Capítulo 4

 

Era la primera vez que la llamaba por su nombre de pila, pensó Ramón con asombro. La primera vez que pensaba en ella como la hija de Alfredo Medrano, que no se dirigía a ella burlonamente llamándola doña Medrano. 

O que no pensaba en ella como la mujer que esperaba que le propusiera matrimonio.

Fue una sorpresa.

¿Acaso nunca había visto a la persona que había en esa mujer? La había besado, había soñado con ella, pero... ¿la había visto tal y como era?

Ahora estaba inmóvil, de cara a la puerta, de espaldas a él. Lo único que podía ver era su esbelto cuerpo, la curva de sus caderas y sus largas piernas, una cascada de cabello negro. Pero no podía verle el rostro.

¿Había visto realmente su rostro? ¿La había mirado de verdad?

¿Quién era Estrella Medrano? ¿Quién era esa mujer con quien prácticamente se le había ordenado, de modo tan arrogante, que se casara? Algo que le había puesto en contra de Estrella desde el principio.

No te vayas —repitió Ramón con más firmeza—. No te vayas así. Quédate. 

Despacio, muy despacio, Estrella giró sobre sus talones hasta darle la cara. Tenía los ojos demasiado brillantes y su rostro estaba pálido.

Otra cosa que no había visto en ella.

¿Que me quede? —inquirió Estrella—. ¿Para qué? 

Tenía la expresión de un animal acorralado mientras lo miraba con aprensión, casi con temor.

¿Has cenado? 

Ella se limitó a negar con la cabeza.

Yo tampoco. Y creo que los dos necesitamos comer algo para contrarrestar los efectos del vino. 

Otro silencioso movimiento de cabeza, esa vez afirmativamente.

De acuerdo. 

Para ir a la cocina Ramón tenía que pasar por su lado y ella lo observó en silencio, con incertidumbre.

A Ramón no le gustó cómo se sentía. Ninguna mujer había reaccionado así con él. Había habido muchas mujeres en su vida a lo largo de los años, mujeres con las que había hablado sin dificultad, fáciles de seducir. Pero Estrella se comportaba como un felino: a veces, sentada en un sillón, suave y delicada; en otras ocasiones, sacaba las uñas y amenazaba como un tigre, sus ojos negros llenos de fuego.

No voy a hacerte daño —se vio obligado a decir él. 

Quería hacer que Estrella se tranquilizara.

No te preocupes, no pensaba que lo pretendieras —dijo ella en voz muy queda. 

¿Qué has querido decir con eso? 

Ramón estaba justo frente a ella y pudo ver la turbulencia de su mirada, la tensión reflejada en su rostro.

Estrella... —insistió él cuando la vio vacilante. 

He querido decir que... que a veces eres como los otros, que sólo ves lo que tienes delante de la cara. 

¿Los otros? ¿Te refieres a los otros hombres con los que tu padre ha querido casarte? ¿Los otros hombres a los que ha querido comprar? 

La idea de ser uno más en esa lista casi le repugnó.

¡Maldita sea, Estrella, yo no soy así! 

¿No? —dijo Estrella retadoramente mientras cruzaba los brazos—. ¿Estás seguro? 

¡Claro que estoy seguro! Los otros querían lo que tu padre podía ofrecerles, te pidieron que te casaras con ellos. 

¿Y cuál es la diferencia? ¿En qué sentido no eres como ellos? Dime qué estabas naciendo en la sala, por qué me mandó mi padre a hablar contigo. ¿Qué ibas a hacer? 

Desde luego, lo que puedo asegurarte es que no iba a hacer lo que tu padre me pidió. 

¿En serio... no ibas a pedirme que me casara contigo? 

¿Acaso no oíste lo que te dije? No, no iba a hacerlo. Quieres saber qué me diferencia de los otros, ¿no? ¡La diferencia es que tu padre consiguió comprarlos! Ellos te pidieron la mano, pero yo no. 

Porque... 

No. 

Ramón bajó la mano bruscamente, con gesto de dejar clara la cuestión.

No fue porque no tuviera la oportunidad ni por cómo reaccionaste. ¡No te propuse matrimonio porque no quería hacerlo! 

Jamás habría accedido a la propuesta de Alfredo Medrano, aún recordaba cómo le había insultado aquel hombre durante su encuentro.

Mi empresa no es para alguien como usted —le dijo Medrano—. El terreno donde está la empresa de televisión ha pertenecido a la familia Medrano durante años. No estoy dispuesto a vendérselo a un don nadie que, por lo que he oído, ni siquiera tiene derecho a llevar el apellido que lleva y que acaba de ganar su primer millón. 

Ramón se había dado la vuelta para marcharse cuando oyó a Medrano sugerirle que, si se casaba con Estrella, obtendría la cadena de televisión.

No iba a pedirte que te casaras conmigo, ni siquiera cuando tu padre me ofreció la empresa de televisión por la mitad del precio que pedía si también me quedaba contigo. 

La expresión de Estrella era de perplejidad. El se le había acercado mientras hablaba. Ahora, estaba tan cerca, que podía ver en sus labios la marca que sus blancos dientes habían dejado en ellos.

Durante unos momentos, Ramón tuvo la tentación de acariciarle la boca con la yema de un dedo. Pero Estrella no se lo iba a permitir. Si lo intentaba, lo más probable era que ella se diera media vuelta y saliera de su casa en un abrir y cerrar de ojos.

Pero... sé lo mucho que deseas adquirir la empresa. 

Sí —admitió Ramón asintiendo enfáticamente—. Sí, la quería. En su momento, me parecía lo más importante del mundo. 

Ramón pensó en lo mucho que había deseado comprar la cadena de televisión.

¿No hay otra cosa que quieras tanto? 

Nada que se le aproxime. Sentí mucho perder la oportunidad, aún lo siento. 

¿Por qué? 

Ramón suspiró y se pasó una mano por el cabello.

Bueno... es una larga historia. 

Tengo toda la noche. 

Parecía sincera. Lo extraño era que le pareció que realmente podía decírselo, que podía hablarle de algo referente a sí mismo y a la complicada historia de su familia.

¿En serio quieres que te lo cuente? De ser así, será mejor que vuelvas a sentarte. 

Estrella lo siguió a la zona donde estaba la chimenea y ambos volvieron a ocupar los asientos que habían ocupado antes. Ramón agarró la botella de vino, volvió a llenar las copas de ambos y empujó la de Estrella hacia ella. Después de beber, buscó las palabras adecuadas para comenzar.

Para entenderlo, antes tienes que saber algo respecto a mi familia. 

Sé que tu madre era inglesa y tu padre... 

Si te refieres a Rodrigo Darío... no es mi padre; es decir, no es mi padre natural. 

La expresión de sorpresa de Estrella le indicó que no lo sabía.

En ese caso, ¿quién...? 

Juan Alcolar. 

¿De la empresa Alcolar? 

El mismo. 

Ramón clavó los ojos en su copa y empezó a girar el vino que contenía.

Mi madre y él tuvieron relaciones y yo fui el resultado. Pero mi madre estaba casada con Rodrigo, y éste le hizo prometer mantenerlo en secreto. 

Entonces, ¿te criaste creyendo que Rodrigo Darío era tu padre? 

Ramón asintió lentamente.

Y en los papeles consto como hijo suyo. Pero no podía serlo porque Rodrigo no podía tener hijos. 

¿Y tu madre nunca te lo dijo? 

No tuvo oportunidad de hacerlo, murió cuando yo era muy pequeño. Pero me dejó una carta para que la leyera al cumplir los veintiún años. Fue entonces cuando me enteré. 

¿Cómo te sentiste? 

Ramón le lanzó una mirada de soslayo.

¿Cómo crees que me sentí? ¿Cómo te sentirías tú si, de repente, te enterases de que tu padre no es tu padre? 

Estrella reflexionó un momento y luego sacudió la cabeza.

Me sentiría perdida —respondió ella. 

Así es exactamente como me sentí yo. De repente, era como si no supiera quién era ni a qué familia pertenecía. Rodrigo y yo nunca nos habíamos llevado bien, éramos demasiado diferentes. Yo quería trabajar en los medios de comunicación y él quería que me dedicara a algo «serio»; por ejemplo, a la contabilidad, como él. No parábamos de discutir. Empecé a comprender el porqué cuando me enteré de que mi verdadero padre era don Juan Alcolar. 

Una vez más, esos grises ojos la miraron.

Verás —continuó él con sombría ironía—, tú padre habría estado más inclinado a venderme su empresa si hubiera sabido que pertenezco a otra de las grandes familias de Cataluña. Una familia con un título aún más antiguo que el de Medrano y también metida en los medios de comunicación. 

¿Por eso querías la empresa, para formar parte del imperio Alcolar? 

Ramón sacudió la cabeza.

No, en absoluto. La quería para tener algo mío, algo que no me viniera de la familia Alcolar, sino que fuera el producto de mi propio trabajo. Cuando fui a ver a mi padre, a mi verdadero padre, él me acogió en el seno familiar. Me parece que le encantó que a un hijo suyo le interesase el mismo negocio que a él. A Joaquín no le gusta; se marchó al campo, se metió en el negocio de los viñedos y también tiene una empresa de exportación de vinos. En cuanto a Alex... en fin, Alex tiene su puesto en la empresa. 

¿Alex? —preguntó Estrella con curiosidad al ver que Ramón sonreía. 

Alex es mi otro hermanastro, de otra mujer. Ya te advertí que es complicado. 

Así que... la empresa de televisión de mi padre habría sido sólo tuya, no parte de las empresas Alcolar. 

Exacto. Habría sido algo realmente mío, ni de Alcolar ni de Darío. Mío. Mi padre me habría dado parte de la corporación Alcolar, pero no es lo que quiero. Lo que quiero es ser igual que él en el mundo en el que se desenvuelve, me refiero a mi verdadero padre. 

La expresión de Ramón reveló más que cualquier palabra lo que sentía.

Así que ahora ya sabes el porqué de que deseara tanto comprar la empresa de tu padre. 

Estrella vio la oportunidad perfecta para contarle su plan. Respiró profundamente, enderezó los hombros y decidió hacer lo que tenía que hacer.

¿Y si te dijera que no es necesario que renuncies a lo que tanto deseas? 

Lo había dicho, pensó ella con un escalofrío de temor por la reacción que él pudiera tener.

¿Qué? —dijo Ramón con perplejidad—. ¿Qué has dicho? 

Ramón, ¿qué harías si supieras que hay una forma de conseguir lo que quieres? 

¿Cómo? 

¿Que cómo? 

Estrella sintió la boca seca de repente. Tragó saliva, pero no le sirvió de nada. No lograba recuperar la voz.

Estrella, ¿qué demonios estás diciendo? Eso es imposible. Sabes perfectamente lo que ha pasado, sabes que tu padre se ha negado a venderme la cadena de televisión. 

Creo que podrías convencerle para que cambiara de idea. 

¡Te has vuelto loca! —exclamó Ramón sin darle crédito—. Me dijo que no iba a venderme la empresa. 

A no ser que cumplieras con una condición. 

¿Una condición? —repitió él con incredulidad—. Estrella, sabes muy bien cuál era la condición. Tu padre quería que... 

Quería que te casaras conmigo —concluyó ella mientras Ramón sacudía la cabeza—. Mi padre te dijo que sólo te vendería la empresa si accedías a casarte conmigo. 

¿Quieres decir que estás de acuerdo con eso, que te someterías a su voluntad? 

¿Estaba diciendo eso? ¿Estaba dispuesta a hacer semejante cosa? Eso había pensado al presentarse en casa de Ramón.

Estrella hizo acopio del valor que le quedaba.

Sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo. 

¿Quieres que me case contigo? 

Sí, eso es lo que quiero.