Capítulo 9
ATURDIDA ante las palabras de Arlene, Ashley la miró con la boca abierta. No se atrevía a mirar a Jason por miedo a ver los sentimientos que se reflejarían en su rostro: impaciencia, exasperación, irritación tal vez. Apenas podía contener sus propios sentimientos, bastante alarmantes en sí porque no le horrorizaba la idea de casarse con él.
Lentamente, él giró la cabeza sobre su hombro y su mirada se posó en ella. Ashley esperaba que rechazara la absurda orden de Arlene, pero no dijo nada, se limitó a mirarla, y su mirada de color castaño se suavizó como nunca antes había visto.
Una pequeña esperanza afloró en su corazón aunque no podía permitirse pensar en ello. Interponiéndose entre Arlene y él, buscó la manera de reducir el impacto de las palabras de la mujer.
—¿Qué tal lleva Mort la jubilación?
La mujer miró con desprecio a Jason antes de contestar. Podía reconocer cuando le querían cambiar de tema.
—Nos mantenemos ocupados. El joven que le compró la gasolinera a Mort llama unas diez veces al día.
Mientras se acercaban a la barbacoa donde estaban preparando pollos y costillas asadas, Ashley se mantuvo firme entre los dos.
Nina les había preparado una mesa cerca de la puerta, en un punto aislado y tranquilo dentro de la bulliciosa sala. Después de ayudarla a sentarse, Jason se sentó a su lado, buscando la salida por si lo necesitaba.
— Se te está enfriando la comida —dijo Ashley tras varios minutos.
No parecía oírla sino que parecía más bien concentrado en el exterior de la ruidosa sala, como si la noche tuviera todas las respuestas. Ella también quería respuesta a algunas de sus preguntas, la primera, por qué la idea de casarse con él no la aterraba como debería.
Sería por el deseo. Si estuvieran casados, tendrían sexo. Si ella quería, podría satisfacer las necesidades que sentía constantemente. Podrían acostarse todos los días. La lujuria no sabía de sentimientos, de amor. A pesar de no sentir nada más que respeto y un creciente afecto por él, su cuerpo superaría la extrañeza del principio.
Si no fuera porque no le parecía que estuviera bien. Enfadada consigo misma por el curso que habían tomado sus pensamientos, se concentró en la comida.
—Tiene razón —dijo él tomando el tenedor por fin.
—¿Cómo dices? —preguntó ella, atragantándose.
—Debería casarme contigo —dijo él, mirándola con fijeza.
—No deberías —dijo ella comprensiva—. Arlene no es más que una cotilla que siempre anda metiendo las narices en los asuntos de los demás. No puedes hacerle caso.
—Es la mejor forma de protegerte a ti y a los niños.
—No necesito tu protección —refutó ella, dejando el pan antes de tirárselo a la cara—. No me casaré contigo, Jason. No te quiero.
Un hombre tan insensible a las emociones como Jason no debería ni parpadear. Y no lo hizo, en realidad. Pero Ashley notó un leve temblor en su rostro antes de que desviara la mirada de ella.
Sintió el repentino impulso de pedirle disculpas aunque no sabía muy bien por qué. La idea de casarse era la más ridícula que había oído en su vida. Tenía que comprenderlo. Pero no quería que levantase más muros a su alrededor. Era más compasiva.
—Jason...
Un estruendo y a continuación un grito la detuvieron. A unos metros de ellos, un hombre y una mujer estaban rodeados de comida y bebida por los suelos. Un niño avergonzado se tapaba el rostro cerca del desastre. Zak Forrest, ocho años, el tornado del colegio de Hart Valley. El mayor reto al que se enfrentaba Ashley todos los días.
Ashley habría esperado que Jason no prestara atención al incidente, pero mientras la pareja le regañaba, Jason se puso en pie.
No pudo oír lo que le dijo al niño cuando se agachó a hablar con él. Su lenguaje corporal no revelaba enfado hacia Zak, aunque sí lanzó una mirada dura a la pareja, lo cual los hizo alejarse de allí. Se limitó a hablar con el niño, y después los dos recogieron el desastre que se había formado. Cuando terminaron, Jason estrechó la mano del niño. El rostro del Zak brillaba cuando levantó el cuello para mirarlo.
Zak desapareció entre la multitud para cuando Jason regresó a la mesa con Ashley. Nunca lo había visto tan relajado. Tomó un trozo de pollo de su plato y dio un mordisco al pan.
—Así era yo hace veinte años.
Ahora se mostraba tan contenido que parecía difícil creerlo. Pero supuso que se habría obligado a seguir una férrea disciplina para mantener su impulsivo comportamiento bajo control.
—Tiene un gran corazón —dijo ella viendo al niño entre la multitud—, y se esfuerza mucho.
—Pero sigue metiéndose en problemas.
—Necesita una vigilancia más continua que la que yo le puedo dar.
Jason miró al niño que zigzagueaba en dirección a la puerta. Salió dando gritos que se desvanecieron en la lejanía del patio de juegos.
—Podría ayudarte. Ser su tutor como hacía con los chicos del instituto en Berkeley.
—Eso sería estupendo —dijo ella preocupada por sus propios sentimientos—. Los martes y los jueves estaría bien. De diez a doce tenemos actividades ex- tracurriculares.
—Cuenta conmigo —dijo Jason curvando los labios en una breve sonrisa—. Por cierto, no cree que lleves dos bebés ahí dentro. Cree que deben ser diez por lo menos.
—¿Tan gorda estoy? —preguntó ella bajando la cabeza.
Jason le tomó la mano y llevó los dedos a sus labios.
—Estás preciosa —dijo, y le dio un beso tan tierno que casi la hizo llorar.
La luz dorada del sol otoñal se colaba por las ventanas de la clase, lanzando un brillo cálido sobre los alumnos reunidos en la alfombra alrededor de Jason. Mientras él les leía La verdadera historia de los tres cerditos, Ashley trabajaba en su escritorio corrigiendo los deberes de aritmética que les había mandado hacer el día anterior. Tras dibujar una carita feliz en el último cuaderno, levantó la vista hacia Jason.
Era la segunda semana de su trabajo voluntario y lo que había empezado como una sesión de tutoría particular para ayudar a Zak se había convertido en una sesión de lectura para toda la clase todos los días antes de comer, aunque Jason seguía yendo martes y jueves dos horas para trabajar con el niño, que había mejorado muchísimo bajo la atención de Jason. Pero los demás también querían gozar de su atención, lo cual le había dado a Ashley la posibilidad de ver un lado de Jason que nunca habría sospechado.
Era maravilloso con los niños. Frío y rígido con los adultos, suponía que sería igual con los niños. Incluso con los adolescentes en Berkeley, se había mostrado reservado y un tanto brusco, pero con los niños de siete y ocho años de su clase, era cálido y divertido, y les hacía reír todo el tiempo.
Jason estaba sentado en una de las mini-sillas con las rodillas casi en la barbilla, sosteniendo el libro en las manos. Los niños no paraban de reír mientras él hacía el papel del indignado lobo del cuento. Zak no paraba quieto por la clase, igual que todos los días en la hora de lectura, recogiendo cosas del suelo y ordenando estanterías, una tarea que Jason le había asignado antes de comenzar la sesión de lectura. Jason sabía que el niño le escucharía con más atención si estaba en movimiento, y ahora que lo sabía, Ashley le dejaba trabajar de pie siempre que era posible.
Cuando cerró el libro, levantó la mirada hacia ella, algo que hacía a menudo en sus visitas a la clase. No le devolvía la sonrisa exactamente, pero su rostro se suavizaba de una forma que despertaba un creciente anhelo en ella. Era como si alguna de las paredes que se había levantado alrededor, estuviera cayendo. Aunque aún había muchos misterios sobre él, poco a poco se iba abriendo paso en su corazón.
El timbre sonó y los niños corrieron a buscar sus bolsas con la comida o el dinero para la cafetería. Tras acompañarlos a todos a la cafetería a través del patio de juegos, Jason acompañó a Ashley a la sala de profesores. Como siempre, él llevaba la comida para los dos y la dejaba en la nevera. Comía con ella y luego se iba a la casa de invitados a trabajar el resto de la tarde.
Jason sacó el sándwich de Ashley y un refresco y lo puso en una bandeja junto con algunas galletas que alguien había dejado en la mesa.
—Tengo ganas de poder verme el regazo otra vez.
—Al menos ahora las migas no caen al suelo — dijo él extendiendo una servilleta sobre su vientre.
—Es un alivio.
Jason dio un morisco al sándwich mientras hacía un gesto con la cabeza de saludo a un profesor que entraba.
—Emma está empezando a participar en la clase de lectura.
—Me he dado cuenta —dijo ella mordiendo una galleta sin haber terminado el sándwich.
—Primero la comida y luego el postre —de nuevo, las comisuras de sus labios se elevaron.
—Apenas puedo terminarme la comida sin sentirme llena. No quiero llenarme y no poder comerme esas galletas de chocolate.
—Aún te quedan sietes semanas —dijo él acariciándole el vientre.
—Si llego a término. Con mellizos, habitualmente das a luz antes.
—Yo sí llegué —dijo él, retirando la mano y dando un mordisco.
—¿Eres mellizo?
Él asintió, concentrado en su sándwich. Como siempre, parecía poco inclinado a compartir más que lo básico.
Había mencionado un hermano al llegar a Hart Valley, pero le había dado la impresión de que era un hermano mucho menor.
—¿Vive en San José?
—Sí —afirmó él, acabándose el sándwich y el refresco.
—¿Trabaja en Kerrigan Technology?
—Tengo una conferencia a la una —dijo comprobando la hora.
—¿Te resulta un problema venir? —preguntó ella sujetándolo por la mano--. Sé que estás ocupado.
—Todo está bajo control —le aseguró él poniéndose en pie.
—Si tienes que irte...
—Te acompañaré a tu clase.
—Aún quedan veinte minutos. Llegarás tarde.
Él la miró sin comprender y a Ashley se le ocurrió que era mentira lo de la llamada. Sólo había sido una excusa para no hablarle de su hermano. La curiosidad ardía en ella y le habría gustado seguir presionando un poco más, pero dudaba mucho que fuera a conseguir nada.
—Vete a casa. Ronnie me acompañará a clase — dijo al ver a la mujer de mediana edad que daba clase justo en el aula contigua.
—Hasta la cena —dijo él dando un paso hacia la puerta, pero lo pensó mejor y retrocedió. Se inclinó hacia ella y le dio un beso en la mejilla. Tras unos segundos, se irguió y se alejó hacia la puerta.
Con un yogur y una manzana en la mano, Ronnie se dejó caer en el sofá junto a Ashley.
—No es precisamente un hombre cálido —dijo ella, directa como siempre.
Era cierto, pero Ashley se vio en la necesidad de defenderlo.
—Es un buen hombre. Tendrías que verlo con los niños.
—De hecho, algunos de tus alumnos le han contado a los míos lo de la hora de lectura. Mis niños tienen bastante envidia —Ronnie la miró de cerca—. Sé que no es asunto mío...
—¿Y cuándo ha importado eso en Hart Valley? — dijo Ashley con una sonrisa.
—Sólo me preguntaba... si vosotros dos... quiero decir, el matrimonio es lo normal en estos casos.
—¿Has estado hablando con Arlene?
—Es obvio que le importas.
—¿A Jason? —dijo ella sacudiendo la cabeza para negarlo imposible—. Por supuesto que no.
—No todos los matrimonios son por amor —dijo Ronnie encogiéndose de hombros.
—Tengo que ir a clase. ¿Puedes ayudarme?
Una vez de pie, Ashley guardó lo que le había sobrado del sándwich en el frigorífico y salió a la calle. Quedaban cinco minutos para que sonara el timbre. Había dejado el móvil en su mesa cuando salió a comer y le apetecía aprovechar los últimos minutos libres antes de clase para llamar a Jason. No sabía exactamente de qué quería hablar con él, pero pensaba que se sentiría mejor escuchando su voz.
Cuando se sentó y tomó el teléfono, vio que tenía una llamada perdida de Sara y un mensaje. Su hermana rara vez la llamaba cuando estaba en clase, y empezó a preocuparse.
El mensaje decía: «Llámame cuando puedas» y eso es lo que hizo.
Sara respondió como si estuviera esperando al lado del teléfono.
—¿No estás en clase?
—Me quedan dos minutos. ¿Qué ocurre?
—Podrían ser malas noticias.
—¿Le ocurre algo a Evan?
—Todos estamos bien —la tranquilizó Sara—. Es sobre nuestro padre.
Ashley revivió las viejas y horribles imágenes.
—¿Qué ocurre con él?
—Podría estar vivo.
Ashley se quedó inmóvil, consciente sólo a medias de que los niños hacían cola fuera junto a la puerta.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé con seguridad, pero encontré una foto en un periódico el año pasado.
—No me habías dicho nada —los niños empezaron a llamar a la puerta y Ashley se levantó.
—No estaba segura de que fuera él, pero entonces encontré algo en Internet. Un tal Hank Rand arrestado en Las Vegas.
Ashley se obligó a sonreír según entraban los niños.
—Podría ser otro.
—Claro. No había ninguna foto, pero pensé que sería mejor decírtelo.
—Te llamaré más tarde.
Y colgó deseando fervientemente llamar a Jason. Dudaba mucho que pudiera hablarle de su padre, revelar el secreto que ni siquiera le había contado a su hermana. Ansiaba su protección.
Pero con la clase llena de alumnos, no tenía tiempo para hablar con él. Si no les daba tarea, se descontrolarían con Zak Forrest a la cabeza. Ya estaban fuera de sus asientos varios de ellos, corriendo por la clase o hablando con otros niños.
Desde su punto de vigía entre los cochecitos y las bañeras en Todo para el bebé, Jason observaba a Ashley deambulando por los pasillos de la tienda tras la clase de preparación. El vestido de seda de flores que llevaba marcaba sus formas redondeadas en una cascada de color azul celeste, dejando a la vista el generoso pecho a través del escote en V. Durante la clase, le había costado mucho retirar la vista de la misteriosa hondonada.
Ashley se detuvo a contemplar los móviles situados junto a las ventanas de la tienda, en particular uno del que colgaban mariposas y tiró de la cuerda para activar el mecanismo de movimiento. Desde donde estaba, Jason no podía oír la música, pero la suave luz iluminó su rostro. Levantó la cabeza buscándolo, y sonrió al verlo. Debería haberle devuelto la sonrisa, sabía que ésa era la respuesta correcta. Maureen le había aleccionado siempre sobre la costumbre de sonreír cuando saludaba.
Ashley pareció satisfecha, fuera lo que fuera que hubiera visto en su rostro. Su sonrisa se suavizó y dejó la mirada fija en él, entre el sonido de los móviles y el entrechocar de las perchas de ropa de bebé. Al cabo, retiró la vista y continuó su paseo hacia una mesa donde se apilaban mantas de bebé. Jason se había quedado sin aliento. Su cerebro comenzó a girar en espiral sin descanso y, en un impulso que se había convertido en un hábito para él, centró su atención en Ashley. La espiral se ralentizó hasta detenerse.
Tenía que llamar a Steven. Haber ido de compras con Ashley significaba el tercer fin de semana que no iba a casa. Al fin de semana siguiente del festival de otoño, el cuñado de Ashley, Keith, llamó para ver si podía echarle una mano en la construcción de un nuevo establo. Sorprendentemente, había accedido sin pensarlo. Pero ver que había disfrutado trabajando con Keith, Jameson O'Connell y Gabe Walker lo sorprendió aún más.
Sabía que a Steven no le hacía feliz que no fuera a verlo. Se lo había dejado claro por teléfono, entre lágrimas de rabia. La culpa por decepcionar a su hermano era como una losa sobre sus hombros. Tendría que compensarle, intentar acercarse durante la semana. Pero no le gustaba dejar a Ashley sola en su avanzado estado.
Las palabras de la cotilla de Arlene seguían resonando en su mente: «Cásate con ella». Llevaba dos semanas pensando en ello. No se lo había vuelto a repetir a Ashley desde aquella noche, pero la idea seguía allí.
En la lógica más básica, tenía sentido legalizar su situación si lo que quería era proteger a Ashley, a los mellizos. Como su esposa, tendría mejor acceso a sus recursos económicos.
Maureen se pondría como una furia, pero ya había discutido con su abogado la posibilidad de poner a su nombre la mansión de San José con todo lo que había dentro. Si creaba una filial de Kerrigan Technology en la ciudad de Folsom estaría a tan sólo cuarenta y cinco minutos de Ashley y sus hijos, en vez de a tres horas.
Pero casarse no era sólo cuestión de lógica, especialmente para una mujer. El amor solía ser una parte importante o, al menos, un poco de afecto. Y hacía tiempo que había aprendido que él no funcionaba así.
Era cierto que cuanto más tiempo pasaba con Ashley, más cómodo se sentía con ella. La tensión que sintiera cuando se mudaron a la casa, acentuada con la excitación constante hacia ella, había cedido. Era reconfortante para él, algo que nadie había logrado excepto su madre, y hacía años que había muerto.
Pero estar cómodo con alguien distaba mucho de amar. Aunque había conseguido imponer su voluntad para que se mudara a la casa grande, dudaba mucho que la misma táctica tuviera éxito para convencerla de que se casara con él. Sería más fácil pedirle a su abogado que redactara un equivalente legal.
Ashley cruzaba la tienda en dirección a él, cuando el móvil de Jason sonó.
—Kerrigan. Espere un momento —dijo a la persona que llamaba y llamó la atención de Ashley—: Las cunas están arriba. Hay ascensor.
—Contesta y subimos juntos después.
—Diga.
—Soy Harold.
El cuidador de su hermano. Un nudo le atenazó el estómago.
—¿Ocurre algo?
—Es Steven.
—¿Otro ataque?
—Me temo que es mucho más, Jason. Ha tirado todo lo que había en su habitación. Ha roto una ventana por accidente. Maureen ha sufrido una crisis de nervios.
—Ponlo al teléfono.
Escuchó una discusión de fondo y luego la suave y tranquilizadora voz de Harold y las petulantes respuestas de Steven.
—Aquí está —dijo Harold antes de pasarle el teléfono.
—Hola, hermanito. ¿Cómo estás?
—Te echo de menos —dijo Steven llorando—. Por favor, por favor, ven a casa.