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Los espectadores se han distribuido a ambos lados de la calle Mayor, entre la calle de Bailén y el acceso a la plaza Mayor, escoltando a las bandas que desfilan para ganar el Concurso Nacional. Hoy es el gran día de Armando.

Tomi y los Cebolletas han ido a aplaudirlo. Han logrado colocarse en primera fila en medio de la calle Mayor, todos menos Fidu, que, mientras espera a la banda de Armando, aprovecha para entrenarse con su monopatín bajo un soportal.

—Tengo que aprender cueste lo que cueste… —se repite.

No logra imitar el número que el Niño hace con tanta desenvoltura: coge velocidad, da un golpe en la parte trasera de la tabla y salta. Mientras Rafa está en el aire, con las piernas encogidas, la tabla se eleva, hace una cabriola y vuelve a aterrizar sobre las ruedas. El Niño logra caer sobre la tabla con los pies y seguir volando.

—¡Ahí está! —anuncia Tomi.

La banda de los tranviarios avanza con elegancia, con chaquetas azules y corbatas rojas, con un pequeño tranvía cosido en el sombrero. Armando reconoce a los Cebolletas y les saluda dedicándoles un tremendo golpe de platillos. Hoy está resplandeciente.

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Bajo los soportales, la gente se echa a reír.

Fidu, pálido, ha cogido su gorra y la estruja como si fuera una esponja, azaradísimo:

—Pobre de mí…

Luego echa a correr hacia Armando, le ayuda a levantarse y le devuelve los platillos, aunque sin mirarlo, porque no se atreve. Al padre de Tomi aquello le habrá sentado fatal.

Pero, en lugar de enfadarse, Armando entrechoca sus platillos y grita a sus colegas:

—¡Ánimo, chicos, volvamos a empezar! ¡Que no se diga que una tontería como esta ha acabado con los tranviarios de Madrid!

—¡Sí, señor! —responde a coro el resto de la banda.

Violette entra en el Pétalos a la Cazuela, y todos los clientes que están cenando se dan la vuelta para mirarla, no solo porque han reconocido a la famosa pintora, sino también porque está muy elegante con su vestido de noche.