Armando sale de casa con los platillos de la banda y se encuentra en la portería con el señor García, el presidente de la comunidad, que lo saluda sonriendo:
—Buenos días, ¿cómo van los ensayos?
—Estupendamente, gracias —responde el padre de Tomi—. Como ve, he mantenido la promesa y solo practico fuera de casa…
—Se lo agradezco —sonríe el presidente—. Finalmente ha vuelto la paz, también a mi casa. No sé si sabe que el doctor Estévez me telefoneaba cada cinco minutos para quejarse de su música… Hasta la vista.
Armando espera que el señor García suba a su coche y se aleje y luego aprieta un botón del portero automático.
En cuanto el doctor Estévez contesta «¿Quién es?», Armando entrechoca los platillos furiosamente junto al aparato y se aleja riendo satisfecho.
No ha roto su promesa, porque los ha tocado fuera de casa…
Es el día de la inauguración de la exposición de Violette. Delante del prestigioso museo, espera una larga cola de personas vestidas con gran elegancia, todas con una invitación en la mano. En el interior, la pintora guía al alcalde de Madrid y a otras autoridades por las obras de su colección.
Entre el grupo de visitantes de postín están los Cebolletas al completo.
—¡La exposición de Violette es un éxito! —exclama con orgullo Sara.
—¡Mira, capitán, este es el cuadro que nos ha dedicado! —explica Lara conduciendo a Tomi ante una marina—. ¡La luna la pintó con una cebolleta!
De hecho, como explica el cartelito colgado al lado, el cuadro se llama Cebo-luna sobre el mar.
En un visto y no visto la galería se llena de visitantes. Violette recibe muchas felicitaciones y responde a mil preguntas.
—Es un verdadero honor acogerla en nuestra ciudad, mademoiselle Champignon —le dice el alcalde de Madrid—. Hace años que me gusta la «pintura a la verdura». En mi salón resplandece su obra maestra Almuerzo con coles. Me costó un ojo de la cara, pero estoy orgulloso… ¡Es magnífico!
Violette sonríe, halagada.
Entre tantos hombres encorbatados y mujeres vestidas de gala, la hermana de Gaston Champignon es la única que lleva unos vaqueros raídos y un gorro de cocinero… Entre un cuadro y otro ha hecho colgar de las paredes cogollos de lechuga, zanahorias, calabacines y tomates.
—Yo a ese señor ya lo he visto en televisión —dice Ígor.
—Sí —confirma Aquiles—. Es ese tipo que siempre está peleándose, más que yo incluso.
—Es un famoso crítico de arte —aclara Nico—. Entiende mucho de cuadros. Pero, a juzgar por lo que ha escrito en el periódico, no creo que le hayan gustado mucho los de Violette…
El crítico coge una copa de champán de la bandeja de un camarero, se aparta un mechón de pelo de la frente y se acerca a la obra Cebo-luna sobre el mar, riendo entre dientes como si estuviera viendo una película de risa.
Violette lo reconoce y se dirige hacia él con la mirada que suelen poner las gemelas cuando se enfrentan a un delantero.
—Me alegro de que mis cuadros le pongan de buen humor —dice la hermana de Gaston Champignon.
—No lo puedo evitar —responde el crítico gafotas—. Cuando miro sus obras me parece estar en el circo.
—¡Es usted un maleducado! —estalla Violette, furibunda.
—Se equivoca, no soy nada más que un crítico de arte, y expresar juicios es mi oficio —replica el hombre del mechón.
—¡Usted no ha expresado juicios sobre mis cuadros, sino sobre mí! —rebate Violette—. En el periódico me ha llamado «cocinera de tres al cuarto», ¡y eso es una ofensa! ¡Tendría que avergonzarse!
—¡Es usted quien tendría que avergonzarse de lo que pinta! —exclama el crítico, levantando la voz—. Me pregunto cómo se le ocurrió esta locura…
—Ya se lo explico yo —responde Augusto, acercándose con un tomate y un espárrago que ha descolgado de la pared.
—Un día, en el restaurante de mi amigo Gaston Champignon, hermano de la señorita Violette, se cayó un plato de espaguetis con tomate sobre la camisa de un cliente, y se formó una mancha parecida a esta… —explica el chófer del Cebojet mientras aplasta el tomate y lo extiende sobre la camisa blanca del criticón.
»Violette tuvo una idea genial —prosigue Augusto—. ¡Convertir esa mancha en una obra de arte! Utilizó un espárrago como pincel y pintó una maravillosa cabeza de caballo. Más o menos así…
»La cabeza de caballo no me ha salido demasiado bien —comenta Augusto—, pero ahora ya sabe usted cómo nació la “pintura a la verdura”. ¿Me equivoco, mademoiselle Violette?
—¡En absoluto, Augusto! —contesta la hermana de Gaston Champignon con los ojos brillantes—. ¡No se ha equivocado usted en absoluto!
El crítico se aparta el mechón, observa la enorme mancha roja sobre su pecho y salta furibundo:
—¿Cómo se lo permite? Esta camisa es de seda pura y vale más que todos los cuadros que hay aquí dentro. ¡Les voy a denunciar a todos!
—Haga lo que quiera —responde con calma Violette—, pero ahora deje de gritar, porque molesta a mis invitados.
—Yo grito cuando quiero, ¡hortelana de tres al cuarto! —aúlla el criticón, cada vez más enojado—. ¡Mi casa está donde hay cuadros, así que esta es mi casa! ¡Mi casa!
Tienen que intervenir dos hombretones del equipo de seguridad, que lo acompañan a la salida, levantándolo casi en vilo, mientras él sigue vociferando:
—¡Les denunciaré a todos! ¡A todos!
Los Cebolletas baten palmas, divertidos, y todos los invitados se unen al aplauso. Gaston Champignon se acaricia el bigote por el extremo derecho.
—En la vida me habría imaginado que algún día tendría que darle las gracias —sonríe Violette a Augusto.
—Soy yo quien le da las gracias —contesta el chófer—. No sabía que pintar una camisa con un espárrago fuera tan divertido.
Un chico con la bolsa de los Diablos Rojos en bandolera observa el Cebojet mientras aparca junto a la verja del campo de los Estelares.
—¡Pero si es Bruno! —exclama Fidu.
—Han llegado chicos nuevos a mi equipo —explica el excelente centrocampista—. A lo mejor pueden disputar el campeonato sin mí. No sé, estoy un poco confuso… Así que he pensado que un partido en campo grande podría aclararme las ideas. ¿Puedo jugar un poco con vosotros hoy?
—Naturalmente —contesta Gaston Champignon—. ¡La puerta de los Cebolletas siempre está abierta!
—Aunque la mía no… —precisa Fidu.
Todos sonríen y se dirigen hacia el vestuario.