Con los ojos cerrados todavía, el Grifo empezó a levantar la cabeza y descubrió que le pesaba como si tuviera encima a un dragón adulto. La devolvió con sumo cuidado al suave almohadón sobre el que reposaba y decidió probar suerte con los ojos.
En un principio la luz lo cegó, pero sus ojos no tardaron en acostumbrarse a ella. Por desgracia, su visión se negaba a aclararse y parecía contemplarlo todo a través de aguas turbias. Parpadeó varias veces y por fin consiguió ver con nitidez.
Se encontraba en una habitación de proporciones extravagantes. Por todas partes parecían brillar el oro, la plata y el cristal; en las paredes colgaban tapices de un realismo tal que se sintió tentado de creer que lo observaban. Había, también, esculturas de criaturas fabulosas, incluido su homónimo. Toda la habitación estaba iluminada por un simple cristal que brillaba en el centro del techo. Había oído historias sobre la utilización de tales cristales, pero no recordaba haberlos visto nunca aunque sospechaba que sí lo había hecho mucho tiempo atrás.
Con cierta agitación volvió a intentar incorporarse en el lecho. Esta vez se vio recompensado con un incesante martilleo en la frente, un enorme progreso con respecto al intento anterior. Se puso en pie vacilante, una mano en la sien, y aspiró con fuerza. El martilleo disminuyó.
Había cortinas a su izquierda, señal de que existía una ventana. Iba recuperando las energías poco a poco, de modo que se acercó despacio hasta las cortinas, hechas de la más delicada seda, y las abrió por completo.
Se encontró cara a cara con un espejo.
–No me divierte -masculló aunque sabía que probablemente la intención del decorador no había sido la de tomarle el pelo.
El Grifo contempló la imagen que le devolvía el espejo. Le habían quitado la capa y sus auténticas facciones quedaban al descubierto. Había algo curioso en su otro yo, algo que no resultaba del todo preciso. Parecía casi no ser su reflejo en el cristal sino un ser independiente. No podía demostrarlo, pero estaba seguro de que los movimientos del reflejo no eran. exactamente iguales a los suyos.
Una de las criaturas sin rostro apareció en el fondo de la imagen reflejada. El Grifo soltó las cortinas y giró en redondo. Allí no había nadie.
Se volvió otra vez hacia el espejo, pero las cortinas lo habían vuelto a cubrir por completo. Estaba a punto de alargar las manos para apartarlas cuando se abrió la puerta de la habitación. Era uno de los seres sin rostro, vestido igual que la imagen del espejo. Cosa que no significaba nada. El Grifo habría sido incapaz de distinguir a uno de otro aunque le fuera en ello la vida.
Las ropas que llevaba eran diferentes sólo en el color -una combinación de azul y negro-. Negros eran los hombros y la capucha. La capucha estaba echada hacia atrás de modo que mostraba con nitidez su falta de facciones. El ser penetró en la habitación como si flotara. El Grifo pensó por un instante en atacarlo. Luego cambió de idea al recordar la facilidad con que el cuarteto lo había capturado.
Aquel pensamiento lo llevó a otros concernientes a la seguridad de Morgis y a preguntarse dónde se encontraba con exactitud. En Luperion no estaba. En el País de los Sueños, recordó, pero ¿dónde podría estar alguien de verdad en un lugar que no era real del todo?
–¿Dónde está mi compañero?
La criatura indicó con la mano la puerta abierta que tenía a su espalda. El Grifo comprendió al menos el gesto, pero ¿respondía el ser a su pregunta o tenía acaso otro objetivo en mente?
Un segundo miembro de los anónimos no-gente, como los había denominado la mujer, entró en la habitación. Al parecer el Grifo iba a acompañarlos de un modo u otro, y no parecía tener sentido mostrarse obstinado; lo habrían dejado tirado en las calles de Luperion si hubiera sido su muerte lo que deseaban.
El Grifo abandonó la habitación precedido por uno de los seres; el otro cerraba la comitiva. Mientras andaban, el pájaro-león estudió las salas por las que pasaba, desempolvando de cuando en cuando algún fragmento de recuerdo a medida que reconocía ciertos objetos. Ya había estado en ese lugar, pero por el momento no conseguía recordar el nombre. Ese era el lugar donde quería ir.
–¡Lord Grifo!
Se volvió y vio al Duque Morgis, acompañado también por una pareja de no-gente, que se dirigía hacia él. Por lo visto, ambos iban de camino a encontrarse con los señores del lugar.
–¿Tenéis alguna idea de dónde estamos? El dragón estaba inquieto. El Grifo no había probado sus poderes, pero sospechó que Morgis sí lo había hecho… para descubrir que no le servían.
Se les permitió caminar uno junto al otro siempre y cuando mantuvieran el paso marcado por la escolta. De improviso, el ex monarca movió la cabeza afirmativamente. Había recordado el nombre y se preguntaba cómo había podido olvidarlo.
–Hemos llegado a Sirvak Dragoth, la ciudadela de los vigilantes del País de los Sueños.
Morgis volvió la cabeza para examinar los rostros en blanco de sus guardas.
–¿No se supone que esta gente son vuestros amigos?
–Los tiempos cambian. Han pasado más de cien años. Quizá mucho más.
–Cuatro contra dos no es demasiada desigualdad en contra nuestra -sugirió el dragón en voz baja. No estaba nada tranquilo con respecto a las posibilidades de ambos frente a quienquiera que estuviera al mando.
–Ocho contra dos -respondió el Grifo-; y creo que hemos llegado a nuestro destino.
Cuatro criaturas más montaban guardia frente a una enorme puerta de madera cubierta de complicados dibujos. Mientras observaba a los nuevos efectivos, el pajaroleen comprendió de repente que aquellos seres no eran una especie de sirvientes sino más bien un grupo con un objetivo propio que en esos momentos coincidía con el de los Supremos Vigilantes del País de los Sueños. El Grifo se retractó interiormente, no era algo que acabara de descubrir sino un nuevo recuerdo que afloraba a la superficie.
Se sintió enojado. Tantos recuerdos de cosas y gentes flotando a su alrededor y tan pocos sobre sí mismo que le fueran útiles.
Las dos criaturas más cercanas a las puertas las abrieron de par en par. El Grifo y Morgis se vieron introducidos, sin ningún tipo de ceremonia, en una habitación tan opulenta como aquella en la que había despertado el Grifo, pero que evidentemente servía para celebrar audiencias…, puesto que cuatro figuras aguardaban sobre una plataforma. No reconocieron más que a una de ellas; se trataba de la mujer de cabellos oscuros que había coordinado su captura. Parecía dispuesta a devorarlos a ambos.
Una pareja idéntica de seres casi humanos del sexo masculino y edad avanzada permanecía un poco aparte, en la zona más iluminada de la habitación.
El Grifo alzó los ojos hacia la claraboya y pensó, sin proponérselo, que aquella luz significaba que era de día en el exterior. Los dos seres idénticos se movían con tal uniformidad que se habría creído que eran marionetas controladas por un mismo amo. Cuando uno parpadeaba, el otro parpadeaba (incluso respiraban al unísono). Que no eran humanos quedaba bien patente en sus ojos, muy grandes y compuestos de facetas como los de un insecto.
En el centro de la tarima, sentada en un sillón había una figura humanoide de gran tamaño vestida de rojo y blanco, cubierta con un velo que ocultaba por completo las facciones, de modo que no podía saberse si era hombre o mujer. El Grifo aventuró la suposición de que era un hombre o al menos algo del sexo masculino. Esa figura era la que parecía estar al mando.
–Espero que hayáis descansado bien -dijo la figura.
–Descansamos -replicó Morgis disgustado-, porque no tuvimos otra elección.
–¡Ah, eso! – La figura se revolvió como si estuviera incómoda. Los dos hombres idénticos arrugaron la frente a la vez, y la mujer mostró unos dientes afilados-. Perdonadme, no tendría que haber sido así. Los no-gente habían accedido a presentarse a vosotros en vuestras habitaciones, pero decidisteis huir y enfrentaros a los piratas-lobo.
–Idiotas -dijeron al unísono los dos seres gemelos.
–Mrin/Amrin, por favor. – La figura velada levantó una mano en un intento por recuperar el control-. El capitán aramita no tenía la menor idea de quiénes erais. En realidad se dirigía a uno de los edificios cercanos al lugar donde os encontrabais. Al parecer uno de los comerciantes no pagaba su licencia, por así decir.
El Grifo y Morgis intercambiaron una mirada, luego el pájaro-león se volvió hacia el que hablaba.
–Querrías… Discúlpame, primero. Parece que nos conoces… al menos no nos has preguntado nuestros nombres… pero nosotros no conocemos el tuyo.
–Perdonadme. Me llamo Haggerth. – Se puso en pie, teniendo buen cuidado de que el velo no se moviera-. A mi derecha están Mrin/Amrin, y a mi izquierda Troia, a quien ya conocéis. – Su voz tenía un leve tono malicioso.
El Grifo aspiró con fuerza y dijo:
–Sois, si no recuerdo mal, Supremos Vigilantes, ¿no es verdad? ¿Los cuatro?
Tuvo la casi seguridad de que Haggerth había arrugado el entrecejo debajo del velo.
–Estás en lo cierto en parte. Mrin/Amrin y yo somos Supremos Vigilantes, pero Troia no.
–Yo no soy más que un vigilante -ronroneó la mujer, dando a entender con el tono que era todo menos eso.
–¡De todos modos, sólo somos tres\ -gritaron los gemelos-. Haggerth, Troia, y yo!
Morgis silbó, mientras el Grifo estudiaba con atención a los dos idénticos Supremos Vigilantes. Eran tan iguales que no podía negar la posibilidad de que fueran la misma persona. ¿Era posible que en el País de los Sueños un hombre pudiera estar en dos lugares a la vez?
–Calma, amigo mío. Ya sabes cómo nos afecta el poder de la tutela ante los ojos de los otros. – Haggerth se volvió de nuevo hacia sus «invitados»-. Nuestra naturaleza nos cambia a todos. Mrin/Amrin se enorgullecía de su individualidad; ahora la gente lo ve como a más de una persona, no como a un auténtico individuo. En cuanto a mí, tenía una personalidad tal que a veces se me obedecía sólo por mi aspecto. Mis decisiones no eran siempre producto de profunda meditación sino debidas a que sabía que podía hacer que los demás aceptaran mi punto de vista. Ahora, a menos que quiera destruir todo aquello por lo que he trabajado, sólo puedo confiar en la habilidad.
Haggerth dio un ligero golpecito a la parte inferior del velo para dar más.énfasis a sus palabras.
–Todos hemos dado algo para proteger a nuestra tierra, aun cuando no todas las cosas lo agradezcan -añadió Troia, dirigiendo una sonrisa tentadora al Grifo.
–Comprendo.
A su lado, Morgis permanecía en silencio.
–Volvamos a la cuestión de estos dos -dijeron a coro Mrin/Amrin. Los dos cuerpos tenían el brazo derecho levantado y señalaban al Grifo y a Morgis-. Descubramos la verdad sobre este híbrido…, este inadaptado.
El Grifo se sobresaltó ante la vehemencia que se ocultaba tras aquellas palabras, una vehemencia muy parecida a la de D'Shay.
–¿Se me condena por el mero hecho de existir? Si es así, me gustaría saber por qué.
La actitud de Mrin/Amrin pareció alterar a Haggerth e incluso a Troia. El enmascarado vigilante meneó la cabeza despacio.
–Nos tendrás que perdonar en algunas ocasiones. Últimamente nos encontramos en medio de situaciones conflictivas, y cosas que sería mejor callar tienden a aflorar a nuestros labios. No era nada en tu contra. ¿No es así, Mrin/Amrin?
Los ojos de múltiples facetas del doble hombre se oscurecieron un poco.
–Mis disculpas. Eso estaba fuera de lugar.
–Muy bien, pues. El quid de esta reunión es tu existencia y sus orígenes.
Haggerth introdujo la mano en un bolsillo y sacó de él un pequeño silbato. El Grifo abrió los ojos de par en par y empezó a rebuscar desesperado en sus propios bolsillos. Se trataba del silbato que le quedaba. Se le erizó la melena y el sonido que escapó de su garganta se pareció más al del rey de la selva que al del ave de presa a la que tanto se parecía.
Troia reaccionó de forma similar, adoptando una actitud más felina al tiempo que se adelantaba. Cosa curiosa, aunque al Grifo le impresionaron las afiladas garras de la mujer también advirtió con más fuerza lo deseable que era.
–¡Basta! ¡Los dos! – Haggerth se levantó de su asiento y, con un ademán rápido, arrojó el silbato al Grifo quien lo cogió con una de sus manos en forma de garra mientras con la otra rechazaba a la mujer.
–¡He dicho BASTA! – Haggerth se apartó el velo del rostro. Mrin/Amrin, como si supieran lo que les esperaba, volvieron la cabeza en el acto. El Grifo, Morgis y Troia, cogidos de improviso, vieron con asombro lo que el Supremo Vigilante ocultaba bajo el velo.
Ni el pájaro-león ni el dragón conseguirían recordar nunca cómo era exactamente el rostro de Haggerth; sólo recordarían que amenazó con arrebatarles la cordura. Tuvieron suerte de que el vigilante volviera a colocar inmediatamente en su lugar la fina tela protectora.
Los no-gente, como era de esperar, no se vieron afectados en absoluto.
Haggerth aguardó a que los tres seres se recuperaran. Odiaba tener que hacer lo que hacía, pero no veía forma de evitarlo. No era menos horrible para él que para aquellos a quienes había maldecido.
Había momentos en que la tutela lo desbordaba.
–Una vez más debemos presentar nuestras disculpas. Sabiendo cómo son nuestros vigilantes cuando se les quitan sus trofeos, tendría que haber comprendido…
El Grifo lo interrumpió con un rápido gesto de la mano.
–Esto se alarga demasiado, y ya no lo soporto. Tengo algunas preguntas que me gustaría hacer, y la primera es:
¿me conoce alguno de vosotros?
Los tres -los cuatro, si se contaban los dos cuerpos de Mrin/Amrin- movieron la cabeza negativamente. Haggerth añadió:
–Esperábamos que tú aclararías el misterio de tu existencia. Eres un vigilante del País de los Sueños; eso es obvio. Pero la pregunta es ¿quién y cuándo?
–¿Quién y cuándo?
–¿Conoces el nombre de este lugar, Sirvak Dragoth? – inquirió con un suspiro el Supremo Vigilante. El Grifo asintió con ojos brillantes.
–Pensé que debía serlo, pero verlo confirmado es como abrir otra puerta en mi mente.
–Por lo que veo, recuerdas muy poco. Deja que te explique más cosas. Los aramitas, o piratas-lobo, creen erróneamente que nosotros somos los señores del País de los Sueños. Por eso suponen que controlamos este lugar.
–¿Y no es así?
Las formas gemelas de Mrin/Amrin se echaron a reír a la vez.
–Los aramitas y su dios tienen dificultades para combatir contra un mundo que existe tanto en la mente como en la realidad. Lo que tendrían que hacer es intentar mantener algún control sobre él, pero eso es imposible. Más bien es el País de los Sueños quien nos controla.
–Una ligera exageración -corrigió Haggerth- Digamos que coexistimos con este lugar y, a cambio de lo que nos da, nosotros le ayudamos a defenderse de aquellos que querrían verlo destruido.
–¿Eso es lo que hacen los vigilantes? – preguntó el Grifo, mirando fijamente al trío. Ni siquiera con sus talentos individuales (y los talentos del hombre doble eran todavía un enigma) veía a los vigilantes repeliendo un ataque combinado de los hijos del Devastador. Se abstuvo de expresar en voz alta lo que pensaba puesto que era evidente que era eso exactamente lo que hacían-. Por lo que parece soy… fui… uno de vosotros. ¿Qué sucedió? ¿Por qué no me recuerda nadie? ¿Por qué no recuerdo yo? Aguardad… debo rectificar. Había alguien que me conocía. Un pirata-lobo llamado D'Shay.
No podría haber sobresaltado más al trío si les hubiese dicho que todo el ejército aramita, acompañado por el Devastador en persona, atravesaba la Puerta en aquel momento. Hasta Haggerth, a pesar de tener el rostro cubierto, manifestó conmoción y horror.
–¡Os lo dije! – se pusieron a gritar Mrin/Amrin como enloquecidos-. ¡Es uno de ésos! – El doble hombre miró al Grifo con ojos desorbitados y apretó con fuerza las dos manos derechas.
Algo empezó a agitarse en el interior del pájaro-león, que creyó estar a punto de estallar. En ese momento un grito de disgusto de Haggerth obligó al otro Supremo Vigilante a callar, y la sensación, provocada sin duda por Mrin/Amrin, se desvaneció.
–¡Que sepa de la existencia de Shaidarol no lo convierte en alguien como él! ¡No dejéis que vuestros recuerdos empañen vuestro buen juicio!
Shaidarol.
Empezaba a recordar algunas cosas. «No todas», se maldijo el Grifo en silencio, pero algunas piezas muy importantes encajaban ahora. D'Shay -le era imposible utilizar el otro nombre, porque ése había sido un amigo- había traicionado a los vigilantes, había sido uno de los vigilantes.
Parecía imposible que D'Shay pudiera haber sido aquel otro. Sin embargo…
–Cambió el mismo día que tomó el manto de vigilante. Recuerdo lo diferente que parecía, lo… sombríos que se volvieron sus estados de ánimo.
–Y nadie te recuerda a tí -murmuró Haggerth-. Curioso. Se deberá a lo que te hayas visto obligado a renunciar al hacerte cargo de la responsabilidad de la tutela. El País de los Sueños modela a todos los vigilantes, a veces de una manera que no comprendemos hasta mucho después.
–¿Le crees? – Trola miró con fiereza al Grifo-. ¿Crees lo que dice cuando ni tú mismo lo recuerdas? No existe ningún registro de su existencia. Tú me lo dijiste.
–Ningún registro excepto Shaidarol en persona -añadió Mrin/Amrin.
–¡Ese desde luego no nos va a decir nada útil!
–Los tzee me conocen. – El Grifo devolvió a Trola la malévola mirada-. Tú lo sabes. Sabían quién era yo e intentaron matarme.
–Eso es cierto -respondió ella arrugando la frente-. Incluso yo percibí la sensación de reconocimiento en lo que sea que tengan por mente… ¡pero eso desde luego no es ninguna recomendación!
–Ojalá los otros Supremos Vigilantes estuvieran aquí -suspiró Haggerth- Quizá tendrían algo que decir.
–¿Otros?
–Somos seis. Es terrible intentar mantener el orden cuando se supone que no debe haber ninguno. Necesitamos a los seis, además de los otros vigilantes.
Las cabezas de Mrin/Amrin se volvieron hacia Morgis.
–Este no ha dicho nada desde hace bastante rato. ¿También debemos creer que es un vigilante que ha vuelto a casa?
–No soy ninguno de vuestros vigilantes. Soy el Duque Morgis, hijo del Dragón Azul, señor del Reino Marítimo de Irillian, que se encuentra más al oeste.
–¿Al otro lado de los mares? – preguntó Haggerth.
–Eso es. Es parte del Reino de los Dragones aunque también puede darse este nombre a los reinos de cada Rey Dragón.
–¿Son vuestros navios los que hostigan a los piratas-lobo?
–Sí.
El enmascarado Supremo Vigilante se irguió en su asiento, adoptando una actitud más solemne que la que había mostrado desde el momento en que ambos fueron conducidos al interior de la sala.
–¿Y por qué has viajado con nuestro perdido vigilan ¡e hasta aquí? ¿Eres un amigo?
Morgis dirigió una rápida mirada al Grifo, quien se encogió ligeramente de hombros. Si el dragón quería contar la verdad era cosa suya. Si quería mentir, el pájaro-león no se lo impediría, pero tampoco le brindaría su apoyo.
–En el mejor de los casos, señores de Sirvak Dragoth, yo diría que mantenemos una alianza precaria. Hará quizás un poco más de un año, nuestros respectivos territorios se vieron amenazados por uno de mi raza. Mi progenitor y el Grifo hicieron un pacto y, con la ayuda de otros, destruyeron al loco traidor.
No era exactamente la verdad, pensó el Grifo, pero no se alejaba de ella tanto como para que importara… de momento.
–Durante esa crisis mi progenitor y el Lord Grifo, que gobernaba Penacles en aquella época, tuvieron que enfrentarse también a la maldad de ese llamado D'Shay… o Shaidarol como le habéis llamado vosotros.
–¡Su maldad crece! – susurró Troia, apartándose de la columna en la que se había apoyado-. ¡Maestro Haggerth, tendrías que haberme dejado ir tras él! ¡Todavía puedo dar con él! ¡Los Corredores no me encontrarán!
–Tranquilízate, jovencita. Nunca conociste a Shaidarol, ni antes ni después de que lo tentara el Devastador. De lo contrario habrías descubierto que bajo cualquiera de ambas formas es demasiado peligroso para tí.
–Pero… -Calló. No se podía discutir con Haggerth;
además, la joven vigilante no sentía el menor deseo de enfrentarse a su superior.
El Grifo arrugó la frente y rememoró la última parte de la conversación. Algo no encajaba.
–No hay necesidad de preocuparse por D'Shay. Murió durante una descabellada intentona de asesinar al Grifo y a mi padre -continuó Morgis.
–¿Murió? – Mrin/Amrin parecían perplejos-. ¿Cuándo ocurrió eso?
–Un mes o así antes de que iniciáramos el viaje. En realidad nuestra idea era ponernos en marcha de inme…
Haggerth sacudió la cabeza.
–D'Shay está vivo, muy vivo, y hace bastante que regresó.
Eso era lo que el Grifo había advertido en la conversación. Con voz casi inexpresiva, dijo:
–Está vivo después de todo. No pensé que el suicidio fuera su modo de actuar… pero quemamos su cuerpo.
–Hay formas de superar la incineración si es necesario, todas ellas atroces. A D'Shay le sobra capacidad para hacerlo. Ya no siente la menor consideración por la vida. En lo único que piensa es en servir al Devastador.
–D'Shay. Vivo -murmuró el Grifo al tiempo que se alejaba del resto de los presentes, ignorando también a sus escoltas sin rostro. Sus ojos se posaron sin ver en algunos de los tapices y estatuas de la sala.
Mnn/Amrin tuvieron intención de decir algo, pero Haggerth hizo un gesto con la mano para que permanecieran en silencio. Por fin, el pájaro-león se volvió hacia los Supremos Vigilantes y continuó:
–¿Dónde está D'Shay?
Fue Troia quien respondió, a pesar de la mirada que le dirigió el enmascarado vigilante.
–En Canisargos. Todo lo que hacen los piratas-lobo se coordina desde la capital.
–¿Canisargos? ¿La capital? – Había algo que no parecía concordar.
–Es el verdadero centro. Es allí donde el Gran Maestre, su emperador, tiene la corte. D'Shay ocupa un lugar a su diestra.
Eso lo decidía todo, pues.
–¿Cómo puedo llegar a Canisargos? ¿Tenéis un mapa de la ciudad?
–Me parece que vas demasiado deprisa -dijeron Mnn/Amrin moviendo la cabeza en sentido negativo-. Todavía no hemos resuelto el problema de si eres o no uno de los nuestros.
–Vamos. – Haggerth se volvió hacia su colega-. Creo que podemos dar por sentado que lo es. Ésta no es más que otra de las jugarretas del País de los Sueños. Hemos visto cosas peores, Mrin/Amrin. Mucho peores. El País hace lo que sea necesario para sobrevivir.
–De todos modos, si le interesa averiguar por qué sus «enemigos» lo recuerdan pero sus «compañeros» no, existe otro medio.
El Grifo escogió uno de los dos rostros gemelos del Supremo Vigilante y le sostuvo la mirada. Sin embargo, resultaba ligeramente turbador que el otro rostro se la devolviera también.
–Voy a ir a Canisargos. Tanto si me creéis como si no, todavía existe una cuestión que zanjar entre Shaidarol y yo. Una cuestión que se ha pospuesto durante demasiado tiempo.
No se dio cuenta de que había utilizado el nombre original de D'Shay, pero los otros sí lo notaron. Los rostros de Mrin/Amrin se torcieron con una mueca mientras el Supremo Vigilante reflexionaba sobre algo en lo que no le gustaba pensar. Haggerth aguardaba, observando en silencio al dúo, mientras Morgis, que se había mantenido al margen sin decir palabra, estaba bajo tal tensión que el Grifo podía casi palparla.
Los rostros del doble ser adoptaron una expresión suave. El vigilante examinó a cada uno de los presentes en la sala antes de devolver su atención al Grifo.
–Cuando… D'Shay… se apartó de nosotros, no nos dejó indemnes. Jamás sabremos por completo todo lo que hizo hasta que por fin conseguimos expulsarlo, pero yo recordaré siempre un incidente en particular.
–Mrin… -empezó Haggerth. Mrin/Amrin siguieron hablando sin hacer caso de su compañero.
–Tendrás todo mi apoyo en tu empeño por encontrar al traidor, y un guía que conoce la ciudad, si aceptas suministrarnos la prueba definitiva que necesito para creer que no formas parte de otra de sus estratagemas.
El Grifo se irguió y estudió a los vigilantes. El velado Haggerth no dijo nada; había decidido mantenerse al margen de la discusión hasta averiguar más cosas. Troia parecía extrañamente ansiosa por el pájaro-león, hasta el punto de dedicarle una nerviosa semisonrisa.
Aquello debía dirimirse entre el Grifo y Mrin/Amrin,
–¿Qué es? ¿Qué clase de prueba quieres?
–Ve a la Puerta. Colócate allí y dile que has ido para ser juzgado…
–¡No! – exclamó la mujer-gato.
–…y pídele que te dé la prueba que necesitas para convencer a otros de tu lealtad. – El Supremo Vigilante miró a Haggerth en busca de confirmación, y la enmascarada figura asintió despacio.
–¿Y eso es todo?
Una curiosa expresión apareció en ambos rostros de Mrin/Amrin. Fue casi una sonrisa entristecida.
–Oh, no, Grifo. Eso no es todo. La verdad es que espero que tengas éxito, pero para conseguirlo, no tienes que estar allí sin hacer nada. Cuando digo que debes ser juzgado, hablo de un juicio en el que, si no das la talla, no llegarás a ir a Canisargos.
El Grifo miró a Haggerth en busca de confirmación. El Supremo Vigilante parecía muy cansado, pero admitió la veracidad de las palabras de su compañero y añadió impasible:
–Ni a ninguna otra parte. Si el País de los Sueños encuentra que no das la talla, puede que no quede nada para incinerar.