Capítulo 12
MIRANDO la mesa para la cena, Ashley pensó que así debía ser una familia. Jason presidía la pequeña mesa en un extremo, Ashley a su izquierda y Steven a su derecha. Harold estaba sentado al otro extremo, entreteniéndolos con historias de su época en la Marina. Steven se reía a carcajadas con el abandono de un niño, y Jason sonreía.
Su mirada se encontró con la de Jason, y la sonrisa de éste se suavizó. Era como si la presencia de Steven en esas últimas semanas hubiera logrado un milagro. Jason parecía haber encontrado una manera de aflojar la tensión. Seguía protegiéndose, guardando una sutil distancia emocional entre ambos. Pero parte del constante dolor parecía haber sanado.
Paradójicamente, mientras el humor de Jason se suavizaba, las sombras habían empezado a levantarse en los rincones de la mente de Ashley. Tal vez sólo fuera un efecto secundario, más del aumento de hormonas, pero sus sueños se habían vuelto sombríos últimamente. Habían empezado la noche siguiente a la llegada de Steven a casa. En ellos veía a sus padres, a Hank Rand furioso y a su madre gritando aterrorizada.
Se había despertado con el corazón acelerado, buscando tranquilidad entre los brazos de Jason, pero él no estaba, no había vuelto a dormir con ella desde aquella primera noche. Se había levantado poco antes que ella y nunca habían hablado del asunto. Dormía y trabajaba en su habitación al otro lado del pasillo y lo veía tan poco como cuando habitaba la casa de invitados.
Harold estaba contando una nueva historia entre las risotadas de Steven cuando Ashley comenzó a frotarse el vientre tratando de calmar a los dos gimnastas que llevaba dentro. Acababa de finalizar la trigésimo quinta semana, y estaba deseando verlos.
Harold se levantó y empezó a recoger la mesa. Ashley empujó la silla hacia atrás.
—Tú has cocinado, me toca recoger —protestó ella.
—Y a mí me parece que tienes una buena excusa para ser perezosa —dijo Harold retirando el plato y el cubierto de su sitio—. Steven me ayudará. ¿Lavar o secar? —preguntó al hermano de Jason.
Ashley se dejó caer en la silla de nuevo.
—Como quieras. Estoy absolutamente agotada.
Jason y ella se fueron al sofá del salón. Desde la cocina, llegaban las risas de Harold y Steven. Jason la miró suavemente, como una caricia.
—¿Tengo queso en la nariz o qué? —preguntó ella riéndose para aliviar la tensión.
—¿Qué le ocurrió a tu madre? —preguntó él con gesto adusto.
—¿Por qué lo preguntas? —preguntó ella sorprendida.
—Te oigo gritar por las noches —dijo él colocándole un mechón detrás de la oreja—. Cuando entro a ver qué te ocurre, estás hablando en sueños.
Su amable caricia casi le hizo llorar.
—¿Qué decía?
—La llamabas. Gritabas a tu padre que parase. Suplicabas a tu madre que se despertara —metió los dedos entre su pelo, la voz cada vez más suave—, ¿Te pegaba?
—A mí no —dijo ella sacudiendo la cabeza—. A mi madre. Y cuando ella murió, a Sara.
—¿Pegaba a tu hermana? —preguntó con los ojos llenos de furia—. ¿Pero a ti nunca te tocó?
—Una vez. La noche que Sara y yo huimos de casa.
—¿Dónde está ahora?
—Murió —dijo ella automáticamente a pesar de la reciente revelación de Sara—. En un incendio.
Harold salió de la cocina.
—Steven quiere daros las buenas noches.
Steven dio a Ashley un suave abrazo y Jason los acompañó a la casa de invitados como hacía siempre, dejándola sola en la casa silenciosa.
Con un suspiro, apoyó la cabeza en el sofá. Si cerraba los ojos, probablemente se quedaría dormida, pero las pesadillas aparecerían.
Tiró del bolso que estaba sobre la mesa de centro y buscó la cartera. Junto al recorte de la casa de sus sueños, había una fotografía, vieja y arrugada. Ashley le quitó las arrugas. Era el único recuerdo tangible del rostro de su madre antes de que se desvaneciera de su memoria.
Oyó la puerta trasera al cerrarse y el cerrojo y suspiró aliviada al tener a Jason de vuelta. Se sentía más segura con él en casa.
En cuanto entró, recayó en la fotografía. Ashley se la mostró.
—Mi madre.
—Te pareces a ella —dijo él mirando el pequeño rectángulo.
—Sara se parece más —dijo ella, sonriendo complacida.
—No lo creo —dijo él mirando la fotografía con más detenimiento—. Tienes sus ojos, su boca —su atención se centró entonces en los labios de Ashley y ésta sintió un escalofrío por la columna.
—Es todo lo que me queda de ella. Tuvimos suerte de encontrarla antes de salir de allí —el recuerdo seguía intacto—. Tuvimos que salir a escondidas mientras mi padre dormía la mona. Cuando me di cuenta de que había olvidado la foto, le supliqué a Sara que volviésemos a por ella. Casi había salido de la casa cuando despertó. Nos persiguió por toda la calle mientras nosotras huíamos con su coche.
—¿Puedo quedármela un par de días? —preguntó él mirando la foto con cuidado.
—Es la única copia que tengo.
—Tendré cuidado —levantó la mirada hacia ella—. Te prometo que no le pasará nada.
Jason se acercó a un escritorio que había en un rincón y sacó un sobre en el que guardó la foto y se metió el sobre en el bolsillo de la camisa.
—Te acompañaré arriba.
—¿Para qué la quieres? —preguntó enlazando los dedos con los de él.
—Te lo diré después.
Tendría que ser suficiente.
La ayudó a subir a su habitación y se detuvo junto a la cama para darle un beso de buenas noches. Fue un leve roce en los labios, cálido y acogedor. Daría lo que fuera por que durmiera con ella, pero no se atrevía a pedírselo.
—¿Qué le ocurrió, Ashley? —preguntó sosteniendo aún su mano.
—Murió.
—¿Cómo?
—¿Qué importa? —preguntó ella aun sabiendo que sí importaba.
—En tus sueños, gritas asustada.
Estaba asustada.
Siempre había apartado de su mente las terribles sospechas que tenía, pero sus recientes pesadillas habían despertado la duda. Luchó para ceñirse a la historia que su padre les había contado, la historia que incluso Sara creía.
—Se cayó. Por las escaleras.
—¿Lo viste? —preguntó él, acariciándole la mejilla.
—Sí. No... —recordaba a su madre al pie de las escaleras, destrozada. Pero también recordaba la imagen de su padre gritándole que se fuera a su habitación y así lo hizo.
Jason la rodeó con sus brazos, apretándola con fuerza. Ashley tuvo que luchar para contener las lágrimas. Puede que no lo amara, pero Jason se había con-vertido en la roca, en los cimientos a los que asirse. Agradecía tenerlo allí.
—Nadie volverá a hacerte daño, Ashley. Me aseguraré de ello —dijo soltándola y acercándose a la puerta.
Acción de Gracias en casa de Sara estaba siendo más ruidoso de lo habitual con doce personas a la mesa, ellos tres, Ashley, Jason y su hermano, y algún otro habitante de Hart Valley que no tenía un lugar al que ir para celebrarlo. Harold había ido a casa a celebrar el día con su hija a pesar de las súplicas de Steven para que se quedara.
Desafortunadamente, la deliciosa cena de Sara no le sentó bien a Ashley. No se había encontrado muy bien en todo el día. Los mellizos no habían dejado de moverse en su vientre.
Ahogó un grito al sentir un agudo pinchazo en la parte baja de la espalda. Jason se puso alerta de inmediato.
—¿Qué te ocurre?
—Creo que me he pasado limpiando en la clase esta mañana —dijo ella frotándose la espalda.
—Te dije que esperaras. Steven y yo lo habríamos hecho.
—Pensé que podía... ¡ Ay!
Debió gritar más fuerte de lo que creía porque al momento Sara le estaba prestando toda su atención desde el otro extremo de la mesa.
—¿Qué ocurre, Ashley?
—No es nada. Sólo me duele la espalda.
Pero todo el mundo la miraba. Otro pinchazo y, a continuación, sintió la silla húmeda.
Tardó un poco en darse cuenta de lo que había ocurrido. Tomó la mano de Jason.
—Creo que he roto aguas —dijo con la respiración agitada.
Al momento, un completo caos se adueñó de la situación, aunque allí estaba Sara para calmar la situación.
—Jason, ve a buscar el coche. ¿Está su bolsa en el maletero?
Jason parecía frenético.
—Aún no. Creí que teníamos tiempo.
—Cálmate, Jason —dijo Sara—. Keith, ve a buscar la bolsa de Ashley.
Ésta iba a decirle donde estaba cuando otro pinchazo le sobrevino. Con una mueca de dolor, apretó la mano de Jason más fuerte.
—Está en el armario de los abrigos de la planta de abajo —dijo él sin pestañear.
Ayudándola a levantarse, la sujetó por un lado mientras Sara lo hacía por el otro.
—Al menos estamos tan sólo a cinco minutos del hospital. Si hubierais estado en casa, serían veinte.
Mientras la ayudaban a salir al porche, Ashley consiguió hablar.
—El osito.
—Los dolores la han vuelto loca —dijo Sara agarrándola del brazo.
—Es su objeto para concentrarse en el parto — aclaró Jason.
—¡Espera un poco, Keith! —gritó Sara entonces y se volvió hacia Ashley—, ¿Dónde está?
Demasiado mareada de dolor para recordarlo, Ashley sacudió la cabeza. Milagrosamente habían llegado al coche y Jason la ayudaba a entrar.
—No te preocupes. Estoy aquí. No te preocupes, cariño.
El dolor debía estar haciéndola ver cosas inexistentes. El tono tierno, el término cariñoso con ella, debía ser una alucinación.
Cuando subió al coche a su lado, le puso algo en la mano. Era la foto de su madre, plastificada y con una cadenita. Ver el rostro sonriente de su madre pareció sofocar un poco el dolor, suavizar los espasmos.
Los neumáticos levantaron la grava al salir a toda prisa de la casa de Sara y Keith. Jason le acarició el brazo con la yema de los dedos.
—¿Servirá la foto?
Ella asintió, asiéndola con toda la fuerza posible mientras una nueva ola de dolor la asaltaba.
—Gracias —consiguió decir y Jason pisó a fondo el acelerador.
Nunca en su vida se había sentido tan aterrorizado. Sentada a su lado, Ashley le clavaba los dedos en el brazo mientras se daba toda la prisa en llegar al hospital.
Ahora ya estaban allí, y un grupo de enfermeras la esperaban en la puerta con una camilla en el aparcamiento. En silencio, agradeció a Sara que hubiera llamado al hospital para avisar de su llegada.
Aunque los mellizos parecían tener prisa por salir en el salón de Sara y de camino al hospital, parecían reticentes a hacerlo una vez que Ashley estuvo cómodamente instalada en el hospital. Los dolores del parto redujeron la velocidad, un alivio para Jason porque no podía soportar el sufrimiento de Ashley, aunque ésta dejó claro que lo mejor sería acabar con ellos lo antes posible. Por ello, cuando los dolores se aceleraron de nuevo cuatro horas después, se mostró fuerte para afrontarlo. Cuando el dolor parecía consumirla, se limitada a asirse a él con más fuerza, con la mirada fija en la fotografía que él le había dado.
Nació primero su hija y un sentimiento de pura felicidad explotó en su interior. Desde sus primeros chillidos hasta la expresión de indignación en su carita enrojecida, le parecieron rasgos encantadores. Con el nacimiento de su hijo segundos después, creyó que el corazón le reventaría en el pecho.
Ashley y sus bebés quedaron instalados en su habitación hacia las dos de la madrugada e inmediatamente se quedó dormida. Jason sesteó en una silla a los pies de la cama. Cada vez que se despertaba, buscaba con la mirada a Ashley, y después a los bebés, aún luchando por creer en la nueva vida a la que había dado lugar.
Mientras la lluvia otoñal sacudía las ventanas, los niños dormían plácidamente en sus cunitas, cada uno a un lado de su madre. Tras amamantarlos por turnos, Ashley se había vuelto a quedar dormida. Jason permaneció en la silla todo el tiempo, dolorido y con los ojos rojos, vigilando que todo estuviera bien.
Sentía una fuerza protectora en su interior hacia aquellas pequeñas criaturas que dormían en sus cunitas y sabía que no había nada que no hiciera por ellos.
¿Cómo iba a abandonarlos? No podía volver a San José, a su antigua vida y fingir que no existían.
—Hola —la suave voz de Ashley lo sacó de sus pensamientos.
—Hola.
—¿Has oído? Podemos irnos a casa mañana —dijo con una sonrisa y un agradable calor le caldeó las entrañas.
Tuvo que resistir el impulso de tumbarse a su lado en la estrecha cama y abrazarla.
—Los asientos para los bebés están en el coche.
—Bien —dijo ella alisando la manta de la cama—. Quiero darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por estar ahí, Jason. Cuando más te necesitaba...
—Tu hermana lo habría hecho mejor.
—No quería a mi hermana en ese momento —dijo ella con firmeza—. Te quería a ti.
Jason no sabía qué decir a eso, no sabía qué hacer con los sentimientos que estaban brotando en su interior. Miró a Meredith y después a Marshall.
—Ashley —comenzó con voz áspera—, ¿qué voy a hacer?
La súplica quedó suspendida en el aire entre los dos. Ashley trató de descifrar el dolor que veía en su rostro, la angustia que había en sus ojos. Pero como siempre ocurría con Jason, nada estaba claro.
Moviéndose lentamente consciente de lo doloroso que le resultaba, se incorporó en la cama.
—Háblame, Jason.
Jason se levantó y se colocó junto a la cuna de su hijo.
—No se suponía que fuera a sentirme así.
—Eso no es cierto. Eres su padre.
—No es suficiente. Nada de lo que he hecho en mi vida ha sido suficiente.
—Me ayudaste a crear a estos dos milagros —dijo ella tomándole la mano.
—¿Y qué voy a hacer por ellos? —dijo él riéndose con amargura—. Me da miedo tomarlos en brazos. Haré algo mal. Les haré daño.
—¿Y crees que a mí no me asusta la idea de hacer algo mal? Es un miedo lógico que sufren todos los padres.
—Sería mejor que me fuera —dijo él sosteniéndole la mano con fuerza, pero mirando a Marshall—. Para ellos. Para ti.
—Siéntate —dijo ella tirándole de la mano.
Él dudó un poco antes de sentarse a su lado. Ashley acercó la cuna de Marshall un poco más y sacó al bebé. Lo sostuvo unos segundos en sus brazos y, tras darle un beso en la mejilla, se lo pasó a Jason.
—Toma a tu hijo.
—No —dijo él con un gesto de terror absoluto.
—Sí.
Y sin darle tiempo a levantarse y huir, colocó al bebé en la seguridad de los brazos de su padre. Después le enseñó cómo colocar la mano libre alrededor del bebé para sostenerlo con más seguridad y dobló un poco la mantita en la que estaba envuelto para que pudiera verlo mejor.
Jason lo sostuvo contra sí y el miedo de sus ojos desapareció dejando en su lugar una expresión de puro regocijo. Más seguro de sí mismo ya, se levantó con su hijo en brazos, acariciándole la mejilla con el pulgar.
—Es perfecto. ¿Cómo he podido crear algo tan perfecto?
La dicha floreció en el corazón de Ashley y las lágrimas le empezaron a escocer en los ojos. Culpó al embarazo de su hipersensibilidad. Pero lo cierto era que Jason había ido haciéndose un hueco en su corazón, día a día, poco a poco, y sabía que nunca podría echarlo de allí.
Al notar que sus miradas se encontraban, las alarmas se dispararon en ella. ¿Qué ocurriría si Jason viera algo en sus ojos y malinterpretara lo que no era más que afecto? Aun así, parecía incapaz de retirar la mirada, demasiado sobrecogida por la intensidad de sus ojos mientras sostenía a su hijo en brazos.
Jason se acercó a ella y ésta sintió que el corazón se le aceleraba.
—Cásate conmigo, Ashley.
Sus díscolos pensamientos empujaron a sus labios una pregunta absurda.
—¿Me amas?
Jason no respondió, no tenía que hacerlo. Ashley lo veía en sus ojos.
Ella habría dicho que no, ésa era su intención, pero entonces Meredith se despertó y empezó a chillar despertando así a su hermano. Por el momento, el asunto del matrimonio y el amor tendría que esperar.