XXIV

Las ataduras lo sujetaban con fuerza esta vez. No de una forma física, pero el resultado a la larga era el mismo.

No se podía comunicar con el exterior, no podía hacer contacto con aquellos que podían venir en su ayuda.

El Devastador se debatió, intentó soltar sus ligaduras de modo que su mente consiguiera traspasar la barrera de su prisión… la prisión a la que lo habían obligado a regresar. Con la ayuda del pájaro-león, ya que éste tenía la llave, claro.

«/No es justo!», gritó. «¡Había ganado el juego!» Ellos no comprendieron. Nunca habían comprendido. A pesar de su última intentona, seguía encadenado a ese lugar.

Las ataduras resistían, como siempre habían hecho y siempre harían, y sintió que su temor crecía incontrolable porque, esta vez, habían dicho que no sabían si algún día solicitarían su liberación.

«¡Pero yo gané!»

El vacío era su único compañero. No podía ni oír soplar el viento en la superficie. El viento que soplaba constantemente sobre Qualard, un lugar al que nadie iba nunca si podía evitarlo.

«¿No es así?»

This file was created with BookDesigner program

bookdesigner@the-ebook.org

27/10/2008

LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharonov, 2006; msh-tools.com/ebook/