¿A que no te lo acabas de creer? Precisamente ella, que siempre va vestida con vaqueros raídos, camisas amplias y sombreros de cocinero…

Esta vez luce un vestido morado, largo y ceñido, lleno de lentejuelas, que la hace fascinante. Lleva un poco de maquillaje en la cara y unos rizos muy graciosos, que acaban de salir de las manos de un peluquero.

La señora Sofía sale a su encuentro encantada.

—¡Violette, estás guapísima!

—He invitado a cenar a un amigo que aprecia a las mujeres elegantes —explica la pintora—. Quiero darle una sorpresa…

—¡Una cita galante en el Pétalos a la Cazuela, qué maravilla! —exclama la mujer de Gaston Champignon—. Pero el afortunado no es demasiado galante si llega con retraso…

—No, la culpa es mía, que he llegado mucho antes de la hora —contesta Violette—. He llegado antes porque me he dado cuenta de que hace algunos días que mi hermanote está triste y pensativo. Quería saber si tiene algún problema.

—Efectivamente, tiene un problema. Ven, sentémonos aquí… —sugiere Sofía, acompañando a su cuñada a una mesa libre en un rincón de la sala.

Un cuarto de hora después se abre la puerta del restaurante. Violette y la señora Champignon interrumpen la conversación para admirar con la boca abierta al tipo que acaba de entrar. Lleva unos vaqueros raídos, una chaqueta de cuero negro sobre una camiseta de tirantes blanca y agujereada, y unas botas de vaquero.

—¡Augusto! —exclama sorprendida la señora Sofía.

Violette se levanta de la mesa con una sonrisa arrebatada.

—Me he vestido de princesa para ti…

—Y yo de chulapón, pensando que así estarías más a gusto… —responde el chófer de los Cebolletas, antes de besar la mano de la pintora.

Los dos se echan a reír, y en las otras mesas estalla un aplauso divertido.

La señora Sofía enciende una vela y la pone en la mesa de Augusto y Violette. Será una noche de lo más romántica…