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—Con permiso —dice Tomi, antes de levantarse de la mesa.

—Adelante —responde Lucía, con una sonrisa.

El capitán coge el teléfono inalámbrico, va a toda prisa a su habitación y se echa sobre la cama de espaldas, como si fuera el colchón de los saltos de altura.

Es el momento de la llamada semanal a Eva.

En Madrid es primera hora de la tarde, mientras en China ya es de noche, así que la bailarina tendría que estar en casa.

—¡Hola, Tomi! —responde una voz alegre—. ¿Puedo presentarte a un nuevo amigo?

La pregunta pilla al capitán por sorpresa. No esperaba nada parecido. Y, a decir verdad, no le entusiasma la idea…

—Pero ¿habla chino? —pregunta Tomi.

—No, canta —contesta la bailarina.

—¿Canta en chino? —insiste el capitán.

—¡Es un grillo! Se pasa el día cantando.

—¿Y dónde lo guardas? —pregunta Tomi, aliviado porque no se trata de un amigo de verdad.

—En una jaulita —responde Eva—. Me lo ha regalado mi amiga Chen.

—Pobre grillo —comenta el capitán—. ¿No sería mejor dejarlo libre?

—Los grillos chinos están acostumbrados —explica la bailarina—. Los chinos se meten las jaulitas en el bolsillo y se van por ahí con ellos. Dicen que dan buena suerte. Además, yo lo trato bien. Le doy lechuga fresca para comer. Él está feliz y canta sin parar. Me pone contenta.

—A lo mejor tendrías que enviarles uno a Los Esqueléticos… —ríe entre dientes Tomi, y luego le cuenta a Eva la historia del concurso para el concierto de la plaza Mayor y las dificultades del grupo para encontrar un texto y a un nuevo cantante.

La bailarina le cuenta su excursión a la Gran Muralla china, que hizo hace dos días con sus padres y con la familia de Chen.

Tomi imagina el recorrido de las palabras que salen de los labios de Eva, entran por el micrófono, vuelan por las nubes, atraviesan océanos y desiertos y llegan por fin hasta sus oídos.

Piensa en el grillo y, por primera vez en su vida, descubre sorprendido que siente envidia de un ser que está detrás de los barrotes de una jaula.

Un estrepitoso chirriar de platillos interrumpe sus reflexiones.

—¡Papá! —exclama Tomi enfadado.

—Es el gong que anuncia el fin de la llamada —explica Armando—. Tendré que vender el coche nuevo para pagar las llamadas que haces a China…

El padre de Tomi sale de la habitación porque alguien llama a la puerta.

Armando abre y saluda al presidente de la comunidad de vecinos:

—Buenas tardes, señor García, le recuerdo que ya he pagado el alquiler de este mes.

—Ya lo sé —responde el presidente—. No he venido por eso, sino para pedirle amablemente que no toque en casa esos cacharros que lleva en la mano. Un vecino se ha quejado.

—¡Sé perfectamente que se trata del doctor Estévez! —exclama Armando, mirando el suelo y haciendo entrechocar de nuevo los platillos.

El inquilino del piso de abajo agarra inmediatamente la escoba y da tres golpes contra el techo.

—Por favor, Armando —insiste el presidente con mucha delicadeza—. Ya sé que va a representar a Madrid con la banda de los tranviarios, pero practique fuera de casa. Ayúdeme a devolver la paz a la comunidad, se lo ruego…

—De acuerdo, se lo prometo —contesta Armando—. No volveré a tocar los platillos en casa.

El señor García sonríe mucho más tranquilo y se pasa un pañuelo por la frente para secarse el sudor, antes de salir al rellano.

—Le agradezco su comprensión, que tenga un buen día.

El padre de Tomi cierra la puerta y exclama:

—¡No volveré a tocar los platillos en casa! Practicaré solamente cuando baile. ¡He decidido aprender flamenco!

Mientras lo dice, se pone a bailar, dando grandes taconazos contra el suelo con los tacones de los zapatos. En cuanto el doctor Estévez vuelve a aporrear el techo con la escoba para exigir silencio, Armando exclama satisfecho:

—¡Olé!

Lucía, cabizbaja, observa a su marido y le dice:

—Un niño de cuatro años es más maduro que tú…

Tomi sigue tumbado boca arriba en su cama. Está observando el techo y repite una de las últimas frases de Eva: «¿Sabes qué nombre le he puesto al grillo? Tomi».

Mira el techo y sonríe.

El camarero del hotel llama a la puerta de la suite.

Violette va a abrir, y el camarero hace entrar en la habitación un carrito con el desayuno y los periódicos de la mañana.

La pintora hojea un diario y en las páginas de cultura encuentra un artículo que trata de su exposición y de la «pintura a la verdura». Come un trozo de bizcocho pero se detiene en seco, con los ojos como platos, y se pone a toser. Se le ha atragantado lo que ha leído…

La hermana de Gaston Champignon hace una bola con el periódico y la lanza a la papelera, vociferando:

—¡Quiero ver si este crítico tiene el valor de decirme a la cara todas estas guarrerías!

En ese preciso instante, Augusto, que acaba de llevar a las gemelas al colegio, está leyendo el mismo artículo sentado en un banco.

«Ha llegado a Madrid la célebre pintora francesa Violette Champignon, que el sábado inaugurará su exposición en el Museo de Arte Reina Sofía», escribe en el periódico un famoso crítico de arte. «Un consejo desapasionado: no merece la pena desperdiciar un día de sol para admirar semejante menestra… Si todos los grandes pintores de la historia han usado pinceles será por algo. Violette habría tenido que seguir cortando zanahorias y calabacines en la cocina para los platos de su hermano Gaston (¡ese sí que es un verdadero artista!). Una cocinera de tres al cuarto, ¡esa es la verdadera vocación de Violette Champignon! Y lo demuestra con los cuadros que ha traído a Madrid. Si quieren echar unas risas, vayan a verlos…».

Por la tarde, también los Cebolletas se ponen a leer un artículo de prensa delante del tablón de anuncios de la parroquia de San Antonio de la Florida.

Tino no ha sido menos severo con su equipo que el crítico con los cuadros de Violette…

«Queridos hinchas de los Cebolletas, un consejo: olvidaos de las victorias del año pasado y preparaos para una temporada de sufrimientos… Nuestros chicos todavía no están preparados para jugar en campo grande y quizá no lo estén nunca, porque no cuentan con los medios necesarios. Sobre todo en el centro del campo.

»Nuestro Nico es un gran número 10: es muy habilidoso con los pies, ¡pero en campo pequeño! En un campo grande, hay que tener piernas poderosas y pulmones para ir sobrado. Pero Nico, con sus piernecitas como palillos y sus pulmones como una bolsita de patatas fritas, siempre sufrirá. Lo hemos comprobado en el partido amistoso del Centro Deportivo de Valdeacederas, donde dejó un boquete en el centro del campo por el que se paseaban los adversarios y hacían lo que querían.

»Tampoco João puede ser el artista del regate que conocemos. En el campo grande se topa con laterales expertos en el marcaje de las bandas, normalmente fornidos, y de hecho en todo el partido no consiguió dar un pase en condiciones.

»También esperaba mucho más de Tomi, nuestro capitán. A pesar de su talento, le hará falta mucho tiempo para acostumbrarse al campo grande. En el amistoso parecía un niño perdido en la plaza Mayor, que no sabe adónde ir.

»El Niño, en cambio, se ha comportado como un campeón. Se nota que está habituado a jugar en campos de once jugadores. Gaston Champignon se ha lucido con su fichaje. Creo sinceramente que el italiano se convertirá en la estrella de los Cebolletas, para alegría de las gemelas, que lo miran como hace Fidu con los merengues… Pero no basta con un solo jugador.

»¿Ha sido buena idea cambiar de campeonato?

»Queridos amigos, este año tendremos que resignarnos a lo peor, pero apoyaremos como siempre a nuestros Cebolletas, ¡qué están haciendo lo que pueden para ganar esta liga como hicieron con el campeonato entre equipos de siete jugadores!

»Tino».

—¡Ese criticón nos ha molido a palos! —exclama Sara, con los ojos inyectados en sangre por la ira.

—Pero no le falta razón… —reconoce Nico—. Hemos perdido por 9 a 2. Tenemos que aprender un montón antes de ser competitivos en campo grande.

—Tino también tiene razón en lo que dice sobre el medio del campo —observa Dani—. Podríamos preguntar al número 10 de los Diablos Rojos si quiere jugar con nosotros. Es como un oso de pies habilidosos. Nos iría la mar de bien en el centro del campo.

—Buena idea —aprueba João—. De todas formas, yo me pregunto si hemos hecho bien en cambiar de liga. Tino no está del todo equivocado.

—¡Pues claro que hemos hecho bien! —responde Lara—. ¡Si no se intentan cosas nuevas, no se crece! Cuando éramos pequeños íbamos en triciclo, ahora vamos en bici y en monopatín y nos divertimos más, ¿o no? Estoy segura de que pronto nos divertiremos como locos en el campo grande. Sabéis que a Tino le encanta provocar, y de vez en cuando escribe tonterías…

—Pero es verdad que miráis a Rafa como yo los merengues —observa Fidu.

Los Cebolletas se echan a reír. Sara y Lara miran al Niño y se ponen rojas como tomates…

Por detrás del grupo se oye una voz con la que ya nadie contaba:

—Lara tiene razón. Tino exagera de vez en cuando, se merecería unos martillazos en los dedos… De todas formas, ahora que estoy aquí no volveremos a perder por 9 a 2.

—¡Aquiles! —exclama Becan—. ¿Dónde te habías metido?

—He estirado un poco las vacaciones… —explica Aquiles atónito, mientras les «choca la cebolla» a sus colegas.

—¿Te vienes con nosotros, entonces? —le pregunta Tomi.

—¡Listo para el primer entrenamiento! —responde Aquiles enseñándoles la bolsa que lleva en la mano.

Tras la entrada en el equipo de Julio, Elvira, Rafa y Aquiles, los Cebolletas son ahora catorce, un número suficiente para participar en una liga de verdad, aunque les iría bien tener más de tres reservas. Por culpa de las lesiones, las tarjetas rojas y otros problemas que puedan surgir será difícil que la flor esté siempre al completo, entre otras cosas porque una liga con equipos de once jugadores es más larga que una de siete, ya que cada grupo consta de más equipos: ocho y no seis.

En cualquier caso, con una flor de catorce pétalos los entrenamientos son más divertidos. Y se pueden organizar partiditos de siete contra siete.

Es precisamente lo que está haciendo Gaston Champignon, que reparte chalecos de colores para formar los equipos. Como de costumbre, los entrenamientos del cocinero siempre reservan alguna sorpresa…

—Pero… ¡si eso es un balón de rugby! —exclama Aquiles atónito.

—Es que en realidad vais a jugar al rugby —responde Champignon, quien explica las reglas a los chicos—. Como ya os he dicho, en los partidos en campo grande hace falta mucha paciencia. No tenemos que limitarnos siempre a atacar, como hacíamos antes. Debemos aprender a construir las jugadas con calma, utilizando también los pases hacia atrás. Para eso nos servirá el rugby. Como sabéis, en el rugby solo se pueden hacer pases hacia atrás con las manos. ¿Estáis listos?

—¿Y podemos hacer placajes y agarrar al adversario por las piernas? —pregunta el Niño.

—¡Pues claro! Si no, ¿cómo vais a disfrutar? ¡Divertíos! —exclama el cocinero-entrenador, que con un pitido indica el comienzo del encuentro.

El partido es apasionante, y los chicos, entre revolcones, rebotes inesperados del balón y una meta muy especial, se olvidan del 9-2 y de las críticas de Tino.

Aparte de la alegría que provoca, el ejercicio es realmente útil, porque los Cebolletas se acostumbran a ocupar todo el campo y a avanzar con pases cortos hacia atrás.

Como en este caso…