizado artista. Ha sufrido mucho, y, aunque el regalo de Mike era bienintencionado, lo golpeó de lleno y lo dejó tambaleándose. Yo estaba allí justo después de que pasara, y, por culpa del vino, manejé la situación de la peor de las maneras. El sentimiento de culpabilidad se retuerce en mi estómago vacío y dolorido cuando me recuerdo abrazada al inodoro y veo a Chris observando cómo vomito la misma bebida que destrozó a su padre. Y, a pesar de todo, ha cuidado de mí con ternura y se ha portado como un héroe.

—Estás despierta. —El murmullo de su voz matinal, áspera y grave, despierta mis sentidos. Me sorprende lo mucho que me afecta todo lo que tenga que ver con este hombre.

—Y avergonzada.

Me frota la nuca con la nariz.

—No hay nada de lo que tengas que avergonzarte.

—Sí, sí lo hay.

Intenta que me vuelva hacia él, y yo me siento de golpe, tirando de la sábana y encogiéndome contra el cabecero.

—Estoy radiactiva. Soy un peligro hasta que me duche y me lave los dientes. —Lo miro extrañada al darme cuenta de que lleva la misma ropa de la noche anterior y una sombra negra en la barba. El pelo revuelto le otorga un aspecto rudo y atractivo—. Estás vestido.

—Porque tú no lo estás y no quería ser desconsiderado teniendo en cuenta tu pésimo estado.

—Ah. —¿De veras me deseaba después de haber vomitado? Seguro que no.

—Ah —repite él, haciendo un gesto burlón.

Me humedezco los labios cortados y mi pulso se acelera a modo de respuesta. Me aprieto dos dedos contra las sienes y se me escapa un gemido.

—Madre mía, qué resaca tengo. ¿Se acabará alguna vez este infierno?

Chris pasa por encima de mis piernas y coge una botella de agua y varias pastillas.

—Anoche llamé a recepción y les pedí que trajeran ibuprofeno, pero te quedaste dormida antes de que pudiese dártelo.

Anonadada ante tanta consideración, le acaricio la mandíbula y dejo que sus patillas me raspen los dedos.

—Gracias. —Deslizo la mano por su cara y me lleno de ternura—. Supongo que no siempre eres un idiota.

Él me mordisquea los dedos y me dedica una de esas encantadoras sonrisas suyas que me derriten por completo.

—Pero quedas encargada de avisarme cuando lo sea.

Me trago las pastillas.

—Cuenta con ello. —Se me revuelve el estómago e imagino que debo de estar verde y con aspecto enfermizo—. Hace que no tengo resaca... —Me contengo antes de confesar que han sido cinco años, lo cual resultaría demasiado revelador— ... años. Si el mundo del arte requiere que beba, puede que no valga para este trabajo.

Chris me mira con desaprobación y se apoya en el codo, reposando de costado.

—El mundo del arte no requiere que bebas o entiendas de vino. Lo que necesita en realidad es gente apasionada como tú. Odio que Mark haya conseguido que pienses lo contrario, y ésa es la razón por la que prefiero ayudarte a obtener otras oportunidades.

—Riptide me aportará un salario estable, Chris. Es lo que necesito si me voy a dedicar al arte.

—Te puedo conseguir un salario estable en otros sitios.

Tengo sentimientos encontrados. Si dependo de Chris ahora, ¿qué sucederá después, cuando no esté?

—Te agradezco la ayuda. De verdad. Pero tengo que hacer esto sola.

—Y lo harás, Sara. No te ayudaría si no creyera en ti.

—Que creas en mí significa más de lo que imaginas, pero es como si descubrieras una nueva obra tuya. Si hago esto por mí misma, ganaré la confianza necesaria como para saber que podré seguir haciéndolo en el futuro.

—Cuando yo no esté.

Siento una opresión en el pecho y casi no logro evitar apoyar en él mi puño cerrado.

—Yo no he dicho eso.

—Pero lo has pensado.

De mala gana, le doy la razón.

—Estoy sola, Chris, y era mi oportunidad, una oportunidad que lleva aparejada la necesidad de tomar decisiones inteligentes.

—¿Sabes cuánta gente daría lo que fuese por utilizar mi dinero y mis recursos?

—¿Te refieres a cuánta gente te utilizaría? —No espero respuesta. No es necesario. Michael sería una de esas personas—. Sí, lo sé.

—Sigues sorprendiéndome, Sara. —Vacila y pienso que va a añadir algo, pero, en lugar de eso, me pregunta—: ¿Cómo tienes el estómago?

—Revuelto.

—Ya me lo imaginaba. —Mira el reloj que hay en la mesilla de noche—. Son ya las once. Deberíamos levantarnos y pedirte té y galletas para ver si así se te asienta el estómago.

—¿Las once? —Me giro para comprobarlo en el reloj, sorprendida de la hora que es—. No puedo creer que hayamos dormido tanto. —Me arrepiento del tiempo precioso que he perdido con Chris en este lugar tan maravilloso por culpa del vino—. ¿Y no se supone que iba a conocer a un experto? ¿Le he dado plantón?

—Una experta. Se llama Meredith y la conozco desde hace años. Me desperté hacia las ocho y lo cancelé, pero me ha dicho que puede verte a las doce y cuarto si quieres.

—Sí, pero... ¿hay que hacer catas? No creo que pueda hacerlas.

—No. —Se ríe y se aleja girando sobre la cama para ponerse de pie al otro extremo, donde estira su cuerpo grande y musculoso. Dios mío, enferma o no, no soy inmune a su belleza varonil—. No hace falta beber.

—No estoy segura de querer aprender más de vinos.

—Porque tienes resaca. Cuando te recuperes, te arrepentirás de haber perdido la oportunidad. Además, aunque Meredith es experta en vinos, jamás la he visto en un hotel o un evento en una galería con una copa en la mano. Puedes preguntarle cómo lo consigue.

—¿No bebe los vinos de los que habla?

Él cruza los brazos sobre su pecho ancho y soberbio.

—Eso le pregunté antes de reservar la clase, y su respuesta fue que si bebe en el trabajo pierde la profesionalidad.

De repente, me apetece mucho la cita.

—Parece la persona con la que necesito hablar. —Sin querer, me llega un recuerdo de la noche anterior que, a pesar de las circunstancias, duele—. Anoche... dijiste que no debías haberme traído aquí.

Su rostro no se inmuta, pero su respuesta es tranquila, y su voz, suave.

—Contigo hago y digo muchas cosas que no debería, Sara.

—Pues entonces cancela la clase y llévame a casa.

—No voy a llevarte a casa. —Mira el reloj—. Y, si quieres ducharte y tener tiempo para comer antes de la sesión formativa, deberías levantarte.

—¿Así que no vamos a hablar de esto?

—¿Por qué no lo hacemos durante el viaje de vuelta y así no pierdes la sesión?

—Prefiero hablar ahora. —No estoy hecha para dejarlo todo en el aire y quedarme con la duda de si hoy será la última vez que nos veamos.

Chris se relaja, se sienta a mi lado y me coge de la mano.

—Mira, cariño, anoche los dos estábamos muy susceptibles. El alcohol y los sentimientos no son una buena combinación.

Me viene a la memoria la imagen del carnet de su padre volando hacia el estanque y la tensión en su rostro cuando me dijo que no bebiese tanto. Sentimientos. Estaba rebosante de ellos a causa de ese carnet, y, consciente de este hecho, aflora en mí una nueva preocupación. ¿Se arrepiente de que presenciase un momento suyo de debilidad?

—Anoche me dijiste que te estaba volviendo loca —me recuerda, sacándome de mis pensamientos y devolviéndome a un presente sobre el que tengo mis dudas.

—Y así es, Chris.

—Bueno, tú también me estás volviendo loco a mí.

—¿Se supone que esto debe hacer que me sienta mejor?

—No se trata de hacer que te sientas mejor. Se trata de la verdad. Sara, cariño —dice mientras me acaricia la mejilla—, esta locura por la que me estás haciendo pasar es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. No estoy preparado para dejarte ir. No sé lo que me estás haciendo, Sara, pero, por favor... no dejes de hacerlo.

No está preparado para dejarme marchar. Ésas son las palabras a las que me aferro. La inferencia de que va a estar conmigo en el futuro.

—Me estás volviendo a confundir, Chris —susurro—. Si esto es sólo sexo, tengámoslo y dejemos fuera todo lo demás.

—¿Por qué no vamos poco a poco y disfrutamos el uno del otro, Sara? Resolveremos esto juntos.

Poco a poco. ¿Por qué me parece imposible a estas alturas? Y, aun así, quisiera pasar otro día con él. Necesito estar sola un poco, pasar un tiempo en casa para ordenar mi mente. Puede que entonces se me aclaren las ideas y decida qué es lo que quiero y necesito.

—Sí —acepto—. De acuerdo.

—Bien —sonríe y mira el reloj—. Tienes que prepararte si quieres asistir a la sesión. Espera un segundo. —Se dirige al baño, regresa con un albornoz del hotel y me lo ofrece—. Si te veo caminar desnuda por la habitación, no habrá sesión que valga.

Su mirada ardiente e instintiva desafía mi estado desastroso posvómito, así que me pongo deprisa el albornoz. No estaba bromeando cuando dije que era tóxica. Éste no es momento para un encuentro tórrido, por muy atractivo que pueda resultar.

Me giro hacia mi lado del colchón y veo mis zapatos y mi bolso tirados en medio de la habitación. Junto a ellos está el diario, que se ha salido del bolso, pues éste tenía la cremallera abierta. Enseguida me entra el pánico, así que salto del colchón y lo vuelvo a guardar en él.

El ruido que hace Chris al levantar el teléfono me indica que no estaba mirando y no le interesa el diario. Yo soy la única que está obsesionada con él, y Rebecca, pero no consigo rebajar la adrenalina que inunda mi cuerpo. Mi maleta se encuentra a pocos metros de distancia: la cierro y la llevo rodando hasta el baño, mientras él habla con el servicio de habitaciones.

En el instante en que atravieso la puerta del cuarto de baño, me encierro y me apoyo contra la hoja. ¿Qué pensaría Chris si supiese que he estado leyendo el diario de Rebecca? ¿Lo entendería? ¿Me creería si le dijese que temía por ella? Y, maldita sea, si es así, ¿por qué no me he esforzado en encontrarla? Me he metido tanto en su vida que he olvidado que temo por su seguridad. En silencio, me comprometo a hacer más por esa joven, a averiguar dónde está, sean cuales fueren las consecuencias. Y, en el fondo, sé que lo que descubra las va a tener.

Algunas horas más tarde, ha pasado ya hace bastante tiempo desde que me duché y vestí con unos vaqueros negros y un top rojo cereza con lentejuelas, detalle del cual mi asistente de compras al parecer es muy partidario y puede que yo también. He pasado varias horas en el comedor con vistas a las hermosas montañas Mayacamas mientras Meredith, una treintañera muy agradable, ha conseguido convertir el vasto mundo del vino en algo interesante y bastante sencillo. Además, por suerte, me he recuperado lo suficiente de la resaca como para que Chris se nos una en una de las comidas más deliciosas que me hayan servido jamás.

Pero ahora ya son cerca de las cinco de la tarde y tenemos que regresar. Chris me ayuda a acomodarme en el asiento del pasajero del Porsche y, cuando se pone al volante, no puedo evitar sentir cierta pena porque nuestro fin de semana se acaba. Me hundo en el asiento, y el aturdimiento a causa del abundante almuerzo y las secuelas de la resaca me pesan en la mente y el cuerpo. Chris sale de las carreteras secundarias y se incorpora a la principal y ambos nos sumergimos en un silencio sorprendentemente cómodo.

—Tengo que ir a Los Ángeles el martes por la mañana —anuncia cuando llevamos un cuarto de hora de viaje.

Recibo la noticia como si fuera un puñetazo en el pecho. Chris se va y yo sabía que lo haría, aunque no esperaba que fuera tan pronto. Pero me recuerdo que no se va a París.

—Tengo que asistir a un acto benéfico para el hospital de niños el fin de semana que viene y me he comprometido a acudir a una serie de eventos previos. No volveré hasta el lunes.

Mi tensión interior se relaja. Va a volver.

—Ven conmigo, Sara.

¿Chris quiere que vaya con él? Estoy sorprendida y encantada por la invitación.

—Me encantaría, pero ya sabes que no puedo. Tengo trabajo.

—Puedo convencer a Mark.

—No. —Me enderezo en mi asiento—. Chris, ya hemos hablado de esto. Lo que haya entre tú y Mark no puede afectar a mi trabajo.

—Haré publicidad de la galería.

—No —repito—. Por favor, Chris. No hables con Mark. Ya te lo he dicho. Necesito saber que puedo ganarme este puesto por mí misma.

Un músculo de su mandíbula se flexiona y noto que está peleando consigo mismo.

—No lo llamaré. —Me mira de soslayo—. Tu coche está en la galería y yo vivo muy cerca. No lo muevas, quédate conmigo esta noche. Si quieres, podemos pasar por tu apartamento de camino a mi casa para que puedas recoger alguna cosa.

Deseaba pasar un tiempo sola para procesar lo que está sucediendo entre nosotros, pero la idea de no verlo durante días me produce un enorme desasosiego. ¿Cómo puede haberse convertido en una parte tan importante de mi vida en tan poco tiempo?

—Sí. Me gustaría quedarme contigo. —Pero no quiero pasar por mi apartamento, en parte porque no quiero que Chris vea la sencillez en la que vivo. No, me corrijo. Hay algo más. Mi apartamento es mi vida anterior, esa de la que he conseguido escapar por unos días y, en cierto modo, de la que temo que nunca lograré escapar del todo.

Ojeo el perfil de Chris, su belleza varonil, y surge en mí un temor más profundo: el de no llegar a pertenecer jamás a esta vida, a su vida. Pero se supone que no hago todo esto por mí. Rebecca. Recuerda cómo empezó todo esto. Necesito la información que saqué del guardamuebles para investigar debidamente su paradero.

Tengo que ir a mi apartamento.