Capítulo 9
—¡Ya está! Mercedes, que acababa de colocar la última de las florecillas blancas en el elaborado peinado de Estrella, dio un paso atrás para ver el efecto.
—Ha quedado precioso, aunque esté mal que yo lo diga. De todos modos, no estaría de más que me dijeras cómo es el vestido.
Por el espejo, lanzó una mirada implorante a Estrella con la esperanza de convencer a su futura cuñada de que le revelara el secreto.
Pero Estrella sacudió la cabeza con firmeza.
—Es un secreto, sólo lo sé yo. No olvides que no esperaba una boda por todo lo alto.
—¿Qué? —Mercedes se la quedó mirando con incredulidad—. No es posible que pensaras que Ramón iba a ofrecerte una boda sencilla, Estrella. Estamos hablando de mi hermano, de Ramón Darío, que pronto será un magnate de los medios de comunicación, sólo comparable con mi padre.
Eso era exactamente lo que Estrella había esperado. Pero, por lo visto, no era lo que Ramón quería. De hecho, la mayor parte de lo que Ramón quería era completamente lo opuesto a lo que ella había supuesto que querría, haciéndola llegar a pensar que el hombre con el que había accedido a casarse no era el mismo que el hombre al que conoció unas semanas atrás en el castillo de su padre.
Para empezar, Ramón le había regalado un anillo de compromiso.
Consciente de que su matrimonio era un asunto de negocios, sin amor aunque con pasión, ella había creído que se trataría de una boda discreta, nada más. Su padre esperaba un anillo de compromiso y Ramón se lo iba a dar, eso era todo.
Pero no era todo.
Ramón no sólo le había regalado un anillo hecho exclusivamente para ella, sino que también había organizado una ceremonia nupcial excepcional. El banquete iba a incluir a toda la familia de Ramón, a sus amigos y a toda la familia de ella.
—Pero... ¿por qué? —le había preguntado Estrella una tarde en el apartamento de él cuando Ramón empezó a hablar de la boda y de la gente a la que iban a invitar—. ¿Por qué tanto alboroto por un matrimonio de conveniencia?
Ramón le lanzó una mirada extrañamente fría.
—Nadie ha decidido nada por mí —dijo Ramón con voz áspera y cortante—. Te he propuesto matrimonio porque he querido, la decisión ha sido exclusivamente mía.
—Pero... pero...
Estrella no supo qué contestar.
De acuerdo, nadie había concertado su matrimonio, pero eso no cambiaba nada. No había sentimientos en su unión, no había amor. Eso no iba a ser un auténtico matrimonio, y ella no podía evitar que le produjera angustia.
—Pero ¿qué? —inquirió Ramón.
—¿Que si quieres tomarte tantas molestias por algo que no es un matrimonio de verdad?
—Es un matrimonio de verdad. Dime, ¿acaso te avergüenzas de que vayamos a casarnos? —le preguntó él de improviso.
—¿Que si me avergüenzo? —repitió Estrella, perpleja ante el hecho de que Ramón pudiera pensar semejante cosa—. No, en absoluto. ¿Por qué iba a avergonzarme?
—Bueno, los dos sabemos que no era el número uno en la lista de candidatos...
Por lo visto, eso seguía molestando a Ramón. Estrella contuvo una leve sonrisa. Ramón Darío era un hombre de mucho orgullo, no soportaba haber sido el décimo en la infame lista.
—En la lista de mi padre —clarificó Estrella, pero Ramón ignoró la corrección.
—No soy catalán de pura cepa; es más, no soy nada de pura cepa.
—Esteban Bargalló es catalán de pura cepa —le recordó Estrella—. Y no quiero ni pensar lo que habría sido de mí si hubiera acabado con él como marido. Puede que a mi padre le obsesione el linaje y esas cosas, pero a mí no. Jamás habría tenido relaciones con...
De repente, horrorizada por el desliz, Estrella se cubrió la boca con la mano.
De repente, Estrella sintió unas terribles ganas de confesarlo todo, de hablarle a Ramón. Con su padre le había resultado imposible, pero...
Pero no con Ramón.
Había algo en él que exigía sinceridad. No podía mentirle, no podía ocultar sus verdaderos sentimientos como había hecho con el resto de la gente. Cuando estaba con él, sentía necesidad de ser sincera, de despojarse de la máscara tras la que se ocultaba.
—No sabía que Carlos estaba casado —dijo ella de repente, sin ningún preámbulo.
La expresión de Ramón se tornó más especulativa que escéptica, pero aún contenía reproche.
—¡No lo sabía! —repitió Estrella—. ¡Él me dijo que no estaba casado!
—¿Y le creíste?
—Sí —respondió ella en un susurro apenas audible.
Estrella estaba confusa, pero su confusión s debía a haberse dado cuenta de que algo había cambiado.
Aún le dolía el sufrimiento que Carlos le había causado; pero, en cierto modo, ahora lo veía de manera diferente. Era como si el pasado se estuviera alejando de ella por momentos y, por ese motivo, la afectaba mucho menos.
Y ocurría desde que conoció a Ramón. Al principio, él la había distraído, le había dado algo diferente en lo que pensar. Después, la había obsesionado. Tras la noche que pasó en casa de Ramón, él le ocupaba el día y la noche en el pensamiento. Sí, Ramón era una obsesión para ella, y lo último en lo que pensaba al dormirse.
—Sí, le creí.
Y ahora Estrella esperaba que él la creyera a ella, pensó Ramón deseando no tener que hacerlo. Estrella no se daba cuenta de que él estaba dispuesto a olvidar el pasado, que lo realmente importante era lo que había entre los dos. Por el contrario, ella se había inventado un cuento, una mentira. Porque tenía que ser mentira.
Era evidente que Estrella había sabido que Perea estaba casado. Imposible no saberlo. Todo el mundo había comentado el escándalo protagonizado por la hija de Alfredo Medrano.
La mujer que ahora iba a ser su esposa.
La esposa que no podía honrarle con la verdad, que prefería mentirle para quedar bien. Seguía mintiendo, utilizándolo...
Pero en esos momentos no le importaba. Deseaba a esa mujer, la quería en su cama; y si sólo podía conseguirlo con el matrimonio, se casaría con ella.
—¡Qué demonios!
Ramón la agarró y tiró de Estrella hacia sí, rodeándola con los brazos. Luego, le puso una mano en la barbilla y la obligó a alzar el rostro para besarla.
—¡Te haré olvidarlo! —murmuró Ramón junto a los labios de ella—. Borraré su imagen de tu mente. No volverás a pensar en él nunca, nunca.
—Yo... —Estrella intentó hablar, pero cada vez que lo hacía Ramón la acallaba con otro beso... casi cruel.
—Eres mía, Estrella, mía y de nadie más. Durante el tiempo que lleves mi anillo en el dedo, llevarás mi apellido, compartirás mi casa, serás única y exclusivamente mía. Mía.
Subrayó la última palabra con otro beso brutalmente exigente que la hizo sentirse una esclava.
—¡Mía, mía!
Era lo único que quería, pensó Estrella.
Quería a ese hombre.
La sangre le hervía con sólo verlo. Con una mirada de él, se sentía perdida. Con una caricia de Ramón, ardía.
Debería estar asustada. Un año y dos meses atrás, encontrarse en una situación así la habría aterrorizado. Pero ahora no.
Era maravilloso. Era excitante. Era como volar en un cielo despejado con los rayos del sol en el rostro. Era sentirse viva. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. Carlos nunca había despertado en ella ese tipo de sensaciones.
—Soy toda tuya —le respondió Estrella devolviéndole el beso.
En cuestión de segundos, como ocurría siempre, el beso se hizo apasionado. Olvidándose de la cena que tenían planeada, subieron las escaleras besándose y despojándose de la ropa al mismo tiempo. Se tumbaron en la cama con insaciable deseo.
A Estrella le ardió la piel al recordarlo mientras se miraba el anillo que Ramón le había puesto en el dedo un par de noches más tarde. Acarició el hermoso brillante en forma de estrella. No había esperado algo así, no se le había pasado por la cabeza que a Ramón se le hubiera ocurrido algo tan sorprendente y espectacular.
—Yo... no sé cómo agradecértelo —había balbucido ella cuando los invitados que había en el enorme salón de la casa del padre de Ramón les dejaron a solas unos momentos.
Pero Ramón, con un gesto, restó importancia al regalo; su expresión distante y cerrada.
—Eres mi prometida; como es natural, tenía que darte un anillo de compromiso. Al fin y al cabo, no queremos que nadie piense que este enlace no va a ser real. Y mucho menos tu padre.
A Estrella le dio un vuelco el corazón cuando Ramón mencionó a su padre. No quería pensar en los motivos por los que su padre, de repente, parecía feliz y sonriente; incluso le había lanzado un par de sonrisas y más de un par a su futuro yerno.
—Mi padre sólo quiere deshacerse de una hija con mala reputación. Le pareces maravilloso porque le has quitado un gran peso de encima.
Ramón frunció el ceño al oír esas palabras. Estrella era consciente de haber empleado un tono de voz desdeñoso, incluso agresivo, pero no había podido evitarlo. Sabía que su padre, Ramón y el abogado de su padre habían pasado horas en la biblioteca; en esas negociaciones secretas habían sellado su destino. También era consciente de la rebaja en el precio de la cadena de televisión que su padre había hecho. Por lo tanto, estaba segura de que Ramón había salido de la biblioteca siendo el propietario de la cadena de televisión que tanto quería... y a mitad del precio original.
—Quizá me intereses tanto por tener la reputación que tienes —dijo Ramón burlonamente—. No puedo negar que me lo paso muy bien contigo en la cama.
Estrella sabía que se estaba refiriendo a las ocasiones que ella había ido a visitarlo a su casa, a cómo había pasado esas noches... y, cada vez con más frecuencia, las mañanas y las tardes.
—Por mucho que hagamos el amor, no logro saciarme de ti —añadió él.
Para demostrarlo, Ramón la abrazó. Inmediatamente, Estrella notó la hinchada y ardiente evidencia del deseo de él.
Al momento, su propio cuerpo se encendió. Pero por inoportuno que fuera, no pudo evitar la amarga respuesta que acudió a sus labios.
—Me alegra oírlo, porque no creo que puedas echarte atrás en el trato.
—¿Por qué iba a querer echarme atrás, mi preciosa Estrella?
Ramón bajó la cabeza y la besó en la frente.
—Bueno, ahora que ya tienes lo que quieres, podrías...
—¿Crees que sería capaz de no cumplir mi palabra? Deberías saber que preferiría morir antes que hacer semejante cosa —dijo Ramón con auténtico enfado.
«Preferiría morir...»
Estrella sintió una leve esperanza. ¿Sería posible que significara para Ramón algo más que los medios para conseguir un fin?
Pero las siguientes palabras que Ramón pronunció destrozaron sus esperanzas:
—Cuando doy mi palabra, jamás dejó de cumplirla —declaró él con dureza—. Además, tu padre no es tonto; no va a firmar el contrato de venta de la cadena hasta que yo no firme el certificado de matrimonio. Así que no tienes que temer que huya antes de la boda, cariño. Sé perfectamente lo que quiero en la vida.
—Porque, para ti, esto es una cuestión de negocios.
Eso le ganó otra mirada gris de advertencia.
—No me acuesto con mis socios, Estrella. Jamás lo he hecho y no tengo intención de hacerlo ahora.
—En ese caso, ¿por qué...?
Pero Estrella se interrumpió al ver que Mercedes y Cassie se les estaban acercando, imposibilitándoles seguir hablando.
No volvieron a tener ocasión de hacerlo debido al baile, a la comida y a los brindis. Estrella pasó el resto del tiempo aceptando las felicitaciones de los invitados y rezando por que su sonrisa no se viera forzada.
Al final de la velada, su deseo de encontrar un momento a solas con Ramón también se vio frustrado. Apenas habían despedido al último invitado cuando Ramón le hizo un gesto a una de las empleadas y ésta volvió apresuradamente con el abrigo de ella. Otro gesto hizo que acudiera el chofer, que había estado a la espera de las órdenes de su jefe, conduciendo un lujoso coche que detuvo delante de la puerta de la casa.
—Pero yo... —empezó a protestar Estrella.
—Le he prometido a tu padre que llegarías a tu casa sana y salva —la interrumpió Ramón, acallando sus protestas—. He bebido demasiado champán para conducir, Paco te llevará.
—Yo creía que... ¡No quiero marcharme todavía!
—Estrella... —dijo Ramón en tono razonable, incluso tierno, aunque la frialdad de sus ojos traicionaba sus palabras—. Ha sido una larga noche y nos espera una semana muy dura con los preparativos de la boda.
Con suavidad, Ramón le acarició el rostro.
—No estoy cansada.
—Y yo quiero que sigas así. Quiero que estés radiante el día de nuestra boda, no pálida por la falta de sueño.
—Pero...
—Estrella, te vas a ir a casa ahora mismo —le ordenó Ramón sin alzar la voz.
—Está bien. Si insistes...
Ramón la besó brevemente.
—Buenas noches, cariño. Que duermas bien.
Aunque había vuelto a verlo en varias ocasiones, no había vuelto a pasar ninguna noche con él. Ramón se había mostrado sumamente cortés y sociable, pero no habían vuelto a verse a solas.
Por lo tanto, esa noche, que iba a ser su noche de bodas, Estrella estaba nerviosa. Tenía casi tanta aprensión como una mujer virgen justo antes de que su marido fuera a hacerle el amor por primera vez.
Miró el precioso anillo de compromiso y lo acarició con expresión pensativa.
¿Con qué Ramón iba a pasar la noche? ¿Con el ardiente y apasionado amante que no podía apartarse de ella o con el hombre distante y frío que llevaba siendo desde la noche de la fiesta en la que habían anunciado su compromiso? No lo sabía y eso hacía que tuviera los nervios a flor de piel.
—¡Estrella!
La voz de Mercedes la sacó de su ensimismamiento.
—Yo... perdona. Estaba pensando...
—Sé perfectamente en qué estabas pensando —Mercedes sonrió traviesamente—. ¡Estás perdida, querida! Me pregunto si mi hermano sabe lo locamente enamorada que estás de él.
—¿Qué?
Estrella se quedó atónita. Intentó hablar, pero no logró pronunciar palabra. Lo que Mercedes acababa de decir la había dejado sin habla.
Amor.
¿Había dicho Mercedes que ella estaba enamorada?
Eso podía acarrear unos problemas que cambiarían todo en su vida.
—Me pregunto si mi hermano sabe lo locamente enamorada que estás de él».
¿Qué iba a hacer? ¿Qué sería de ella?