Capítulo 6

El cubil de un dragón no es un buen sitio para pasar la noche

De pronto se oyó un trueno y comenzó a llover a cántaros sobre el Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie. Lila y Ratón corrieron a refugiarse en una enorme gruta, cuyas paredes estaban recubiertas de un extraño musgo que brillaba en la oscuridad. El túnel parecía muy largo, y se hundía en las entrañas de la tierra, pero Ratón pensó que era mejor no buscarse problemas, y se quedaron en la entrada, resguardados de la lluvia.

―Jo, qué aburrimiento ―dijo Lila al cabo de un rato.

Ratón contemplaba con curiosidad el musgo fosforescente de la pared de roca. Cada plantita tenía un par de diminutos ojitos que lo miraban a él con la misma curiosidad.

―¡Voy a explorar! ―soltó Lila, y se levantó de un salto.

Cuando Ratón pudo reaccionar, ella ya se había internado por el túnel. El muchacho se levantó y corrió detrás, refunfuñando por lo bajo.

La alcanzó un rato después. Lila se había detenido al final del túnel, justo a la entrada de una enorme caverna, y contemplaba el interior, fascinada.

―Mira ―le dijo―. ¿Tú habías visto alguna vez tantas riquezas juntas?

Ratón se asomó, y se quedó sin aliento. El suelo de la caverna estaba recubierto de joyas de incalculable valor. Montañas de monedas de oro y plata se desparramaban alegremente por la cueva, como relumbrantes dunas en un desierto de lujo, mezcladas con enormes piedras preciosas: diamantes, zafiros, esmeraldas, rubíes…

Lila saltó al interior, encantada.

―¡Seguro que es la cueva de Alí Babá! ―exclamó.

―¿De quién? ―preguntó Ratón, siguiéndola.

―¡Del fundador del Gremio de Ladrones, hombre! ¿No conoces la leyenda? Alí Babá encontró un enorme tesoro en una cueva secreta; para que la puerta se abriese, había que decir: «¡Ábrete, Sésamo!».

―Nosotros no hemos dicho nada, Lila. La puerta estaba abierta.

―¡¡Y nadie os ha invitado a entrar!! ―retumbó una voz terrible.

Ratón y Lila miraron a todos lados, aterrados. Una montaña de oro empezó a moverse y a levantarse, y a medida que subía, las monedas iban cayendo al suelo para descubrir lo que ocultaban debajo: una brillante piel escamosa de color negro.

Una gran cabeza de reptil, con cuernos y colmillos, cubrió el techo de la caverna.

―Hola ―dijo el dragón.

Ratón y Lila dieron media vuelta y echaron a correr hacia la salida. Pero una enorme zarpa negra cayó frente a ellos, bloqueándoles el túnel. Estaban atrapados.

―He dicho hola ―repitió el dragón―. Entráis en mi casa sin permiso y pretendéis marcharos sin saludar, ¿eh? Qué mala educación.

―Hola ―dijo enseguida Ratón.

―Eso está mejor. Me presentaré: me llamo Colmillo-Feroz, y soy el terrible dragón del Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie.

―Yo soy Ratón ―se presentó el muchacho.

―Y yo soy Lila ―dijo la niña.

El dragón los estudió con interés.

―Debo de estar haciéndome viejo ―dijo luego, desilusionado―. Antes, el rey enviaba a sus caballeros más valerosos y a sus magos más poderosos para matarme. Y ahora me manda a dos niños. ¡Cómo ha bajado mi caché! ―se lamentó.

―¿Matarte? ―repitió Ratón.

Colmillo-Feroz señaló un rincón de la cueva donde se amontonaban restos de armaduras, espadas y escudos, junto con huesos humanos. Ratón tragó saliva.

―Todo el mundo quiere matarme ―dijo el dragón―, porque me como a la gente. Pero los dragones también hemos de vivir, ¿no? Es como si los conejos quisiesen exterminar a todos los lobos del mundo.

―Nosotros no hemos venido a matarte ―se apresuró a aclarar Ratón.

―¿Ah, no? Entonces…, ¿habéis venido de visita?

―Mmmpsssí.

El dragón se fijó en los bolsillos de Lila, rebosantes de joyas, y frunció el ceño.

―¡Mmmm! Menuda visita… ¡Vosotros queréis robarme!

―¡No, no, no! ―se apresuró a responder Ratón―. Es que a mi amiga le gusta demasiado lo que no es suyo. Anda, Lila, devuelve eso.

―¡Lo he robado según el Código!

―Bueno, pero si no lo devuelves, puede que se te meriende de un bocado, ¿sabes?

Lila se vació los bolsillos rápidamente. Colmillo-Feroz la observaba con curiosidad.

―¿Por qué a los humanos os gustan tanto las joyas?

―No lo sé. Porque brillan, supongo. ¿Por qué los dragones acumulan tesoros?

―Porque necesitamos una cama para no dormir sobre la fría piedra.

―Pues usad sábanas, como todo el mundo.

―Las quemamos con nuestro aliento de fuego.

―¡Aaaah, vaya! No sabía eso.

Hubo un breve silencio.

―¡Menuda visita! ―se quejó finalmente el dragón―. No me habéis traído nada para picar.

―Uy, pues venía con nosotros un cuervo que seguro que estaba riquísimo ―comentó Lila―. Pero lo hemos dejado atrás.

Colmillo-Feroz sacudió la cabeza.

―Un cuervo es algo muy pequeño, niña.

―Pero este no era un cuervo normal: era un dos-en-uno. Un mago y un cuervo a la vez.

img10

El dragón, que no era tan tonto como pueda parecer, entendió enseguida lo que Lila quería decir.

―¡Un mago transformado en cuervo! ―dijo―. Qué cosas tan raras hacéis los humanos.

―No lo hizo a propósito ―explicó Ratón―. Le salió mal el hechizo, y ahora no puede volver a ser humano.

―¡Mmmmm! ―dijo Colmillo-Feroz―. ¿Y no conoce la Isla de los Magos Torpes?

―No lo sé. ¿Qué es eso?

―Un lugar donde pueden arreglarse todos los desaguisados provocados por culpa de la magia. Todos los hechiceros saben que, si un conjuro les sale torcido, allí pueden deshacerlo. Pero ahora, vayamos al grano ―dijo de pronto, dedicándoles una sonrisa llena de dientes―: ¿quién va a ser el primero en ser devorado?

Antes de que Lila pudiera contestar, Ratón alzó las manos por encima de la cabeza y lanzó su hechizo estrella.

¡Kabuuumm!

Cuando el humo se disipó, el dragón seguía en la misma postura, mirándolo fijamente.

―No eres muy listo, ¿verdad? ―le dijo.

Alargó la garra y los atrapó a los dos en un santiamén. Se quedó observándolos.

―El caso es que… tenéis muy poquita chicha ―suspiró.

Abrió la puerta de una jaula de madera, sacó un esqueleto que había en el interior, la limpió un poco, así por encima, y los lanzó dentro.

―Os comeré por la mañana ―dijo, cerrando la puerta―. A ver si tengo suerte y viene alguien a rescataros, y así mi desayuno será más copioso.

―Oye ―le dijo Ratón―, tú no acumulas riquezas para dormir mejor, ¿no? Tú tienes este tesoro para que venga la gente a robarte. Y así poder comer cómodamente sin tener que salir a cazar.

―¡Caramba, me has pillado! Pero no se lo digas a nadie, ¿eh? Uno tiene una reputación que mantener.

―¿Cómo se lo voy a decir a nadie, si me vas a comer mañana?

―Pues llevas razón. Es que, sabes, esto es muy aburrido. Nunca viene nadie a visitarme.

―Claro, si te comes a las visitas…

―Ya lo sé, es terrible. Pero de algo tiene que vivir uno, ¿no?

―¡Hoy todo el mundo quiere comerme! ―protestó Lila―. ¡Y yo llevo todo el día sin probar bocado!

―Lo siento ―dijo el dragón―. A veces comes, y a veces te comen. Así es la vida.

Y se tumbó pesadamente sobre su lecho de oro.

―Buenas noches, desayuno ―dijo, y cerró los ojos.

Pronto sus ronquidos llenaron la enorme caverna.

***

―Oye, pues por aquí no pasa nadie ―dijo Robustiano.

La tropa enviada por el rey descansaba alrededor de una hoguera, al otro lado del Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie. Habían llegado allí rápidamente gracias a un hechizo de teletransportación de Maldeokus. Llevaban bastante rato esperando, y estaban ya comiéndose las uñas.

―Mira que si los han matado los trasgos… ―dijo Robustiano.

―O los lobos ―añadió el caballero.

―O tal vez los trolls, ¡qué desolación! ―apuntó el elfo.

―O el terrible Dragón-De-La-Montaña ―señaló Griselda; se levantó de un salto, dispuesta a correr a rescatarlos, pero se detuvo en el último momento, alicaída, recordando que su padre le había prohibido ir a cazar dragones hasta que fuera mayor de edad.

Maldeokus ya volvía a sufrir por el amuleto mágico.

―Acordemos retornar a nuestras moradas, nobles amigos ―dijo Baldomero.

―¡El caballero tiene miedo, el caballero tiene miedo…! ―se burló el enano.

―¿¡Cómo osáis dudar de mi valor!? Pero témome yo que dos infantes y un cuervo no hallarán refugio seguro en aqueste malhadado Bosque-Tan-Peligroso-Que-De-Él-No-Vuelve-Nunca-Nadie.

Quería decir, básicamente, que Ratón y sus amigos no saldrían vivos de allí. Hubo un breve silencio.

―Hombre, algo dificilillo sí que es ―reconoció Robustiano.

―¿Qué hacemos, entonces?

Y cuatro pares de ojos se volvieron hacia la princesa Griselda, que, a pesar de que era la única mujer del grupo, o quizá precisamente por eso, era la que cortaba el bacalao allí.

―Esperaremos un poco más ―decidió finalmente.

―¡Pues vaya! ―se quejó el enano―. A ver, ¿quién quiere echar una partidilla de cartas?

img11