Capítulo 2
La mujer más atractiva...» Estrella no podía creer lo que acababa de oír. ¿Había dicho Ramón realmente eso?
Un cálido e intoxicante placer le corrió por las venas y la cabeza le dio vueltas. No pudo evitar una leve y breve sonrisa, prácticamente imperceptible. Pero él la vio y sus cejas se juntaron aún más.
—Le ha gustado, ¿verdad? —dijo él con cinismo—. ¿Le gusta que me parezca atractiva? Se lo advierto, no piense que podrá utilizarlo para conseguir sus propósitos. No estoy tan desesperado como para querer los despojos que Carlos Perea ha dejado, aunque signifique que con junto con ellos obtendría la cadena de televisión como dote. Querría mucho más.
—Podría haber tenido mucho más.
Esa vez, la tensa sonrisa de Estrella carecía del calor y el deleite de la sonrisa de unos momentos antes.
—Si hubiera manejado bien la situación, mi padre habría aceptado cualquier contrapropuesta suya. Podría haberle dado hasta el castillo y el título. Y de darle un nieto, su gratitud no tendría límites.
La expresión de perplejidad de él la hizo sentirse confusa. De repente, se dio cuenta de que había dicho algo importante para él, pero... ¿qué? No obstante, la expresión de Ramón volvió a tornarse fría y burlona.
—Gracias, pero no. Aún con los extras, el precio es demasiado caro —dijo Ramón.
—No ha sido una propuesta —le espetó Estrella—. Simplemente, le estaba diciendo lo que se ha perdido. No hay posibilidad de llegar a un trato, señor Darío, ni ahora ni nunca; al menos, en lo que a mí respecta.
Estrella cruzó la estancia hasta la puerta, puso la mano en el pomo y, mientras lo hacía girar con violencia, sonrió para sí misma amargamente.
—Las negociaciones están cerradas —dijo ella al tiempo que abría la puerta de par en par invitándolo a salir—. La reunión ha concluido. Le agradecería que se marchara.
—Lo haré con gusto —respondió Ramón antes de echar a andar.
Los firmes pasos de Ramón le indicaron de qué humor estaba. Furioso. También se le notaba que la despreciaba y que quería salir de allí cuanto antes.
De repente, no vio sentido a la súbita y sobre—cogedora sensación que se apoderó de ella, una sensación de pesar al darse cuenta de que, en cuestión de segundos, ese hombre iba a desaparecer y no volvería a verlo nunca.
Pero... ¿no era eso lo que quería? Quería que Ramón desapareciera de su vida para siempre. No quería volver a mirarlo a los ojos y soportar su expresión burlona ni el frío desdén reflejado en su expresión.
Sí era lo que quería; no obstante, con sólo mirarlo, fue víctima de puro deseo. No sabía por qué, pero ese hombre la afectaba en lo más profundo de su femineidad. No la había tocado ni la había besado; si le dejaba marchar, no lo haría nunca.
El deseo de que ese hombre la besara era tan fuerte, que casi estuvo a punto de decírselo. De hecho, abrió la boca para rogarle que se quedara, aunque sólo fuera un momento.
Pero no se atrevió y guardó silencio mientras Ramón continuaba avanzando hacia la puerta.
Pero no cruzó el umbral.
Por el contrario, se acercó a ella mirándola retadoramente.
Ramón le agarró los hombros y, de repente, la atrajo hacia sí con un brusco movimiento. Estrella vació los pulmones de aire cuando sus senos entraron en contacto con el duro y cálido pecho de Ramón; antes de poder resistirse, él le puso la mano en la barbilla y se la alzó mientras sus miradas se clavaban la una en la otra.
—Voy a marcharme, pero no antes de hacer algo que debo hacer —dijo él con voz ronca.
Los grises ojos de Ramón se fijaron en su boca justo en el momento en que ella se pasaba la lengua por los labios.
—Algo que llevo queriendo hacer desde el momento en que la he visto.
—Yo... —Estrella trató de protestar, pero las palabras se le ahogaron en la garganta cuando la boca de Ramón cubrió la suya, apoderándose de sus labios con salvaje deseo.
Para Estrella el mundo dejó de existir, sólo era consciente de la sensación de placer que la envolvía.
Y de Ramón.
Ramón, alto, moreno y fuerte, con los brazos alrededor de su cuerpo y respirando junto a su rostro.
Incapaz de contenerse, Estrella le devolvió el beso. Abrió la boca y le acarició la lengua con la suya, toda la boca...
Ella deslizó las manos por debajo de la chaqueta y empezó a acariciarle los hombros. Insatisfecha, le rodeó el cuello y enterró los dedos en los oscuros cabellos de Ramón.
—Ramón...
Fue un susurro apenas audible.
—Ramón... —Estrella suspiró y sintió la suave risa de él contra su mejilla antes de que Ramón volviera a apoderarse de sus labios.
Impulsada por un salvaje deseo que le surgía del bajo vientre y descendía hasta la entrepierna, no pudo evitar apretarse contra él hasta sentir la abultada evidencia de desear algo más que un beso.
El ronco e incoherente sonido que escapó de la garganta de Ramón como respuesta avivó aún más la pasión de ella, haciéndola ahondar el beso.
Con las manos debajo de los pechos de ella, Ramón la empujó hacia atrás hasta pegarla contra la pared. Estrella debería haberse sentido acorralada, pero la sensación que la invadió fue exactamente la opuesta.
Anhelaba más. Más de esa pasión, de esa fuerza. Quería más de la pulsante dureza que sentía en la pelvis y la hacía frotarse contra él. Quería más de las sensaciones que la tenían casi mareada.
Quería más besos de Ramón, más caricias. Quería que sus manos ascendieran hasta sus senos para masajeárselos. Su deseo la hizo gemir.
Pero al momento, con horror, sintió como si ese gemido hubiera sido una bofetada para Ramón... o un grito de advertencia para que se detuviera. Porque, de repente, Ramón se quedó muy quieto, alzó la cabeza y la miró a los ojos.
Esa fría mirada la hizo volver a la realidad. Luchando desesperadamente por vencer la angustia que sintió ante su propio comportamiento, Estrella hizo un esfuerzo por recuperar la compostura y fingir indiferencia.
—Dios mío —murmuró Ramón con voz entrecortada—. Dios mío.
Estrella parecía tan confusa como él mismo se sentía, pensó Ramón luchando por recuperar la razón. La fiera e indómita pasión que sentía le había hecho perder el control sobre sí mismo.
Había sido algo súbito, pero no inesperado. Había sido lo que había querido casi desde el momento de clavar los ojos en ella. Todo lo que quería y más.
La había deseado y había sido incapaz de reprimir la necesidad de besarla. No había logrado contenerse cuando se le había presentado la oportunidad de tenerla en sus brazos.
Lo que no había esperado era la respuesta de Estrella. Había supuesto que besarla sería como besar una piedra, algo frío y duro, y completamente pasivo.
Por el contrario, se había encontrado con puro ardor en los brazos; Estrella había ardido como una llama. De repente, él se había encontrado sin saber dónde estaba ni quién era, sin saber lo que estaba ocurriendo. Todo su ser se había concentrado en un deseo: conocer a esa mujer íntima y totalmente. De haber dejado transcurrir un segundo más, le habría arrancado la ropa a tirones, la habría tirado el suelo y se habría vaciado dentro de su cuerpo.
Fue ese pequeño gemido de Estrella lo que le recordó quién era y con quién estaba. Al darse cuenta de ello, recuperó en parte la razón perdida y se obligó a apartar los labios de esa mujer mientras, desesperadamente, trataba de contener el doloroso deseo.
—Bueno, ¿qué le ha parecido? —dijo Ramón con forzada indiferencia, como si no le hubiera afectado la pasión que se había desencadenado entre los dos.
Sólo ignorando su aún vivo deseo pudo Ramón continuar.
—Las negociaciones están cerradas. La reunión ha llegado a su fin —dijo él haciéndose eco de las palabras de Estrella—. Querida doña Estrella, ¿es así como despide siempre a sus posibles socios? ¿Con un beso?
—Yo...
Estrella abrió la boca para responderle, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Tragó saliva.
—Yo no lo he besado —consiguió decir ella por fin—. Si no recuerdo mal, ha sido usted quien me ha besado. Y otra cosa, no somos socios.
—Por supuesto que no lo somos —confirmó Ramón con una cínica sonrisa—. No obstante, me gustaría recordarle que ha respondido a mi beso... y sin reticencia alguna.
Ramón, manteniéndola cautiva con la mirada, sonrió más ampliamente.
—Yo no me casaría con usted por nada del mundo —dijo él de nuevo recordándole a Estrella lo que le había dicho—. Quizá no matrimonio, señorita Medrano, pero apostaría a que, si le pidiera que se acostara conmigo, usted no tendría inconveniente.
Estrella tomó aire y abrió la boca para protestar, pero Ramón la interrumpió antes de que pudiera pronunciar palabra.
—Sin embargo, por mucho que me apetezca lo que usted puede ofrecer, me temo que no va a ser posible. Si hay algo que me ha enseñado besarla es que tenía razón, cualquier trato que tuviera algo que ver con usted sería demasiado caro.
Ramón iba a tener que rezar para que Estrella le creyera, incluso para creer él mismo en sus palabras.
Con un gran esfuerzo, Ramón se obligó a alejarse de ella... Pero no antes de oírle decir:
—Ni aunque mi vida dependiera de ello, señor Darío. Le he hablado sinceramente y, para que yo cambie de idea, se necesita mucho más que un beso.
—En ese caso, al menos estamos de acuerdo en algo.
¿A quién estaba intentando engañar?, se preguntó Estrella mientras veía a Ramón salir y acercarse a la escalinata para salir de la casa.
«Ni aunque mi vida dependiera de ello, señor Darío», se repitió a sí misma en silencio mientras sacudía la cabeza con desesperación.
Nada estaba más lejos de la verdad.
Había estado dispuesta a dejarle hacerle lo que quisiera. Con que Ramón la hubiera besado un poco más y la hubiera seguido acariciando, ella habría hecho lo que él hubiera querido.
Aún lo haría, pensó temblando de temor. Lo haría si Ramón volviese. Si le oyera subir las escaleras en vez de bajar hasta el vestíbulo. Si apareciese en el otro extremo del pasillo con los brazos abiertos, ella correría hacia él, dispuesta a lo que Ramón quisiera.
—¡Maldito seas, Ramón Darío! —exclamó Estrella.
Esas palabras salieron de ella con furioso sentimiento, pero no sabía si lo que sentía era enfado o frustración física. Enfadada consigo misma, cerró la puerta de golpe.
—¡Maldito seas, maldito seas, maldito seas! —repitió Estrella.
¿Qué le había pasado con ese hombre?
Tiempo atrás, había creído estar enamorada de Carlos Perea, pero había insistido en esperar...
Pero no estaba enamorada de Ramón. ¿Cómo podía estarlo sin conocerlo? Ni siquiera había pasado con él media hora, eso sin contar con que era uno de los candidatos que su padre había considerado apropiados para casarla.
Pero el tiempo no significaba nada en lo que a Ramón se refería. Había sido algo a primera vista. Había sido como si, de repente, hubiera comprendido que el destino había puesto a ese hombre en su camino. Como si su cuerpo hubiera reconocido a su otra mitad.
No obstante, sabía que se estaba engañando. Ramón Darío y ella no volverían a verse jamás.
La idea debería haberlo calmado.
Pero tuvo el efecto contrario.