D'Rak dirigió una furibunda mirada al joven guardián a quien había ordenado controlar los movimientos de los Corredores mientras él descansaba. El otro aramita, aterrado, permanecía inclinado haciendo la reverencia. El Gran Guardián D'Rak no tenía fama de misericordioso.
–¿Qué quieres decir con que ha desaparecido más de la mitad de la jauría?
El guardián adjunto, pensando en el destino sufrido por algunos de sus predecesores, mantuvo los ojos cuidadosamente clavados en sus pies.
–Señor, es tal y como os he dicho. En un momento dado estaban todos allí, y al siguiente sólo había tres.
–¿Y no viste nada?
D'Rak apretó los puños presa de impotente furia. ¡Corredores perdidos! El Gran Maestre se disgustaría…, se disgustaría mucho. Lo peor es que el episodio reforzaría aún más la posición de D'Shay. El guardián esperaba que una cacería afortunada resquebrajaría un poco la posición de favor de su rival.
–Nada -replicó mansamente su subordinado por tercera vez. A él no le importaban las luchas por el poder, lo único que le importaba era salir de allí con el pellejo a salvo.
Masculladas una serie de siniestras maldiciones con respecto al árbol familiar de su subordinado, D'Rak cerró los ojos para meditar sobre el desagradable giro que habían tomado los acontecimientos. Casi una jauría completa borrada al parecer del mapa, los tres supervivientes sin saber qué había sucedido… Después de todo no eran más que animales a pesar de su inteligencia y astucia. ¿Tendría eso algo que ver con el incidente acaecido en Lupe-rion que había terminado con la muerte de una pequeña patrulla ciudadana? También se habían recibido informes sobre un aumento de la actividad de los no-gente, los hechiceros sin rostro que el Devastador toleraba por algún motivo desconocido. No obstante, estas criaturas habían sido siempre neutrales. ¿Por qué iban a cambiar ahora? El sabía muy poco del Grifo y su importancia, pero sospechaba que los no-gente sabían mucho, mucho más… igual que D'Shay. Si jugaban, era a un juego que sólo ellos sabían, ya que el menor indicio del auténtico valor del Grifo habría enviado en su busca a todos los vigilantes del País de los Sueños.
Así pues, el hechizo del Devastador resistía aún.
Debía de haber alguna forma de salvar las apariencias. Ofrecer el cuerpo del incompetente guardián era un paso en la dirección apropiada, pero ni mucho menos suficiente. Podía hacer que los otros tres Corredores registraran la zona en busca de sus hermanos; además ya estaban ansiosos por hacerlo. El problema era que sabía por experiencia que no encontrarían ninguna pista. Aunque la misma desaparición de los animales indicaba que algo se tramaba; los habitantes del País de los Sueños jamás se metían con los Corredores a menos que fuera inevitable.
Abrió los ojos y miró al guardián adjunto quien, con extrema prudencia, permanecía en la misma posición.
–Haz que los tres Corredores supervivientes regresen a las perreras. Avísame cuando hayan llegado. Quiero que el guardián que se encarga de ellos sondee sus recuerdos, conscientes e inconscientes. Puedes retirarte.
–Señor…
El joven aramita retrocedió hasta abandonar la habitación; mantenía una expresión impasible pero por dentro estaba lleno de júbilo. No sabía que su sacrificio ya había sido decretado. D'Rak quería reducir sus pérdidas al mínimo.
Se acercaba el momento en que D'Shay y él tendrían que enfrentarse, y sabía que en su caso sería una lucha ardua. No le preocupaba el lugar privilegiado que su adversario ocupaba en la jerarquía del imperio; si D'Shay no podía defenderse de las sutilezas de la intriga política aramita, todo el favor del mundo le serviría de poco ante el Devastador. Se trataba de la supervivencia del más apto.
De todos modos sería agradable tener algo que decir ante el consejo que borrara la perpetua sonrisa afectada del rostro de D'Shay. El guardián suspiró. Había llegado el momento de enseñar las uñas, de demostrar a los demás miembros del consejo quién era él para que lo tuvieran en cuenta. La mayoría ya lo sabía, pero nunca estaba de más recordárselo.
Con un único pensamiento sacó el Ojo del Lobo de su escondite. La planificación de ese momento se remontaba a más de dos años atrás, dos años desde que estableciera contacto con ellos de forma accidental. Aquel contacto lo había conducido hasta el otro extranjero, el de la asombrosa propuesta. En aquel entonces D'Rak se rió de ella, considerándola una estratagema, pero los meses siguientes probaron la veracidad de la oferta. Durante las últimas semanas se había convertido en su primera prioridad, algo que había estado reservando para cuando se le ofreciera la oportunidad adecuada.
D'Rak colocó las manos sobre la parte superior del cristal y trazó los dibujos necesarios. Otro guardián habría notado complejas diferencias en cada dibujo importante, y el orden de estos dibujos habría diferido del que se les enseñaba. Tenía que ser así; de lo contrario no había forma de ponerse en contacto con sus «aliados» y a la vez mantener el secreto. Se daba también la coincidencia de que las mentes de las criaturas fueran tan diferentes, tan extrañas en sus propios modelos de conducta, que los procedimientos normales no habrían atraído siquiera su atención.
Supo que había establecido contacto cuando se iniciaron los murmullos. D'Rak permitió que aumentaran en intensidad, escuchando tanto el nombre de ellos como el suyo y sabiendo por pasadas experiencias que el aumento de intensidad era necesario para aquellos seres. En su fuero interno, los tzee le disgustaban, pero eran útiles, en especial a causa de su conexión con aquel a quien buscaba. Si los tzee cumplían bien su función, se los recompensaría… y luego se los aplastaría: una abominación era una abominación, sobre todo cuando ya no servía de nada.
Tzee… Tzee… Los susurros crecieron hasta adquirir tal frenesí que apenas si se los podía denominar ya susurros. D'Rak dio gracias por haber interpuesto un hechizo para ahogar aquel ruido. No deseaba llamar la atención sobre su persona. Incluso el más ligero rumor podía llegar hasta D'Shay, quien poseía una sorprendente habilidad para lograr enterarse de la verdad.
Un diminuto punto negro se materializó en el centro del Ojo. Fue creciendo despacio, como una pústula, hasta convertirse en una nube negra desde la que incontables ojos minúsculos parecían mirar en todas direcciones. Ésa no era la auténtica forma de los tzee; por lo que él sabía carecían de forma definitiva. Así era cómo el Ojo había decidido verlos; y la forma en que el cristal los percibía se basaba en la mente que lo operaba. Sonrió. Desde luego eran asquerosos. El gran guardián se sentiría feliz de deshacerse de ellos.
El guardián permitió que los tzee adquirieran cierta fuerza y luego, sin perder un instante, les impuso su voluntad. No había que ignorar la posibilidad de que la nebulosa colonia de criaturas intentara alguna traición. Sabía que, entre otras cosas, codiciaban el Ojo del Lobo. Era eso precisamente lo que había provocado el contacto inicial. No pudo descubrir para qué lo querían, pero que lo codiciaran era ya razón suficiente para mantenerse alerta. Cualquier idea que los tzee protegieran con tanto secreto era algo que prometía un triste destino a otros. Además, se dijo, sería muy irónico haber preparado su confrontación con D'Shay durante tanto tiempo para en el último momento ser víctima de una masa viviente de paranoia insustancial que se denominaba a sí misma los tzee.
A los tzee no les gustó su reacción, pero sabían muy bien que no debían oponerse. D'Rak aflojó un poco el control. Lo suficiente para que pareciera dispuesto a ceder un tanto, sin llegar a ponerse en peligro. No había alcanzado y mantenido su posición actual comportándose como un tonto.
En un lapso inferior a un minuto, los tzee le transmitieron su mensaje, y el comportamiento del gran guardián pasó del disgusto y el desdén a algo parecido al regocijo. Donde sus propios ayudantes le habían fallado en todo, los tzee -¡aquellos condenados, insufribles y fastidiosos tzee!– le habían facilitado más información de la que habría podido soñar.
¡El Grifo y el otro sí estaban allí! Como unos estúpidos, los tzee se habían entrometido, sin planear nunca las cosas con dos dedos de frente, pensando que sus tontos alardes serían suficientes, y, claro está, fracasando de mala manera al final. Desde luego no transmitió estos pensamientos a los tzee. Le habían proporcionado información de gran valor.
Su mente asimiló todo aquello con cuidado. Los tzee inquirieron entonces si todavía establecía contacto con el traidor que había dentro del País de los Sueños. Era curioso que los tzee no se vieran nunca a sí mismos como traidores. Claro que esa postura era producto de su tosca naturaleza. D'Rak meditó unos instantes, luego rompió el contacto, contemplando con desinterés cómo se disipaba la imagen de la susurrante masa. La cortesía no jugaba ningún papel entre los tzee. Ya era suficiente que se dieran cuenta de que no deseaba introducir a un tercero en aquel momento.
D'Rak se puso en pie, jubiloso. Pasó una mano sobre el Ojo, devolviéndolo al lugar que sólo él conocía. Por fin tenía a su rival. Lo que había parecido una terrible pérdida de prestigio se convertía ahora en su arma más poderosa.
Varias criaturas que había reunido y encerrado en jaulas se revolvieron inquietas cuando abandonó sus aposentos privados para dirigirse a su diminuta sala de audiencias. El cargo de guardián tenía una connotación semirreligiosa, ya que estaba profundamente conectado con el Devastador. Como símbolo de la influencia del cargo, en especial desde que asumiera sus funciones -sería más justo decir desde que llegara a él a costa de asesinatos-, celebraba audiencias dos veces por semana. Estas consistían en peticiones de novicios para ascender de categoría; también se celebraban juicios de aquellos que habían fracasado, de los miembros del imperio cuya lealtad se cuestionaba, y de casos especiales en los que sólo las habilidades de un guardián podían revelar la verdad.
Varias máscaras con el rostro de un lobo dirigieron una rápida mirada en su dirección y luego la apartaron con la misma premura cuando la guardia se puso en posición de firmes. Eran hombres escogidos con sumo cuidado. D'Rak sabía que su rival tenía espías dentro de la organización de los guardianes, pero no entre estos hombres. Le debían la vida. Si él moría, ellos también morirían. Era algo parecido a un Diente del Devastador, el artilugio que utilizaban casi todos los guardianes para controlar a los soldados de una jauría en particular, sólo que en este caso la sangre del individuo servía un segundo propósito. Además de permitir al gran guardián mantener el contacto con sus subalternos había creado un vínculo vital entre ellos. Si el vínculo se rompía, ellos morían. D'Rak había tenido buen cuidado de que el vínculo no funcionara más que en una dirección; no le gustaba la idea de desplomarse de improviso porque uno de sus guardas fuera víctima de una cuchillada en el cuello durante una pelea callejera estando fuera de servicio.
–D’Altain.
–¿Amo?
Una figura baja y delgada se materializó a su lado. D'Al-tain había sobrevivido durante años como uno de los principales ayudantes del gran guardián exclusivamente gracias a su fanático deseo de eficiencia. El subalterno se acarició la barba rala y le dedicó una profunda reverencia. D'Rak no se dejó engañar; sabía que bajo aquel aspecto exterior de servilismo se ocultaba una mente calculadora. Era una virtud… siempre y cuando D’Altain recordara cuál era su lugar.
–D’Altain quiero que canceles la audiencia de mañana. Voy a estar demasiado ocupado ¿Crees que habrá algo que impida la cancelación? – Mediante el tono de voz utilizado, D'Rak dio a entender que era mejor que no lo hubiera.
–No, amo. Me ocuparé del asunto inmediatamente. – El asistente no se marchó, sospechando que, quizás, el gran guardián tuviera algo que decirle.
D'Rak se volvió y avanzó hacia el balcón que daba sobre la capital. La enorme ciudad de Canisargos parecía extenderse eternamente… o al menos hasta el límite del horizonte. Era una vista imponente, en especial a causa del poder que D'Rak tenía sobre tanta gente. Un poder que pronto aumentaría.
–¿Amo?
D’Altain no había visto a su señor tan feliz más que en dos ocasiones, y ninguna de las dos le había dejado un buen recuerdo. Personalmente, el edecán consideraba que D'Shay y D'Rak se merecían el uno al otro. Desterró el pensamiento al instante, sabedor de que el gran guardián solía hacer que otros sondearan en secreto las mentes de los que lo rodeaban en busca de pensamientos disolutos, posiblemente traicioneros. Además de detectar los pensamientos que pudieran parecerle insultantes.
D'Rak asintió, más para sí que para su segundo en el mando.
–Quiero dos equipos de guardianes, trabajando de forma coordinada, que controlen una zona que rodee el distrito real.
–Esos equipos ya están organizados.
–Entonces pondremos dos más. Además, tendré instrucciones concretas para ellos. Otra cosa…
–¿Amo? – D’Altain intentó borrar de su rostro la expresión de sufrimiento. D'Rak planeaba algo de enormes proporciones, y eso quería decir que alguien moriría. Siempre sucedía lo mismo en la política aramita.
–Quiero un grupo especial, escogidos por su grado de sensibilidad, que vaya a Qualard y espere mis instrucciones.
–¿Qualard? ¿La antigua capital? El gran guardián le dedicó una sonrisa pesarosa y a la vez amenazadora.
–Cuidado, D’Altain. Qualard era todavía la capital cuando yo nací.
De los miembros de la categoría superior sólo vivía un puñado que recordara todavía a la ciudad de Qualard como una metrópolis floreciente. El único que en realidad sabía lo sucedido la noche que ésta se derrumbó era D'Shay. D'Rak sabía algunas cosas, y consideraba que lo que sabía era suficiente para sus planes.
Una idea lo asaltó de improviso.
–Que marquen al grupo especial.
–¿Que los marquen? – Esta vez el aramita no pudo evitar que el asombro asomara a su rostro-. Pero eso significa…
–Ya no serán necesarios sus servicios cuando esto haya terminado.
–Sí, amo.
–Puedes retirarte, D’Altain. No te demores y por encima de todo, no me falles en ninguna de las tareas que te he encomendado.
–No lo haré. – El ayudante se escabulló de la habitación. D'Rak lo vio partir, mientras el fantasma de una sonrisa hacía una breve aparición en su rostro. Luego volvió su atención a la ciudad y a las multitudes que se movían sin cesar. Miles de personas, muchas de ellas pertenecientes a las fuerzas de control del imperio del Devastador. Todas ellas dedicadas a sus ocupaciones mientras él las contemplaba… y las vigilaba. La sonrisa volvió a aparecer y se sostuvo un rato más.
Fue una visita breve que finalizó con el molesto repiqueteo del metal contra el metal al cerrar D'Shay la puerta de la celda a su espalda. Había obtenido casi toda la información posible de su prisionero. Fue un complicado juego del lobo y el zorro, durante el cual D'Shay mantuvo quietas las manos porque quería a su prisionero entero y éste lo sabía. Ahora, no obstante, sospechaba que la fuente de información le había transmitido por fin todo lo que sabía. Una suerte, además, porque D'Shay había empezado a observar que su piel engrisecía, la primera señal de que el tiempo empezaba a afectarlo.
Dos figuras cubiertas de armadura montaban guardia junto a la celda. A cierta distancia se los podría haber tomado por soldados aramitas cubiertos por sus yelmos de lobo. ¿De cerca? D'Shay sonrió, asemejándose mucho a las representaciones del dios lobo al que obedecía. Cualquiera lo bastante estúpido como para bajar aquí se merecía lo que se encontrara.
Otra figura cubierta con armadura avanzó hacia él indiferente y le mostró un cristal ovalado, un cristal que los agentes de D'Shay habían pirateado de la ciudadela de D'Rak, su supuesto imperio dentro del imperio. Tomó el artilugio de manos de su sirviente, quien siguió mirándolo. Lo que el yelmo de lobo no podía ocultar revelaba tan sólo oscuridad, como si la armadura estuviera vacía. No obstante, D'Shay sabía lo que escondía en su interior.
Agitó una mano en señal de despedida y aguardó hasta que el sirviente se hubo marchado. Alzó el cristal a la altura de su rostro y clavó los ojos en él, concentrándose. Apareció otro rostro: D’Altain, su espía, su traidor entre las filas del loco que se atrevía a ser su rival. Que las gentes de sus rivales los traicionaran, divertía a D'Shay. Era una especie de tributo al día en que se volvió contra el País de los Sueños y lo traicionó a cambio del poder del Devastador.
–Habla.
D’Altain le transmitió cuanto le habían dicho y también lo que había oído a escondidas. El cerebro de D'Shay trabajaba a toda velocidad, hacían su aparición diferentes ideas, que seguía y abandonaba a medida que su espía hablaba. Cuando hubo terminado, interrumpió el contacto con el ayudante traidor sin decir una palabra, la mente ocupada en lo que su adversario tramaba.
Devolvió el cristal al criado de oscura armadura que había regresado a su lado, y éste se marchó tan silenciosamente como había llegado.
Qualard. Aunque no estaba prohibido ir allí, desde luego no era una maniobra que el Devastador habría aprobado de habérsele preguntado. De todos modos, si el gran guardián podía justificar sus acciones, el extraño dios lobuno no sólo podía dar su aprobación sino recompensar a D'Rak por su celo.
«Tiene que tratarse del Grifo», pensó D'Shay. Nadie más podía crear semejante interés por el montón de escombros que era todo lo que quedaba de la anterior capital. A ello había que añadir el interesante hecho de que los guardianes habían perdido casi toda una jauría de Corredores. A pesar de lo mucho que desconfiaba de D'Rak, como persona no podía criticar su talento. El gran guardián tramaba algo, quizá incluso la confrontación definitiva entre ambos que los dos sabían tenía que llegar algún día.
D'Shay caminaba mientras meditaba a propósito de los nuevos acontecimientos. Su andadura pronto lo llevó a lo que más aproximadamente podía denominar casa. No dormía como los seres normales. De ahí su auténtica ventaja sobre su rival y todos sus anteriores rivales. No importaba lo grande que fuera el poder de D'Shay, los otros seguían considerándolo ahora uno de ellos. Muy longevo, sí, pero tal condición podría ser la recompensa por servir bien al Devastador. Poseía magia -de cierta clase- pero nadie conocía el verdadero alcance de sus conocimientos o lo mucho que había perdido el día que dio la espalda a sus antiguos camaradas.
La estancia carecía casi de decoración; su ocupante no tenía demasiado interés por tales frivolidades. Había trofeos de pasadas victorias, artilugios obtenidos aquí y allí:
una exposición de tamaño reducido pero con un gran potencial.
Dos criaturas sisearon con fiereza desde el interior de dos jaulas que se encontraban en la habitación. D'Shay había tenido que separarlas cuando fue evidente que acabarían por matarse una a otra. Criaturas salvajes convertidas en seres aún más salvajes por el esmerado maltrato que les daba. Uno de los monstruos extendió las alas lo mejor que pudo en su reducido habitáculo y lanzó un grito que era una mezcla del grito de batalla de un ave de presa y del rugido de un mortífero y enorme felino.
Estas criaturas eran su regalo especial para el Grifo. Eran las bestias de las que había tomado el título, los auténticos grifos. Adiestrados para un propósito: buscar a uno de su propia raza y hacerlo pedazos. En opinión de D'Shay resultaba casi poético. Esta pareja representaba a la décima generación que había criado, y le satisfacía que asesinos tan perfectos fueran a tener su oportunidad. D'Shay se inclinó hacia una de las jaulas.
–¿Qué es lo que quieres hacer?
–¡Matar! ¡Matar! – repitió el grifo, y el otro se le unió al reconocer un grito que le sonaba natural, gracias a su amo.
–¡Matar! ¡Matar!
El pirata-lobo dejó que los dos monstruos chillaran varias veces antes de gritar que se callaran. Una muestra de su poder sobre ellos fue que callasen casi al momento. A pesar de sus baladronadas, los dos animales temían a D'Shay como a ninguna otra criatura, lo cual demostraba lo avanzados que estaban sus poderes de raciocinio.
Igual que a algunos pájaros se los podía adiestrar para repetir docenas de frases si se les ordenaba, y D'Shay les había enseñado varias, todas ellas pensadas para atacar la mente del Grifo.
–Es el último de los antiguos vigilantes, vuestro primo -susurró a las criaturas, que lo contemplaron con mirada siniestra-. El último de los inadaptados, los hijos auténticos del País de los Sueños. El resto… -D'Shay agitó una mano como descartándolos, y los grifos se acurrucaron, temerosos de que fuera a pegarles. Lanzó una risita ahogada-… una raza de usurpadores, nulidades. No poseen ni la mitad del poder que él controla… si lo pudiera recordar. – Sus ojos se iluminaron con encendida pasión-. El último de la progenie del lagarto, el último peligro para mi existencia y la del señor a quien sirvo. Cuando él desaparezca, los vínculos entre él y yo serán eternos.
El pelaje y las plumas de los grifos se erizaron ante su tono de voz. El cambió a un tono dulce que no engañaba a nadie y con el que tampoco esperaba engañar a nadie. Se trataba de una burla, nada más.
–Haced las cosas bien, queridos, y os recompensaré como nadie ha sido recompensado. Puede que os dé para comer un sabroso y rellenito gran guardián… si es que para entonces no se ha podrido.
No se engañó a sí mismo; el Devastador se volvería contra él si D'Rak demostraba ser más eficiente, más… depredador. El gran guardián era una personalidad totalmente opuesta a D'Laque, el guardián que había acompañado a D'Shay en su travesía marítima al Reino de los Dragones. La pérdida de D'Laque le había costado cara en muchos sentidos. El guardián era poderoso; también había demostrado ser accesible y habría sido un buen aliado de haber regresado con él. Un error que le había costado a D'Shay parte del favor de su amo.
«No», pensó agriamente, «no puedo subestimarte, D'Rak. A pesar de las palabras de alabanza que me ha dedicado, el Lord Devastador siente mucho interés por tí también. Quizá se deba a que tú y yo somos tan parecidos…, lo mismo que el Grifo y yo somos parecidos… y por eso estamos destinados a mostrarnos mutuamente los colmillos. Es una lástima. Juntos incluso podríamos haber hecho caer a un dios».
Redondeado este último pensamiento, D'Shay escudriñó la habitación con aire culpable. Los dioses eran famosos por sus grandes orejas incluso hasta cuando las palabras se pensaban en lugar de pronunciarlas. Dirigió de nuevo una rápida mirada al ligero tono gris que empezaba a tomar su piel.– Ahora precisamente no se atrevía a molestar a su señor. Por lo menos hasta que hubiera cambiado esa cobertura de carne por otra. Pero no lo haría aún. Transferirse demasiado pronto lo debilitaría en exceso… y con D'Rak y el Grifo entrometiéndose en todo podía serle fatal.
Una de sus dos valiosas mascotas lanzó un furioso graznido, un casi ininteligible «¡Matar!» escapó de su pico. Los dos animales aguardaban la oportunidad de estirar las alas, y ni siquiera el temor que les inspiraba su amo podía reprimir sus ansias.
Como si fuera una señal, dos criados con armadura entraron arrastrando una figura desnuda y maloliente. Un convicto, con toda seguridad. D'Shay acostumbraba a pedir convictos; éstos poseían un instinto de supervivencia que los convertía en perfectas piezas de adiestramiento para los grifos.
D'Shay avanzó hacia la figura que lo miraba con ojos torvos, extendió una mano enguantada, y dio un brusco tirón a los cabellos del hombre para que echara hacia atrás la cabeza. Por un instante imaginó que se trataba del rostro de águila de su más antiguo adversario y anterior compañero.
–Vamos a poner en práctica un jueguecito -empezó a decir por fin-. Un juego que podría darte la libertad…