Capítulo 11

STEVEN salió disparado en cuanto comprendió el sentido de las palabras de su hermano. Tras una larga mirada a su madrastra, Jason se volvió a Ashley.

—Será mejor que suba a ayudarle.

—Adelante —dijo apretándole la mano—. Te esperaré aquí.

Ashley se puso las manos en el vientre cuando Jason salió de la habitación. Fijando su mirada azul en Ashley, Maureen esperó a oír el sonido de la puerta de Steven al cerrarse. La miró con el mismo desprecio con que habló.

—¿Cuánto?

—No sé de qué habla.

—Claro que lo sabes. Una pequeña ramera como tú. ¿Cuánto quieres por irte?

—¿Irme adonde? —preguntó ella desconcertada.

—Lejos de mi hijastro. Lejos de aquí. Fuera del estado si es necesario.

Ashley sofocó el ataque de furia que le entró.

—No voy a irme a ninguna parte.

Maureen tomó una campana de la mesa y la agitó fuertemente.

—No creas que no sé lo que estás haciendo.

Renard entró y, con una mirada de desdén hacia Ashley, empezó a recoger la mesa. Ashley retrocedió para dejarle trabajar.

—Estoy embarazada de su hijastro —dijo Ashley tratando de que la voz sonara firme—. No teníamos intención de que ocurriera....

—Oh, por favor. ¿No querrás que me lo crea? —dijo ella poniéndose en pie frente a ella—. Lo tenías todo planeado. Querías atraparle de una forma u otra. Si no se casaba contigo por las buenas, lo atraparías con el truco del embarazo.

—Disculpe —dijo clavando los dedos en el respaldo de la silla intentando levantarse—. Esperaré a Jason en el vestíbulo.

Maureen la sujetó del brazo.

—Puedo extenderte un cheque ahora mismo. Ni siquiera tienes que irte de ese pueblo inmundo en el que vives. Sólo dile a Jason que no quieres saber nada de él.

—Quíteme las manos de encima.

—No creerás que puedes tener una vida con él — dijo clavándole los dedos aún más—. No tiene corazón ni dotes sociales. Intenté educarlo lo mejor que pude, pero era imposible inculcar el sentido de la responsabilidad en ese chico.

Ashley estaba horrorizada. Cada vez le resultaba más evidente lo triste que debía haber sido la infancia de Jason.

—Es un buen hombre y será un buen padre.

—¿Y qué pasará cuando pierda el control y haga algo que pueda hacerles daño? —dijo ella, en sus ojos había un malévolo fuego.

—Él nunca...

La arpía se acercó más a ella.

—¿Quién crees que causó el accidente en el que su hermano salió herido?

— ¡Tenía ocho años!

—Pregúntale. Pregúntale cómo perdió el control. ¡Cómo mató a su propia madre!

Las palabras quedaron suspendidas en el aire mientras Maureen miraba por encima de Ashley hacia alguien que había a su espalda. Ashley supo sin mirar que era Jason, el rostro cubierto de dolor por la culpa. Entró en la habitación y tomó a Ashley de la mano.

—Steven está preparado. Harold también viene. Llevará a Steven en su propio coche.

A excepción de Hank Rand, Ashley nunca había odiado a nadie. Lo que sentía en ese momento hacia Maureen Kerrigan se acercaba mucho.

Tendría que decírselo. Maureen había desvelado el horror de lo que él había tratado de ocultar en los últimos veinte años. Aunque Ashley no se lo preguntara, saber que ella conocía parte de la historia no le permitía esconderla en el fondo de su alma de nuevo.

Las enormes casas que habían dejado atrás se erguían como fantasmas tras sus altos muros, ocultando todas ellas sus turbios secretos.

Miró por el retrovisor para comprobar que Harold lo seguía en su sedán y tomó la carretera que iba hacia el norte. Las dos horas y media de camino serían suficientes para contar a Ashley su pasado.

Ashley inspiró y Jason se tensó, pero ella no le preguntó lo que tanto temía.

—¿Has pensado dónde se quedarán Steven y Harold?

Lo había hecho, y la solución entrañaba alguna complicación.

 

 

—En la casa de invitados. Steven podrá quedarse en el dormitorio y adaptaré el salón para que duerma Harold.

-¿Y tú?

Jason la miró.

—Me mudaré a la casa, a la habitación libre —dijo él. A escasos metros de la de ella.

—Bajaré el ordenador abajo —dijo ella asintiendo.

—No podía dejarlo en la mansión.

—No —dijo Ashley comprensiva—. Por supuesto que no.

Jason se preguntaba qué otra información desagradable habría compartido Maureen con Ashley Sus interminables problemas en el colegio, todas las veces que el director había llamado a Maureen porque Jason Kerrigan no se comportaba bien en clase. Dudaba mucho que cuando se casó con su padre esperara tener que bregar con un niño tan problemático. Bastante era ya tener un hijastro con problemas mentales. Al menos para Steven podía contratar a alguien especializado para que lo cuidara, pero su padre se negó a que contratara a una niñera para Jason.

—Tendremos que comprar comida. Ahora seremos cuatro para cenar en vez de dos—dijo Ashley.

—Harold puede ocuparse de eso —la impaciencia se apoderó de él—. Por todos los santos, no puedes seguir ignorándolo, Ashley.

—¿Ignorar qué? —preguntó ella aunque por su tono, Jason supuso que sabía perfectamente a qué se refería.

—Lo que Maureen te ha dicho sobre Steven. Sobre mi madre —apretó con fuerza el volante.

Ashley suspiró, el suave sonido era un bálsamo que lo habría reconfortado de no ser por lo culpable que se sentía.

—¿Qué ocurrió, Jason?

¿Qué ocurriría si ella lo echaba de su vida cuando se lo contara? No debería importarle... al fin y al cabo, ella no era nadie para él, tan sólo la madre de sus hijos, alguien unida a él por accidente. Pero pensar que no volvería a verla, que no vería a sus niños... se le hacía insoportable.

Sin embargo, merecía saber la verdad, aunque lo echara de su lado.

—Íbamos a Santa Cruz —comenzó él con voz ronca—. Kerrigan Technology estaba despegando y la Unión de Consumidores de Santa Cruz le había pedido a mi padre que diera un discurso de apertura. Él había ido delante y nosotros íbamos a encontrarnos con él allí.

Aún se veía sentado en aquel coche con absoluta claridad, su hermano a su lado, y su madre conduciendo. Iban por una carretera que serpenteaba entre las montañas de Santa Cruz.

— Steven no era como yo. Él era tranquilo. Un buen niño. Podía estarse quieto durante horas leyendo o coloreando.

Jason apenas podía contener la desorbitada cantidad de energía de su interior durante más de diez minutos, mucho menos los cuarenta y cinco que duraba el trayecto. Aún recordaba la agitación que se despertaba en él hasta que encontraba una salida.

—Empecé a meterme con Steven, a hacerle muecas, a tirarle del pelo, a empujarle. Él hacía todo lo posible por ignorarme. Entonces le quité el libro.

Ya a los ocho años, su hermano adoraba leer. A él, sin embargo, le costaba comprender el significado de las palabras que veía en una página y envidiaba la facilidad con la que Steven se sumergía en la historia. Pero Jason no pareció poder controlar el impulso que se apoderó de él aquel día.

—Trató de recuperar su libro. Yo lo alejé de él. Steven gritaba, mi madre gritaba. Y yo seguía sin devolvérselo.

Las manos empezaron a sudarle y se agarró con fuerza al volante. El coche empezó a botar sobre las bandas sonoras de los laterales y un súbito terror se apoderó de él. Podía salirse de la carretera y provocar un nuevo accidente, sólo que esta vez sería Ashley y los bebés quienes saldrían heridos.

Puso el intermitente para avisar a Harold y tomó la siguiente salida hacia una estación de servicio. Apenas fue consciente de que el otro hombre lo siguió y se detuvo a su lado, ni de que Ashley le hiciera señas. El sedán blanco aparcó junto a la tienda de la estación de servicio y Harold hizo salir a Steven.

Los recuerdos golpearon a Jason, eran demasiado horribles. No quería seguir hablando, quería ocultarlos en su alma para siempre, pero entonces notó la suave caricia de Ashley en su brazo.

—Ví el camión que entraba en la carretera desde una secundaria cortándonos el paso. Mi madre dio un volantazo para evitarlo. El impacto. Y después...

Silencio. Su madre inmóvil. Su hermano sangrando. El coche irreconocible, un amasijo de metal.

—Tu madre... —empezó Ashley suavemente.

—Murió en el acto.

—Y Steven...

—El coche dio varias vueltas y acabó golpeándose contra un árbol en el lado en que iba sentado Steven. Si yo hubiera estado en ese lado...

 

Ashley le acarició el brazo con suavidad, cálido y reconfortante.

—No fue culpa tuya.

—Yo la distraje. Si no hubiera sido por mí...

—El accidente podría haber ocurrido igualmente.

—Pero ella habría visto el camión antes.

—Puede, pero tal vez eso no hubiera importado —le acarició la mejilla, el suave contacto erosionó sus defensas—. Tienes que liberarte de la culpa, Jason.

—¡No sabes nada! —dijo él quitándole la mano.

El grito pareció reverberar en los confines del coche. Había perdido el control. Le había levantado la voz. Años de autodisciplina amenazaban con escapar de sus manos. Se cubrió la cara con las manos y se frotó el rostro.

—Será mejor que continuemos —dijo al ver que Harold y Steven habían salido de la tienda y esperaban en el coche. Encendió el contacto y se acercó a la salida, pero esperó hasta que Harold estuvo detrás.

Se fue quedando dormida arrullada por el repetitivo sonido de los neumáticos sobre el asfalto y sólo se despertó cuando el coche circulaba ya por el camino lleno de baches que conducía a la casa victoriana. Le dolía el cuello de la mala posición y trató de deshacer los nudos mientras Jason aparcaba junto a su escarabajo. Harold continuó y aparcó junto a la casa de invitados.

De pie en el salón, con la mirada borrosa aún, trató de sacar fuerzas para subir las escaleras. Eran más de las diez, un poco pronto para retirarse, pero estaba tan cansada que sólo le apetecía acurrucarse bajo el edredón y dormir. Se dirigió a las escaleras.

El ruido de la puerta de atrás al cerrarse la sorprendió, y se agarró al pasamanos. Jason salió de la cocina y atravesó el salón en dirección a ella. Le llevó un momento recordar qué estaba haciendo Jason allí a esas horas. Harold y Steven se quedarían en la casa adyacente, y Jason dormiría en la habitación libre de la casa principal.

Completamente despierta ya, lo vio acercarse. En el coche, le había parecido lo más adecuado, pero ahora no podía sacarse de la cabeza el hecho de que Jason iba a dormir a escasos metros de ella.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Jason al ver que no se movía.

—Estoy bien —dijo ella comenzando a andar, pero tropezó. No era fácil recuperar el equilibrio con su tamaño, pero tampoco le hizo falta porque Jason estaba allí para sujetarla con sus fuertes brazos.

 

—Apóyate en mí —dijo poniéndole la mano en la cintura.

Ashley había conseguido no pensar demasiado en el sexo durante las últimas semanas, tratando de mantener su relación con él como algo platónico. Pero cada nueva revelación sobre su persona hacía aumentar la empatía hacia él, sus sentimientos se suavizaban, sus emociones crecían aunque ella no quisiera.

Jason debería haberla soltado al llegar al descansillo, pero algo lo empujó a seguir con ella hasta su dormitorio. Había dejado la puerta abierta y se veía un camisón de premamá de seda sobre la cama revuelta.

Pero no era la sensación de descuido lo que le preocupaba. La cama deshecha resultaba demasiado atrayente. Era demasiado fácil imaginarse con él entre las fres-cas sábanas que Jason templaría con su calor corporal.

¿Por qué no la soltaba? Llegaron junto a la cama y Jason hizo que lo mirara. Extendió la mano sobre su vientre, acarició la piel tirante y cálida bajo el vestido. La atrajo hacia sí e introdujo la mano que tenía libre entre su pelo.

El contacto con su cálida boca la encendió. El corazón empezó a latirle con fuerza, resonando en sus oídos. Se agarró a sus brazos, clavó sus dedos en ellos. Todo su cuerpo se mostraba hipersensible a tan sensual contacto. Le pesaban increíblemente los pechos preparados para amamantar, y aun así ansiaba que Jason los acariciara. El centro de su sexo latía entre sus piernas.

Jason deslizó la lengua en su boca, probando su sabor, explorando su interior. Sus inquietos dedos se movían por el vientre hinchado, ascendiendo hasta sus pechos. Notó que el pezón de Ashley se endurecía expectante.

—Te deseo —dijo él con voz áspera—. No podemos...

—Bésame —susurró ella—. Acaríciame.

Aquello bastó. Jason le frotó el pezón con un pulgar arrancándole un gemido, un sonido leve y gutural que hasta a ella la sorprendió. Repitió la caricia, esta vez con la palma, en círculos. Incluso a través del sujetador premamá, su piel hipersensible reaccionó y su cuerpo se contrajo de placer.

Seguro que Jason también lo había sentido. Su mano descendió por el cuello, se detuvo en el hombro y siguió descendiendo. La palma se detuvo en el pecho, exploró el pezón hambriento, el cuerpo femenino temblando de expectación y siguió su curso hasta detenerse en sus caderas, un momento sólo, antes de continuar hacia el secreto que se ocultaba entre sus piernas.

Tocarla y hacer que alcanzara el clímax fue todo uno. Gimiendo de placer, Ashley se apoyó contra la cama con las piernas temblorosas. Envolviéndola con sus brazos, Jason la ayudó a tumbarse, le quitó los zapatos y le levantó las piernas mientras las últimas olas de placer la asaltaban.

 Con los ojos aún cerrados, su cuerpo se estremeció con los últimos espasmos de placer. Esperaba sentirse cohibida tras el breve encuentro, o que en cualquier momento Jason saldría de la habitación rechazándola como había hecho ocho meses atrás.

Oyó sus pasos sobre la alfombra y esperó a oír el ruido de la puerta al cerrarse. Pero entonces la cama cedió, se movió levemente. Abrió los ojos y lo vio tumbado en la cama, mirándola. El fuego que ardía en sus ojos castaños revelaban una pasión que seguía viva en él. Pero mezclado con el deseo, también vio otro sentimiento, algo así como quietud.

La felicidad que sintió en ese momento le llenó el corazón dejando a la vista secretos que ni ella quería admitir. Sería mejor agarrarse a la confusión, convencerse de que no sabía qué estaba sintiendo.

Jason se puso tenso y Ashley supo que en cualquier momento se levantaría de la cama y se iría. Extendió el brazo hacia él y le tomó la mano.

—Ven aquí —musitó.

Jason dudó un momento, pero se acercó. Ashley hizo que se pegara todo lo posible a ella, quería sentir su cuerpo junto al suyo. No había duda de que seguía excitado, insatisfecho. Se sintió un poco culpable por no poder darle la satisfacción que ella había recibido.

Pero entonces, Jason la acurrucó contra su cuerpo, ambos de lado, el brazo externo rodeándole el vientre, y su respiración se estabilizó. Los músculos de la espalda, habitualmente rígidos como el acero, fueron relajándose. Cuando Ashley se giró para acariciarle la mejilla y lo besó en los labios le arrancó un suspiro de pura tranquilidad. Y por primera vez desde que lo conocía, la tensión desapareció de su cuerpo por completo. Estaba allí tendido, vulnerable entre sus brazos, quedándose plácidamente dormido.