—Gracias, Eva… —responde el capitán—. Pero… ¿me ves?
—Pues claro. Yo también tengo una webcam como la tuya sobre el ordenador —responde la bailarina—. Llevas una bonita camiseta azul y la misma cara de sorpresa que un pez hervido.
Los Cebolletas rompen a reír.
Tomi, todavía un poco aturdido, se da la vuelta para mirar a sus amigos.
—El ordenador nuevo es un regalo de tus padres —le aclara Nico—. Nosotros te hemos regalado a Eva, es decir, la webcam y la conexión a Skype, que Eva también ha activado en Pekín. Así os podéis ver mientras habláis.
—Gracias a todos. Es un regalo maravilloso —responde Tomi, sonriendo a Eva.
—Ahora pruébate la camisa que te he enviado, y así veré cómo te queda —sugiere la bailarina.
—¿Qué camisa? —pregunta el capitán.
—Esta —contesta Lucía, entregándole un paquete.
Es una camisa roja de raso, sin cuello, con dragones rojos bordados por todas partes. Tomi se la pone entre las risitas de los Cebolletas y luego se sienta ante la webcam del ordenador.
—¡Te queda muy bien! —exclama Eva.
—Sí, a lo mejor no me la pongo para ir al colegio —responde el capitán—, pero en Carnaval me luciré…
Los Cebolletas sueltan el trapo.
—Y ahora, Eva, ¡soy yo quien quiere darte una sorpresa! —exclama Tomi, que luego ordena—: ¡A vuestros puestos, Esqueléticos!
La banda de Dani prepara los instrumentos en el salón, Rafa empuña el micrófono enchufado al equipo estéreo, Augusto da el tempo y suena la música de «Ojalá no estuvieras en China, sino aquí, en La Latina».
Tomi se ha llevado el ordenador portátil al salón y apunta la pequeña cámara hacia el grupo.
—El texto de la canción lo he escrito yo —anuncia con orgullo el capitán.
Eva observa la exhibición con atención y al final aplaude con entusiasmo:
—¡Es preciosa! Has escrito un texto precioso, Tomi, tienes que mandarme la letra completa por correo electrónico.
—Claro —responde el capitán sonriendo a la webcam, todavía más orgulloso.
—El cantante no lo hace mal —añade la bailarina—, no tan bien como yo, pero casi…
—Es nuestro nuevo delantero —explica Tomi—. Es italiano y se llama Raffaele, pero lo llamamos el Niño.
Después de despedirse de Eva, los chicos regresan a la mesa de los merengues, mientras el capitán y la bailarina siguen charlando y mirándose en la pantalla del ordenador. Olvidan que están a miles de kilómetros de distancia y se sienten de nuevo cerca, como aquella noche sobre el barco que navegaba por el Sena.
Eva presenta a Tomi a su amiga Chen, o «Nubes armoniosas del alba», y a su grillo Tomi… El capitán le habla de la liga que está a punto de empezar, del equipo que se ha ampliado y del restaurante de comida rápida que ocupará el actual local del Pétalos a la Cazuela.
Adriana se acerca a Tomi y le pide:
—¿Me presentas a tu amiga Eva?
—Claro —responde Tomi, que se levanta de la silla para que se pueda sentar la indiecita.
—Hola, Eva, me llamo Adriana, que rima con manzana. Soy la hermana del cantante.
La bailarina sonríe en la pantalla del ordenador.
—Hola, yo me llamo Eva y no sé exactamente con qué rimo… Pero me alegro de conocerte.
—Yo también me alegro. Sé que eres una bailarina estupenda. Tomi me ha hablado un montón de ti en el Retiro. ¡Adiós! —se despide la indiecita, que luego cede la silla a Tomi.
La expresión de Eva en el ordenador ha cambiado de golpe.
—O sea que, a pesar de la promesa que me habías hecho en la Boca de la Verdad, te has llevado a la italianita al estanque de los peces de colores.
—En realidad, yo en Roma prometí que no iría con Kasi… —puntualiza el capitán, que se pone a sudar.
—¡Lo mismo da Kasi que otra! —exclama Eva, furiosa—. ¡Esos peces de colores son nuestros! ¡La Boca de la Verdad te tendría que haber arrancado la mano!
—¡Pero si no la he llevado al estanque! —se justifica Tomi—. Me la encontré por casualidad: ¡yo estaba con los Cebolletas y ella practicaba el tiro al arco!
La cara de la bailarina desaparece de repente de la pantalla.
Nico se acerca, se da cuenta y comenta preocupado:
—A lo mejor está averiada la webcam. Déjame ver. Si tiene un defecto de fábrica la devuelvo. De todas formas, está en garantía.
—No te preocupes, funciona perfectamente —le tranquiliza el capitán—. Lo único que pasa es que han desconectado la cámara de China…
Es verdad que esa pareja es increíble: se las apañarían para pelearse aunque una estuviera en Marte y el otro en la Luna…
Augusto acompaña a Violette al aeropuerto, porque ella tiene que regresar a París. Van con ellos, en la lujosa limusina negra, Gaston Champignon y las gemelas, que quieren despedir a su pintora favorita.
El chófer del Cebojet empuja el carrito de los equipajes hasta el mostrador de facturación. Luego, en la zona de embarque, llega el momento de los adioses.
—Por favor, chicas, practicad la «pintura a la verdura». La próxima vez que venga a Madrid examinaré vuestras obras —promete Violette.
—¡No te defraudaremos! —responden a coro Lara y Sara, entusiasmadas—. ¡Y gracias por todo!
Cuando la pintora abraza al cocinero-entrenador exclama:
—¡Qué despiste! Me estaba olvidando del regalito…
Saca de su bolso un sobre alargado y se lo entrega a Gaston Champignon, que lo abre, extrae un par de hojas, las lee con atención y balbucea:
—Pero… esto es… No… no es posible…
—Sí —asegura su hermana—, es el contrato de compra del restaurante, que he puesto a tu nombre.
—Pero si el abogado ya había vendido el local a Carrascosa… —rebate el cocinero.
—No, ese pirata solo le había hecho una oferta. Yo subí un poco el precio y el abogado se ha quedado encantado de venderme el restaurante —explica Violette.
—¡Pero no lo puedo aceptar, hermanita! —exclama Gaston Champignon devolviendo el sobre a la pintora—. ¡Este dinero es tuyo, te lo has ganado con tu arte!
—Mi arte solo pudo nacer gracias a la verdura de tu restaurante y a la ayuda que me prestaste cuando era una chiquilla sin trabajo ni futuro. Es la ocasión idónea para que salde la deuda que tengo contigo. Además, sin tus Cebolletas no se me habría ocurrido la idea del cuadro Cebo-luna sobre el mar que vendí al príncipe árabe. Y si con ese dinero he comprado el restaurante, el mérito también es tuyo. Así que, hermanote, ¡quédate con el contrato y no lo compliques más o perderé el avión! —concluye Violette, metiendo hojas y sobre en el bolsillo de la chaqueta del cocinero.
—Te quiero un montón, hermanita —sonríe Gaston Champignon con los ojos brillantes como cuando corta cebollas.
—Yo también, hermanote —responde Violette, abrazándolo.
Luego, la pintora se pone de puntillas y le da un beso a Augusto.
—Te llamo esta noche desde París.
—No estaré tranquilo hasta que oiga tu voz —responde con galantería el chófer del Cebojet.
Sara y Lara se miran atónitas y sonríen encogiendo los hombros.
¡Esa sí que es una noticia para la primera plana del MatuTino! ¡Augusto enamorado!