Image

—¡Ya está! ¡Que empieza, venid! —exclama Sara, emocionada.

Los Cebolletas, veloces como el rayo, se sientan ante el televisor del Pétalos a la Cazuela. Con los chicos están Augusto, los padres de Becan y la señora Sofía, la mujer de Gaston Champignon.

—¡Que aproveche, España! ¡Y bienvenidos a una nueva edición del Rey de los Fogones! —anuncia la presentadora rubia, que lleva un vestido de cuadros blancos y rojos que parece un mantel—. Paso a presentaros enseguida a los tres concursantes de hoy. De Madrid, con unos espléndidos mostachos, llega el chef Gaston Champignon, que tiene un aire de lo más francés, o eso me parece…

—No se le escapa nada, señorita… —ríe entre dientes el cocinero-entrenador—. Efectivamente, nací en París.

—¿Y qué le empujó a venir a España? ¿La cocina? —pregunta la presentadora.

—No, el amor —responde Champignon, atusándose el bigote por el lado derecho—. Me vine detrás de Sofía, la bailarina más hermosa del mundo, porque estaba enamorado de ella hasta la médula…

Los Cebolletas se echan a reír, mientras la señora Sofía, divertida, se tapa los ojos de vergüenza…

—Mandemos pues un beso desde aquí a la bella Sofía —sugiere la presentadora.

—Naturalmente —aprueba el cocinero-entrenador—. Un beso a mi reina y señora y un saludo a todos mis amigos madrileños. Empezando por los fabulosos Cebolletas.

—¿Han oído, queridos telespectadores? —comenta la locutora—. A nuestro cocinero le gustan tanto los ingredientes de sus platos que habla con ellos. ¿No es estupendo?

—Creo que hay un equívoco —la corrige Champignon—. Los Cebolletas no son cebollas de verdad, sino chicos que juegan al fútbol y a los que entreno, dicho sea con toda modestia. Os «choco la cebolla», chicos, ¡y seguid entrenando, porque nos espera una liga muy dura!

El cocinero, en primer plano, muestra el puño con el índice levantado.

Los Cebolletas se ponen en pie de un salto y lo celebran como si se tratara de un gol.

—¡Ahora somos famosos en toda España! —exclama Fidu.

La presentadora, un poco azorada, prosigue:

—Ah, entendido… cebollas con piernas… bueno… Pasemos al segundo concursante, que viene de Valencia.

Después de las presentaciones empieza el concurso.

Los tres cocineros se ponen a los fogones y preparan sus especialidades. La señorita rubia vestida con un mantel pasa de uno a otro, preguntando por los ingredientes y los secretos de las recetas.

Al final llevan los platos a una mesa a la que están sentados los cinco jueces del jurado, que llevan unas enormes servilletas blancas atadas al cuello y escogerán al vencedor.

La cámara encuadra el rostro de todos los jueces mientras prueban las tres especialidades, mastican con gran concentración, con la mirada fija, y anotan sus impresiones en una hoja.

El público del Pétalos a la Cazuela espera el veredicto en silencio. Nico se muerde las uñas. João acaricia al gato Cazo, que se ha dormido sobre sus piernas. Dani, que es muy supersticioso, aprieta con las manos el trébol dorado de cuatro hojas que le cuelga del cuello.

Un ayudante vestido de camarero, con una servilleta plegada en el brazo, tiende una bandeja a los jueces, que depositan en ella sus hojas dobladas.

La presentadora lee las respuestas, mira a la cámara equivocada, rectifica y se vuelve hacia la que la enfoca y anuncia:

—Queridas amigas, queridos amigos, el Rey de los Fogones de hoy es…

Retumbar de tambores, que en realidad son ollas vueltas del revés.

—… ¡Gaston Champignon, de Madrid, con sus merengues a la rosa!

La sonrisa de alegría del cocinero-entrenador, que se acaricia el bigote por el lado derecho, llena toda la pantalla del televisor.

Los Cebolletas se ponen en pie de un bote, se abrazan y se ponen a cantar a coro: «¡Cebo-oé-oé-oé…!», mientras los padres de Becan y Augusto felicitan a la señora Sofía.

—¡Los merengues a la rosa son infalibles! —exclama Fidu—. Es más, me voy a la cocina a ver si ha sobrado alguno para celebrarlo como es debido. La tensión me ha abierto el apetito…

Mientras esperan el regreso de Gaston Champignon del estudio de televisión donde ha participado en el concurso El Rey de los Fogones, los Cebolletas se entrenan solos en el Retiro. No hay tiempo que perder. La nueva liga se acerca y será muy especial…

Los chicos están al pie de una pequeña colina del parque.

El primero en echar a correr es Tomi, quien sale a toda velocidad, hace un eslalon entre los árboles y llega hasta la cima. Luego salen sus compañeros.

João se tumba en el suelo.

—Yo ya no puedo más…

—Ni yo. Llevamos veinte carreras… —comenta Nico, que va a cuatro patas y con la lengua colgando, como un perro.

—Ánimo, colegas. No podemos tirar la toalla ahora —les incita su capitán—. El campo para once es mucho más grande que el de siete, y este año la preparación física antes del campeonato será más importante que nunca.

Pues sí, como lo lees: los Cebolletas han decidido cambiar de torneo y pasar de una liga entre equipos de siete jugadores a otra con equipos de once.

Como recordarás, lo habían votado en el Cebojet al regresar de Roma. Nos habíamos separado antes de conocer su decisión. Ahora ya lo sabemos: los Cebolletas disputarán la próxima liga en un terreno de fútbol de verdad, como los de primera división.

Será una experiencia nueva, apasionante, porque podrán aprender nuevos aspectos del fútbol, se convertirán en jugadores más completos, pero tendrán que esforzarse mucho, porque entre un campito para equipos de siete jugadores y otro grande hay enormes diferencias. Empezando por el esfuerzo físico.

Tomi tiene razón: necesitarán más pulmones y más resistencia. Por eso este año, en la preparación previa al campeonato, los Cebolletas tendrán que dedicar mucho más tiempo a las carreras y la gimnasia.

El capitán saca un balón de la mochila, pelotea con él sobre la frente y propone:

—¿Echamos un partidito?

—Encantado —contesta Becan—. Después de tantas carreras se me había olvidado qué forma tenía una pelota…

—Sí —aprueba también Nico—. De acuerdo con el partido. ¡Ya no podía más con tantas cuestas!

—¿Quién te ha dicho que vamos a dejar de subir? —pregunta Tomi.

Los Cebolletas, llenos de curiosidad (y algo de preocupación), observan a su capitán, que les explica el juego:

—Una portería estará abajo y la otra en la cima de la colina. Nico, Becan, João y yo atacaremos subiendo. Las gemelas y los gemelos tendrán que defender y tratar de marcar cuesta abajo.

—¡Pero será agotador! —protesta João—. ¡Yo soy extremo izquierdo, no escalador!

—Para que luego digan que somos las chicas las que nos pasamos el día lloriqueando… —le espeta Sara—. Correr cuesta arriba fortalece los músculos. El cansancio de hoy te será útil durante el campeonato. Ya verás que, gracias a estos entrenamientos, lograrás hacer tus regates también en un campo grande.

—Qué fácil es hablar así cuando se juega cuesta abajo… —farfulla el brasileño, mientras Fidu y Dani preparan las porterías con mochilas.

Tomi se acerca a João y le susurra:

—Te aseguro que jugar cuesta abajo no les será tan fácil como creen…

El equipo del capitán tiene que emplearse a fondo para empujar la pelota hacia arriba, pero tampoco a los rivales les resulta fácil controlar el balón, que se les escapa de los pies y rueda hacia abajo. Ese extraño partido es útil por las dos razones: entrena la fuerza física, pero también el control del balón. Además, es divertido porque se ven jugadas que normalmente no ocurren en un campo llano. Mira si no…

Image

Todos sueltan una carcajada.

La jugada del empate es igual de cómica.

Becan sube laboriosamente la colina, dando sin parar golpecitos al balón, que le vuelve constantemente entre los pies. En cuanto Lara se le pone delante, pega una patada a la pelota y echa a correr para colocarse a espaldas de la gemela. En un campo normal, el balón habría salido por la línea de fondo; aquí, en cambio, llega junto a Fidu y vuelve para atrás.

Becan lo cede a Tomi. El capitán, con una chilena perfecta, lo hace pasar entre las mochilas de Fidu: ¡1-1!

El problema es que Tomi no cae sobre una superficie plana… Sin darse cuenta de lo que hace, da un bote hacia atrás, otro y otro más… Y se convierte en una pequeña avalancha que rueda hacia abajo y no se detiene hasta llegar al pie de la colina, después de aplastar una mochila de la portería de Dani.

Los Cebolletas acuden junto a él, preocupados.

—¿Estás bien, capitán?

En cuanto Tomi responde «Más o menos», sacándose la hierba del pelo, todos sueltan el trapo.

Hasta cuando están agotados y se imponen entrenamientos durísimos, los Cebolletas siempre consiguen divertirse.

Al concluir el partidito, los chicos se tumban a la sombra a descansar y hablar de la próxima liga.

—Creo que podré convencer a Julio de que juegue con nosotros —dice Tomi.

—Vale, pero con él seremos once justos —observa Nico—. Para soportar un campeonato entero tendríamos que ser al menos catorce o, mejor, quince.

—Podríamos decírselo a Aquiles —propone Pavel—. Está cachas, y en un campo grande podría dar más rendimiento que en uno pequeño.

—Es verdad, pero habrá que ver si está dispuesto a entrenarse y levantarse temprano todos los domingos —comenta Lara—. No me parece un tipo especialmente de fiar…

—Le diremos las condiciones claramente y, si acepta, tendrá que prometer que respetará nuestras reglas —concluye Tomi—. ¿Y quién más? ¿Qué otro podría entrar en los Cebolletas?

—¿Qué os parece Bruno, el número 10 de los Diablos Rojos? —sugiere João.

—Podríamos invitar a alguna del Rosa Shocking, así no seríamos las únicas chicas —interviene Lara.

—A mí dos ya me parecen demasiadas… —comenta Fidu.

Sara arroja el balón contra el portero, que lo bloca tirándose al suelo, mientras todos sueltan una nueva carcajada.

Una vez acabada la cena, Tomi se precipita a su habitación, se conecta a Internet y comprueba si han llegado mensajes de correo electrónico. Leer el nombre de Eva en la bandeja de entrada le hace sonreír.

Ya han pasado dos meses desde que la bailarina se marchó a China.

«Al fin he hecho una amiga —escribe Eva—. Es la hija de mi profesora de chino. Se llama Chen y su nombre completo significa “Nubes armoniosas del alba”. ¿No te parece precioso? ¿Te acuerdas de cuando volábamos hacia París y te decía que me gustaría bailar sobre las nubes?».

Tomi lo recuerda perfectamente. De repente vuelve a rememorar esas vacaciones estupendas, desde el misterioso libro de Napoleón hasta el encuentro sobre el Sena. Luego mira la foto que se sacó con Eva en la Boca de la Verdad, que ha colgado en la pared frente a su escritorio de despacho, y le vuelven a la mente otras inolvidables vacaciones, las romanas.

El capitán suspira profundamente. Desde que se ha ido Eva, tiene la sensación de que siempre está jugando en un campo cuesta arriba.

En ese mismo momento, mientras Tomi está escribiendo un mensaje de respuesta a su amiga bailarina, irrumpe Sara en la habitación de su gemela con un periódico en la mano.

—¡Mira! ¿Lo has leído? ¡Dentro de dos días llega a Madrid la gran Violette!

Lara arranca el diario de las manos de su hermana y se queda boquiabierta.

—¡Uala! ¿Y Champignon no nos ha dicho nada?

—Estaba liado con el concurso, se habrá despistado —responde Sara—. Pero ¿te das cuenta? ¡Pronto conoceremos personalmente a la gran Violette!