Capítulo 16

EN aquel momento, el mundo de Jason se derrumbó sobre su cabeza.

Seguía mirando el móvil en su mano todavía una hora después de la llamada de Ashley. Si lo soltaba, temía perder el último lazo de unión con ella. Se asió al aparato con fuerza, el recuerdo de lo que había perdido, de cómo, al final, la realidad se había impuesto. No merecía lo único que le importaba más que respirar, el amor de Ashley.

Con los miembros dormidos, se obligó a levantarse de la mesa y buscó las llaves del coche.

Su asistente le dijo algo al pasar junto a ella pero el torrente de pena que lo invadía no le dejaba oír nada. No sabía cómo logró llegar hasta casa, aunque aquella mansión no era su hogar. Su hogar estaba en Hart Valley, con Ashley. Recordaba vagamente haber dado vueltas y vueltas por la ciudad antes de tomar la carretera 101. Intentó conducir con una mano sujetando el móvil en la otra, pero al final lo dejó en el asiento del copiloto que es donde ella se sentaría si estuviera con él.

Lo sorprendió ver que eran las nueve cuando se bajó del Mercedes. Los niños estarían ya dormidos. Ashley probablemente estaría despierta, leyendo o repasando alguna lección para el día siguiente. Tendría el sedoso pelo cobrizo recogido en una coleta para que no le molestara.

Notó una puñalada de nostalgia. Le costó mucho no arrancar el coche y dirigirse directamente a Hart Valley, pero ¿para qué? Ashley no lo quería. Ella que-ría un marido de verdad. Alguien que la quisiera.

Estaba en la puerta de la mansión y después en su habitación. El móvil de nuevo en su mano. Tal vez Ashley volviera a llamarle para decirle que todo había sido un error, que no era verdad nada de lo que le había dicho, que sí lo quería. Se engañaba, pero no quería soltar el móvil.

Se tumbó en la cama, vestido, un colchón enorme y vacío. Horas después cayó en un sueño intermitente, sus sueños estaban llenos de Ashley, huyendo de él, alejándose, tan lejos de él como su madre muerta.

Se despertó poco después de las seis y miró aturdido el reloj preguntándose dónde estaría Ashley. Entonces lo recordó y su mundo se hizo pedazos una vez más.

 De pie ante el armario tratando de encontrar la fuerza para vestirse, se dio cuenta. Se había dejado cosas en Hart Valley y tenía que recuperarlas. Se apresuró a buscar un traje y calzoncillos y fue al baño.

Se duchó, se afeitó y se vistió tras lo cual bajó las escaleras de dos en dos. Ya estaba en la puerta cuando la voz chirriante de Maureen lo detuvo.

—¿Adónde vas?

—No es asunto tuyo —dijo él recogiendo del suelo el impermeable.

Maureen contuvo el aliento, con gesto escandalizado.

—¿Te ha llamado otra vez? —preguntó.

—¿Otra vez? —preguntó él—. ¿De qué demonios hablas?

Pero Maureen se limitó a lanzarle una feroz mirada antes de dirigirse al comedor. Jason no tenía intención de perder el tiempo con ella.

Fuera, corrió hasta su Mercedes, pero cuando arrancó se dio cuenta de que tenía el depósito vacío después de las vueltas de la noche anterior. Dejó la puerta del coche abierta y se dirigió al Lincoln de su madrastra seguro de que su chófer estaría listo para salir.

Estaba seguro de haber infringido los límites de velocidad por las calles de la ciudad antes de llegar a la autopista y casi se puso a gritar cuando se encontró con los atascos de un día laborable. Con la carretera despejada había dos horas y media hasta Hart Valley. Con el atasco, serían tres o cuatro. Jason pensó que explotaría de impaciencia.

Para distraer el frenético ir y venir de su cerebro, conectó el manos libres del teléfono y llamó a la oficina. Le dijo a su asistente que se iba a tomar el resto de la semana libre. Que estaría incomunicado hasta el lunes.

Cuando colgó, ante sus ojos apareció el rostro de Ashley. Tal vez no importara que sólo estuviera con él por su dinero. Tal vez si se esforzaba, podría ser el marido que ella quería. Alguien que la adorase, que la cuidase...

Que la amase.

La idea lo golpeó con la fuerza de un huracán y fue una bendición que el tráfico se hubiera ralentizado hasta el punto de estar casi parados, porque si no habría tenido que salirse de la carretera.

La amaba. Sin restricciones, no era necesario que lo pensara dos veces. Ashley era la dueña de su corazón porque habitaba en él, llenando el espacio con su dulce presencia. No podía dejar que lo echara de su lado porque significaba demasiado para él.

Ashley tendría que aceptar el hecho de que no pensaba dejarla ir tan fácilmente. Si verdaderamente no lo amaba, si su amor por ella no era suficiente, simplemente encontraría la manera de estar cerca.

Tan concentrado estaba pensando en Ashley, en que iba a verla de nuevo, que el timbre del móvil lo sorprendió, haciendo que el coche se le fuera un poco y pisara las bandas sonoras.

Era Maureen. Iba a ignorar la llamada, pero entonces algo lo empujó a contestar.

—¿Qué quieres?

Guardó silencio al otro lado tanto tiempo que a punto estuvo de colgar.

—Hay un problema, Jason.

—Que lo solucione Renard —dijo él buscando el botón de cortar llamada.

—Puede que haya cometido un error.

En los veinte años que la conocía, Maureen nunca había admitido poder estar equivocada. Que pudiera estar involucrada en algo hizo saltar la alarma.

—¿Qué ocurre?

—Ashley...

—¿Qué le has hecho?

—No lo sabía —gimoteó—. Te juro que no lo sabía cuándo fui allí ayer.

—¿Qué no sabías? Ahora empieza a tener sentido.

—Contraté a una investigadora privada para que lo vigilara. La golpeó... —estaba llorando—. Está en el hospital, Jason.

—¿Quién la golpeó?

—El padre de Ashley.

—Me dijo que estaba muerto —dijo él mientras un escalofrío le recorría la espalda.

—Ojalá.

—¿Sabe dónde está Ashley?

—Hizo que la investigadora se lo dijera todo. Donde encontrar a Ashley y a su hermana. Los mellizos...

—¿Cuándo? —deseaba estrangular a aquella mujer—. ¿Hace cuánto?

—Hacia las dos de la mañana.

—¿Dónde?

—Al este de Los Ángeles. La dejó tirada en la calle...

Jason colgó y tiró el teléfono a un lado. Calculó mentalmente la distancia que separaba Los Ángeles de Hart Valley y se dio cuenta que de no ser por un milagro, Hank Rand ya estaría en Hart Valley. Si habría conseguido encontrarla era lo que no sabía.

Buscó el teléfono a tientas y sin perder ojo de la carretera buscó en la lista de contactos. Marcó el número de urgencias de Marbleville, con el corazón latiéndole desbocado mientras esperaba respuesta. Cuando colgó, el sheriff Gabe Walker le había asegurado que se acercaría a la casa a ver si había ocurrido algo. Cuarenta y cinco minutos más tarde, Jason llegaba a Marbleville y el teléfono sonaba de nuevo. Era Gabe.

—No está en casa —le dijo.

—¿En el colegio?

—Ha pedido que la sustituyeran. Le dijo a Harold anoche que tenía que ausentarse.

—Entonces está con Sara —dijo Jason.

—Tampoco encontramos a Sara.

—¿Has mirado en el rancho? —preguntó atenazado por el miedo ahora.

—Voy de camino.

—Nos vemos allí —Jason colgó y tiró el teléfono con furia.

 

 

Sentada junto a Sara en el sofá, Ashley le dio la mano a su hermana, mientras miraba a su padre, la mirada enloquecida, mientras buscaba por la cocina de la casa octogonal. Los tres bebés estaban a salvo de momento en la habitación frontal, juntos en el parque de juegos. Hank Rand seguía abriendo y cerrando los armarios en busca de dinero o algo de valor que ellas ya le habían dicho que no encontraría. Tenía una pistola en el bolsillo.

El día anterior le había parecido una buena idea pasar la noche con Sara en el rancho. Con Keith en Reno, Sara agradeció pasar unos días con Ashley y los niños. Comprendía que Ashley tenía que salir de la casa victoriana, alejarse de todo lo que le recordara a Jason.

Entonces llegó Hank Rand. Debía haber ido a la casa victoriana primero y no encontró a nadie. Harold se había llevado a Steven de visita al zoo de Sacramento y a ver una película para que se distrajera en ausencia de Jason. Si hubieran estado en casa y su padre se hubiera portado mal con ellos... Ashley sintió una náusea de pensarlo.

Los años no habían sido bondadosos con Hank Rand. Había perdido casi todo el pelo y el alcohol y la mala vida habían sembrado de cicatrices y arrugas su rostro. Seguía siendo un hombre vigoroso.

Volvió en ese momento al salón y se plantó frente a ellas.

—¿Dónde está el resto del dinero?

—Ya has sacado lo que había en nuestros bolsos. No hay nada más —dijo Ashley ahogando la rabia.

—Te has casado con un chico rico. Tiene que haber más dinero —dijo él acercándose y Ashley tuvo que esforzarse para no gritar aterrorizada.

La desesperación se apoderó de Ashley al recordar a Jason. Le había hecho un daño tremendo sin razón. No había dejado de protegerla a ella y a los niños ni un momento. Pero el malvado acto de Maureen los había arrollado.

El sonido de unos neumáticos sobre la grava de la entrada llamó su atención mientras Hank corría a la ventana.

—¿Quién demonios es?

—No lo sé —dijo Ashley intercambiando una veloz mirada con Sara—. No espero a nadie.

—Parece que el niño rico está aquí —dijo Hank—. En un enorme y lujoso Lincoln.

Ashley sintió que el corazón le estallaba dentro del pecho. La alegría y el miedo se mezclaban en su interior. ¿Sabía que su padre estaba allí?

Cuando los pasos de Jason se acercaban a la casa, Hank sacó la pistola del bolsillo y abrió la puerta.

—No te acerques más, niño rico.

El primer impulso de Jason fue el de correr hasta la puerta y sacar de allí a Hank Rand antes de que pudiera hacerle daño a Ashley. No le importaba la pistola.

—¿Qué quieres, Rand? ¿Dinero? ¿El coche? ¿Por qué no vienes aquí y te lo llevas? Las llaves están puestas.

Aquel asqueroso tipo dejó caer un poco la pistola mientras parecía considerar la oferta.

—¿Cuánto dinero llevas encima?

Jason sacó lentamente la cartera mientras se acercaba al pie de las escaleras del porche.

—Un par de cientos —dijo él sacando los billetes—. Vamos, tómalo.

Mirando con ojos avariciosos, dejó caer la pistola aún un poco más.

—Dame también las tarjetas.

Jason subió el primer escalón. Sin dejar de mirarlo en ningún momento, Jason sacó un par de tarjetas de crédito.

—Tómalas. Pero será más fácil que te sigan la pista —dijo subiendo dos escalones más hasta quedar a la misma altura.

Hank tomó los doscientos y las tarjetas con un tirón, la pistola señalando hacia el suelo. Sacando las fuerzas de la ira que le provocaba aquel tipo, Jason lo golpeó y el hombre quedó de rodillas, la pistola resbaló por el suelo del porche. Lo golpeó una, dos veces antes de que Hank bloqueara el tercer golpe.

Tenía treinta años más que Jason, pero había aprendido muchos trucos sucios. Un puñetazo en el estómago dejó a Jason sin aire y mientras luchaba por respirar, Hank le golpeó la cabeza. Erró sin embargo el siguiente golpe que Jason supo evitar.

Cuando Hank se preparaba para golpear de nuevo, se quedó paralizado al oír el clic del seguro de una pistola. Sin hacer ruido, Ashley se acercó a ellos, la pistola en su mano temblorosa, el rostro bañado por la determinación.

—Aléjate de él —dijo con un leve temblor en la voz—. Ahora.

Hank retrocedió y Jason tuvo la satisfacción de retorcerle las manos detrás de la espalda. Sara llegó en ese momento con unas riendas de cuero con las que ataron las muñecas y los tobillos del hombre. Jason le quitó la pistola a Ashley y puso de nuevo el seguro.

—¿Dónde están los bebés?

—En la habitación principal. Meredith se pondrá a gritar de un momento a otro.

Jason dejó la pistola en la encimera de la cocina.

Los mellizos seguían durmiendo y Evan estaba tumbado en silencio, fascinado con un móvil que colgaba del borde del parque de juegos.

Cuando se aseguró de que los niños estaban bien, la tomó entre sus brazos.

—¿Te ha hecho daño, cariño? ¿Te ha hecho algo?

—N-no —tartamudeó—. Estaba demasiado ocupado buscando dinero.

El ruido de un motor los alertó de la llegada de Gabe. Jason le dio un beso en la frente.

—Tenemos que hablar —no quiso arriesgarse diciendo nada más. Salieron al encuentro del sheriff.

—¿Está aquí?

—En el porche —dijo Jason—. La pistola está dentro.

Cuando Gabe se dirigía a la casa, Ashley lo detuvo.

—Tengo que decirte la verdad sobre mi madre —dijo temblando—. El la mató hace dieciocho años. La tiró por las escaleras y me hizo guardar el secreto.

 —Ya nos ocuparemos —dijo él apretándole el brazo para tranquilizarla.

Los gritos airados de Meredith los distrajo, pero Sara les hizo una señal con la mano para quitarle importancia.

—Yo me ocupo.

Con las manos enlazadas, se dirigieron a la zona cubierta de entrenamiento para los caballos. Allí, Jason la tomó en brazos y acercó los labios a su oído.

—No puedo dejarte ir —susurró—. Aunque no me quieras.

Ella seguía temblando sin duda por el terror que había pasado durante el encuentro con su padre. Le acarició la espalda paladeando el placer de sentirla. Le levantó la cara y bebió la belleza que había en aquellos suaves ojos castaños.

—Te amo, Ashley. Siempre te querré. Si esto no te basta...

—Lo eres todo para mí, Jason —dijo ella con un brillo en los ojos que penetró en él hasta el alma misma—. Lo que te dije ayer... Maureen me obligó. Tuve que hacerlo para que no le dijera a mi padre dónde estábamos. Te amo con todo mi corazón.

La felicidad más absoluta lo inundó, y la emoción le impedía hasta hablar. No recordaba la última vez que había llorado. Ni siquiera la muerte de su madre le había arrancado una lágrima. Pero ahora sentía los ojos húmedos, la gratitud por el amor de Ashley era abrumadora.

Sonriendo, Ashley se limpió las lágrimas. Jason le tomó el rostro.

—Dímelo otra vez. Por favor.

—Te quiero, Jason. Siempre —dijo dándole un beso.

—Te quiero, cariño —dijo él abrazándola con fuerza, celebrando el amor que había florecido en su interior, la nueva vida que comenzaba para ellos.