Capítulo 8

 

Estrella le pareció que el mundo que la envolvía no era real, un mundo en el que no entendía nada. 

¿Qué estaba diciendo Ramón?

¿Por qué estaba haciendo aquello?

Y lo más importante, ¿qué significado tenía?

Se sintió insegura y presa del pánico hasta recuperar de nuevo el sentido de la realidad. Durante ese espacio de tiempo, Esteban Bargalló, que sólo había ido allí por un motivo, perdió los estribos y se marchó. Entretanto, Alfredo, irritado, hizo preguntas a Ramón, que éste respondió con calma y frialdad. 

Al menos Estrella supuso que había respondido. No estaba segura. Se sentía mareada y le costaba encontrar sentido a lo que oía y veía.

«He venido a pedirle permiso para proponerle a su hija matrimonio».

Ramón la había incluido a ella en su declaración, haciéndola partícipe. Dando la impresión de que ella lo sabía, a pesar de que no sabía nada de lo que estaba ocurriendo. La última vez que vio a Ramón él le dejó muy claro que no quería volverla a ver.

Bueno, en ese caso, os dejaré solos... 

Estrella oyó la voz de su padre como si procediera de un lugar lejano, del fondo de un oscuro túnel. Oyó una puerta cerrarse y la estancia quedó en silencio.

Se había quedado a solas con Ramón.

Despacio, Estrella salió de aquel mundo de pesadillas en el que nada tenía sentido. Parpadeó y miró al hombre que estaba de pie al otro lado de la larga mesa de madera. Se dio cuenta de que Ramón estaba esperando a que dijera algo, pero no sabía qué podía decirle.

Bueno, Estrella, querida, ¿te gusta estar prometida? 

¿Con... con quién? 

Había perdido el sentido de la realidad, no sabía qué había pasado en la conversación de Ramón con su padre. ¿Era verdad que Ramón había pedido su mano?

Conmigo, por supuesto. 

Había ironía en la fría voz de Ramón. Una ironía que la llenó de aprensión. 

¿Con quién pensabas que era? 

No podía estar prometida con Ramón, no era posible... ¿o sí? 

Pero... ¿por qué? 

¿Que por qué? —repitió Ramón en tono ligero—. Me parece que ha quedado bastante claro, tú ganas tu preciosa libertad y yo consigo lo que quiero. 

Fue como una bofetada.

Por supuesto, Ramón sólo quería casarse con ella para hacerse con la cadena de televisión.

No debería dolerle tanto, pero así era. Oír esas palabras con semejante sangre fría le produjo una súbita tristeza. Era evidente que no significaba nada para él como persona, sólo era un medio para conseguir un fin. Una oleada de angustia la hizo temblar.

¿Qué significaba eso? ¿Significaba que ella quería más? ¿Había esperado otra cosa, algo que convirtiera su unión en un verdadero matrimonio...?

¿Basado en el amor?

¡No! Luchó por quitarse esa idea de la cabeza. Había creído estar enamorada de Carlos y él le había declarado su amor. Pero al descubrir la verdad, se dio cuenta de que en su relación no había habido amor. Carlos la había deseado y, para acostarse con ella, había estado dispuesto a mentir y a engañar, incluso a cometer un delito. Por el contrario, Ramón no había mentido; en realidad, había dejado perfectamente claro la opinión que tenía de ella.

Estrella sólo podía culparse a sí misma. Se había ofrecido a sí misma en bandeja de plata por el precio de la cadena de televisión. No tenía derecho a quejarse. Ella no podía ofrecer más y Ramón no quería nada más.

¿Cuál es el problema, Estrella? —preguntó Ramón en tono burlón—. ¿Te lo estás pensando? ¿Crees que te has vendido a un precio demasiado barato? ¿O acaso quieres que me ponga de rodillas para pedirte la mano? 

¡No! No es necesario. Aunque estoy segura de que, por lo que le has dicho a mi padre, eso es lo que se imagina que va a pasar. 

Tu padre ya ha sacado más que suficiente de todo esto —contestó Ramón—. De ahora en adelante, somos tú y yo, nadie más. 

No tengo inconveniente. 

A Estrella le gustaron las palabras de Ramón. Un intenso calor recorrió su cuerpo, produciéndole un inesperado placer.

Aunque tengo que advertirte que mi padre espera verme con un anillo en el dedo. 

Por supuesto. Mañana mismo iremos a comprarlo; es decir, si la cosa sigue adelante. 

¿Y va a seguir adelante? —La mirada que Ramón le lanzó contenía cinismo y humor misterioso. 

¿Crees que tu padre me dejaría echarme atrás ahora que, por fin, he accedido a cumplir con la condición que me había impuesto? 

Aquella conversación, justo inmediatamente después de haberse prometido, era completamente ridícula, pensó Ramón. Estrella seguía sentada y él al otro extremo de la mesa. De haberse tratado de una petición de mano normal, ella estaría ahora en sus brazos y la conversación iría acompañada de ardientes besos y caricias. 

La quería en sus brazos.

Dime, ¿qué te ha hecho cambiar de idea? 

¿Cómo podía contestar él a eso?

No había sabido lo que iba a hacer hasta que no entró en el comedor y vio a Estrella sentada a la mesa. En ese momento, de improviso, tuvo la convicción de que quería a esa mujer en su vida, costara lo que costase. 

Al llegar aquí... 

Ramón se interrumpió al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir. 

Al llegar y verte con el invitado... Era el candidato número once, ¿verdad? 

Sí —Estrella clavó los ojos en la silla que había ocupado Esteban Bargalló y tembló ligeramente—. Sí, lo era. 

En ese caso, creo que mi llegada ha sido muy oportuna. ¿En serio tu padre te habría vendido a ese tipo? 

La sonrisa de Estrella fue amarga y débil.

Podía ofrecerme un apellido de casada respetable. 

Ramón murmuró algo entre dientes y ella agrandó ligeramente su sonrisa.

¿Tan diferente es entre tú y yo? Se podría decir que... que me he vendido por el precio de una cadena de televisión. 

¡Ni hablar, hay más que eso entre tú y yo! 

¿En serio? 

Cuando Estrella lo miró con esos enormes ojos oscuros, él se derritió por dentro. Se le antojó que había dos Estrellas completamente diferentes; una de ellas sumamente frágil, la otra dura y fría. La segunda era la mujer a la que despreciaba, una mujer egoísta que le había robado el marido a otra.

¿Cuál de las dos era la verdadera Estrella?

Pero en ambas mujeres había una tercera Estrella. La Estrella Medrano apasionada, increíblemente sensual, físicamente impresionante a la que descubrió una noche una semana atrás.

Estaba dispuesto a cualquier cosa por volver a poseer a esa mujer; por tenerla en sus brazos, en su cama y en su vida. Ése era el motivo por el que la cadena de televisión ocupaba un lugar muy secundario.

¿Como qué? 

Ramón se echó a reír con auténtico humor.

¿De verdad tienes que preguntármelo? 

Ramón extendió la mano.

Ven aquí, hacia mí, Estrella. Ven a mí y te lo demostraré. Deja que te recuerde lo que hay entre los dos.  

Estrella, momentáneamente, pareció a punto de obedecerlo, pero al final se quedó quieta sentada con el cuerpo rígido.

Estrella... ven —murmuró Ramón con voz ronca. 

Estrella, con gesto vacilante, permaneció donde estaba.

Con el ceño fruncido, más debido a la confusión que al enfado, Ramón dejó caer el brazo y dio varios pasos hasta acercarse adonde ella estaba. Esos grandes ojos que lo observaban parecieron agrandarse y oscurecerse a cada segundo que transcurría.

Cuando Ramón se detuvo junto a la silla de Estrella, ésta alzó el rostro y clavó los ojos en los suyos. Ramón la oyó respirar en el momento en que la agarró suave, pero firmemente, por los brazos.

No me tienes miedo, ¿verdad? Porque es imposible. La Estrella que vino a mi casa la otra noche no tenía miedo de nadie. 

La sintió temblar.

Yo... Eso fue sólo una noche —logró responder ella con voz ronca—. El matrimonio es... es... 

Estrella se tragó la palabra que temía pronunciar.

El matrimonio es diferente. 

No lo es tanto. 

Despacio, Ramón la hizo levantarse del asiento, rozándole el cuerpo.

Sabes cómo fue esa noche... —la voz de Ramón era grave y ronca—. Imagínate lo que sería una vida entera llena de noches así, cada una mejor que la anterior. 

Ramón vio el movimiento de la garganta de Estrella al tragar, la vio humedeciéndose los labios con la lengua.

El matrimonio no es sólo las noches. 

No se tratará de simples noches, sino de noches increíbles y espectaculares. Noches que jamás olvidarás. Noches con las que soñarás durante el día. 

Estrella seguía sin parecer convencida del todo. ¿Qué le había pasado a la atrevida y seductora Estrella?

¿Y eso será suficiente? 

Para mí sí. ¿Quieres que te lo demuestre? Puedo darte esto... 

Ramón bajó la cabeza y se apoderó de los labios de ella con un beso suave y tierno. El sabor de Estrella era intoxicante, susurrante el calor de su cuerpo, el roce de su piel de satén le produjo una sensación de increíble placer. 

El deseo se le antojó como un ardiente líquido que le corría por las venas. En esa ocasión, no hubo dureza ni exigencia, sólo ardor, dulzura y un anhelo que le hicieron desear estar en cualquier otra parte, lejos de esa casa de oscuro mobiliario con tapices cubriendo las paredes.

Lo que necesitaban era una cama cálida, suaves sábanas de algodón egipcio, un fuego en una chimenea... Y una larga noche.

¿No te parece que esto sería suficiente para cualquiera? —susurró él junto a su mejilla. 

Oh, sí—murmuró Estrella—. Oh, sí... 

Los párpados de Estrella se veían pesados, como si estuviera drogada; pero cuando los abrió y él la miró a los ojos, se dio cuenta de que era suya. El delgado cuerpo de Estrella se inclinó sobre él, buscando su boca.

El deseo de Estrella era tan intenso como el suyo.

Eres mía —declaró Ramón con voz triunfal—. Eres mía y sólo mía. ¿Cómo podría permitir que otro hombre te poseyera? 

De repente, Estrella notó un drástico cambio en él, un cambio en el tono de voz de Ramón. El tono de la cruel posesividad que denotaban sus palabras.

«¿Cómo podría permitir que otro hombre te poseyera?

No hay... no hay ningún otro hombre. 

¿Ninguno? 

La carcajada de Ramón fue dura, amarga fría.

¿Y qué hay del candidato número once? ¿Qué puedes decirme sobre él y su tan respetable apellido? 

¡Por favor! —Estrella se estremeció al recordar a Esteban Bargalló—. Es imposible que crea que quisiera estar con ese hombre. 

Pero a tu padre no le habría importado. 

¿Era ése el motivo por el que Ramón estaba allí?, se preguntó Estrella. ¿Había ido a su casa para tomar posesión de ella como si se tratara de una esclava, un objeto que pudiera comprar a un precio razonable? ¿Algo que no había valorado lo suficiente hasta que otro hombre había mostrad su interés? 

Habría contestado que no y lo sabes. Tiene que saberlo. Tú eres el único... 

Sí, lo sé —dijo Ramón, interrumpiéndole—. Me deseas. 

Entonces, con gran sorpresa, Estrella le vio esbozar una radiante e irresistible sonrisa. 

Y yo a ti, mi Estrella. Te deseo tanto, que no puedo hacer nada a derechas. No puedo trabajar no puedo dormir... No lograré funcionar normalmente hasta que no te tenga en mi cama. Y si la única forma de conseguirlo es casándome contigo, me casaré contigo. 

¿Iba a hacerlo?, se preguntó Estrella. ¿Iba a casarse con un hombre que no la amaba, que sólo la deseaba? No obstante, había creído a Carlos cuando este le declaró su amor y todo resultó ser una mentira.

Ramón, al menos, era brutalmente sincero con ella. La deseaba y ella a él. ¡Y cómo! 

Sí, nos casaremos —declaró ella en voz baja, pero firme. 

Pronto —replicó Ramón. 

Estrella asintió.

Este matrimonio... —empezó a decir Estrella con voz titubeante—. ¿Cuánto crees que durará? 

Ramón no respondió inmediatamente. Mientras esperaba su respuesta, Estrella luchó contra la urgente necesidad de conocerla.

Hasta que ambos obtengamos lo que queremos —contestó Ramón por fin mirándola con sus ojos grises. 

¿Así de sencillo? 

Pero, para ella, la respuesta no era satisfactoria. No obstante, Ramón no pareció advertirlo; y de haberlo notado, su expresión no lo dejó ver.

Tú quieres tu libertad, quieres que dejen de examinarte como a un animal en una subasta. Tu padre quiere un nieto que pueda heredar el título y las fincas de la familia. Y yo... 

Ramón se interrumpió mientras miraba con fijeza el rostro de ella, la curva de su boca, la suavidad de los labios entreabiertos.

Yo quiero esto... —murmuró él; de repente, su tono de voz enronquecido. 

Ramón bajó la cabeza y cubrió la boca de Estrella con la suya en un duro y apasionado beso, sin nada de la suavidad y la ternura del anterior.

Sin mediar palabra, sin pensar, Estrella respondió. No podía hacer otra cosa. El cuerpo controlaba la mente. Y lo que Ramón quería era lo que ella misma quería.

Cuando, por fin, casi sin aliento separaron sus labios, lo hicieron con expresiones confusas.

Durará tanto como dure esto, querida —logró decir Ramón.

Y volvió a besarla aún con más pasión.

Estaremos juntos tanto como dure esto.