Gaston Champignon sirve personalmente el café a un hombrecillo calvo, con bigotes rubios y una extraña nariz que apunta hacia arriba y expone dos orificios nasales grandes y peludos. El tipo lleva unas gafitas redondas y bastante cómicas sobre la punta de la nariz y un alegre pañuelo amarillo le asoma de la chaqueta marrón.
El cocinero-entrenador, que normalmente no sirve en las mesas, ha querido conocer a ese cliente porque, cuando han vuelto sus platos a la cocina, ha notado algo raro. El tipo de la nariz porcina come de una manera realmente exótica.
—¿Satisfecho con la comida? —le pregunta Champignon.
—Naturalmente —responde el cliente—. Y ahora que he llenado la barriga, hablemos de negocios. Siéntese, por favor. Me llamo Silvio. Silvio Carrascosa… ¡Achís! Perdóneme, no consigo quitarme el resfriado de encima.
El cocinero, sorprendido, se sienta a la mesa del hombrecillo, que continúa:
—¡En cuanto le vi por televisión, en el Rey de los Fogones, se me ocurrió una idea! Me dije que un restaurante a base de flores era demasiado poco. Todos los españoles tienen derecho a probar platos exquisitos como los merengues a la rosa. Y eso es lo que tengo la intención de hacer: ¡abrir una cadena de Pétalos a la Cazuela en toda España, desde Galicia hasta Canarias!
—Pe… pero ¿cómo? —farfulla Champignon, atónito.
—Muy fácil —responde prestamente el hombrecito—. Usted me cede el nombre del restaurante y compila los menús oficiales de los restaurantes, y yo me ocupo de todo lo demás: compro los locales, contrato al personal, hago publicidad en televisión y prensa. Naturalmente, a usted le corresponderá un porcentaje de los ingresos y le daré enseguida una bonita suma por la cesión de la marca de su restaurante. Esa es mi oferta, pero podemos discutirla… ¡Achís!
El cliente estornuda otra vez, se suena la nariz, saca un bolígrafo del bolsillo y escribe una cifra sobre una servilleta blanca que luego entrega a Champignon. El cocinero observa con la boca abierta una lista interminable de ceros, que parecen huevos en fila.
—Por supuesto, se trata solo de la primera oferta. Todavía puedo añadir algo… Estoy seguro de que nos pondremos de acuerdo —prosigue Carrascosa—. Será un exitazo. Hubo una época en que se estilaba el hermoso lema «Díselo con flores». Pues dentro de unos meses los españoles no pararán de decir: «¡Coméoslo con flores!». ¡Achís! ¡Maldito constipado! Le dejo mi tarjeta de visita. Reflexione usted y en unos días hablamos. ¡Hasta pronto!
Gaston Champignon se levanta, estrecha la mano del señor Carrascosa y se vuelve a sentar en la silla. Piensa en la cadena de restaurantes Pétalos a la Cazuela.
Al verlo sentado con la mirada perdida, la señora Sofía se le acerca inquieta.
—¿Estás bien, Gaston?
Por toda respuesta, el cocinero le enseña la servilleta con la fila de ceros.
—¿Quién es el maleducado que ha ensuciado la servilleta? —pregunta enojada la señora Sofía.
Fidu está charlando con el Gato delante de la verja de la parroquia de San Antonio de la Florida. El maravilloso portero del Real Baby lleva su violín en bandolera. Ha acudido a los ensayos de Los Esqueléticos y, mientras espera que lleguen todos los del grupo, habla de fútbol con el número 1 de los Cebolletas, que lleva su monopatín bajo el brazo.
—Bueno, ¿qué tal se juega en la portería de un campo grande? —pregunta el Gato.
—En realidad, todavía no hemos echado ningún partido —responde Fidu—. Pero me estoy entrenando en el campo nuevo: las porterías son más grandes, así que este año me parece que tendré que volar… Además, será muy complicado despejar los balones altos: primero porque habrá más gente en el área y, segundo, porque los saques de esquina llegarán de más lejos y será difícil calcular el momento justo para blocar la pelota o rechazarla.
—También tendrás que jugar bien con los pies —explica el Gato—, porque si un compañero te cede el balón, no podrás cogerlo con la mano como en el fútbol de siete contra siete.
—Sí, Augusto ya ha empezado a entrenarme —cuenta Fidu—. Me lanza al área balones que rebotan, yo voy a por ellos, los detengo y despejo los más lejos posible. Todo es más complicado, pero la idea de empezar una liga nueva, en un campo de verdad como el Bernabéu, me apetece mucho.
—Te entiendo. A mí también me habría gustado… —confiesa el Gato—, pero este año he vuelto a prometer a mis compañeros del Real Baby que jugaría con ellos. Aunque si la próxima temporada te hace falta un buen suplente, ¡cuenta conmigo!
—¡Qué dices de suplente! —protesta Fidu—. Como mucho, haríamos como en París, jugaríamos una parte cada uno y los derrotaríamos a todos.
Al llegar las gemelas, Los Esqueléticos están al completo y pueden subir a la sala de ensayos de la parroquia.
A decir verdad, no están del todo al completo. Como sabéis, la cantante del grupo es Eva, que en este momento está en la otra punta del mundo. Ese es el problema que tienen que resolver antes de grabar la canción que enviarán al concurso para el Concierto de Nochebuena. Los ocho grupos vencedores, compuestos todos ellos por chicos, podrán tocar en un escenario que se montará en la plaza Mayor la tarde del 24 de diciembre, en el concierto organizado por el Ayuntamiento para celebrar la Navidad y que además será retransmitido por televisión.
La música ya está lista: es una canción alegre, con un estribillo muy pegadizo. La ha escrito Dani, y todos están entusiasmados con ella.
Augusto dicta el tempo, golpeteando sus baquetas contra el borde de la caja:
—¡Uno, dos, tres, cuatro!
Empiezan a tocar acompasadamente, Sara y Lara a los teclados, Dani a la guitarra y el Gato al violín. El esqueleto Socorro, la mascota del grupo, está sentado en una silla. Nico, que lleva puestos unos cascos, comprueba en un ordenador que el volumen de los diversos instrumentos esté bien ajustado. Es el encargado de las grabaciones.
Después de la última nota, Tomi y los demás Cebolletas, que hacen de público, saltan y se ponen a aplaudir, encantados:
—¡Fabuloso! ¡Habéis tocado como virtuosos! ¡Nos vemos en la plaza Mayor, no hay duda!
Dani responde con una mueca de escepticismo:
—No creo, porque nos falta el texto de la canción y… ¡la cantante! Y solo nos quedan diez días para grabarla y enviarla al concurso.
—Pero… ¿el texto no tenía que escribirlo Tino, como hizo con el himno de los Cebolletas? —pregunta João.
—Sí —contesta Sara—, pero esta vez le ha faltado inspiración. Ha escrito la historia de una gatita que se enamora de un ratón… Él cree que ella se lo quiere comer y se escapa, pero en realidad ella solo quiere darle un beso, y lo persigue gritando: «¡Alto! ¡Detente!». La canción se llama «Parad al ratón».
—¿Os imagináis a Los Esqueléticos con un esqueleto en el escenario cantando «Parad al ratón» delante de miles de espectadores? —pregunta Lara.
Se echan todos a reír.
—Esperemos que recupere rápidamente la inspiración… —suspira Dani.
Gaston Champignon ha convocado a todos los Cebolletas en la sala de la parroquia ante una pizarra, para darles una breve lección táctica antes del entrenamiento.