Capítulo 6

 

Estrella no quería que amaneciera. Eso fue lo primero que pensó cuando se despertó brevemente del sueño en el que se había sumido alrededor de medianoche. Antes, Ramón la había llevado al piso superior en el que estaba su habitación, a la cama. Había perdido la cuenta de las veces que habían hecho el amor; su cuerpo exhausto, pero su mente aún con deseo.

Quería más. Anhelaba y soñaba con más.

Nunca le había ocurrido algo así; ni siquiera con Carlos, su único amante. No quería pensar en Carlos, pero no podía evitar el recuerdo. Porque, en una sola noche, Ramón había echado por tierra todo lo que Carlos le había enseñado sobre el sexo.

Mejor dicho, todo lo que no le había enseñado. Con Carlos casi no había sentido placer ni satisfacción. Nada que pudiera compararse con el fuego que Ramón despertaba en ella.

Pero había creído estar enamorada de Carlos. La idea de estar enamorada de Ramón no le había cruzado la mente; sin embargo, Ramón se había apoderado de ella en cuerpo y alma, haciéndola olvidar el amargo recuerdo del engaño del otro hombre. Ya le resultaba imposible acordarse de él con claridad; cuando cerraba los ojos, sólo veía a Ramón encima de ella, poseyéndola de nuevo. 

Bueno, me parece que vas a tener problemas para explicarle esto a tu padre. 

La baja y ronca voz con cierto tono irónico la sacó de su ensimismamiento. Estrella abrió los ojos, volvió la cabeza y vio a Ramón, que acababa de entrar silenciosamente en el dormitorio y estaba de pie junto a la puerta con dos tazas de café en las manos.

Ramón tenía el pelo mojado, era evidente que acababa de ducharse y de afeitarse. Llevaba un traje de chaqueta y corbata. Se le veía listo para ir a trabajar.

¿O le dijiste que ibas a pasar la noche en casa de tu amiga? 

Le dije que ya nos veríamos cuando volviera, que no me esperase —respondió Estrella con aprensión. 

Si le respondía que sí, Ramón iba a pensar que ella tenía planeado lo que había ocurrido entre los dos. Que había ido a su casa con la intención de seducirle y acabar en la cama. Si le decía que no, podría parecerle una mujer fácil de conquistar.

Pero supongo que será mejor que vuelva a casa por si llama a Carmen. 

Tómate el café primero —Ramón le ofreció una taza. 

Al incorporarse, la sábana se le bajó y Estrella se sintió dolorosamente consciente de que estaba completamente desnuda. Desnuda y marcada por la ardiente pasión de Ramón, pensó al notar unas leves marcas rojas en la piel dejadas por la incipiente barba de él. 

Ruborizada, Estrella se subió la sábana, sujetándola bajo ambos brazos.            

Es un poco tarde para eso, ¿no te parece? —observó Ramón burlonamente—. Sé perfectamente cómo eres desnuda. 

Quería evitar que se me cayera café encima del cuerpo —le espetó Estrella a modo de excusa, consciente de que había adoptado una actitud defensiva. 

La bonita boca de Ramón esbozó una leve sonrisa.

Sí, claro, entiendo que no quieras quemar tu delicada piel. 

Estrella parpadeó al oír el cinismo de su voz. Sí, era demasiado tarde para la modestia, Ramón había visto y tocado todo su cuerpo. Pero eso había sido durante la noche, en la oscuridad. Ahora, por la mañana, bajo la fría luz del día, la situación era distinta.

Lo peor era el comportamiento de Ramón.

La noche de pasión había llegado a su fin. El día, para él, había comenzado. Ramón Darío, ejecutivo en el mundo de los medios de comunicación, vestido y listo para el trabajo. Y ella...

Ella... ¿qué?

¿Qué esperaba Ramón que hiciera? ¿Que se levantara, se diera una ducha, se vistiera y se marchara?

¿Y la noche anterior? ¿Y lo que habían compartido?

Vas a ir a trabajar —declaró Estrella absurdamente. 

Es evidente.               

Tanto la expresión de Ramón como su tono de voz fueron indescifrables. Su rostro era una máscara impenetrable.

¿Por qué? 

Una pregunta errónea. Estrella se dio cuenta de ello en el momento en que cerró los labios.

Porque es lo que hago. Alguien tiene que dirigir la empresa. 

Había pensado que hoy... 

Estrella sabía que, con cada palabra que pronunciaba, estaba empeorando las cosas. Ramón había fruncido el ceño y ella sintió su rechazo.

¿Que hoy qué? —dijo Ramón con voz gélida—. ¿En qué se diferencia este día de los demás? 

Bueno, esperaba que... 

¿Esperabas? —repitió Ramón secamente. 

Que tú y yo... 

¿Aún sigues con esa estúpida idea de que podríamos casarnos? —preguntó Ramón con dureza—. Si es así, te sugiero que lo olvides. No va a haber un matrimonio de conveniencia entre los dos. Ya se lo dije a tu padre. 

Pero anoche... no fue mi padre quien te lo pidió, sino yo. 

Y la respuesta es la misma que la que le di a tu padre. 

Las palabras de Ramón iban acompañadas un frío veneno. Estrella agarró la taza de café con las dos manos. 

No quiero casarme, nunca he querido casarme. Me gusta mi vida tal y como es. Y si alguna vez me casara, sería con alguien que yo eligiera, no con una mujer que se me ofrece a cambio de algo, aunque ese algo sea una cadena de televisión. 

Estrella parecía perpleja, reflexionó Ramón cínicamente. No parecía ser capaz de creer que el plan no le hubiera salido bien.

Anoche, Estrella lo había sorprendido y él se había dejado llevar por la pasión como si fuera un adolescente. Por supuesto, no se arrepentía de lo que había pasado. Sin embargo, ahora, el placer de la noche anterior parecía haberle hecho creer a Estrella que él había accedido a seguir con su plan.

Pero... Pero anoche... 

¿Anoche? Lo de anoche no tuvo nada de especial. Tú me deseabas y yo a ti, te di lo que querías. 

Y tú también tomaste lo que querías. 

Sí, ¿y por qué no? Fuiste tú quien empezó. 

Aunque Ramón admitió para sí que tal y como Estrella estaba ahora, con el negro cabello sobre la almohada y su dorada piel, no le costaría nada empezar reanudar lo que ella había empezado la noche anterior. Ya se había visto tentado al abrir la puerta y verla en la cama con los ojos cerrados; pero había tenido tiempo para pensar en la locura de la noche anterior y darse cuenta de que tenía que acabar.

El sabía muy bien lo destructivo que era casarse con una mujer sin que ella lo amara a uno. ¿Acaso su madre no le había hecho eso a Rodrigo y ambos se habían arrepentido toda su vida? La posibilidad de que un día descubriera que el hijo al que quería no fuera suyo le horrorizaba.

Por mucho que Estrella quisiera casarse con él, no iba a ocurrir.

Tenía que poner punto final a la situación en ese momento. Definitivamente. Debía asegurarse de que, cuando Estrella se marchara, no volvería jamás; porque de hacerlo, quizá a él le flaquearan las fuerzas.  

Ramón se acabó el café y dejó la taza vacía en el suelo.

Anoche te arrojaste a mis brazos y yo no soy de piedra. ¿Qué demonios pensabas que iba a hacer, decirte: «lo siento, querida, pero no estoy de humor»? 

Ya... ya lo hiciste en una ocasión, en el castillo. 

Sí, lo había hecho, pero con un ímprobo esfuerzo.

Pero fue porque dijiste que no dejarías que te tocara aunque fuera el único hombre en el mundo. Anoche era otra cosa. 

Yo... creía que... 

¿Qué creías, cielo? ¿Que me había enamorado de ti? 

¡No! ¡Eso nunca lo he pensado! 

Estupendo. Eh, ¿adonde vas? 

Estrella había dejado la taza de café en la mesilla y estaba saliendo de la cama envuelta en la sábana.

A buscar mi ropa. Quiero vestirme. 

Estrella miró a su alrededor y se mordió los labios.

¿Dónde está mi ropa? Maldita sea, Ramón, ¿qué has hecho...? 

¡Tranquilízate! 

Ramón alzó una mano indicándole que se calmara.

Yo no le he hecho nada a tu ropa. Por si no te acuerdas, estábamos bastante ocupados antes de subir a mi habitación. Tienes la ropa donde la dejaste, en el cuarto de estar. Iré por ella. 

Ver la ropa aquella mañana era lo que le había hecho recuperar el sentido común, pensó Ramón mientras bajaba las escaleras. La ropa, la evidencia de haber dejado que la pasión se sobrepusiera a la razón, convirtiéndolo en presa de su deseo sin pensar en las repercusiones de su comportamiento.

Sabía los planes de ella y, no obstante, había caído en la trampa. Estrella quería el matrimonio, pero él se había jurado a sí mismo no casarse nunca.

No obstante, no había podido resistir la tentación. Jamás había deseado a una mujer con la intensidad con que había deseado a Estrella la noche anterior.

¡Y aún la deseaba!

Cuando Ramón se agachó para recoger la ropa, se quedó momentáneamente inmóvil al ver la ropa interior color melocotón que había quitado del cuerpo de esa mujer hacía sólo unas horas. Tocó la ropa, acariciándola con la yema de los dedos, pero al momento deseó no haberlo hecho. 

En un abrir y cerrar de ojos, su mente se llenó de imágenes eróticas. Imágenes de la noche anterior mientras besaba la cálida piel de Estrella, imágenes de esos senos en sus manos.

Ramón clavó los ojos en el suelo, en el lugar donde se habían tumbado, donde Estrella se había colocado encima de él.

¡Qué infierno!

Tenía que parar o jamás se vería libre de ella. En ese momento, estaba obsesionado con volver al piso de arriba, a su dormitorio. Quería agarrar a Estrella, arrancarle la sábana blanca y volver a penetrar su cuerpo.

Pero no podía hacerlo.

Estrella quería el matrimonio y él no estaba dispuesto a comprometerse, ni siquiera a cambio de la cadena de televisión. No iba a dejarse comprar, ni por ella ni por su padre.

Se suponía que el matrimonio era para siempre, para toda la vida. Si ni siquiera su madre había sido capaz de cumplir con los votos nupciales, ¿cómo podía esperar que otra mujer lo hiciera? Sobre todo, tratándose de una mujer que lo quería por motivos propios, ninguno de los cuales era el amor.

Apartando los ojos de las tentadoras piezas de satén, agarró toda la ropa y la subió a su dormitorio.

Estrella estaba de pie delante de la ventana aún envuelta en la sábana.

Tu ropa, señorita. 

Gracias —respondió ella con desgana, forzadamente—. Y ahora, si no te importa, preferiría que salieras para vestirme. 

Ramón oyó algo en su voz, un ligero temblor, que le impidió volverse para marcharse. ¿Era posible? ¿Podían ser lágrimas lo que hacía que a Estrella le brillaran así los ojos?

Estrella... —pero se interrumpió al verla sacudir la cabeza. 

¡No quiero oír una sola palabra más! Ahora vete y déjame sola. 

Está bien —respondió Ramón con frialdad—. Te esperaré abajo. 

Bien. 

Estrella esperó a que Ramón saliera de la habitación. Después, se quitó la sábana que la cubría y se dirigió al cuarto de baño de la habitación.

Perdió la noción del tiempo bajo la ducha. Por mucho que se frotaba con el jabón, no conseguía sentirse limpia.

¿Qué había hecho?

Según Ramón, se había arrojado a sus brazos.

¿Cómo he podido hacer semejante cosa? —se preguntó en voz alta. 

Sacudió la cabeza con desesperación pensando en su estúpido comportamiento.

¿Cómo he podido? 

La noche anterior, pedirle a Ramón que se casara con ella le había parecido una buena idea. Le había parecido la única manera de librarse del constante enfado de su padre con ella, de los insultos, de la presión a la que se había visto sometida desde su relación con Carlos. 

Carlos.

De nuevo, pensó en lo diferente que había sido su reacción física con Ramón.

Desde el principio, Carlos le dejó muy claro que quería acostarse con ella; pero debido a que nunca se había acostado con un hombre y al miedo que le producía el daño que podía causarle a su reputación, se había resistido tanto como le fue posible. Y en todo ese tiempo no llegó a sospechar que Carlos estuviera casado; cuando se enteró, era demasiado tarde.

Pero con Ramón no titubeó ni un momento. Una mirada de él, una caricia y estaba consumida por la pasión. Ahora, sólo quedaban las cenizas.

Estrella cerró el grifo de la ducha y se vistió. Deseó tener algo de maquillaje, aparte del rimel y el lápiz de labios que siempre llevaba en el bolso, porque estaba muy pálida. 

Por fin, bajó las escaleras rezando por que Ramón se hubiera cansado de esperarla y se hubiese marchado ya a trabajar.

Sufrió una decepción. Ramón estaba en la cocina, sentado a la mesa mirando el correo. Se había servido otra taza de café, pero no parecía estar bebiendo.

Bueno, ya me voy —dijo Estrella desde la puerta. 

Fue lo único que se le ocurrió decir. Nunca se había sentido tan insegura. Nunca había pasado la noche en casa de un hombre, por lo que no sabía qué hacer. 

Además, aquella situación distaba mucho de ser normal.

Ramón alzó el rostro y la miró.

No te vayas todavía. ¿Por qué no desayunas antes? 

Creo que se me atragantaría el desayuno —contestó Estrella, irritada de que Ramón hubiera decidido asumir el papel de anfitrión educado y cortés. 

No soy mal cocinero —dijo Ramón con una sonrisa, a la que ella se negó a responder—. Además, al final anoche no cenamos. 

No, no cenamos. Pero no quiero comer, quiero irme a casa. 

Estrella... 

Ramón se levantó de la silla y a Estrella la estancia se le antojó muy pequeña de repente.

Tu situación en casa... ¿es realmente tan insoportable? 

Estrella lo miró con aprensión, preguntándose adonde querría llegar él.

Ya has visto a mi padre —contestó ella escuetamente. 

En ese caso, ¿por qué no te vas de casa? ¿Por qué no te pones a trabajar...? 

Estrella lo interrumpió con una cínica carcajada.

¡Debes de estar bromeando! Lo repito, ya has visto a mi padre. Mi padre es sumamente conservador y yo soy su única hija, su heredera. Me criaron en un ambiente anticuado. No sé hacer nada práctico, no encontraría nunca trabajo. Nadie me contrataría. 

Yo podría contratarte. 

¿Qué? 

Estrella no daba crédito a lo que acababa de oír.

Yo podría ofrecerte un trabajo en las empresas Alcolar. De esa manera, podrías marcharte de casa e irte a vivir a un piso. 

¿Hablas en serio? 

Sí, claro que sí. 

Así que estarías dispuesto a contratarme para trabajar, pero no a casarte conmigo, ¿eh? 

¡Eso no es lo que he dicho! 

Trabajar para él sería imposible. Tendría que verle, hablar con él... y cada vez que lo hiciera recordaría la noche anterior y la humillación de aquella mañana.

Jamás aceptaría una oferta de trabajo viniendo de ti. ¡No quiero nada tuyo! 

Anoche no eras de la misma opinión —comentó él con voz fría. 

Anoche fue diferente. 

Sí, anoche creías que ibas a conseguir de mí lo que querías. 

Por fin, Ramón dio rienda suelta a su cólera. Había intentado ayudarla y ella lo había rechazado.

No soporto que me manipulen —añadió Ramón. 

¡Yo no te he manipulado! —protestó ella. 

¿No? Créeme, cielo, así es como me he sentido. 

Así que ahora resulta que ofrecerte lo que querías es manipularte, ¿no? 

Ramón se dio cuenta de que Estrella se refería a la empresa de televisión.

Ya te he dicho que el precio es demasiado alto. 

Anoche no lo pensabas. 

¡Lo de anoche fue sólo sexo! Yo no te prometí nada. 

Había tocado un punto débil. La vio parpadear momentáneamente. Sin embargo, cuando Estrella respondió, lo hizo agresivamente, atacándolo.

En ese caso, me alegro de que no lo hicieras porque habría sido lo suficientemente estúpida como para aceptar casarme contigo. Sin embargo, hoy he recuperado la razón y estoy de acuerdo contigo, el precio es demasiado alto. Al igual que tú, es un precio que no estoy dispuesta a pagar. 

Claro que no. Porque, como tu padre me dijo, yo no poseo el linaje que él espera de la persona que se case con su hija. 

Exacto. Por eso es por lo que eras el número diez en la lista de posibles candidatos. 

Eso le hirió el orgullo. La otra Estrella había vuelto, la mujer calculadora y fría a la que detestaba.

En ese caso, ¿por que te arrojaste a mis brazos anoche? 

Ella alzó la barbilla y lo miró con cólera.

¿No es evidente? Tenía ganas de acostarme contigo. 

¿Qué? ¿Eres sadomasoquista? ¿Era también así tu relación con Carlos Perea? 

¡Deja a Carlos en paz, él no tiene nada que ver con esto! 

De acuerdo, lo haré... de momento. Pero dime, querida, ¿con cuántos de los nueve candidatos previos a mí te has acostado? ¿Les pusiste a prueba...? 

La bofetada de Estrella lo hizo callar. Inmóviles, se miraron el uno al otro. Los ojos de Estrella mostraban el asombro que le había producido su propia conducta.

En fin, supongo que me lo he merecido —admitió Ramón, negándose a frotarse la mejilla. 

¡Claro que sí! 

De repente, Estrella alzó los brazos y se cubrió el rostro momentáneamente en un gesto furioso y, a la vez, defensivo.

No me he acostado con ningún otro. Es más eres el único de ellos al que he besado. El único hombre con quien... 

Estrella se interrumpió, incapaz de seguir hablando.

¿Debo sentirme halagado por ello? 

Estrella sacudió la cabeza.

No, en absoluto. Lo único que demuestra es lo mal que juzgo a los hombres... después de lo de Carlos y de ti. 

Yo... —comenzó a decir Ramón, pero ella le interrumpió antes de que pudiera continuar. 

¡No digas nada! —le espetó Estrella—. ¡Ni una sola palabra! Ya he oído suficiente, no quiero oírte decir nada nunca. Uno diría que después de ser utilizada y manipulada como lo fui, habría aprendido la lección, pero no. Soy una imbécil, necesito recibir golpes una y otra vez para aprender. Bueno, señor Darío, gracias por la clase. Por fin, creo que he aprendido la lección. Y no pienso olvidarla. 

Antes de que Ramón pudiera reaccionar, Estrella se dio media vuelta, agarró su bolso y se marchó dando un portazo.