Capítulo 4
CUANDO los pasos de Jason alejándose aún resonaban en sus oídos, Ashley estuvo a punto de caerse sobre la diminuta silla de nuevo. ¿Jason iba a quedarse hasta que los bebés nacieran? Se iba a volver loca en los tres meses restantes.
Inclinada sobre la mesa de los niños, fue recogiendo las hojas de colores y las guardó en sobres de manila. Tenía que sacar la caja de libros que había llevado y concentrarse en la decoración de la clase.
Unas dos horas más tarde terminó de grapar un roble de cartulina que ocupaba casi una pared entera sobre el que los niños irían pegando las hojas durante la primera semana de colegio. Había incluso unas cuantas ardillas ocultas entre las ramas y un gran búho gris que había recortado de un póster vigilaba la escena desde lo alto.
Miró el reloj y comprobó que era casi la una y su estómago rugía pidiendo comida.
Atravesó el aula y salió al calor del día. Se metió las manos en los bolsillos y al rozar el teléfono, vaciló entre llamar a Jason o simplemente esperar. La imperiosa llamada de su estómago no parecía desear lo segundo, así que sacó el móvil y estaba recordando el número de marcación rápida que le había dicho Jason cuando el sol lanzó destellos al reflejarse en un coche que se aproximaba. Vio que era el Mercedes de Jason. Apretó inconscientemente el móvil y sin querer marcó una tecla que resultó ser la de Sara. Ashley se apresuró a desconectar el aparato.
Jason atravesó el patio de juegos con la mirada fija en ella, y tratando de ignorar el deseo que bullía en su interior, Ashley tuvo que sujetarse a la barandilla.
—Espero que hayas venido para llevarme a comer.
—Podemos hacer eso primero, sí —dijo él subiendo por la rampa.
—¿Antes de qué? —dijo ella entrando en el ambiente fresco del aula.
—Antes de ir a por tus cosas.
—¿Ya estás otra vez? —preguntó ella, girándose a medio camino de recoger su cartera—. No iré a San José contigo.
—No es a San José. Voy a alquilar una casa en el pueblo. Y te mudarás conmigo.
—Me quedaré en mi casa —insistió ella.
—No me gusta la idea de que vivas sola en medio de ninguna parte —dijo él aplastando inconscientemente la tapa de la caja de galletas que tenía en la mano.
—Mi hermana entra y sale todo el tiempo. Cuando empiece el colegio, estaré aquí todos los días.
Se notaba tensa mientras trataba de pensar con claridad. Las cosas no resultaban fáciles con Jason. Éste tomó la cartera de Ashley de la mesa con una mano y la sostuvo la caja de las galletas con la otra.
—Ya lo discutiremos más tarde —dijo mientras se dirigía a la puerta.
Jason guardó silencio en el trayecto de vuelta al pueblo, sin duda reuniendo más argumentos para convencerla. Hambrienta y exhausta como siempre a esas horas, Ashley no estaba segura de poder soportar otro asalto más.
El café de Nina estaba considerablemente vacío para cuando quisieron llegar. Sólo estaban Nina y su hijo, Nate, sentados a una mesa. Nate dibujaba en su bloc de dibujo con una concentración no muy habitual en un niño de seis años.
—Hola, Nina —dijo Ashley—, Hola, Nate.
Nina se levantó y saludó a Ashley con una sonrisa mientras observaba a Jason con curiosidad.
—Entrad y sentaos en cualquier sitio.
Jason posó levemente la mano en la espalda de Ashley y la guió hacia la mesa justo al lado de Nate. Nina les entregó la carta y corrió a contestar al teléfono. Jason se giró y estudió el dibujo de vibrantes colores con flores y unas abejas gigantes.
— ¿Puedo echarle un vistazo? —le preguntó al niño.
Con una expresión tan grave como la de Jason, Nate le dejó el bloc. Jason lo levantó hacia la luz. Ashley esperaba que le dijera al niño que las abejas eran demasiado grandes o que no existían flores del color verde lima que él había utilizado, pero la sorprendió.
—Lo haces muy bien —le dijo al niño devolviéndole el bloc.
—Gracias —respondió Nate.
—A mi hermano le gusta dibujar.
Ashley se quedó sorprendida al conocer esa información personal sobre Jason. No tenía ni idea de que tuviera un hermano.
—¿Tiene mi edad? —preguntó Nate—. Yo tengo seis.
—Es mayor que tú —contestó Jason y, retirándose abruptamente del niño, se sentó junto a Ashley—. ¿Qué es bueno en este sitio? —preguntó tomando la carta.
Ashley tuvo la impresión de que si le preguntaba por su hermano, no le contaría nada.
—Todo. A mí me gusta el sándwich de carne asada.
Mientras Nina les tomaba nota, Ashley fue consciente del gesto interrogativo de sus ojos. Sara y Nina eran muy amigas, así que no pasaría mucho tiempo sin que la dueña del café conociera la identidad de Jason Kerrigan y qué estaba haciendo allí.
No habían pasado ni diez segundos desde que Nina le sirviera a Ashley la sopa de almejas que había pedido y una cesta con pan tostado cuando Jason comenzó a hablar.
—La propiedad que he alquilado tiene una casa de invitados adyacente en la que me quedaré yo. Tú tendrás la vivienda principal.
—Ya tengo una casa, Jason —dijo ella probando la sopa.
—Los anteriores dueños prepararon una habitación infantil incluso contigua a la principal —continuó él.
Exasperada, Ashley dejó la cuchara.
—¿También vas a elegir el color de mis sábanas?
La mención de las sábanas le hicieron recordar las camas, lo cual llevó a su mente a pensar en cuerpos desnudos entrelazados sobre ellas. Una riada de calor la recorrió por dentro. Tomó un paquete de tostadas de la cesta que abrió con manos temblorosas.
—Eso lo dejo a tu elección —dijo él arañando con la silla el suelo al arrastrarla hacia atrás—. La casa está al final de esta misma calle, a un par de números de la clínica de tu médico, a menos de un kilómetro del colegio. Puedes acercarte andando a todos los sitios si quieres.
—¿Has terminado? —preguntó ella apuntándolo con la cuchara.
—He llamado para que vaya un camión a recoger tus pertenencias hoy mismo.
Ella se quedó mirándolo, su arrogancia la había dejado sin habla. La llegada de Nina con la comida le dio algo de tiempo. Ashley esperó a que ésta hubiera vuelto a la cocina antes de hablar.
—No puedes llegar aquí y ponerte a dirigir mi vida —dijo en voz contenida.
—Sólo estoy haciendo lo que me parece oportuno. El embarazo es un período difícil para cualquier mujer.
—No me pareces el tipo de hombre que haya estado en contacto con muchas embarazadas —dijo ella en un arranque de frustración.
La respuesta de él la pilló con un trozo de sándwich a medio camino hacia su boca.
—Sólo una.
Había algo en la forma en que lo dijo que le llegó al alma, pero la empatía era un sentimiento peligroso en lo que se refería a Jason.
—No me iré —dijo ella cansada de repetirlo.
Jason masticó con deliberada parsimonia y después dejó el tenedor en el plato para poner una mano sobre la de ella.
—Por favor.
Ashley no quería mirarlo por miedo a lo que pudiera encontrar. Cuando alzó la vista, sintió como si se le paralizara el corazón. El dolor estaba bien oculto, profundo para que ella no pudiera verlo. Pero debía ser muy duro porque la huella estaba en sus ojos, en las líneas de expresión de su rostro.
—Por favor —dijo nuevamente, enmascarando el dolor con un tono neutro.
No podía decirle que sí pero ¿le diría que no?
Jason vio la respuesta en sus ojos antes de que sacudiera la cabeza. Buscó una razón más para persuadirla, algo que pudiera hacerle cambiar de opinión.
Ni siquiera sabía por qué le estaba sosteniendo la mano. Desde luego no se adaptaba a la imagen que se había formado de una relación casi profesional con ella. Durante las últimas veinticuatro horas que había pasado cerca de Ashley había seguido todos los impulsos que se le habían presentado, algo que no había hecho desde que tenía ocho años.
Estar en contacto con Ashley parecía anular toda capacidad de raciocinio de su cerebro. Le soltó la mano en un intento por aclararse la mente, pero sólo deseaba tocarla de nuevo.
—Ven a ver la casa.
—No servirá de...
—Ven a verla. Si aun así dices que no... —pero no la dejaría. Ya encontraría la manera de que accediera.
—Iré a verla —dijo ella, encogiéndose de hombros.
Terminaron de comer en silencio, aunque Ashley tenía el ceño fruncido. Jason notó que lo miraba de vez en cuando; y cuando él la miraba de soslayo, veía su delicada boca apretada por la irritación. No le gustaba que la presionaran, pero presionar era lo que mejor hacía. No era algo que le importara cuando se trataba de un cliente, pero la culpa se cernía sobre él al utilizar las mismas tácticas con Ashley.
Lo esperó junto al coche mientras pagaba. Jason apenas le prestó atención a Nina, preocupado como estaba pensando que Ashley pudiera irse de allí sin él.
Jason se guardó el cambió y salió. Ashley estaba apoyada contra el sedán con las manos entrelazadas sobre el abultado vientre.
—Podemos ir caminando —le dijo haciendo un gesto hacia el otro extremo de la calle.
La casa reformada de estilo Victoriano estaba casi oculta entre un bosque de pinos y robles.
Cuando se separó del coche, Ashley se balanceó un poco y tuvo que poner una mano en el techo del coche para recuperar el equilibrio. Jason corrió a su lado y la tomó del brazo. Ashley no puso ninguna objeción.
—Hay unas escaleras al otro lado del río.
Mientras atravesaban el aparcamiento público que había junto a la posada, pasaron junto a una pequeña casa oculta junto al río. Alguien retiró una cortina y Jason vio una cara de ojos oscuros que los observaba.
—¿De quién es esa casa? —le preguntó a Ashley mientras cruzaban el río por un puente de madera.
En el momento en que Ashley se giró para mirar hacia la casa, la persona echó la cortina.
—Arlene Gibbons —suspiró Ashley—. Supongo que todos los cotillas del pueblo tendrán tema para mañana.
—No es asunto suyo.
—Ya no estás en San José —dijo Ashley riéndose.
Al otro lado del río, un camino polvoriento conducía hasta unas escaleras. Ashley torció la boca en una agria mueca al ver los numerosos escalones por los que se ascendía la empinada pendiente.
—¿Es un complot contra mí para que haga ejercicio?
—Traeré el coche —dijo él regresando por el puente.
—Puedo sola —dijo ella, riéndose—. Me sentará bien.
Jason se quedó detrás, preparado para sostenerla si se caía. Las escaleras conducían directamente a la entrada de coches de la casa. Ashley contuvo la respiración mientras contemplaba el porche parapetado tras magníficas columnas. Un balcón en el segundo piso hacía las veces de techo del porche.
—Es preciosa —dijo ella suavizando la mirada.
Para él sólo era una casa, la única disponible en todo el pueblo. La casa de invitados situada detrás era una ventaja adicional que hacía más factible la posibilidad de convencerla para que se mudara.
Mientras se dirigían al porche, trató de contemplar el lugar a través de los ojos de Ashley. El tiempo había desgastado la pintura azul de las paredes y parte de las balconadas de madera de color blanco estaba rota o carcomida. De no haber sido porque el interior estaba en perfecto estado, habría buscado otro lugar.
—¿Podemos entrar? —preguntó Ashley desde lo alto de las escaleras.
Jason subió al porche y sacó un llavero del bolsillo. Entre el viejo banco de madera del porche y las hileras de macetas con plantas secas, no quedaba mucho sitio para los dos si no querían rozarse.
Metió la llave en la cerradura notando todo el tiempo su presencia detrás de él, su aroma. Quería olvidarse de las llaves y tomarla entre sus brazos. La buganvilla que trepaba por todo el porche, los protegía de la vista. Nadie se enteraría si la besaba allí.
Giró la llave y abrió la puerta. Se hizo a un lado y la dejó pasar.
Ashley dejó escapar una exclamación de asombro al ver el salón. Para él era una habitación normal, llena de muebles antiguos.
El elemento realmente atractivo de la habitación estaba justo delante de él. La luz que se colaba por las ventanas hacía brillar el cabello sedoso de Ashley con reflejos dorados, las mejillas de un tono melocotón. La dulce sonrisa de su rostro desencadenó una sensación anhelante en todo su ser.
—Fue construida a finales del siglo pasado. Probablemente tendrá mucha corriente en invierno —dijo Jason alejando el incómodo sentimiento.
Ashley se dirigió entonces hacia la cocina y él la siguió. Afortunadamente, había sido reformada hacía relativamente poco. Habían pintado los muebles, pero las tablas de madera del suelo parecían las originales cuya superficie había sido acuchillada. Ashley parecía tan maravillada con la cocina de muebles blancos como lo había estado con el salón.
Lo mismo ocurrió con el resto de la casa. El comedor con su aparador y la gran mesa con sus sillas de madera oscura; el porche trasero con sus sillones y el banco de mimbre; la pradera de brillante césped del jardín bordeado de flores, atravesada por el camino que conducía a la casa de invitados. Exclamó sorprendida al ver la barandilla de madera repujada de las escaleras que conducían al segundo piso, recorriendo con los dedos los puntos más gastados como si fueran lo mejor.
El piso superior de la casa había sido reformado también. Así, las cinco diminutas habitaciones originales habían sido convertidas en tres y se había añadido un tercer baño. El dormitorio en el que entraron primero contiguo a la habitación de niños, tenía un tamaño aceptable.
—Tendré que traerme mi cama y mi tocador — dijo Ashley atravesando la habitación.
—Te compraré muebles nuevos. Tendrás que tener algún mueble decente en la casa.
—Los que tengo están bien —dijo ella irritada—. Los acabo de comprar.
Jason dudaba mucho que fueran de calidad, comprados sin duda en los almacenes de Marbleville. Mientras pensaba en la manera de comprarle los muebles y hacer que se los enviaran, comprendió de pronto la importancia de lo que acababa de decir Ashley.
—Entonces te quedas —dijo él sintiendo algo que él prefirió pensar que era alivio.
—Creo que tengo que hacerlo —dijo ella riéndose.
—Será lo mejor para ti y los niños.
—Eso está por ver. Deja que te enseñe algo —dijo ella con expresión seria.
Abrió el bolso y sacó la cartera. De un pequeño bolsillo sacó entonces un papel que desdobló cuidadosamente antes de entregárselo.
Era una foto en color de una revista. Líneas blancas atravesaban el recorte allí donde había estado doblado, pero Jason reconocía claramente que era la foto de una casa. Una de estilo Victoriano, pintada de azul y con balconadas blancas. No exactamente como la que estaban visitando, pero se le parecía mucho.
—No comprendo —dijo él, devolviéndole la foto.
—Arranqué esta fotografía de una revista hace quince años. Era la casa de mis sueños, la casa en la que juré que viviría algún día —dobló cuidadosamente el recorte y lo guardó de nuevo—. Parece que tú lo has hecho posible.