Capítulo 13

Si es siete veces más grande que tú, da media vuelta y echa a correr

—¡Quita de ahí, Baldomero, que me estás pisando!

—¡Ay, ay! ¡No me claves el codo en la tripa!

—No pretendía ser pesado; es que Maldeokus me ha empujado.

—¡Yo no he empujado a nadie! ¡Solo intento respirar un poco!

Así estaban las cosas en el islote. Nuestros héroes se habían reunido por fin, pero no tenían muchas ganas de celebrarlo, precisamente.

—Oye, tú, mago de tres al cuarto —gruñó Robustiano—, ¿por qué no nos llevas a casa de una vez?

—¡Porque no quiero que le deis mi Maldito Pedrusco al rey!

Y antes de que nadie pudiese hacer nada, Maldeokus empujó a todos al mar, hasta que sobre el islote solo quedaron él y Lila.

—Y ahora, niña —dijo el mago, agarrándola del pescuezo—, vas a darme ese amuleto para que yo sea el hombre más poderoso del mundo.

En menos que canta un gallo, el objeto mágico estaba en sus manos.

—¡No te saldrás con la tuya! —gritó Griselda desde el agua.

Maldeokus levantó el amuleto en alto.

—¡Ja, ja, ja! ¡El Maldito Pedrusco es mío!

Pero entonces una sombra pasó sobre él y se lo arrebató limpiamente.

—¿Eh…? ¿Qué…? ¿Cómo…?

—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Admítelo, pedazo de mula! —tronó la voz de Calderaus desde lo alto—. ¡Siempre serás un mago de segunda!

—¡Noooooo…! —lloriqueó Maldeokus.

Ratón ya había logrado encaramarse al islote de nuevo, con Colmillo-Feroz agarrado a sus ropas, cuando sintió que la enorme garra de dragón de Calderaus lo atrapaba y se lo llevaba por lo aires junto con el cuervo. También oyó el grito de Maldeokus.

—¡Noooooo…!

—¡Ja, ja, ja, ja! —rio Calderaus—. ¡Ja! ¡Ya está todo solucionado! ¡Rumbo a la Isla de los Magos Torpes!

Y Calderaus se llevó volando a Ratón y a Maldeokus, cada uno colgado de una garra. A la ropa de Ratón iba también enganchado Colmillo-Feroz, encantado de poder volar tan alto como un dragón

***

Lentamente, los compañeros sacaron la nariz fuera del agua, con precaución.

—Vía libre —anunció Robustiano.

Uno por uno, todos volvieron a encaramarse al islote.

—Mucho mejor —dijo Robustiano, aliviado—. Ahora sí que cabemos; algo apretados, pero cabemos.

—¿Qué va a ser de Ratón y Maldeokus? —dijo Lila, preocupada.

—Nos han privado del mago y del aprendiz —dijo Baldomero—. Sin ellos, no escaparemos de aquesta ínsula. ¡Qué ignominioso modo de terminar la aventura! —se lamentó.

Tras un breve silencio, se oyó de nuevo la voz de Robustiano:

—Veo veo.

***

Mientras tanto, Calderaus surcaba los aires a toda velocidad.

—¡Cómo os oiga a alguno de los dos pronunciar un solo hechizo, os aplastaré con mis garras antes de que hayáis dicho la segunda palabra! —amenazó.

—¡Mira, mira! —dijo entonces Maldeokus.

—¡No intentes distraerme, sabandija!

—¡Que no, que no! ¡Mira, allí! ¡Es la Isla de los Magos Torpes!

Ratón, Calderaus y Colmillo-Feroz miraron hacia donde indicaba Maldeokus. A lo lejos se veía una isla con forma de gorro de mago con la punta torcida.

—¡Qué bien, por fin! —dijo Calderaus, y voló hacia allí.

Cuando aterrizaron, Ratón y Maldeokus se sacudieron el polvo de la ropa y miraron a su alrededor. Era una isla misteriosa y brumosa, con mucha vegetación y muchos ruidos extraños.

—Bueno, babosa pejiguera, ¿y ahora, qué? —preguntó Calderaus, sin sentirse intimidado en absoluto.

—Hay que ir al templo abandonado —respondió Maldeokus.

Y así el dragón, el cuervo, el mago y el aprendiz se pusieron en marcha. Pronto vieron a lo lejos las ruinas del templo, y Calderaus dijo, muy contento:

—¡Fenomenal! Pronto podré ser el mago más poderoso del mundo.

—¡Eh! —dijo entonces Ratón—. ¡El suelo tiembla!

Y, de repente, un enorme gigante apareció desde detrás de las ruinas y los miró con ojos soñolientos.

—Me habéis despertado —dijo.

Calderaus se echó a temblar. Él era muy grande, pero el gigante lo era aún más.

—Va… vaya —tartamudeó Calderaus—. Lo sentimos. No pretendíamos molestar.

—Pues me habéis molestado —les informó el gigante.

Y descargó la manaza sobre ellos, como quien aplasta moscas.

—¡Sálvese quién pueda! —gritó Colmillo-Feroz.

Los cuatro saltaron como ranas detrás de un matojo. El suelo tembló cuando saltó Calderaus, pero tembló mucho más cuando la mano del gigante cayó junto a ellos.

img22

—Pero ¿qué es eso? —gimió Calderaus.

—Es el titán Malaspulgas —explicó Maldeokus—. Guarda el templo de la Isla de los Magos Torpes.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes?

—No me lo habías preguntado.

—¿Y cómo hacemos para derrotarlo?

—Nadie lo ha conseguido hasta ahora.

—¡No seáis tontos! —intervino Colmillo-Feroz—. Sois magos; si el problema es que el titán es demasiado grande, pues se le hace pequeñito y ya está.

—O lo puedes convertir en helado de piña —sugirió Ratón.

—Es que a Malaspulgas no le afecta la magia —explicó Maldeokus.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—No sé.

Mientras, el titán se había levantado del todo y los buscaba por los alrededores. Con cada pisada suya todo el suelo se estremecía.

—Ya sé qué vamos hacer —dijo Ratón—. ¿Alguien tiene una cuerda?

—Pues no.

—¡Maldeokus!

—Vale, vale, ya voy.

Y Maldeokus pronunció las palabras mágica. Pronto una larga soga apreció frente a ellos. Siguiendo las instrucciones de Ratón, Maldeokus corrió a ocultarse al otro lado del camino en un extremo de la cuerda, mientras el muchacho se quedaba allí sujetando el otro extremo. Colmillo-Feroz y Calderaus alzaron el vuelo y planearon juntos hacia el titán.

—¡Eh, Malaspulgas! —lo provocó el cuervo—. ¿A que no nos coges?

El titán era un poco tonto, y cayó en la trampa enseguida. Con un rugido, echó a correr tras el cuervo y el dragón, que lo llevaron directamente hacia donde estaban Ratón y Maldeokus.

—¡Ahora, Maldeokus!

Maldeokus tiró de la cuerda y la ató a un árbol. Malaspulgas tropezó y cayó cuan largo era… ¡¡Bummm!! Sobre el suelo. Toda la isla tembló.

—Ay, ay —se quejó el titán—. Me habéis hecho pupa.

—¡Somos magos muy poderosos! —gritó Ratón, poniendo voz cavernosa—. ¡Si no nos dejas pasar, te haremos más pupa todavía!

—¡Ay, ay, no! —gimió el titán—. ¡Yo solo quiero dormir!

—Bueno, vale; si te cantamos una nana, ¿nos dejarás pasar?

—¡Ay, ay, si!

—¡Yo no sé cantar! —protestó Maldeokus, pero el cuervo le picoteó la cabeza—. ¡Vale, lo intentaré!

Momentos después, el titán dormía como un tronco acurrucado sobre el camino.

***

Mientras tanto, en el islote, las cosas no habían mejorado.

—… empieza por la «m».

—¡Mar!

—¡Mecachís, es que siempre las adivinas! ¿Cómo lo haces?

—¡Eh, mirad quién ha vuelto! —dijo entonces Lila.

La foca asomó su cara bigotuda junto a ellos.

—Buenas tardes —saludó—. Veo que seguís en apuros, niñas. ¿Queréis que os llevemos a alguna parte?

Los héroes vieron entonces que más caras bigotudas asomaban entre las olas.

—¡Qué bien! —dijo Lila—. ¡Se acabó el veo-veo!

img23