Capítulo 2

TENDRÍA que haber imaginado que no aceptaría un no por respuesta.

Jason se centró en Ashley, en su delicado rostro, en las ligeras líneas de expresión suavizadas por el embarazo, en su enorme barriga y dentro su bebé. «Su» hijo. Su responsabilidad. Tenía la obligación de protegerla, a ella y al niño, tanto si le gustaba como si no.

—No voy a irme —le aseguró ella entornando la vista.

—Yo tampoco.

—Pues quédate —dijo ella levantando la barbilla.

Jason valoró mentalmente la situación. La cosa llevaría algo de tiempo, pero siempre la había considerado una mujer sensata y estaba seguro de que la con-vencería si le exponía el caso concienzudamente. Se dirigió al sofá.

— Siéntate —inspiró profundamente—. Por favor.

Ella lo miró con desconfianza, pero se acercó al extremo opuesto del sofá. Buscando a tientas por detrás de sí para buscar los cojines, Jason extendió una mano para ayudarla a sentarse. El calor del contacto le resultó muy chocante. Con la mirada fija en la de ella, no pudo evitar que los recuerdos se agolpasen en su memoria. Se obligó a soltarle la mano y se sentó en el sillón contiguo.

—¿No tienes un negocio que atender? —preguntó ella frotándose las manos.

Lo que lo aguardaba en casa ejercía buena presión sobre él, pero se encogió de hombros, restándole importancia.

—¿Qué esperabas, Ashley? ¿Que te vería y me marcharía después?

—No había pensado en ello —dijo ella sonrojándose.

Obviamente, ahora tampoco estaba pensando, considerando su categórica insistencia en quedarse. Al cabo de un día, la habría convencido.

—¿Hasta cuándo? —preguntó alisándose la falda sobre la barriga. Un vestido premamá no debería ser una prenda sexy, pero había algo en los colores, en las manos de Ashley, que lo excitaban.

—¿Qué?

—¿El fin de semana?

—Necesitaremos tiempo para cerrar los detalles.

 

 

 

—No vas a quedarte aquí.

Jason miró a su alrededor, un espacio diminuto ciertamente, y se imaginó compartiéndolo con Ashley. Estarían codo con codo, rozándose en todo momento, respirando el mismo aire.

—No, claro que no —dijo él reprimiendo la reacción de su propio cuerpo—, ¿Y qué sugieres?

—La Posada de Hart Valley es el único lugar aquí para hospedarse; a menos que quieras ir a Marbleville.

Lo mejor sería quedarse cerca para poder presionar mejor. Tenía que arreglar aquello lo antes posible y volver a San José.

El destino había dado un giro inesperado a su vida, no hacia el desastre más absoluto como hacía veinte años, sino hacia algo... nuevo. Inesperado. Y a él no le gustaban las sorpresas.

Había algo en los ojos castaños de Ashley que lo llamaban. Huérfano de madre desde hacía tiempo, no había tenido facilidad para ofrecer calor y reconfortar, ni siquiera se le había pasado por la cabeza que fuera algo que se esperase de él. Pero algo en la mirada atribulada de Ashley le hizo extender el brazo hacia ella.

Tomó su mano con la intención de darle un apretón de ánimo, una sonrisa que la tranquilizara, pero en cuanto se rozaron, volvió a notar que su universo giraba, al tiempo que la lujuria y el deseo se apoderaban de él.

Por la posición en ángulo recto de sillón y sofá, las rodillas de ambos se rozaban. Veía la forma de las piernas de Ashley a través de la delgada tela del vestido, tentándolo a deslizar una mano por el estilizado muslo. Puede que sólo hubiera sido una noche, una hora de sexo apasionado, pero recordaba el tacto de su piel firme mientras levantaba los dedos hacia los rizos cobrizos.

El corazón le retumbaba en los oídos mientras se inclinaba hacia ella, la rodilla entre las piernas de ella. Buscó el equilibrio en el borde del sillón mientras le sujetaba la cabeza por la nuca con una mano y con la otra acariciaba el misterioso cabello. Ashley lo miraba con los ojos muy abiertos, el calor existente entre ellos era inconfundible. Entreabrió los labios invitándolo a entrar en ellos.

Jason estaba tan cerca que podía oír su respiración, oler su aroma.

Le soltó la mano, deseoso de acariciarle el resto del cuerpo, pero el terreno había cambiado, y al primer contacto con su barriga redondeada, se detuvo. Se irguió entonces y se puso de pie de un salto.

—Dios mío, lo siento.

Ashley se quedó mirándolo, tan sorprendida como él. Estaba acalorada, aunque Jason no sabría decir si de vergüenza o de excitación.

 —No tenía derecho alguno a tocarte.

—No, es cierto —dijo ella inspirando y su pecho se elevó.

—Pero mis intenciones... —él se detuvo a buscar las palabras justas—. Mi único propósito es cumplir con mi obligación. No habrá ningún otro tipo de relación entre nosotros.

—Por supuesto.

—Será mejor que me marche. Iré a llevar mis cosas a la posada —Jason se dirigió a la puerta sintiéndose un completo idiota—. Te llamaré —y sin más salió al sol de la tarde.

No pensó en nada hasta que estuvo en camino. Tenía un montón de tareas pendientes en la PDA pero podría hacerlo todo desde su portátil, con una línea de teléfono. Tenía que llamar a su madrastra, Maureen, y al cuidador de su hermano, Harold. Sólo había llevado una muda, así que tendría que ir a Marbleville de compras. Su madrastra pondría el grito en el cielo si supiera que iba a vestir algo que no fuera Armani o Gucci. Tendría que hablar con su abogado para crear un fondo de fideicomiso para el bebé y otro para Ashley. Maureen también pondría el grito en el cielo por eso.

Y debería llamar al mayordomo de Maureen para que fuera preparando las habitaciones para Ashley en la mansión, preferiblemente en el ala opuesta a la que ocupaba él.

Como si de un dulce sueño se tratara, el rostro de Ashley se coló en su mente. Debería borrarlo de su cabeza, pero lo dejó estar un poco mientras salía de los límites de la ciudad. No se había permitido sentir ni un poco de nerviosismo ante la idea de volver a verla y ahora, de pronto, una sensación muy cercana al placer amenazaba con florecer en su interior.

Ni cinco minutos después de que se marchara Jason, el móvil de Ashley sonó. Tumbada sobre los cojines del sofá, todas las células de su cuerpo vibrando aún por lo que había estado a punto de ocurrir, miró el aparato tratando de decidir si contestaba o no.

Probablemente fuera Sara y si no contestaba, aparecería en un santiamén. Se levantó del sofá y se acercó al aparador donde estaba el teléfono.

—¿Eres vidente o qué? —preguntó Ashley sonriendo tratando de enmascarar el nerviosismo de su voz—. Acaba de irse.

—Es el padre, ¿verdad? —preguntó Sara.

—Sí —dijo Ashley. Veintitrés años y aún se sentía como la hermanita pequeña—. Culpable.

—¿Por qué ahora? —presionó Sara—. Hace meses que lo sabes, cualquiera habría creído que se presentaría antes.

—No lo ha sabido hasta hoy —dijo Ashley tras tomar aire.

Pasaron unos segundos antes de que Sara volviera a tomar la palabra.

—¿Y ahora que ya sabe la buena nueva?

—Se quedará un par de días. Para cerrar algunos detalles.

—¿Quedarse dónde? ¿Contigo?

—Claro que no. En la posada.

—¿Sabe que...?

—No.

—Tienes que decírselo.

—De una en una.

—¿Qué sabes de él?

¿Aparte de su relación con Kerrigan Technology? Nada. El siempre se había mostrado reservado, oculto tras un muro emocional.

—Estoy embarazada, Sara. Él es el padre. No tengo más remedio que dejar que se involucre.

—¿Te vas a casar con él?

—¿Qué? Por todos los santos, no.

—Porque si apenas lo conoces...

—El matrimonio no es una opción.

—Mantenme informada —dijo Sara dejando escapar un suspiro—. Si da un solo paso en falso...

—Serás la primera en saberlo —dijo Ashley tras lo cual se despidió y colgó. No podía discutir con Sara en ese momento cuando ni ella sabía qué iba a hacer.

Sara la había protegido durante años, primero de un padre maltratador y después tratando de salir adelante juntas. A su hermana le resultaba difícil dejar de protegerla y más aún, aceptar que Ashley podía valerse por sí misma.

El móvil sonó de nuevo y a punto estuvo de dejarlo caer al suelo. La pantalla mostraba «Kerrigan Technology». El corazón se le aceleró, pero consiguió aplastar la reacción y contestar.

—Diga.

—¿Sabes guardar un número en tu móvil?

Una pregunta tan brusca era típica de Jason.

—Me lo puedo imaginar.

 —Pues guarda mi número. Quiero saber que puedes contactar conmigo siempre que lo necesites.

Pero ella no lo necesitaba, ni siquiera quería que estuviera allí. Una cosa era decirle a Sara que Jason merecía ser parte de la vida de su bebé, y otra muy distinta aceptarlo en la suya propia.

—Lo guardaré. Gracias. ¿Qué estamos haciendo, Jason? —preguntó sin poder contenerse.

—¿Qué te parece si cenamos?

—Tengo cosas que hacer. Y sé que tú también.

—Entonces deja que te lleve a desayunar —Jason suspiró exasperadamente—. Hay una cafetería enfrente de donde estoy.

—El café de Nina. Pero no puedo ir a desayunar. Aún estoy preparando la clase para el lunes.

—Iré contigo. Así podremos hablar.

Lo último que quería era tenerlo en su clase, que conociera su vida. Él no pertenecía a aquel lugar. ¿Pero acaso tenía opción?

Se sintió terriblemente cansada y de pronto supo que no tenía la energía para resistirse a él.

—Recógeme a las nueve.

—Llevaré el desayuno —un pitido sonó ajeno a su conversación—. Tengo un mensaje que estoy esperando.

—Hasta mañana.

—Tengo que contestar.

—De acuerdo.

Seguía sin colgar porque Ashley podía oír claramente la respiración de Jason al otro lado del teléfono.

—Lo solucionaremos, Ashley —y colgó.

Ella se quedó mirando el teléfono muda de asombro. Le había parecido hasta humano. Claro que la idea de Jason de solucionar las cosas significaría que él ordenaría y ella obedecería.

Dejó el móvil y volvió al sofá, exhausta. Se tumbó y apoyó las piernas sobre el brazo del sofá mientras se colocaba cojines bajo la cabeza y pensaba en cómo le daría el resto de la noticia a Jason.

Jason desconectó el móvil y casi tiró el aparato sobre la mesa. Sabía que la conversación con su madrastra sería difícil, pero no había imaginado un enfrenta- miento tan desagradable. Habitualmente ignoraba las diatribas de su madrastra, pero cuando había empezado a atacar, le había costado trabajo contener la calma. Había acusado a Ashley de utilizar al bebé para obligarlo a casarse con él y poder acceder así al dinero de los Kerrigan, y a él lo había insultado por haberse dejado engañar por ella seis meses atrás y su decisión de hacerse cargo del bebé le parecía una auténtica locura. Le había insistido en que pidiera un test de paternidad pues de otra forma su comportamiento no hacía sino apoyar el error que su padre había cometido al dejar Kerrigan Technology en manos de su hijo, un hombre que llevaría la compañía a la quiebra, el trabajo de toda una vida.

Sus dedos volaban sobre el teclado escribiendo media docena de e-mails urgentes en su portátil. Tenía que dar el visto bueno a un informe de seguridad y revisar unos currículos para un puesto de director de marketing. Estaría ocupado esa noche.

Pero Ashley estaba tan cerca que no podía pensar con claridad. No tenía sentido cuando no había pensado en ella ni dos veces desde que dejó la universidad.

Bueno, eso no era cierto. A veces, durante alguna reunión con el departamento comercial de Kerrigan o en una de las interminables discusiones con el abogado de su padre, Ashley había conseguido colarse en su mente, a veces sólo su rostro, otras el recuerdo de su noche de pasión borraba cualquier otro pensamiento.

Esas imágenes lo inundaron en ese momento, tan vívidas como si Ashley estuviera a su lado. Tomó la botella de agua que tenía al lado y bebió la mitad de un trago, aunque echársela por encima habría sido más efectivo.

Se sentía tan agitado en aquella pequeña y recargada habitación que la idea de esperar al día siguiente para verla se le hacía insoportable. Sobre todo después de la discusión con Maureen. Deseaba estar con Ashley, aspirar el aroma de su piel, acariciar su sedoso cabello. Ya estaba de pie, las llaves del coche en la mano, cuando se detuvo y se obligó a sentarse y concentrarse en su trabajo.

Tecleó hasta que sintió los dedos agarrotados y el cuello dolorido. El rostro de Ashley seguía flotando como un salvapantallas, su dulce sonrisa, su suave mi-rada fija en él.

A las ocho notó que el estómago le gruñía. Se levantó y trató de estirarse un poco. Abrió la ventana que daba a Main Street y dejó que la fresca brisa de la tarde entrara en la habitación. Hart Valley se había recogido ya para la noche, todos los establecimientos estaban cerrados y apagados excepto el café de Nina, pero el último coche aparcado fuera del local se marchaba en ese mismo momento.

Afortunadamente para él, sólo iba a estar allí un día o dos. Estaba acostumbrado al movimiento constante de ciudades como San José o San Francisco, lo distraían de la oscuridad que rodeaba su vida. No se encontraba a gusto en un lugar tan tranquilo.

Los faros de un coche acercándose llamaron su atención. El coche, un escarabajo antiguo, aparcó junto a su Mercedes en el aparcamiento de la posada. La portezuela se abrió y una mujer con el pelo cobrizo emergió. Ashley. Estaba allí.

El corazón empezó a latirle con fuerza y se apoyó sobre el alféizar de la ventana cuando Ashley levantó la vista hacia su ventana. Localizó la ventana aunque no era la única encendida. Ashley permaneció junto a la puerta abierta de su coche, inmóvil. Parecía dispuesta a subir de un momento a otro.

— ¡No te vayas! —el sonido de su propia voz resonó en los oídos de Jason y se dio cuenta de que había gritado. En el sobrenatural silencio de Main Street, hasta Ashley lo habría oído. Aun así, ésta se quedó junto al coche como si planeara huir.

Finalmente, pegó un portazo y se dirigió a la entrada de la posada. El alivio lo invadió. Lo alarmaba no obstante que la llegada de Ashley hubiera significado tanto para él, y tomó medidas drásticas contra las emergentes emociones.

Retrocedió de la ventana y al mirar a su alrededor se dio cuenta de lo peligroso que sería estar con ella en la habitación, especialmente después de lo que había estado a punto de ocurrir en su casa. Sería mejor que se sentaran en el salón en el que servían el café por la mañana.

Para cuando salió al vestíbulo, Ashley ya estaba al pie de las escaleras. Su belleza lo embargó momentáneamente así que ya había avanzado algunos escalones cuando pudo por fin hablar.

—Yo bajo —le dijo dirigiéndose a ella.

—Tengo que hablar contigo —dijo Ashley, sujetándose a la barandilla.

—Será mejor que no hayas venido a pedirme que me vaya —dijo él, deteniéndose un escalón por encima de ella.

—No es eso —dijo ella, la tensión bordeaba sus palabras.

—No podemos subir a mi habitación.

—No. No podemos —contestó ella.

—Nos sentaremos en el salón de abajo —dijo él pasando junto a ella y ofreciéndole una mano.

Ashley la aceptó y, por la manera en que se apoyó en él para bajar los últimos escalones, Jason supo que lo necesitaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¿Es normal? —preguntó él, guiándola hasta el salón.

—¿Qué? —preguntó ella con las manos posadas ligeramente sobre el vientre.

—Que estés agotada —dijo él, tomándole la mano nuevamente para ayudarla a sentarse en el sofá.

—¿Por qué no iba a estarlo? —dijo ella inclinando la cabeza contra el respaldo del sofá—. Es tarde.

—Son las ocho y media —dijo él sentándose a su lado aunque manteniendo una decorosa distancia entre ambos—. En Berkeley nos pasábamos noches enteras en vela discutiendo sobre teorías económicas.

Ashley sonrió al tiempo que lo miraba.

—Tú discutías sobre teorías económicas. A mí me gustaba más hablar de Shakespeare.

Jason se dio cuenta de que el cansancio pesaba en sus párpados, y sin problemas la imaginó en la cama, recostada sobre una mullida almohada, mirándolo.

—¿De qué querías hablar?

—Tengo que decirte algo —dijo ella desviando la mirada.

El corazón de Jason comenzó a latir con fuerza por un miedo irracional.

—Le ocurre algo al bebé.

—No. Los bebés están bien —dijo ella mirándolo sorprendida.

¿Bebés? Sí sumaba dos y dos, daba...

—Mellizos, Jason —dijo ella con expresión grave—. Voy a tener mellizos.