Capítulo 5

 

¡Ramón... por favor! —Fueron las únicas palabras que Estrella pudo pronunciar. Vio la expresión de rechazo en los ojos de Ramón, en la tensión de los músculos de su rostro.

Se trata de una broma, ¿no?  

No. 

Estaba perdiendo la confianza en sí misma por momentos. De repente, se sintió perdida y sumamente desilusionada. Había puesto todas sus esperanzas en aquella idea y ahora lo había perdido todo.

No es una broma. 

Entonces, ¿hablas en serio? 

Ramón se puso en pie bruscamente y se acercó a la ventana. Entonces, con la misma brusquedad, se dio media vuelta.

¿Qué motivos tienes para sugerir algo así? ¿Qué clase de locura...? 

No es una locura —lo interrumpió ella con desesperación, poniéndose en pie para no sentirse tan intimidada por él—. ¡No es una locura, Ramón! Podría salir bien. Tú conseguirías lo que quieres y yo... 

Eso es lo que no entiendo. ¿Qué es lo que conseguirías tú? 

Mi libertad. 

Dos palabras sencillas, pero que tanto significaban para ella.

¿Libertad? 

Sí. Ya has visto lo que pasa. Has visto cómo es mi padre, hasta qué punto está dispuesto a llegar para casarme, para recuperar el buen nombre de nuestra familia que, según él, yo he manchado. 

Por lo que veo, no te va tan mal. Has conseguido rechazar a todos los que te han propuesto matrimonio.        

Ramón, tú sólo sabes parte de lo que ocurre, pero no todo. 

Las piernas empezaron a fallarle y Estrella volvió al sillón que estaba junto a la chimenea y se sentó en el brazo. Ramón, cruzando los brazos, se quedó donde estaba, observándola.

Tú no sabes lo que pasa cuando estoy con mi padre a solas en casa oyendo sus sermones y aguantando sus ataques de cólera. No deja de decirme lo decepcionado que está conmigo, la forma en que he manchado el buen nombre de la familia. 

Estrella suspiró y continuó.

Mi padre no va a darse por vencido. Va a seguir intentando comprar a cualquier para casarme. Y tú tampoco has visto lo que tengo que aguantar cuando me proponen matrimonio. No has visto cómo me miran, como si fuera un animal a subastar mientras se preguntan si vale la pena el precio de lo que se podrían llevar. Estoy harta, Ramón. Es muy humillante y no aguanto más. 

En ese caso, haz algo. 

Eso es lo que quiero hacer. 

Estrella trató de sonreír, pero no vio que la expresión de Ramón se suavizara.

Quiero que acabe todo esto. Y tal y como está la situación, me parece que la única forma de solucionar mi problema es darle a mi padre lo que quiere. Así que, si me caso, si tengo un anillo en el dedo y un nombre respetable que acompañe al anillo, la gente se olvidará de mi pasado. Mi padre se olvidará de mi pasado. 

Pero tendrías que hacerle frente al presente. 

Lo sé. ¿Crees que no he pensado en ello? ¿Crees que no le he dado mil vueltas en la cabeza, hasta el punto de pensar que me estaba volviendo loca? ¿Crees que no he intentado pensar en otra solución? 

Pero, ¿por qué yo? 

Ya te lo he dicho. 

Pero Estrella se dio cuenta de que Ramón quería más explicaciones. Y las había, pero no estaba segura de poder decírselo todavía.

No, no podía decírselo todavía.

Ya te lo he dicho —repitió ella. 

Dímelo otra vez. 

Ramón cubrió la distancia que los separaba con cinco pasos. Se acercó hasta donde ella estaba sentada y se agachó poniendo una mano en el respaldo del sillón y la otra en el brazo donde ella estaba.

Estrella se sintió arrinconada, incapaz de moverse. Alzó la mirada para ver el rostro inescrutable de Ramón y el hielo de sus ojos, pero no pudo aguantarlo. Bajó los ojos y los clavó en sus rodillas; sin embargo, sólo era consciente del cuerpo que aprisionaba el suyo, de su sólido torso y poderosos miembros.

Ramón le rozaba las rodillas con las caderas, el cinturón del pantalón al alcance de sus manos. Si estiraba un poco los brazos podría tocarlo...

Pero en el momento en que la idea acudió a su mente, Ramón le puso la mano bajo la barbilla, obligándola a alzar el rostro.

Su situación había empeorado. Porque ahora, si levantaba los ojos, se iba a encontrar con los grises pozos que eran los ojos de Ramón, con los sensuales labios que la habían besado. Su beso la había hecho enloquecer de deseo.

Dime qué vas a ganar con ello —dijo Ramón en tono duro. 

Ya te lo he dicho, mi libertad. Ganaré mi libertad. 

¿Y eso es suficiente para ti? ¿Es suficiente para atarte a un desconocido? 

No eres sólo un desconocido, eres... 

Ramón respiró sonoramente, una indicación de lo que le estaba costando controlarse.

¿Por qué yo? Sé que ya te lo he preguntado, Estrella, pero voy a seguir preguntándotelo hasta que me des una respuesta satisfactoria. ¿Por qué yo? 

«¿Por qué yo?».

¿Cómo podía responder a eso? Con la verdad. Era la única manera. Por lo tanto, aunque el estómago le dio un vuelco y tenía los nervios a flor de piel, Estrella tragó saliva, se obligó a mirarlo a los ojos y se lo dijo.

Por lo que me has dicho antes. Porque no ibas a doblegarte a los deseos de mi padre y a pedirme la mano. Porque rechazaste el trato, por eso. Y... y... 

¿Y? —le instó Ramón al ver que se había interrumpido, que no podía continuar—. ¿Y qué más? 

Y por esto —Estrella suspiró—. Por esto... 

Alzando la cabeza, Estrella apretó los labios contra los de él, depositando en ellos un suave beso.

Durante un segundo, sintió la sorpresa de Ramón, la rigidez de su cuerpo como reacción de resistencia. El miedo se apoderó de ella al pensar que había cometido un tremendo error. Pero un momento después, le oyó suspirar y la boca de Ramón se ablandó junto a la suya, aceptando el beso y respondiendo a él.

No se pareció al primer beso. En realidad, fue completamente lo contrario a la dura y casi cruel posesión de su boca que tuvo lugar la primera vez. No obstante, la ternura de ese beso desencadenó el mismo deseo en ella.

«Y por esto».

Esas palabras aún resonaban en la cabeza de Ramón cuando los labios de Estrella entraron en contacto con los suyos, pero fue la única idea que su mente logró formar con lógica. Desde el momento en que sintió los labios de ella y los saboreó con la lengua, sólo fue consciente de un ardor que amenazaba con consumirlo.

Su cuerpo entero estaba en llamas.

Agarrándole los brazos, Ramón la hizo ponerse de pie y la estrechó contra su cuerpo. Ahora, no era Estrella quien lo besaba, sino él a ella, apoderándose de su boca con la fuerza de una pasión que escapaba a todo control.

El calor de la sangre de sus venas hizo que los latidos de su corazón se aceleraran hasta ensordecerle. Sólo era consciente de Estrella, el resto del mundo había dejado de existir. Estrella, con su suave piel y esbelto cuerpo. Estrella, con sus negros y largos cabellos.

Unos cabellos recogidos en una cola de caballo. Aquello le resultó frustrante porque deseaba enterrar los dedos en su suavidad. Con un rápido movimiento, quitó la banda elástica y acarició las sedosas hebras.

Aquella suavidad rozándole el rostro y la débil fragancia de un champú de hierbas avivaron las llamas del fuego que sentía dentro de sí.

Ramón... 

Fue un ronco grito de Estrella mientras tomaba aliento. El sonido le causó una sensación que le hizo consciente de que besarla ya no era suficiente. Necesitaba más, mucho más.

La necesitaba a toda ella. Quería todo lo que Estrella pudiera darle. Y sin dilación.

Le quitó la chaqueta de lino y la tiró al suelo. Inmediatamente, la camiseta blanca siguió a la chaqueta. El repentino olor del perfume de Estrella le invadió los sentidos con una fuerza que casi le mareó. Necesitaba probar su piel, saboreársela con la lengua.

Sintió las manos de Estrella en sus muslos, luego en la cintura. El suave roce le hizo desear mucho más. Lanzó un gruñido y, apartando los labios de los de Estrella, empezó a besarle la mandíbula, luego la garganta.

Sabes de maravilla... de maravilla. 

La sintió temblar bajo sus palabras, la oyó gemir de placer; y no pudo contener una carcajada de triunfo. Más besos alrededor de los tirantes del sujetador color piel de melocotón, en la suave curva de los hombros. Con las manos en la cintura de Estrella, utilizó los dientes para bajarle el sujetador.

Tócame... tócame... —gimió Estrella poseída por el deseo, su voz enronquecida por la pasión—. Tócame... de verdad. 

Ramón volvió a reír antes de continuar besándole los senos, más abajo, hasta alcanzar los pezones aún cubiertos por las copas del sujetador.

¿Es esto lo que quieres? —murmuró él con la boca sobre los pezones—. ¿O esto? —Ramón empezó a acariciarle los pezones con la lengua. 

O esto... 

Sus labios se cerraron sobre un oscurecido pezón. Lo lamió, lo chupó y lo mordisqueó hasta hacerla gritar de placer.

Nunca había conocido a una mujer tan apasionada. Jamás había sentido semejante intensidad como respuesta a sus caricias. Estrella tenía la cabeza hacia atrás, sus oscuros cabellos le caían en cascada por la delgada espalda.

Ramón no podía aguantar más. Tenía que poseerla. Tenía que averiguar qué se sentía dentro de aquel cuerpo, conectado con ella de la forma más íntima que existía.

Le desabrochó los pantalones y se los bajó, junto con las bragas, con rapidez. Bajó la boca desde los pechos al ombligo y más abajo, hasta el rizado triángulo en la entrepierna de ella. La sintió agitarse, moverse, tensarse bajo sus besos.

Con las manos en su cabeza, Estrella le apretó contra sí para apartarle cuando veía que no podía soportar más el placer.

Se deslizaron hasta el suelo. Ahí, Estrella, tirando de la camisa, se la sacó de los pantalones para luego, con premura, intentar desabrocharle los botones. El tejido de la camisa se rasgó, pero a él no podía importarle menos. Lo que Estrella quería era justo lo que él quería, sin la barrera de la ropa.

La ayudó a quitarle la camisa, la arrojó a algún lugar de la estancia y le susurró al oído:

Estrella, mi hermosa estrella. Cielo, no podemos hacerlo...                                              

«No podemos hacerlo», esas palabras fueron como un jarro de agua fría para Estrella.

¿Cómo podía decir Ramón semejante cosa en esos momentos? Ahora, cuando la pasión la consumía; cuando sabía que, si Ramón no le hacía el amor, la frustración la consumiría. Todo su ser estaba concentrado en una cosa.

¿Que no podemos? Pero... —protestó ella, y oyó la suave y cálida risa de Ramón en la mejilla. 

Aquí no, cielo. Aquí, en el suelo, no. 

Pero Estrella le agarró el cinturón y se lo desabrochó. Más abajo, la fuerza de la erección estiró el tejido de sus pantalones.

¡Estrella! —fue una gemida protesta—. Estoy pensando en ti. 

¡Y yo digo que no me importa! 

Estrella tenía las manos en la cremallera de los pantalones y se la bajó, liberando la cálida dureza de Ramón, haciéndole gemir de alivio.

El suelo... es duro. Mi habitación... 

Ramón no lograba ligar sus palabras con coherencia mientras ella le acariciaba el miembro.

La cama... 

No. 

Estrella no quería moverse. Aquello era tan nuevo para ella... tan maravilloso... Se sentía liberada y desinhibida, y le daba miedo desaprovechar el momento. La aterrorizaba que la fría fuerza de la realidad se apoderase de ella y la dejara pensar.

No quería pensar, sólo sentir. Estar con Ramón, besarlo y acariciarlo le habían hecho perder el control de forma maravillosa, no quería sentir volver a sentir jamás lo que era la contención.

No —murmuró ella de nuevo—. Aquí. Ahora. Te deseo, Ramón. 

Dios mío —Ramón suspiró su rendición—. ¡Yo también te deseo! 

Tumbándose boca arriba, Ramón la arrastró consigo hasta tumbarla encima de su cuerpo, evitándole la dureza del suelo. Cuando se dio cuenta de lo que él estaba haciendo, sintió sus manos en los muslos, abriéndola de piernas para que le montara, para que pudiera sentir la dureza de su erección en el centro de su cuerpo de mujer.

Ra... 

Pero las palabras de Estrella se ahogaron cuando la boca de Ramón se apoderó de uno de sus pechos, chupándole y lamiéndole el pezón hasta hacerla gemir de placer.

Estrella cerró los ojos para disfrutar de la sensación, volvió a abrirlos otra vez al sentir una súbita necesidad de ver la pasión en los enturbiados ojos grises de Ramón.

Te deseo —repitió él—. Te deseo. 

Los ojos de Estrella se agrandaron, pero no veía nada. Sólo era consciente del cuerpo de ese hombre y del punto en el que se habían unido. El placer escapaba a su control; estaban en otro mundo, un mundo oscuro y ardiente donde lo único que existía eran ellos dos y el placer que los estaba consumiendo.

Sensaciones y más sensaciones los llevaron a un lugar maravilloso de absoluto alivio sexual.