Capítulo 15

ASHLEY se despertó de golpe, horrorizada. La realidad la golpeó con claridad. No había sido un accidente. Su padre había matado a su madre.

Encogida en la cama, con ganas de vomitar, gritó cuando la puerta se abrió de golpe. Su cerebro traumatizado apenas reconoció a Jason que entraba en la habitación, su forma recortada contra la luz del pasillo. Se sentó junto a ella y la envolvió en su abrazo, un nido protector.

—Te he oído gritar. ¿Estás bien? —preguntó acariciándole la cabeza.

—S-sí —tartamudeó entre temblores que no podía evitar, ni siquiera entre los brazos de Jason.

—¿Otra pesadilla?

—Sobre mi madre —asintió ella.

—¿Quieres contármelo?

Ashley inspiró, la necesidad de decirle la verdad pugnaba por salir, pero una cara monstruosa apareció en su mente, ahogándole la respiración.

—Cuando murió...

—¿Cómo murió, Ashley? —preguntó él sin dejar de acariciarle la espalda.

«¡Díselo!» Pero la imagen de su padre se impuso.

—Cayó por las escaleras —mintió.

—¿Lo viste?

Tenía que decírselo. Pero no podía. Aunque no sabía si su padre estaba vivo, seguía imponiéndole.

Guardar aquel secreto la destrozaba por dentro. No podía decirlo en voz alta, así que rompió a llorar, sollozos que no la dejaban ni respirar. Jason la abrazó con fuerza, ahogando su dolor y su miedo.

—Nunca dejaré que te ocurra nada. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí.

—Te protegeré a ti y a los bebés —frunció el ceño y le rozó la mejilla con el pulgar—. Si hubiera algo que debiera saber, me lo contarías, ¿verdad?

¿Cómo podría decírselo cuando eso supondría ponerle en peligro? Ashley estaba aterrada, por él... por los bebés. Tenía que ocultar su pasado a toda costa.

 Ashley lo besó, apoyó las manos en sus hombros empujándole de espaldas sobre la cama. Sentándose a horcajadas sobre él, se quitó el vestido. Sentada sobre el miembro excitado de Jason, lo que empezó siendo una excusa para distraerlo del escabroso tema acabó convirtiéndose en un genuino deseo animal.

Manipuló el sujetador hasta que finalmente consiguió desabrocharlo y contuvo la respiración cuando Jason tomó con sus manos sus pechos. La culpa la corroía, lo estaba manipulando, ocultándole algo. Pero la única manera de protegerlo era impedir que supiera la verdad.

Se quitó las medias y ya se disponía a desabrochar la hebilla de los pantalones de él, pero éste la detuvo.

—Más despacio.

—Te deseo ahora —insistió ella, aún atemorizada.

—No hay prisa —dijo él besándole cariñosamente el dorso de la palma.

La hizo tumbarse a un lado y se levantó. Se quitó la camisa de vestir, los pantalones y los calzoncillos. Sacó un condón del cajón de la mesilla y lo dejó a mano antes de tumbarse en la cama junto a ella. La tomó en sus brazos y apoyó su cabeza en su hombro.

—Te voy a echar de menos —murmuró. Su aliento era un dulce caricia contra su pelo.

—No te vayas —las palabras escaparon por deseo propio.

—Sólo será una semana.

Las imágenes de la pesadilla volvieron a reproducirse en su cabeza y se apretó tanto a Jason que estaba segura de hacerle daño.

Jason la hizo tumbarse de espaldas y empezó a besarla con exquisita ternura, hasta el punto de casi hacerla llorar. Se sentía muy frágil, aunque la caricia de Jason era suave, un susurro sobre su piel. Poco a poco, las aterradoras imágenes fueron desvaneciéndose mientras Jason le hacía el amor lentamente, completamente. La pasión arrastró el horror y Ashley agradeció la deliciosa distracción. Jason la llevó al clímax y antes de que pudiera relajarse por completo, la llevó una vez más al borde del exquisito precipicio. Tal vez fuera capaz de percibir sus sentimientos o tal vez sólo quisiera dejar su marca en ella antes de irse. Fuera como fuese, la última embestida fue tan poderosa que no pudo guardar silencio por más tiempo.

No podía contarle la verdad sobre su padre, pero otro secreto se abrió paso. Experimentó un nuevo orgasmo al tiempo que él conseguía el suyo y no pudo mantener el secreto ni un segundo más.

—Te quiero —susurró y cuando los últimos espasmos de su potente orgasmo cedieron volvió a repetirlo—. Te quiero, Jason.

 Al principio, pensó que no la había oído. Se quedó sobre ella, inmóvil. La cara enterrada en el hueco de su hombro, los músculos tensos cuando salió de ella y se tumbó boca arriba a su lado, tan cerca que se rozaban aunque su mente estaba muy lejos de allí.

—No.

Ashley se apoyó en un codo y lo miró.

— Sí. Te quiero. Negarlo no cambiará nada.

Jason se levantó de la cama y se encaminó al baño.

—Tengo que madrugar.

Cuando volvió a la cama, se tumbó a su lado, pero dándole la espalda. Impertérrita, Ashley se giró y adaptó su cuerpo al de él, abrazándolo.

—No tienes que corresponderme.

—No puedo —dijo él con voz áspera.

—Entonces deja que yo sí te amé —dijo ella tragándose el dolor.

Estaba tan quieto que pensó que se había dormido. Entonces le tomó la mano con fervor.

—Tengo miedo, Ashley —la confesión quedó suspendida en la oscuridad—. De dejar que me quieras... —le besó la mano—. Ella también me quería. Lo que le hice...

—Tienes que perdonarte, Jason —murmuró a su oído—. Tenías ocho años. Un niño.

—No fue sólo ella —dijo con voz áspera, parecía a punto de llorar—. Estaba embarazada. Lo que hice mató también al bebé.

La revelación la sacudió. La culpa que debía estar sintiendo, la terrible carga que llevaba sobre los hombros.

—Fue un accidente.

—Tengo que mantenerte a salvo. A ti y a los niños.

—Y lo haces —insistió ella.

Jason se llevó la mano de Ashley al pecho.

—Nunca te dejaré ir —susurró.

—Yo no te lo permitiré —dijo ella suavemente. Aquello tendría que bastar, se dijo en la oscuridad, con Jason dormido a su lado.

 

 

Se fue antes de que Ashley se despertara y le dejó una nota en la almohada: Llámame si me necesitas.

 

 Pasó todo el sábado debatiéndose entre contarle a su hermana lo del sueño o no. ¿Influiría en sus vidas que Sara lo supiera? Pero en el fondo de su indecisión, Ashley se dio cuenta de que subyacía una verdad incómoda. Seguía siendo esclava del terror de una niña de cinco años. Puede que la lógica le dijera que era posible revelar lo que había visto, pero un miedo irracional se lo impedía.

Todo el domingo estuvo lloviendo. Estaba siendo un invierno muy húmedo. Jugaron a juegos de mesa y después prepararon chocolate caliente y palomitas y se pusieron a ver una película de Disney. Sara llamó por teléfono para charlar.

Ashley sabía que estaba pagando un alto precio por mantener el secreto. Sin Jason en la casa y todas esas imágenes horribles acosándola cada noche, llevaba sin dormir desde el sábado. El miércoles apenas podía sostenerse despierta en clase, a pesar de sus ruidosos alumnos.

A la hora de la comida, se quedaba dormida un rato en el sofá de la sala de profesores. Sombras monstruosas poblaban sus breves sueños, criaturas de las que no lograba huir.

Se arrastró hasta casa con la intención de pedirle a Beatrice que se quedara un par de horas más para ver si conseguía dormir un poco. Pero cuando llegó a la casa, se encontró con un coche desconocido aparcado en la puerta. Un hombre con uniforme de chófer que esperaba al volante de un Lincoln negro la saludó sonriente al pasar.

Ashley tenía la sospecha de quién podía ser y se preparó para la confrontación.

Beatrice con Marshall en brazos, sonrió ampliamente cuando Ashley entró en el salón.

—Mira quién ha venido... la abuela.

Maureen tema en brazos a Meredith y miraba al bebé como si no supiera muy bien qué hacer con un ser tan revoltoso. Levantó la mirada hacia Ashley, y ésta vio que su expresión era tan fría y distante como en San José.

Beatrice debió sentir la animadversión de Maureen porque tras dejar a Marshall en el parque de juegos, extendió los brazos hacia Meredith.

—Ya me ocupo yo de ese angelito.

—No hace falta —dijo Maureen—. Estamos bien.

—Puedo quedarme —dijo Beatrice mirando a Ashley.

Ashley atravesó el salón y tomó a Meredith de los brazos de Maureen.

—Vete a casa. Estaremos bien hasta mañana.

Con paso dubitativo, Beatrice tomó su bolso y salió de la casa. Ashley dejó a Meredith con su hermano en el parque de juegos.

 —¿Qué está haciendo aquí?

—He intentado facilitarte las cosas. Te ofrecí dinero —dijo la mujer elevando la nariz.

—Que yo rechacé. No vuelva a insultarme ofreciéndomelo de nuevo.

—Eso es pasado —dijo Maureen echando un vistazo a los niños—. ¿Crees que los quiere?

—Por supuesto —dudó sólo un segundo.

—Sabes que no es así. No es capaz de querer a nadie.

La posible verdad que subyacía en el comentario fue como una afilada cuchilla.

—Los adora.

—Se siente responsable —dijo ella tomando el bolso y sacando la cartera—. Tal vez pueda darte otra oportunidad. ¿Cuánto quieres por irte?

—No me voy a ir a ninguna parte —dijo ella apretando los dientes.

—Entonces pondremos en marcha el plan B —dijo la mujer guardando la cartera y dejando el bolso en el sofá, con sus fríos ojos azules fijos en Ashley—. Es increíble lo que un investigador privado puede descubrir del pasado de una persona.

—No me avergüenza mi pasado —dijo ella, incapaz de evitar el escalofrío que recorrió su columna.

—La muerte de tu madre siendo tan joven. Jason y tú tenéis algo en común. ¿Es lo que utilizaste para cazarlo?

En el parque de juegos, Meredith estaba incordiando y Ashley se inclinó para tomarla en brazos.

—Si piensa que se puede manipular a Jason con tanta facilidad, es que no lo conoce.

—Comprendo tus motivaciones. Una pequeña mocosa como tú, venida de la nada, luchando siempre para sobrevivir —Maureen se echó hacia atrás el impecable pelo—. Y has visto tu gran oportunidad. Un joven rico dispuesto a hacerte la vida más fácil.

Ashley abrazó con fuerza a su pequeña y la acunó para calmar sus nervios.

—Ya se lo he dicho antes, nunca me interesó el dinero de Jason.

—Eso es lo que le dije a la madre de Kenneth —dijo Maureen riéndose—. Ella tampoco quería ver a su hijo casado con una pobre chica igual que yo no quiero verte casada con Jason.

—Es una pena que el dinero no la haya hecho feliz —dijo Ashley, sintiendo una gran lástima por la mujer.

 —Cada uno tomamos nuestras decisiones —dijo Maureen con una mirada sombría.

—Entonces déjenos a Jason y a mí vivir con las nuestras —dijo Ashley mientras Meredith pataleaba en sus brazos.

Maureen miró al bebé y, por un momento, sus ojos azules parecieron suavizarse. Ashley se preguntó si quedaría algo de empatía en el fondo de aquella mujer.

Pero a continuación, su boca se endureció y su mirada se centró de nuevo en Ashley.

—Sé dónde está tu padre.

—Está muerto —dijo ella abrazando con más fuerza a su pequeña.

—He hablado con él.

Sintiendo que las piernas le flojeaban, Ashley se dejó caer en el brazo del sofá.

—No la creo.

—Sí me crees —dijo Maureen mirándola con gesto satisfecho.

—Hank Rand está en el sur de California. Vive en un motel mugriento al este de Los Ángeles. Pareció encantado de saber que sus hijas están vivas y les va bien.

—¿Sabe dónde estamos? —preguntó ella sintiendo un súbito frío.

—Aún no.

—No lo conoce. Es peligroso no sólo para mí y para mi hermana sino también para los pequeños —dijo poniéndose en pie.

Maureen pareció vacilar un poco al oírla mencionar a los pequeños, pero finalmente apartó todo sentimiento de culpa.

—Tú eres la única peligrosa. ¿No te das cuenta de que has puesto mi vida en peligro? ¿Acaso crees que tengo algún sitio al que ir cuando Jason se ponga de tu parte?

—¡Él no tiene intención de echarla!

—Ha estado negociando con su abogado para cambiar la escritura de la casa.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Aparentemente, quiere que su pequeña familia viva allí. Sin mí.

Ashley intentó buscarle un sentido a las palabras de Maureen.

—Él sabe que yo no quiero vivir en San José.

—Pues entonces intentará hacerte cambiar de opinión. Esa casa es todo lo que tengo. Y haré lo que sea para conservarla —los ojos de Maureen se volvieron de hielo—. ¿Llamo a tu padre?

Meredith se había quedado dormida y Ashley acarició la barbilla de su bebé.

—Ahora es un hombre viejo —dijo tratando de convencerse más a sí misma que a Maureen—. Tal vez ya no importe que sepa dónde estamos.

—Está fuera de la cárcel bajo fianza por maltratar a su mujer —dijo Maureen—. Su tercera mujer. En el aire queda la pregunta de qué le ocurrió a la segunda. Nadie la ha visto en cuatro años.

Los recuerdos se agolparon en su mente con toda la fuerza mientras Maureen se acercaba a ella.

—No te ha olvidado. Fuera lo que fuera que le hiciste hace dieciocho años, aún lo recuerda. Se lo dejó muy claro al investigador.

Le temblaban tanto los brazos que temió poder dejar caer a la niña, y Ashley la dejó en el parque de juegos con cuidado.

—¿Qué quiere?

—Dile a Jason que vuestro matrimonio ha sido un terrible error —dijo Maureen con una horrible sonrisa en los labios—. Que no lo quieres en tu vida.

—No lo aceptará.

—Pues será mejor que encuentres la manera de convencerlo.

—¿Y qué ocurrirá con los bebés? No querrá abandonarlos.

—Ya se nos ocurrirá algún régimen de visita. Siempre que tú no estés.

—Pero yo lo quiero —dijo ella con verdaderas ganas de vomitar.

—Deja de actuar ya —espetó Maureen—. Ese chico no merece el amor de nadie.

Ashley apretó los puños, intentando controlar el deseo de golpearla. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos pero estaba decidida a no dejar que Maureen la viera llorar.

—Se lo diré cuando vuelva.

—No. Llámalo ahora —dijo ella levantando el teléfono que Ashley tomó con manos temblorosas.

—No lo haré delante de usted. No... —aquello le partiría el corazón a Jason y no quería hacerlo delante de semejante testigo sin corazón.

—Si intentas engañarme, me enteraré y llamaré a tu padre en un santiamén.

—Fuera de aquí —gritó Ashley apretando los dientes—. Haré esa maldita llamada.

Cuando la puerta se cerró tras Maureen, a punto estuvo de dejar caer todas las lágrimas, pero no tenía tiempo para la autocompasión. Marcó el número, pero no respondió al móvil así que le dejó el mensaje de que la llamara. Se dejó caer en el sofá, con el teléfono al lado, y miró hacia sus pequeños confortablemente dormidos en el parque. ¿Cómo podría alejarlos de Jason? Eso lo mataría.

 Pero Maureen tenía razón, él no podía protegerlos cada minuto. Su padre siempre sería una amenaza, sobre ella, sobre sus pequeños, sobre Sara y también sobre Evan.

Cuando el teléfono sonó, se llevó un susto de muerte.

—¿Jason?

—¿Ocurre algo? —preguntó con impaciencia.

—He estado pensando. Desde que te has ido —dijo tragando con dificultad.

—¿Sobre qué? —preguntó él un tanto suspicaz.

—Cuando te dije que te quería, no debería haberlo hecho. Sólo fue... —las lágrimas le impedían hablar—. Para hacerte creer que significabas algo para mí.

El silencio se extendió unos segundos.

—Nunca me importó si me amabas. Siempre fue el dinero, Jason. Nuestra amistad. Aquella noche en Berkeley —la mentira le quemaba por dentro como si fuera ácido—. Cuando descubrí que estaba embarazada pensé que podía sacar algo. Pero ahora...

—No sigas —dijo él con dureza—. Espera a que llegue a casa. Ya hablaremos.

No podía dejarle que regresara a casa, no podía dejar que Maureen pensara que no había conseguido convencerlo para que la dejara.

—No te quiero en mi vida.

—No. No seguiré escuchándote.

—Pensé que el dinero sería suficiente, pero no lo es. Quiero una vida de verdad con un marido de verdad —tenía el corazón en un puño y pensó que no podría seguir soportándolo—. Quiero a alguien que me quiera.

—¿Y qué pasará con los niños? —preguntó él en voz baja.

Ashley trató de imaginar su cara, su reacción ante su aparente engaño. No importaba lo que su rostro mostrara al mundo, ella estaba segura de la angustia que debía estar sintiendo por dentro, aunque no la quisiera.

—Acordaremos un régimen de visitas —dijo ella sintiendo una náusea—. Tengo que irme. Te llamaré más tarde.

Y colgó para ir corriendo al cuarto de baño. Vomitó lo poco que había comido. Era como si sus mentiras fueran un veneno y su cuerpo tuviera que purgarse contra la dañina influencia.

Regresó dando tumbos al salón y se dejó caer en el sofá, temblando. Buscó la manta y se envolvió en ella sin poder evitar que los dientes le repiquetearan.

Necesitaba a Jason desesperadamente. En su ausencia, sólo otra persona había podido insuflarle fuerzas, su hermana. Sara sabría qué hacer. Sobre su padre. Sobre su roto corazón. Ashley la llamaría y enseguida estaría allí con ella.

 Conseguiría salir de aquello. Conseguiría sanar el terrible dolor y continuar con su vida. Por los bebés tenía que hacerlo.

Pero por un momento, pareció que el mundo se derrumbaba sobre ella.