Capítulo 13

 

Sin encender las luces, Ramón tomó a Estrella en sus brazos y se encaminó hacia las escaleras. 

La luna iluminaba el dormitorio, pero Ramón no le dio tiempo para examinarlo. Mientras la soltaba para dejarla en pie, le quitó la chaqueta, la blusa y el sujetador, que seguía desabrochado. Arrojó las prendas a un oscuro rincón de la estancia.

La etapa siguiente duró algo más. No debido a que Ramón titubeara, sino a que se tomó su tiempo para besarle el cuerpo, empezando por la cabeza y bajando... bajando...

Estrella sintió la calidez de la boca de Ramón en el rostro, en la nariz y brevemente en los labios antes de continuar su camino. Dedicó especial atención a los hombros, a los pechos, al vientre... Y cuando llegó a la cinturilla de los pantalones, ella estaba temblando y deseosa de arrodillarse en el suelo.

No —murmuró Ramón al ver que ella se iba a dejar caer.

Ramón la mantuvo de pie y, con una mirada de deseo, le indicó que se quedara quieta mientras él la despojaba del resto de la ropa.

Ramón continuó besándola, más y más abajo... el rizado triángulo, el interior de los muslos. Pero cuando la besó íntimamente, ella no pudo contenerse.

¡Ramón! —exclamó Estrella aferrándose a los hombros de su esposo—. Ramón, por favor... Te deseo, te deseo.

Por fin, aún arrodillado, Ramón la empujó hacia atrás hasta hacerla caer en la cama. El se tumbó encima, cubriéndole el cuerpo con el suyo mientras ella tiraba de su ropa, del cinturón.

¡Tranquila! —Ramón lanzó una ronca carcajada.

Estrella lanzó un quedo grito cuando logró liberarle. Al momento, fue a tomar el miembro en sus manos, pero Ramón le agarró la muñeca, impidiéndoselo.

No —murmuró él—. Ahora no.

Ramón le subió una mano por encima de la cabeza y se la sujetó encima de la cama mientras se colocaba entre sus piernas, utilizando una rodilla para separarle los muslos. En cuestión de segundos se colocó entre los muslos de ella, forzando su erección contra el centro de la femineidad de ella.

Lo que quiero es esto...

Se adentró en ella al acabar la última palabra, encontrándola lista y anhelante, a punto de alcanzar el clímax. 

Pero no quería que tuviera el orgasmo con tanta rapidez, por lo que dejó de moverse y se limitó a besarla.

Con los ojos cerrados, Estrella movió la cabeza a izquierda y derecha mientras se preguntaba hasta cuándo podría aguantar así. Quería seguir y seguir de esa manera; sin embargo, simultáneamente, deseaba el momento de liberarse de toda esa tensión sexual.

Oh, Ramón... por favor...

Al final tuvo que rogarle, consciente de que no podía soportar un segundo más. Y Ramón empezó a moverse al tiempo que le susurraba palabras al oído con voz áspera y ronca.

Al parecer, él también había necesitado detenerse para no estallar. Porque sólo transcurrieron unos segundos antes de que el cuerpo de Ramón se tensara.

Al instante siguiente, ambos perdieron el control. El mundo externo dejó de existir. Estrella dejó escapar un grito, que la fuerza de los labios de Ramón ahogó. En ese mismo momento, una explosión tuvo lugar dentro de su cuerpo, lanzándola a un mundo de estrellas, meteoritos y cegadora luz.

Transcurrió tiempo antes de que Estrella recobrara el sentido de la realidad. Poco a poco, la cabeza dejó de darle vueltas, su respiración se hizo regular y el corazón empezó a palpitarle a un ritmo normal. Pero se sentía exhausta, se durmió y se despertó varias veces antes de cambiar de postura, estirarse, abrir los ojos...

Se quedó helada al notar el extraño silencio en la habitación.

No era el cómodo silencio que había esperado. El cómodo silencio entre dos personas que habían hecho el amor apasionadamente hacía poco tiempo y que se habían dormido el uno en los brazos del otro.

No estaba en los brazos de Ramón. De hecho, Ramón estaba...

¿Dónde estaba Ramón?

Estrella se incorporó ligeramente en la cama apoyándose en un codo. Al mirar a su alrededor, vio a Ramón sentado en el borde de la cama.

¿Qué estás haciendo?

Sin que él le dijera nada, Estrella advirtió el peligro. Estaba totalmente desnuda, aunque Ramón le había cubierto el cuerpo con la sábana. Pero él estaba completamente vestido; llevaba pantalones negros y camisa blanca. Y la estaba mirando con fríos ojos.

¿Qué... qué estás haciendo?

Estaba esperando a que te despertaras —las palabras fueron acompañadas de una gélida mirada.

¿Por qué? ¿Ha pasado algo? ¿Ocurre algo?

La cruel sonrisa de Ramón le heló la sangre.

Claro que no, todo está tal y como tú querías.

¿Como yo...? No sé de qué estás hablando.

Estrella parecía realmente perpleja, pensó Ramón con cinismo. Parecía que verdaderamente no sabía a qué se estaba refiriendo él. Le entraron ganas de reír al ver la perfecta actuación de su esposa. Pero, al mismo tiempo, en lo más profundo de su ser, se preguntó si realmente Estrella no sabía de qué estaba hablando.

No, eso no podía ser. Estrella tenía que saberlo.

Has conseguido lo que querías —insistió Ramón,                                                                   

Oh, sí, es verdad —Estrella se estiró lánguidamente—. Así es.

La sonrisa de ella se le clavó en el corazón como un puñal.

Y tú —dijo Estrella.

De repente, ella se sentó derecha, cubriéndose con la sábana.

Tú también has conseguido lo que querías, ¿no? ¿O es que mi padre se ha negado a firmar?

Ramón sacudió la cabeza.

No, en absoluto. Tu padre estaba deseando firmar. 

En ese caso, ¿a qué viene ese mal humor?

He estado pensando en nuestro matrimonio.

Y había llegado a una terrible conclusión.

Y yo.

Deslizándose por la cama hacia él, Estrella le puso una mano en el brazo y se lo acarició.

Ha sido lo primero en que he pensado al despertarme —añadió ella.

Ramón no respondió, a pesar de querer hacerlo. El deseo volvió a despertar en él. Pero sabía que, si la tocaba, no podría echarse atrás.

Por lo tanto, permaneció donde estaba, frío y duro como él mármol.

Oh, Ramón, no puede ser eso lo que te tiene preocupado...

Acercándose más, Estrella apoyó la cabeza en su hombro, dejando que la sábana cayera a la cama.

Ramón sabía qué estaba pasando. Estrella intentaba distraerle por medio de la seducción. Pero no quería ninguna distracción. En el coche se había dicho a sí mismo que no importaba, que se había casado con ella porque la deseaba... y seguía deseándola, más que nunca.

Podía conformarse con eso.

Pero no era así. El deseo satisfecho no podía borrar de su mente la forma como Estrella le había mentido y lo había utilizado.

El deseo no era suficiente.

Sabemos que este matrimonio puede salir bien —la oyó decir en un susurro.

Pero el sexo no era la respuesta, a pesar de que Estrella así lo creyera. El sexo podía incluso llegar a desaparecer de sus vidas; entonces, ¿qué les quedaría?

Los dos hemos entrado en el matrimonio con los ojos abiertos. Los dos sabíamos lo que queríamos y lo hemos conseguido.

Pero tú has conseguido mucho más que lo que me dijiste que querías.

Eso la dejó literalmente boquiabierta. Los negros ojos de Estrella lo miraron con una expresión de absoluta incredulidad.

Más qué... más qué... ¡Ah, sí!

Estrella se echó a reír.

¿Cómo tenía el valor de reírse?

Esa risa, casi histérica, le sacó de sus casillas.

Sí, es verdad que he conseguido mucho más que lo que pensaba conseguir, pero no pensé que te darías cuenta de ello.

¡Así que nunca lo pensaste!

Fue una exclamación acompañada de pura furia. Furia y dolor.

Ramón no podía aguantar seguir al lado de ella ni un segundo más. No podía continuar sentado en la cama con la cabeza de Estrella en el hombro, claramente pensando que lo único que tenía que hacer era besarlo y...

¡No!

Ramón se apartó de ella violentamente, haciéndola perder el equilibrio hasta caer en la cama. Al instante, él se puso en pie y luego la miró con desprecio.

¡Por fin lo has admitido! Es verdad, ¿no?

Sí... creo...

Estrella se interrumpió y, de repente, su rostro palideció.

¿Cómo... lo has sabido?

¡Tu padre, por supuesto! —le espetó él—. No esperabas que me lo dijera, ¿verdad? Y te aseguro que lo ha hecho encantado.

¿Mi... padre...? Ramón, ¿de qué estamos hablando?

¡Por favor, Estrella! —Ramón estalló—. No intentes echarte atrás, ya has admitido que es verdad. Tu padre y tú habéis conseguido lo que os proponíais. Tú te has casado, aunque yo sólo fuera el décimo de tu lista, y también tienes la herencia que dependía de tu matrimonio. Incluso has conseguido un marido con el que te lo pasas bien en la cama. ¿Era ése el problema con los otros, Estrella, que no te apetecía acostarte con ellos? 

Estrella no sabía qué contestar; aunque, de haberlo sabido, Ramón no la habría escuchado.

¡Tu padre ha recuperado su buen nombre, también la posibilidad de un nieto para heredar su fortuna y el título, y ha conseguido un imbécil que le ha comprado la cadena! ¡Y yo he caído en la trampa!

¡No!

Pero Ramón se negó a escucharla.

Sí, claro que sí. Pero se acabó, querida. Se acabó. ¡Estoy harto! Has conseguido casarte, espero que te sea suficiente. Y ojalá lo que hemos hecho esta noche produzca el resultado que tu padre quiere. Si realmente deseabas darle un heredero, reza por haberte quedado embarazada... Porque te juro que no voy a volver a tocarte en la vida.

Ramón...

Pero Ramón continuó negándose a escucharla.

Se dio media vuelta y salió del dormitorio. Con la intención de poner la mayor distancia posible entre su esposa y él, se marchó de la casa sin saber adonde iba.