Capítulo 7

Los objetos mágicos no se tocan

Mientras tanto, Ratón y Lila seguían en la jaula del cubil del dragón, que roncaba a garra suelta.

―Tenemos que encontrar una forma de escapar ―dijo Ratón.

―¡Ejem! ―dijo la voz de Calderaus desde la oscuridad.

Lila examinaba el pestillo para ver si podía abrirlo desde dentro.

―Es un cerrojo de los buenos ―comentó―. Es difícil hasta para mí.

―He dicho… ¡ejem! ―insistió la voz de Calderaus desde la oscuridad.

―Pero tú, con tu hechizo ―prosiguió Lila sin hacer caso del cuervo―, ¿no podrías chamuscar los barrotes?

―¿Y si se despierta el dragón? ―respondió Ratón.

―Repito: ¡ejem! ―repitió la voz de Calderaus desde la oscuridad.

Como seguían sin hacerle caso, el cuervo salió por fin de su escondite y bajó planeando hasta ellos.

―¡Atendedme de una vez! ―exclamó―. No deberíais ignorarme así, porque he venido a rescataros.

Ratón y Lila lanzaron una carcajada.

―Pero si no eres más que un cuervo sin poderes ―se rio Ratón―. ¿Cómo vas a sacarnos de aquí?

―Pues es sencillo ―replicó Calderaus, muy digno―. Por suerte tenemos todo lo necesario para solucionar todos nuestros problemas: está el Maldito Pedrusco, estoy yo, estás tú con mis poderes… Así que no tengo más que enseñarte el contrahechizo para que lo pronuncies aquí mismo; entonces yo volveré a ser un mago con poderes y podré sacaros de aquí con mi magia…

―¿Crees que somos tontos? ¡Seguro que te largas con tu piedra y nos dejas aquí tirados!

―Que no, que no. ¿O es que tenéis una idea mejor?

―No ―reconoció Ratón a regañadientes―. Vale, a ver ese contrahechizo.

Con cuidado y en voz baja, para que no se despertara el dragón, Calderaus le enseñó a Ratón las palabras mágicas que lo convertirían de nuevo en un mago con poderes.

Cuando se hubo asegurado de que se las sabía de memoria, Ratón se aclaró la garganta, cogió el amuleto entre las manos, cerró los ojos para concentrarse mejor y, lentamente, empezó a pronunciar el conjuro. Estaba terminando cuando una voz cavernosa inundó toda la cueva.

―¿Mmmmm…? ¡Por los colmillos de Smaug! ¿Quién viene a visitarme a estas horas?

Y la enorme cabeza escamosa del dragón se alzó entre los montones de oro para mirarlos fijamente, aunque con los ojos algo legañosos.

Ratón se desconcentró solo un momento; pero enseguida acabó de pronunciar las palabras, y del Maldito Pedrusco brotó un deslumbrante rayo de luz que iluminó toda la caverna.

―¡¡Aaaaarrrggg!! ―gritó Colmillo-Feroz―. ¿Qué es esto, desayuno? ¿Qué estáis haciendo?

―¡¡Aaaaarrrggg!! ―gritó Calderaus―. ¡Siento el poder del Maldito Pedrusco!

Cuando Ratón y Lila pudieron volver a abrir los ojos y miraron a su alrededor, no apreciaron ningún cambio a simple vista: seguía habiendo un dragón y un cuervo, aunque algo desconcertados los dos, eso sí.

El dragón se miró las garras, perplejo, y se asomó a un brillante escudo de oro para ver su imagen reflejada en él.

El cuervo se miró las patas, confuso, y luego se picoteó las alas para comprobar que aquello no era un sueño.

―¡Maldición! ―gritó el dragón―. ¡Torpe aprendiz! ¡El contrahechizo te ha vuelto a salir torcido!

―¡Tres veces maldición! ―gritó el cuervo―. ¡Desayuno, me las vas a pagar todas juntas!

―¡Ya nunca volveré a ser un mago! ―lloriqueó el dragón.

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―¡Ya nunca volveré a ser un dragón! ―berreó el cuervo.

Lila y Ratón los miraban a uno y a otro mientras ellos lloraban a moco tendido.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó Lila.

―No estoy muy seguro ―vaciló Ratón―, pero creo que Calderaus y el dragón han intercambiado sus mentes ―explicó, presumiendo de entender mucho de esas cosas.

―¿Y eso qué quiere decir? ―preguntó Lila, que de esas cosas no entendía.

―Que Calderaus está en el dragón, y el dragón, en Calderaus. Vamos, que ahora Calderaus tiene cuerpo de dragón, y Colmillo-Feroz tiene cuerpo de cuervo.

―¡Qué divertido! ―exclamó Lila, encantada―. ¡Yo también quiero jugar a eso! ¿Puedo transformarme en un ornitorrinco?

―¡No tiene gracia, desayun…, quiero decir, niña! ―rectificó Colmillo-Feroz, al darse cuenta de que ahora ya no podía comerse a Lila―. ¡Mira en qué me habéis convertido! ¿Vosotros creéis que un dragón serio puede tener esta pinta de cuervo? ¡Cómo se van a reír de mí mis parientes!

Y el pobre revoloteaba de un lado para otro, muy ofuscado.

―Míralo por el lado bueno ―dijo Lila―. Ahora ya no tienes que ir por ahí comiéndote a la gente.

―Ejem… ―tronó entonces la voz de Calderaus, y, esta vez sí, todos le hicieron caso.

El oscuro mago, convertido ahora en un enorme dragón negro, los miraba fijamente, con una sonrisa taimada en las fauces.

―Caramba, caramba ―comentó―. Las cosas se ven distintas desde aquí arriba, ¿eh?

―Glups ―hizo Lila.

―Oh, oh… ―dijo Ratón.

Calderaus frunció el ceño y bajó hasta ellos la enorme y escamosa cabeza de su nuevo cuerpo. Sus colmillos estaban tan cerca de Ratón y Lila que su aliento por poco los tumba.

―¡Ja, ja! ―rio, y ellos se estremecieron de pies a cabeza―. Me gusta mi nueva forma. Me siento muy… muy poderoso.

―Pues ya verás si te gusta cuando empiecen a venir héroes y caballeros a clavarte lanzas y espadas en la tripa ―comentó Colmillo-Feroz.

―¡Me los comeré!

―Se te quedarán los restos de las armaduras entre los dientes.

―¡Los destrozaré con mis garras!

―Te romperás las uñas.

―¡Los achicharraré con mi aliento de fuego!

―No te engañes: para echar fuego por la boca tienes que comerte primero un plato de hechicero-malasombra-con-pepinillos-picantes-en-salsa-de-guindilla. Y no te lo tomes a mal, pero sabe a rayos.

Calderaus abrió la boca para replicar, pero no se le ocurrieron más argumentos. Miró al cuervo Colmillo-Feroz, un poco desconcertado.

―Entonces, ¿no es un chollo ser un dragón?

―Hombre…, tampoco lo es ser un cuervo, qué quieres que te diga.

―Podríais ir a la Isla de los Magos Torpes ―intervino Lila.

―¡Eh, que yo sigo aquí! ―protestó Ratón picado―. ¡Y puedo tratar de deshacer el hechizo!

―¡Ni se te ocurra! ―Calderaus se estremeció desde los cuernos hasta la punta de la cola―. ¡A ver si la próxima vez termino convertido en cucaracha! Pero ¿qué es eso de la Isla de los Magos Torpes?

―Vaya mago, que no conoce la Isla de los Magos Torpes ―se burló Colmillo-Feroz.

―Eso es porque yo he sido siempre un hechicero muy competente ―replicó Calderaus, muy digno.

―Pues, si nos sacas de aquí, te lo cuento ―propuso Lila.

Calderaus estiró la garra, intrigado, y de un zarpazo abrió la puerta de la jaula. En cuanto vio a los niños tan tiernos empezó a hacérsele la boca agua.

Colmillo-Feroz lo notó.

―Ajá, ¿lo ves? ¿Qué me dices del terrible apetito de un dragón?

―¡Calla y vete a picotear alpiste, pajarraco! ―gruñó Calderaus―. A ver, niña, háblame de la Isla de los Magos Torpes.

Lila saltó ágilmente a la garra de Calderaus, y empezó a contarle todo lo que había dicho Colmillo-Feroz sobre aquel lugar donde podían resolverse todos los problemas causados por la magia.

Ratón, que no tenía ganas de viajar tan lejos, se puso a pensar en un plan para escapar.

***

Mientras tanto, en los lindes del Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie, la princesa Griselda se había hartado de esperar. Se levantó de un salto y se quedó mirando fijamente las sombras del bosque. Sentía al dragón, casi podía olerlo. Acarició la empuñadura de su espada y decidió que no esperaría más.

Volvió la cabeza hacia su tropa, que estaba reunida junto al fuego.

―Pareja de ases ―decía Maldeokus.

―Véolo y subo dos mil ―replicó Baldomero.

―¡Eh, eh, no vayas tan deprisa! ―protestó Robustiano―. Me toca a mí.

―¡A ver todos, escuchadme! ―llamó Griselda―. Necesito un voluntario.

―¿Para qué?

―Para entrar en el Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie.

―¡¡¡Aaayyy, cómo me duelen los juanetes!!! ―empezó a quejarse Maldeokus.

―¡¡¡Uuuyyy, mis muelas, qué dolor tan espantoso!!! ―se lamentó el elfo―. ¡Yo no puedo ir al bosque tenebroso!

―¡¡¡Oooyyy, cuán grande es el mal que aqueja a mi desventurada panza!!! ―añadió Baldomero.

―¡Miedicas, miedicas! ―se burló Robustiano―. Yo te acompañaré, princesa.

Y el enano se encasquetó su casco con cuernos sobre la calva, enarboló su terrible hacha y se plantó junto a Griselda. No tardaron en adentrarse los dos en las sombras del Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie.

Los otros héroes se quedaron un momento parados, sin saber qué hacer, hasta que Maldeokus cogió de nuevo la baraja.

―Qué, ¿otra manita?

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