Capítulo 9
A los caballeros no les sienta bien que se dude de su palabra
Ratón pensó que, con tantos héroes juntos, había más bien poco que hacer, así que dejó que Griselda le atase las manos a la espalda. A pesar de todo, le dijo:
—Oye, que yo no he hecho nada.
—¡No os doy licencia para hablar! —rugió el caballero Baldomero—. Hállase el rey muy enojado con vos, bellaco, porque su morada perturbasteis.
Ratón parpadeó, desconcertado.
—Quiere decir que el rey está enfadado porque montaste un buen lío en palacio —aclaró Griselda.
—¡Ah, eso! ¡Pero, si yo no empecé! ¡Fue Maldeokus, que me retó a un duelo de magia!
Maldeokus se escondió enseguida detrás de la princesa. Desde allí, se defendió chillando:
—¡Porque tú querías robarme el Maldito Pedrusco!
—¿Maldito Pedrusco? —repitió la princesa Griselda, extrañada.
—Sí, se llama así porque…
—¡Era de Calderaus! —intervino Ratón.
—¿De quién? —preguntó la princesa, algo liada.
Maldeokus no supo qué decir durante un momento, pero no tardó en seguir protestando:
—¡Pero Calderaus lo quiere para convertirse en el hombre más poderoso del mundo!
—¿Y para qué lo quieres tú?
Maldeokus volvió a callarse. Los héroes miraban a uno y a otro, como si estuviesen viendo un partido de tenis.
—¡Bueno, vale! —admitió el mago a regañadientes—. Pero ¡tú te has cargado las armaduras del rey!
—Sí, pero… —empezó a protestar Ratón; pero el caballero lo agarró por el cuello y lo levantó en alto.
—¡Ajajá, villano, traidor, pérfido, infiel, fementido, alevoso…! —rugió—. ¡Las palabras que salen de tu boca te han condenado!
—¡Fue en defensa propia! Además, ¡ese mago quiere convertirse en el hombre más poderoso del mundo!
—¿Y qué? Todos los magos quieren convertirse en el hombre más poderoso del mundo —intervino Robustiano, cruzándose de brazos—. Y no van por ahí rompiendo armaduras.
—Pero él va por ahí convirtiendo a la gente en helados de piña.
—Eso es verdad —comentó Griselda.
Baldomero miró primero a Ratón y luego a Maldeokus.
—Fue un conjuro chiquitito —se excusó el mago, poniéndose colorado—. Se me escapó sin querer.
El caballero frunció el ceño.
—¡No trates de burlarnos! —le gritó a Ratón—. ¡Tú eres el culpable de aqueste desconcierto!
—¡No, no y no! No sé para qué hablas de lo que no sabes —refunfuñó Ratón entre dientes.
El caballero se puso rojo como un tomate y se le hincharon las narices. Griselda se tapó la cara para no mirar: conocía a Baldomero, y sabía que eso significaba que estaba a punto de estallar.
—¿¡¡Dudas de mi palabra, villano!!? —soltó.
Ratón tardó un poco en reaccionar, porque el grito del caballero había estado a punto de dejarlo más sordo que una tapia.
—Yo no he dicho eso.
—¡Ah, felón! ¡Has dudado de la honorabilidad de mi honorable palabra, y hágote saber que eso es deshonorabilizar el honor de un caballero tan honorable como yo! —lo soltó y desenvainó su espada—. ¡Prueba presto el filo de mi acero, bribón!
—¡Alto!
Griselda se interpuso entre Ratón y el caballero. La espada se detuvo a escasos centímetros de su cabeza.
—¡Teneos, princesa! —bramó el caballero—. ¡El villano ha de pagar caro su atrevimiento!
Pero Griselda no se movió del sitio.
—¡Baldomero, pórtate bien! —le riñó.
Baldomero titubeó. Miró a Ratón, luego a Griselda y, finalmente, suspiró y envainó la espada.
—Así me gusta.
—¡Mas él ha dudado de mi palabra! —lloriqueó Baldomero, señalando a Ratón.
—Y tú crees que soy malvado como Calderaus —replicó él—, pero la verdad es que me ha secuestrado.
Y les contó a los héroes cómo había interrumpido el ritual en la posada del Ogro Gordo, cómo Calderaus se había convertido en cuervo, cómo él tenía ahora sus poderes, cómo les habían robado el amuleto y cómo, buscándolo habían ido a parar al Gremio de Ladrones y a la corte.
Griselda suspiró y movió la cabeza.
—Baldomero, te has pasado un pelín…
Y el caballero bajó la cabeza, avergonzado.
Entonces intervino Maldeokus.
—Bueno, pero ¿y el Maldito Pedrusco? ¿Dónde está?
—Lo tiene Lila.
—¿Y dónde está Lila?
—Con el dragón.
Los ojos de la princesa brillaron ilusionados.
—¡Un dragón! —exclamó—. ¡Sabía que había un dragón por aquí cerca!
—¡Qué pena, qué pena! —gimió Maldeokus—. ¡Seguro que ya se la ha comido!
—Te agradezco que te preocupes tanto por ella —dijo Ratón, conmovido.
—¿Por ella? ¿Qué dices? ¡Estoy preocupado por el amuleto mágico! ¿Tú sabes lo difícil que va a ser rescatarlo de las tripas de un dragón?
—¡Hay que derrotar al dragón y rescatar a la doncella! —decidió Griselda, dando saltitos de emoción.
—Ah, no, ¡por mi honor! —intervino Baldomero—. Hágoos saber, princesa, que el rey desea manteneros lejos de aquestas sierpes.
—¿Habéis oído? ¡El caballero es un miedica! —se burló el enano.
Baldomero rugió y desenvainó la espada. Robustiano dio un salto y echó a correr, y el caballero detrás. Mientras él perseguía al enano, que aún iba mondándose de risa por todo el claro, la princesa Griselda se plantó frente a Ratón.
—¡Yo iré a rescatarla! —exclamó—. Seguro que mi padre entenderá que había que salvar a la doncella de las garras del dragón.
—No hace falta, princesa —dijo Ratón—. Acudiré a la cita, y Calderaus liberará a Lila.
Ella puso cara de no entender muy bien lo que estaba pasando.
—Me da igual —decidió—. Yo voy a ir a matar a ese dragón.
—¿Por qué? —protestó Colmillo-Feroz—. ¿Qué te he hecho yo, eh?
—Y a este cuervo, ¿qué le pasa? —preguntó Griselda, que cada vez entendía menos.
—¡Yo no soy un cuervo! —chilló Colmillo-Feroz—. ¡Yo soy un dragón!
Todos lo miraron fijamente. Hasta Baldomero dejó de perseguir al enano.
—¡Es verdad! —protestó Colmillo-Feroz—. ¡Yo soy el terrible Dragón-De-La-Montaña!
Y entonces todos estallaron en carcajadas. Colmillo-Feroz se puso rojo de rabia y de vergüenza cuando vio a todos aquellos héroes retorcerse de risa a su costa.
—Vamos, Calderaus —dijo Maldeokus, aún carcajeándose—. No nos tomes el pelo, cernícalo escandaloso.
—¡Yo no soy Calderaus! —rugió Colmillo-Feroz.
—Tiene razón —intervino Ratón, y le explicó a Maldeokus lo que había ocurrido.
Según iba contándole cómo el dragón se había transformado en cuervo, y cómo Calderaus se había transformado en dragón, Maldeokus iba poniéndose cada vez más y más blanco. Seguramente se acordaba de todas aquellas viejas rencillas que ambos magos tenían pendientes.
—Esto… princesa… —dijo—. Creo que lo mejor será olvidarnos de todo este asunto y volver a la corte.
—Parece que ese mago, que antes era un cuervo y ahora es un dragón, es el responsable de todo —comentó Griselda, pensativa—. Entonces, habrá que ir a darle caza, ¿no?
—¿Quién va a cazar a quién? —rugió una voz justo encima de ellos.
La gigantesca cabeza de dragón de Calderaus descendió sobre los héroes y sus prisioneros. A todos se les pusieron los pelos de punta, menos a Colmillo-Feroz, que lloriqueó, señalando a Calderaus.
—¡Mirad! ¡Yo era así de grande y de guapo, y ahora soy un pajarraco sin dientes!
Pero los otros no estaban en situación de compadecerlo. Calderaus sonreía al mirarlos, y no era una sonrisa agradable.
—¡Caramba, caramba! —dijo, dirigiéndose a Ratón—. Bonita reunión. Veo que has acudido a la cita, aprendiz. Muy bien, muy bien. ¿Preparado para el viaje?