Capítulo 14
No se debe llevar la contraria a una princesa
—¡Ja, ja, ja, ja! —rio Calderaus—. ¡Ja, ja, ja, ja! —rio otra vez—. ¡Voy a ser el hombre más poderoso del mundo!
Reunió a su alrededor a Ratón y a Maldeokus, pero no se veía al cuervo por ninguna parte.
—A ti ya no te necesito, besugo con piernas —le dijo al mago—. ¡Mmmm! Podría comerte…
Maldeokus se puso blanco como el papel.
—Seguro que no tienes hambre.
—¡Claro que tengo hambre, por cien mil rayos! ¡Llevo una semana comiendo bacalao!
—¡Espera! Si me devoras, no podré ver cómo te conviertes en el mago más poderoso del mundo.
—¿Y para qué quieres verlo?
—Pues… no sé. Porque en otras historias, los malos siempre dejan vivos a sus enemigos para que vean como triunfan.
—Pues qué malos tan tontos.
—También es verdad.
—Bueno, pues nada, que te voy a comer.
—¡No! —Maldeokus dio un salto monumental, se recogió las túnicas y escapó a todo correr. No paró hasta que lo perdieron de vista.
Calderaus se enfadó tanto que se puso a echar humo por las narices. Cuando se calmó un poco, decidió olvidarse del mago e ir al grano.
—Acércate, aprendiz: voy a realizar el ritual, y entonces volveré a ser un gran mago con poderes, y tú un simple niño sin poderes.
A Ratón no le gustó mucho esto, pero obedeció, porque Calderaus tenía un aspecto terriblemente feroz en aquel momento. Así que el dragón se plantó en medio del templo, levantó el medallón en alto y gritó las palabras mágicas:
—¡Repera pelotera, que todo vuelva a ser como era!
Un gran resplandor iluminó el templo, y Ratón cerró los ojos.
—¡Ja, ja, ja, ja! —rio Calderaus—. ¡Mil veces ja!
Mientras el hechizo se realizaba, Maldeokus asomó las narices desde detrás de su escondite, y Colmillo-Feroz asomó el pico desde detrás del suyo, con curiosidad.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja y rejá! —reía Calderaus.
***
—¡Corred, que no llegamos! —decía Griselda.
—¡Esperad, no me dejéis atrás! —jadeaba Robustiano.
Los héroes habían llegado a la Isla de los Magos Torpes apenas unos momentos antes, y corrían por el amplio camino que llevaba al templo. Se toparon con algo muy grande que les cortaba el paso.
—¡Ostras! —dijo Lila, tocándolo con la punta del pie—. ¿Qué es esto?
—¡Un jayán! —exclamó Baldomero, desenvainando la espada.
—Ojo, no hagáis ruido —dijo Adelfo—. Es un titán dormido.
Pasaron de puntillas por su lado y siguieron corriendo hacia el templo.
***
Ratón sintió como si miles de gusanillos lo mordieran por dentro, todos a la vez.
Cuando abrió los ojos, se encontró a Calderaus frente a él. Volvía a ser un mago alto y flaco, todo vestido de negro, y lo miraba con expresión siniestra. Sostenía en alto el amuleto mágico que tantos problemas había traído desde que sir Guntar apareció por la posada del Ogro Gordo.
—Tú, niño —dijo—. Fuera.
Lo señaló con el dedo y, de pronto, Ratón se encontró encaramado a la rama de un árbol cercano.
—¡Siiiii! —aulló Calderaus—. ¡Vuelvo a ser un mago con poderes!
Besó varias veces el amuleto mágico, muy contento.
—¡Y ahora —dijo—, por fin, por fin, por fin seré el hombre más poderoso del mundo!
De pronto sintió que alguien le tocaba en el hombro, y se dio la vuelta.
Casi se le cayeron los calzones del susto. Ante él estaba, cómodamente sentado con la cabeza apoyada sobre las garras, el gran dragón negro del Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie.
—Hola, desayuno —saludó Colmillo-Feroz—. ¿Te acuerdas de mí?
El mago lanzó el amuleto por los aires, se recogió las túnicas y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Pero Colmillo-Feroz alargó la zarpa, lo atrapó limpiamente y se lo zampó de un solo bocado.
—¡Colmillo-Feroz! —lo riñó Ratón desde su árbol.
—¡Es que tenía hambre! —se excusó el dragón.
Sacudió las alas, levantando una gran polvareda, y se elevó en el aire.
—¡Adiós, adiós! —se despidió desde el cielo—. ¡Vuelvo a mi cueva del Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie!
—¡Adiós! —dijo Ratón.
Unos minutos después, el dragón era solo una mancha negra en la lejanía.
—¡Ja. ja, ja, ja! —se oyó entonces sobre la Isla de los Magos Torpes.
—¿Otra risa siniestra? —se preguntó Ratón.
Miró hacia el interior del templo y descubrió que Maldeokus había salido de su escondite y se había acercado, de puntillas y a traición, al lugar donde había caído el medallón. Ahora lo sujetaba entre las manos, muy ufano.
—¡Ahora yo poseo el Maldito Pedrusco y seré el mago más poderoso del mundo!
Ratón miró hacia el cielo por si volvía Colmillo-Feroz, pero no tuvo suerte, así que se puso a pensar en algo rápidamente.
—¡Ya está! —dijo—. ¡Maldeokus, te reto a un duelo de magia!
Maldeokus parpadeó, sin poder creer lo que estaba oyendo, y se echó a reír a mandíbula batiente.
—¡Jua, jua, jua! ¿Cómo me vas a retar tú a mí? ¡Ya no tienes poderes!
—¡Anda, es verdad! ¡Se me había olvidado!
—¡Ah no, ahora no vas a echarte atrás! ¡Baja de ahí, cobarde, y cumple con tu palabra!
En aquel momento llegaron corriendo Griselda y los demás.
—¿Qué es esto, Maldeokus? ¿Qué pasa aquí?
—Pasa que voy a ser el mago más poderoso del mundo —le explicó Maldeokus—, porque ahora yo tengo el Maldito Pedrusco.
—¿Y dónde está Calderaus?
—Se lo ha comido el dragón.
—Pero ¿el dragón no era Calderaus? —la pobre Griselda estaba hecha un lío.
—¡Basta de explicaciones! —aulló Maldeokus—. Voy a tomar posesión del Maldito Pedrusco, así que… ¡invoco el poder de mil demonios y algún que otro espectro!
Ratón, que había visto a Calderaus haciendo lo mismo en la posada del Ogro Gordo, cerró los ojos para no quedar deslumbrado.
Pero los abrió casi enseguida, porque no había pasado nada.
Maldeokus miró el amuleto mágico, sin poder creerlo.
—¿Qué es esto? ¿Por qué no funciona?
—Oye, Ratón —dijo entonces Lila, que había trepado al árbol sin esfuerzo—. Yo creo que Maldeokus ya no tiene poderes. ¿No lo ves? Se le ha arrugado el gorro y las estrellitas de la túnica ya no le brillan.
—¡Es verdad! Entonces, ¿adónde han ido a parar sus poderes?
De pronto, se dio cuenta de lo que estaba pasando y bajó del árbol de un salto.
—¡Maldeokus! —llamó.
—¿Qué pasa ahora?
—¿Te has olvidado de nuestro duelo de magia?
—¡Claro que no, mocoso inoportuno! —respondió Maldeokus, guardándose el amuleto en uno de sus bolsillos—. ¡Ahora sí que te voy a transformar en helado de piña!
—¡Uy, qué rico! —comentó Griselda.
Maldeokus, rojo como un tomate y haciendo grandes aspavientos, escupió las palabras de su conjuro de helados de pina, aunque retocándolo un poco para que saliese con guindas.
Todos cerraron los ojos, sin ganas de ver al valiente Ratón convertido en helado de piña.
Pero no pasó nada.
—¿Ein? —soltó Maldeokus, mirándose las manos, desconcertado.
—¡Mi turno! —dijo Ratón, triunfante.
Preparó el lanzamiento, apuntó bien y, por fin, soltó el hechizo.
¡Kabuuumm!
Y Maldeokus quedó chamuscadísimo.
—¡Muy bien, muy bien! —vitoreaban sus amigos.
—Pero si tú ya no tenías poderes —lloriqueó Maldeokus.
—Es que el Maldito Pedrusco ha vuelto a hacer de las suyas, y ahora tus poderes los tengo yo.
—Bueno, pero como yo tengo el amuleto y estamos en el templo de la Isla de los Magos Torpes, puedo hacer que todo vuelva a ser como antes.
Y se llevó la mano al bolsillo; pero, enseguida, le cambió la cara.
—¡Aaaaaaaaarrrrrrgggggg! —gritó—. ¡Me han robado!
Todos miraron hacia Lila, que puso carita de inocente.
—Lo he robado según el Código —se excusó.
—Entonces, ahora eres un mago sin poderes y sin el amuleto —concluyó Ratón.
—¿Habéis oído eso, chicos? —rugió Robustiano—. ¡A por ééééél!
—¡No, no, no, no! —chilló Maldeokus.
Demasiado tarde: la tropa de héroes se lanzó sobre él con un salvaje grito de guerra.
—¡No, no, no, no! —berreaba Maldeokus, debajo del montón de aventureros.
—¡Sí, sí, sí, sí! —lo contradijo Robustiano, atizándole en la nariz.
Pronto, el mago estuvo atado y amordazado de pies a cabeza, y luciendo algún que otro chichón.
Griselda se acercó a Lila y a Ratón, y les dijo:
—En agradecimiento por vuestra ayuda, os propongo que os unáis a nosotros en futuras aventuras.
—¿En serio?
—¡Claro! Una ladrona siempre viene bien. Además Ratón puede ser el nuevo mago real.
—Pero yo no sé hacer brujerías importantes.
—Pues ya aprenderás.
—Pero el rey está enfadado conmigo.
—Pues ya se le pasará.
—Pero yo…
—¡Ya basta! —rugió la princesa—. ¡Si no te unes a nosotros, te mandaré de cabeza a la cárcel!
—Bueno, en ese caso…
—¡Pues claro que sí! Solo faltaría que te fichase el equipo de héroes del reino de al lado… con lo creído que se lo tienen…
—Henos aquí gozosos y triunfantes —intervino Baldomero—. Es tiempo de retornar a nuestra morada.
—¡Preparemos la siguiente aventura! —dijo Adelfo—. ¡Juntos venceremos a las fuerzas oscuras!
—¡Y derrotaremos a un dragón! —suspiró Griselda emocionada.
—¡Entonces, no se hable más! —dijo Robustiano—. ¡Llevemos a este mago ante el rey!
—¡Ay, ay, ay! —gimió Maldeokus.
Ratón se dispuso a realizar el hechizo de teletransportación. Los héroes se reunieron a su alrededor.
—¡Tres hurras por los nuevos miembros del grupo! —gritó Griselda.
—¡¡Hurra, hurra, hurra!!
Segundos más tarde, en la Isla de los Magos Torpes solo quedaban un titán dormido y una nubecilla de humo.