Aquiles ayuda a Nico a levantarse.
—¿Todo bien?
—Se me debe de haber caído encima un armario… —responde el número 10 tras ponerse en pie masajeándose la espalda.
—Tienes que pensar más deprisa —le sugiere Aquiles—. No solo porque el campo es más grande, sino porque hay más jugadores dispuestos a robarte la pelota.
—Lo intentaré… —promete Nico.
Los jugadores de los dos equipos vuelven a ocupar sus posiciones.
Aquiles y los demás Cebolletas de su equipo tratan de cerrar de nuevo el paso a los adversarios que se abalanzan sobre el número 10.
Nico retrocede otra vez con el balón ovalado en la mano, escrutando el campo de fútbol.
Pero, en esta ocasión, ve con el rabillo del ojo que Becan está a punto de echársele encima. Se aparta enseguida, y el extremo derecho acaba por las nubes… Por fin, con un tremendo esfuerzo, logra que el balón llegue hasta Pavel, que lo bloca y sale corriendo hasta la línea de meta. No hay quien lo pare.
—Superbe! —exclama Champignon, acariciándose el bigote por el lado derecho.
—¡Un lanzamiento magnífico, pulga! —le felicita Aquiles «chocándole la cebolla».
Nico sonríe, lleno de orgullo.
Los Esqueléticos están afinando los instrumentos en la sala de ensayos, en la tercera planta de la parroquia de San Antonio de la Florida. Los demás Cebolletas han ido a disfrutar del miniespectáculo.
Es su última oportunidad de grabar la canción que tienen de enviar al concurso para el Concierto de Nochebuena.
Detrás de los teclados, junto a su hermana gemela, Sara no parece demasiado convencida.
—¿Estáis seguros de que debemos participar?
—¡Claro que sí! —contesta Dani—. ¡Imagínate la plaza Mayor llena a rebosar de gente aplaudiéndonos mientras estallan los fuegos artificiales!
—Pero ¿tú crees que alguien puede aplaudir una canción que cuenta cómo una gatita persigue a un ratón? —rebate Sara—. Acabaremos pringados de tomate de la cabeza a los pies…
—Se los daremos a Violette para sus cuadros —comenta Lara.
Los Cebolletas sueltan una carcajada.
Dani, con la guitarra colgada del cuello y listo para comenzar a cantar, repasa el texto escrito por Tino, que ha apoyado sobre un atril:
—En efecto, nuestro periodista podía haberse inventado algo mejor. Pero no tenemos más tiempo. O grabamos esta tarde o adiós concierto.
Augusto se ha puesto a la batería. El Gato indica a sus compañeros que tiene el violín afinado. Todo está a punto. Los Esqueléticos se disponen a empezar cuando, de repente, salta Tomi de su silla y exclama:
—¡Esperad! Si queréis, he tenido una idea…
El capitán se acerca al estrado donde está instalado el grupo con una hoja en la mano y se la entrega a Lara, quien la lee junto a su hermana.
—¡Pero si es un texto precioso, Tomi! ¿Lo has escrito tú? —pregunta Sara.
—Sí, ayer por la tarde… Creo que encaja con la música —responde el capitán, ligeramente turbado.
—¡Una canción para Eva! —exclama Dani.
—Pues sí… —confirma Tomi, todavía más cortado.
—¡Ensayémosla enseguida, chicos! —propone Dani, que saca el texto de Parad al ratón del atril y coloca en él la nueva letra de Tomi.
La canción habla de un chico que va andando por las nubes y, agarrándose a las estrellas, consigue llegar hasta Pekín. El estribillo, que se repite infinidad de veces, dice: «Ojalá no estuvieras en China, sino aquí, en La Latina».
Al final de la canción, el reducido público congregado en la sala de la parroquia prorrumpe en una auténtica ovación. Todos felicitan a Tomi.
—¡Has escrito una poesía maravillosa! —le dice el Gato.
La banda está entusiasmada con la letra.
—¡Gracias por esta ayuda divina, Tomi! —exclama Augusto con un redoble de tambor.
Dani prepara la grabadora.
—¡Grabemos enseguida! ¡Esta canción nos va a llevar directamente a la plaza Mayor! La lástima es no tener a un cantante que sea un poco mejor que yo… Yo solo soy guitarrista.
—Si queréis, puedo probar a cantar yo…
Todos se dan la vuelta hacia el Niño.
—En Roma tenía una banda —explica Rafa—. Se llamaba I Pazzi, «Los Locos»… Y yo hacía de cantante. No pronuncio el español a la perfección, pero puedo intentarlo.
—¡La pronunciación no es ningún problema! —exclama Lara, entusiasmada ante la idea—. Es más, así la canción tendrá un toque especial.
—Es verdad —aprueba la otra gemela—. Nuestra madre se pasa el día escuchando las canciones de un tal Eros Ramazzotti, un italiano que a veces canta en español y es muy guapo.
—¿Más guapo que yo? —pregunta Rafa.
—No… —responden a coro las gemelas, después de lo cual se miran y rompen a reír.
El Niño tiene una bonita voz y se mueve con desenvoltura por el escenario. Como en el terreno de fútbol.
Fidu, que está sentado en la platea, susurra a Tomi:
—Tengo la impresión de que ese italiano sabría hacer también merengues. ¡Todo le sale bien! Tienes que ver cómo surfea con el monopatín…
—Ya —comenta el capitán.
Tomi está contento de haber ayudado a sus amigos, pero no le hace tanta gracia oír al Niño cantando a Eva: «Ojalá no estuvieras en China, sino aquí, en La Latina».