Tomi va pedaleando hasta la piscina, cerca de la cual debería estar el campo de tiro al arco.
En un prado muy grande, el capitán encuentra a Adriana entrenándose con su instructor. Lleva un arco en la mano, y delante de ella, a una veintena de metros, hay una diana de colores. Tiene una flecha clavada en la parte interior del círculo más pequeño, pintado de amarillo, en plena diana.
—¡Pero si lo haces mejor que Robin Hood! —exclama Tomi.
La hermana de Rafa saluda a Tomi y lo presenta a su instructor, un chico joven con una perilla y una gorra cómica de pescador calada hasta las orejas.
—No es tan difícil como parece —explica Adriana—. Estoy segura de que tú también harás diana enseguida. Obsérvame bien…
La hermana de Rafa coloca una flecha sobre el arco, estira lentamente la cuerda hasta que se la aplasta contra la nariz y se queda unos segundos inmóvil para apuntar. Lleva una especie de pulsera de cuero en la muñeca.
Tomi la observa con atención, sobre todo sus ojos grandes y oscuros como el chocolate, concentradísimos.
La flecha sale volando por el aire, dibuja una parábola y se clava una vez más en el centro de la diana.
—¡Fabuloso! —aplaude Tomi.
—Ahora prueba tú —dice Adriana, pasándole el arco.
—¿Estás de broma? —responde el capitán.
—¡Prueba, Tomi! —le anima el instructor—. Verás que no es difícil.
—Te diré lo que tienes que hacer. Empuña bien el arco y mete la flecha así —sugiere Adriana—. Bien… Ahora estira la cuerda poco a poco hasta que te toque la nariz… Nariz rima con perdiz… Aprieta un poco más el arco y levanta un poco el codo… Así.
Tomi nota encima las manos de Adriana, que corrige su posición. Intenta mirarla con el rabillo del ojo, se distrae y se le escapa la cuerda del dedo…
La flecha se eleva, supera la diana y se clava en un árbol.
Adriana y el instructor se echan a reír.
—Lo siento… —se excusa Tomi, rascándose la cabeza abochornado.
—No te preocupes. Flecha casi rima con corteza —exclama Adriana, dedicándole una sonrisa hechicera.
El capitán tiene una sensación extraña: le parece que él es la diana y que esa sonrisa le ha dado de lleno.
Las gemelas se han llevado al entrenamiento un periódico, que está pasando de mano en mano. Bruno, que después del partido ha decidido entrar en el equipo de los Cebolletas y no se pierde un solo entrenamiento, es el primero en cogerlo y suelta una carcajada. En la foto se ve a Augusto extendiendo el tomate sobre la camisa blanca del criticón del mechón.
—¡Bien hecho, Augusto! —exclama Fidu, divertido.
—Y mirad lo que han escrito —dice Sara, recuperando el diario—. «La exposición de Violette ha sido un auténtico éxito. Un misterioso príncipe árabe ha hecho una oferta fabulosa por Cebo-luna sobre el mar. La genial Violette no volverá a tener problemas para comprar verdura durante el resto de su vida. Es más, ¡podrá comprarse un mercado entero!».
—¡Uau! —exclama Dani—. Si vendemos la pintura que nos ha hecho Violette en el Cebojet nos haremos ricos también nosotros…
—¡Los regalos no se venden! —rebate Lara—. Lo conservaremos siempre limpio y lo mostraremos con orgullo en nuestros partidos fuera.
—Bien dicho, Lara —aprueba Gaston Champignon—. Y ahora al campo, ¡a entrenar! La liga ya está al caer. Quedan pocos días.
En el campo, Augusto sigue enseñando a Fidu a blocar las pelotas altas.
Saca desde el banderín, y el portero de los Cebolletas sale de los palos y bloca el balón o lo rechaza con los puños. Debe aprender a calibrar las distancias, porque, en comparación con el campo pequeño, el balón llega de más lejos y es difícil escoger el momento apropiado para salir.
De hecho, en los primeros amistosos se ha llevado algún susto.
Además, como hay más jugadores en el área, es complicado hacerse con la pelota. Por eso Augusto ha transformado el área en una especie de trastero… Ha colocado dos percheros, tres paragüeros llenos de escobas y una decena de cubos de plástico.
Mira…
Si las escobas hubieran sido delanteros, les habría impedido cabecear.
—¡Perfecto! —le aplaude Augusto.
Gaston Champignon coloca la barrera al borde del área y concluye el entrenamiento con un concurso de saques de falta.
Solo quedan en juego cuatro: João, Tomi, Bruno y Rafa.
Fidu para el derechazo con efecto del capitán. El cañonazo con la izquierda de João choca contra el travesaño y se eleva hasta alcanzar la ventana de don Calisto.
El Niño marca con un disparo suave. El exnúmero 10 de los Diablos Rojos dispara un trallazo por la parte que cubre Fidu, quien alcanza el balón, pero le dobla las manos y acaba en la red.
Tino, sentado en un banco al borde del campo, anota lo siguiente: «Los saques de falta que requieran potencia los hará Bruno, los de precisión Rafa. Y los viejos Cebolletas se quedarán mirando…».