Podía oírlos. Lo que oía no era el ruido de sus enormes zarpas al golpear el suelo con cada zancada ni el restallido de sus mandíbulas de carniceros sino sus gruñidos de expectación, su ansia. Los Corredores siempre estaban hambrientos aunque sólo fuera de sangre y violencia. Después de todo, ¿no eran ellos los auténticos hijos del Devastador? Mientras se ponía en pie, R'Dane volvió a suplicar en silencio a su señor, al verdadero. No era culpa suya que la última incursión al País de los Sueños hubiera terminado en un completo fracaso… desde luego la culpa no era toda suya. Era él, sí, quien condujo el cuerpo expedicionario, pero el plan había sido aprobado por sus superiores. – ¡Venga ya, idiota! – masculló. No había tiempo para dedicarse a pensar en errores pasados. Lo que tenía que hacer ahora era correr y seguir corriendo con la esperanza de que a lo mejor, sólo a lo mejor, sus enemigos de antaño se convirtieran en su salvación.
No tenía ni idea de por qué esperaba alguna ayuda de los señores de Sirvak Dragoth, pero lo desesperado de su situación convertía esa hipotética ayuda en la única posibilidad. Nadie, aparte de los habitantes del País de los Sueños podría venir a rescatarlo. Ya no existía nada en aquel continente a excepción del País de los Sueños y del imperio al que había servido en una ocasión, imperio que ahora le exigía pagar el precio de su fracaso despojado de su rango, reducido a la R' de los soldados rasos, y abandonado como presa de los Corredores en una carrera que, hasta donde sabía, nadie les había ganado jamás.
Empezó a correr otra vez mientras pensaba en todo aquello. Lo más enojoso era que ni siquiera sabía si estaba cerca de la Puerta. Se limitaba a correr en la dirección en la que creía se encontraba el País de los Sueños, con la esperanza de que alguien lo viera, de que alguien se diera cuenta de su situación.
Los Corredores estaban más cerca. Le pareció sentir ya en el cogote su aliento fétido y abrasador.
El Gran Maestre de la Manada y un puñado de sus ayudantes contemplaban desde sus asientos cómo la solitaria figura recorría tambaleante la región boscosa que separaba el límite oriental del imperio aramita de las afueras del País de los Sueños. De vez en cuando, algo parecía interesar al Gran Maestre quien inclinaba hacia adelante la enorme figura acorazada en actitud expectante. Todos sus lugartenientes, excepto uno, lo imitaban entonces, esperando poder ver también ellos lo que tanto interesaba a su emperador. Sólo uno de estos ayudantes -el que permanecía en pie- no parecía demasiado interesado en lo que mostraba el cristal del guardián.
La habitación estaba a oscuras para poder ver mejor la escena del cristal, y las tinieblas daban a los ocupantes de la sala el aspecto de temibles espectros, ya que todos llevaban armaduras negras como la noche y se fundían con las sombras. Físicamente, el Gran Maestre de la Manada no se diferenciaba del resto salvo por su increíble tamaño y una capa de piel de lobo larga y envolvente; aparte de eso no llevaba ningún otro símbolo de su rango. La armadura era sencilla, flexible, muy bien hecha, y le cubría cada centímetro del cuerpo. Nadie lo había visto sin ella desde hacía años, y, si se hubiera preguntado a alguno de ellos, era dudoso que pudieran recordar su rostro.
Se inclinó otra vez hacia adelante, sin que ninguno de los presentes pudiera decir con exactitud qué pensaba el Gran Maestre de la Manada, ya que él, igual que los demás, llevaba puesto el enmascarador yelmo de lobo, símbolo de la devoción de los aramitas por su dios, el Devastador. La maliciosa cabeza de lobo del yelmo no era más que una representación de lo que se suponía era el aspecto de su deidad; sólo el Gran Maestre y quizás otra persona más conocían su auténtico rostro. La mayoría no sentía el menor deseo de conocerle; se daba por satisfecha con servirle y no quería complicarse más la vida. No era extraño. Había muy pocos, si es que había alguno, con el coraje y mucho menos el poder, para desafiar al sombrío dictador. En cuanto al aspecto físico únicamente los brazos de su jefe, el doble de gruesos que los de cualquiera, revelaban la fuerza que podía partir en dos a un hombre… llevara o no armadura.
Una figura cubierta también, por un yelmo se sentaba un poco más lejos del resto, las manos sobre el cristal para guiar la escena. No llevaba ningún distintivo que lo diferenciase de los otros, pero ninguno de los que estaban en la habitación lo habría tomado por lo que no era. Los guardianes eran así. No podían ser otra cosa.
–¿A qué distancia está de los supuestos límites del País de los Sueños, Guardián D'Rak? – refunfuñó uno de los Jefes de la Manada.
Aparte del Gran Maestre de la Manada, el Gran Guardián D'Rak era el único en el recinto que podía, si era necesario, dejar de lado la tradición durante los consejos. Mientras a los otros se les exigía que llevaran el yelmo ceremonial en tales reuniones, a él se le permitía llevar el otro yelmo menos cerrado, en el que la cabeza de lobo era más una cresta que parte de la máscara, con una tira de piel que le caía por la espalda. Ése era el yelmo preferido fuera de los consejos porque resultaba mucho más fresco. En esta ocasión, D'Rak, un aramita algo grueso con bigote y las cejas tan unidas que formaban una sola línea sobre la frente, había escogido el yelmo abierto para poder concentrarse mejor en la manipulación del cristal.
–Tal vez ya esté dentro de los límites; es imposible saberlo tratándose del País de los Sueños.
D'Rak no pudo disimular la irritación de su voz. El Gran Maestre no habría hecho tal pregunta; tampoco el ayudante que tenía junto a él. De todos los presentes, sólo ellos comprendían la dificultad de localizar los límites de un lugar que existía tanto en la mente como en la geografía. Ése fue el problema de R'Dane; había actuado como si sus enemigos estuvieran situados con la misma precisión que, por ejemplo, estuvieron los menliates. Los menliates estaban obsesionados con la precisión y no se habían curado hasta ser conquistados. Por otra parte, los señores de Sirvak Dragoth controlaban una región cuya forma era tan inaprensible como la bruma.
–Veamos a los Corredores. – Una mano capaz de contener las dos de D'Rak se cerró con fuerza, la única otra indicación del creciente interés del Gran Maestre de la Manada por la cacería. La voz, por otra parte…
Más de un miembro del consejo se revolvió inquieto al escucharla. Hasta el guardián se estremeció. Había algo en el Gran Maestre de la Manada que trastornaba incluso a los jefes y comandantes más temibles. Parecía resonar, como si en realidad estuviera sentado en otra parte. Una vez más, el único que no sintió tal inquietud fue el ayudante situado cerca del Gran Maestre. De ese ayudante se decían también otras muchas cosas.
D'Rak asintió, murmuró algo y agitó la mano sobre el cristal. Los guardianes estaban en sintonía con sus respectivos talismanes y, por ser de los guardianes más antiguos, D'Rak controlaba el Ojo del Lobo, uno de los artilugios con mayor poder de los piratas. El Ojo del Lobo poseía muchas habilidades; el uso que se le daba en aquel momento concernía a una de las de menor importancia.
La imagen se alteró. Al principio, la escena pareció apenas una mancha oscura, e incluso el guardián tardó unos instantes en comprender que aquella mancha eran en realidad los Corredores. Concentrar la energía en el cristal no consiguió detallar con más precisión a las criaturas. Siempre sucedía lo mismo con los Corredores.
Una cosa de aspecto más bien lobuno vaciló un momento junto a las raíces de un árbol, al parecer tras la pista de su presa. Era más oscura que la armadura de sus amos, más oscura que la noche misma. Fauces estrechas de una longitud increíble se abrieron de par en par, mostrando dientes como cuchillos afilados que relucían en violento contraste con la figura del monstruo. Una lengua, más parecida a la de las serpientes, colgaba a un lado. La cosa levantó una ancha zarpa y arañó el árbol con las curvadas garras tan largas como los dedos de un hombre. Las garras rasgaron las raíces con facilidad. El Corredor no daba la impresión de ser una criatura veloz, a tenor de su complexión, sin embargo había muy pocos seres a quienes no pudiera atrapar.
Se le unió otro, y luego tres más fueron a compartir el descubrimiento. No había forma de saber dónde terminaba una criatura y empezaba la siguiente; parecían fundirse entre ellas. Lo único evidente era que los Corredores poseían buen olfato y enormes fauces. Había momentos en los que no parecía haber otra cosa que dientes y garras.
El que había descubierto el nuevo rastro dejado por su presa salió disparado en la misma dirección que R'Dane había tomado hacía sólo uno o dos minutos. Se le unió un segundo y luego los otros. Unas cuantas de las criaturas empezaron a aullar o ladrar para avisar a sus congéneres.
–Devuelve la imagen al perseguido.
–Sí, Gran Maestre.
D'Rak manipuló el poder contenido en el Ojo y volvió la escena de nuevo hacia el hombre que huía. El rostro de R'Dane -que D'Rak pensó con amargura tenía una belleza tosca, excesiva para su propio bien- era la viva imagen del terror. Sabía que los Corredores no estaban muy lejos y que no había ningún lugar donde refugiarse.
–¿Cuánto tiempo ha estado ahí afuera? – preguntó el Gran Maestre de la Manada casi con indiferencia.
–Más de un día, mi señor -repuso uno de los comandantes.
La enorme figura se agitó en su asiento, al parecer meditando. No obstante, apenas si habían transcurrido unos segundos cuando se echó hacia atrás para dirigirse al ayudante situado a su espalda y dijo:
–Termina el juego ahora.
–Señor.
El ayudante adelantó la máscara de cabeza de lobo para clavar los ojos en el cristal. D'Rak contuvo la irritación. Igual que todos los guardianes, le molestaba que intrusos, y ese intruso en particular, jugaran con los talismanes a los cuales estaban ligados los guardianes. El talismán de un guardián era su existencia. De todos modos, el Gran Maestre había decidido honrar a éste con la cacería y no había nada que el gran guardián pudiera hacer.
Un frenesí de aullidos creció entre los Corredores al verse azuzados por algo. El ayudante del Gran Maestre siguió con la mirada fija en el cristal, y, a medida que transcurrían los segundos, los aullidos alcanzaron tal potencia que algunos de los jefes pirata se vieron obligados a llevarse las manos a los oídos.
–Es suficiente.
La figura acorazada retrocedió, inclinándose ante el Gran Maestre mientras lo hacía.
Al volverse para mirar a su espalda a pesar de saber que no debía hacerlo, R'Dane tropezó en el desigual terreno y cayó rodando por una pequeña ladera. No se detuvo hasta que su cuerpo chocó contra un árbol. La colisión lo dejó sin aliento, y descubrió que no podía levantarse.
«¡Ya me tienen! ¡Maldito sea el Devastador! ¿Qué clase de dios…?»
Unas manos suaves pero sorprendentemente fuertes lo agarraron. En un principio pensó que los Corredores lo habían alcanzado al fin, pero aquellas criaturas lo habrían hecho ya pedazos. Tenía la mirada turbia y los párpados empezaban a pesarle demasiado para poder mantenerlos abiertos. Lo último que vio antes de que todo se volviera negro fue dos figuras borrosas que parecían carecer de rostro. Luego, nada.
Curiosamente, los piratas-lobo reunidos en la habitación no vieron la escena. Lo que vieron fue a un desventurado camarada que había fallado a su señor; vieron cómo los Corredores se precipitaban sobre aquel fracasado y, muy regocijados, lo rodeaban. Luego, uno a uno, saltaron sobre R'Dane, mostrando los dientes, mordiéndolo, desgarrándolo con las zarpas delanteras, pero retirándose siempre aunque el círculo se cerraba cada vez más.
Por fin el Corredor jefe se separó del círculo, gruñendo mientras miraba al hombre con lo que sólo podía describirse como mezcla de expectación y desprecio. Lo rodeó una vez y luego retrocedió unos pasos antes de detenerse.
La acobardada figura situada en el centro podría haber disfrutado de unos instantes más si hubiera permanecido inmóvil, pero no fue ése el caso. R'Dane se apartó un paso del Corredor jefe, un signo de debilidad para las criaturas.
El Corredor jefe dio tres pasos, saltó sobre el antiguo pirata-lobo y las demás criaturas lo imitaron entre salvajes aullidos.
Cuando no quedó nada, ni siquiera un jirón de ropa ensangrentada, el Gran Maestre se levantó, indiferente ante la horrible ejecución que él mismo había ordenado y luego presenciado.
–D'Rak, llama a los Corredores. El resto de vosotros… recordad esto.
El Gran Maestre de la Manada abandonó la sala sin ceremonia, seguido de inmediato por su ayudante. D'Rak los vio salir uno a uno tras él. Habría podido controlar a los Corredores todo el tiempo, pero su señor quiso que lo hiciera el otro pirata para demostrar que este último volvía a gozar de su gracia.
No era ninguna sorpresa. D'Shay había sido siempre su favorito.
El guardián estableció contacto con los Corredores, quienes se mostraban reacios a regresar. Lo más probable era que estuvieran sedientos de sangre. Un conejo no era suficiente para una manada tan grande. Quizá se podría encontrar la forma de que fueran dos o incluso tres. Podía resultar divertido.
Los Corredores daban vueltas sin rumbo fijo, perdida la presa de improviso. Cuando les llegó la llamada del guardián vacilaron, mostrando los dientes y enfurecidos tanto por el hecho de verse estafados como por la idea de que algo fuera de lo común había sucedido.
El miedo y la lealtad acabaron por ganar la partida. El jefe de los Corredores lanzó un aullido y empezó a correr de regreso a las perreras; el resto de la manada lo siguió.
No vieron a las dos figuras de pie en medio de ellos, que transportaban al aramita inconsciente. Incluso cuando un Corredor rozó las capas color gris pálido que llevaban, el animal, sin darse cuenta, se limitó a desviarse hacia una zona sin obstáculos.
Cuando el último de los Corredores se hubo desvanecido en la distancia, las dos figuras se volvieron en dirección este. El aire empezó a brillar ante ellas, y se abrió un gran agujero en la misma textura de la realidad. Si D'Rak hubiera podido ver aún, habría visto una enorme torre a lo lejos y una puerta gigantesca alrededor de la cual pululaban cosas inidentificables que protegían de los intrusos la Puerta de acceso al País de los Sueños.
Las dos figuras que transportaban a R'Dane penetraron en el agujero y éste se desvaneció.
Las suposiciones de D'Rak habían sido acertadas en lo esencial. El País de los Sueños era en realidad tanto un estado mental como cualquier otra cosa. Y R'Dane, en aquellos últimos segundos, consiguió por fin sintonizar con él.