Si no era así, tenía muchas posibilidades de ir a reunirse con su predecesor quien, según indicaban los cristales, había recibido su recompensa como traidor a manos de D'Shay
«¿Por qué tenía que haberse llevado a cabo la invasión al mismo tiempo?», se preguntó. Por ese motivo, D'Rak estaría del peor de los humores.
El gran guardián estaba sentado casi a oscuras, el Ojo del Lobo flotaba en silencio junto al lado derecho de su sillón. El cristal estaba inquietantemente oscuro. D’Farany había oído historias sobre él, y siempre lo habían descrito como un objeto por lo menos brillante. Las pocas veces que lo había podido ver, iluminaba la habitación casi tan bien como podrían haberlo hecho varias antorchas y una docena de cristales mágicos combinados. ¿No había ninguna otra cosa rara?
–¿Amo?
La figura sentada estaba inmóvil. La cabeza caída hacia adelante, mientras una mano intentaba mantenerla al menos parcialmente erguida. El joven guardián se olvidó de su propia situación, temiendo de repente que D'Rak estuviese enfermo o, peor aún, muñéndose.
–¿Amo?
La figura se movió. D’Farany lanzó un sonoro suspiro de alivio. Lord D'Rak estaba descansando.
–¿Qué… sucede? – La voz parecía poco nítida, como si el gran guardián estuviera borracho, cosa que era imposible.
–Amo, soy D’Farany. Me temo que os traigo noticias preocupantes con respecto a aquel que llaman Grifo.
–¿Grifo?
El gran guardián alzó la cabeza. La mayor parte del rostro quedaba oculta entre las sombras. D’Farany miró por un instante nada más, en dirección al lugar donde deberían estar los ojos. Había algo en lo poco que se veía de la cara del otro que lo acobardaba. Le pareció que esos ojos lo observaban todo, incluido aquello que otros ojos normalmente no pueden ver.
El gran guardián dio muestras de impacientarse, de modo que D’Farany inició su relato. D'Rak permaneció inmóvil durante toda la narración, como si lo que le importara fuera absorber la información. Al ver que no daba la menor señal de enojo, D’Farany empezó a tranquilizarse y sus explicaciones se volvieron más gráficas. Cuando terminó, permaneció en silencio, esperando las instrucciones del gran guardián… y posiblemente su veredicto final.
–El Grifo. Se dirige al País de los Sueños. – La voz de D'Rak era chirriante. El joven guardián asintió ante la suposición; tenía sentido. ¿A qué otro lugar podría ir el extranjero? Se decía que en una ocasión era una de las criaturas que protegían el escurridizo territorio.
–Esta vez no.
–¿Amo?
–Nada. – El gran guardián parecía una estatua, por lo poco que se movía-. D'Shay entra en el País de los Sueños.
–Como vos digáis, mi señor. – D’Farany se sentía muy incómodo. Quizá Lord D'Rak estuviera enfermo de verdad.
Una mano se alzó en el aire, y un dedo señaló al ayudante.
–Tú me obedecerás. ¿Comprendido?
–Vuestra… vuestra voluntad es la mía.
–Así es. Queremos… quiero que D'Shay desaparezca. Que el Grifo desaparezca. Que los Supremos Vigilantes desaparezcan. Hay que cerrar la Puerta.
El otro aramita se quedó anonadado.
–Pero… ¡sin la Puerta, no podemos invadir el País de los Sueños!
–Falso. – Por primera vez, la figura envuelta en sombras mostró auténtica seguridad en sí misma. Se recostó en el asiento y continuó-: El poder para abrir la Puerta está ahora aquí dentro -D'Rak se dio un golpecito en la sien-. No necesitamos a los otros.
–¡Me… me siento abrumado, señor! ¿Cómo lo habéis obtenido?
–Todo lo que se necesitaba era un cambio en la forma de pensar. – La voz del gran guardián volvía a parecerse más a la de siempre, y los temores de D’’Farany empezaron a disiparse.
–Hay guardianes entre las fuerzas de invasión. Personas leales.
–Sí.
–Bien. Yo… sí, yo… quiero que localicen al aliado de D'Shay. Un Supremo Vigilante llamado Lord Petrac. Tiene cabeza de ciervo.
–¡Por los Dientes del Devastador! ¿Una cabeza de ciervo?
–Quiero que lo maten o, si no pueden, que hagan que se vuelva en contra de D'Shay. Tiene sus debilidades. Siente un gran amor por los seres inferiores.
D’’Farany comprendió. Unos cuantos rehenes, utilizados en la forma adecuada, conseguirían que el Supremo Vigilante se descuidara o lo pondrían tan furioso, que acabaría probablemente por aislar a los soldados, que hubieran entrado en el País de los Sueños, de cualquier ayuda exterior.
–Los que queden atrapados en el País de los Sueños morirán.
–Es posible, pero intervendré para salvarlos si tengo oportunidad. Vete. Ahora. Las instrucciones son bastante sencillas. Me reuniré contigo dentro de un momento.
–Amo.
El joven guardián hizo una reverencia y, en un estado de ánimo totalmente opuesto a aquel con el que había entrado, se marchó para organizar la traición. No se le ocurrió que había demasiados cabos sueltos en el plan expuesto. Como guardián estaba acostumbrado a que sus superiores se ocuparan de tales cosas. Si D'Rak no decía nada más, es que no había nada más que tener en cuenta.
La oscura forma del gran guardián se levantó del sillón. Estudió sus manos, como si fuera la primera vez que las veía, y, con la derecha, guió el Ojo hasta tenerlo frente a él. Con la mano izquierda convocó al poder encerrado en su interior. Unos pocos movimientos de la mano le ofrecieron una imagen de los imponentes ejércitos del Devastador atravesando la Puerta poco a poco. Gracias a Lord Petrac, la Puerta se había hecho al menos diez veces mayor de lo que normalmente era, pero aun así no permitía la entrada de bastantes hombres a la vez. Al menos en opinión de D'Shay, de eso no tenía duda. En cuanto al antiguo guardián traidor, éste debía de haber sido uno de los primeros en entrar. Aquello tenía que marcar el triunfo de D'Shay, y la única forma de asegurarlo era conducir él mismo las tropas. Mucho mejor. Cuando la Puerta se cerrase, significaría el principio del fin para él; si no eran los guardianes, acabaría con él el simple hecho de no poder escapar del único lugar en el que el poder de su amo no podía mantenerlo con vida durante mucho tiempo.
Sirvak Dragoth caería con la ayuda de los guardianes, dejando al Grifo. Pero esta vez estaban preparados… más preparados de lo que esperaban. Y con el Grifo muerto, el Devastador los recompensaría con poder aun mayor, que era el único objetivo de sus vidas.
–No, sólo estoy «yo». – Una sonrisa apareció en el rostro del gran guardián, una reacción involuntaria, a la que no estaba acostumbrado, y que ignoró-. Más adelante volveremos a ser «nosotros». Cuando estén todos muertos y no quedemos más que nosotros.
«Tzee…»
Un dragón vuela más veloz que cualquier otra criatura, dejando aparte portales y demonios. Así pues, aunque parecía que Canisargos no tenía fin, la muralla oriental apareció ante ellos al cabo de menos de media hora. De todos modos, aún decía mucho sobre la ciudad más poderosa de los aramitas, que Morgis hubiera tardado tanto tiempo en llegar. A pesar de haber comentado en una o dos ocasiones la posibilidad de dejar tras él un rastro de destrucción, Morgis voló sin pausa en dirección al gigantesco flujo de poder que ambos empezaron a percibir mucho antes de estar seguros de lo que era.
–¡La Puerta del País de los Sueños! ¡Ha crecido! El Grifo miró en la dirección en que miraba el dragón, y observó que la Puerta había crecido realmente. Ahora era casi tan alta como Morgis y la arcada, cuyos dos batientes permanecían abiertos en aquellos momentos, posiblemente tendría la anchura suficiente para que consiguiera pasar. Enormes figuras pululaban por los costados. El Grifo las reconoció como los diminutos guardianes del artilugio aunque ahora eran casi tan grandes como un pony. Se preguntó por qué no atacaban a los invasores.
El aire se llenó de ásperos graznidos. El Grifo escudriñó el cielo y divisó varias formas volantes que se dirigían hacia ellos.
–Jinetes a lomos de grifos!
Contó al menos una docena, e imaginó que debía de haber el doble. Cuando los jinetes se acercaron al dragón, Morgis lanzó sobre ellos un torrente de llamas humeantes.
Los jinetes a lomos de los grifos se separaron con perfecta precisión, de modo que la columna de fuego pasó sin consecuencias entre lo que ahora eran dos columnas. Estas se fusionaron a su vez en cuatro unidades y luego en pequeñas brigadas.
–¡Mosquitos! ¡Intentan rodearme con mosquitos! – rió Morgis, pero al Grifo le pareció la situación mucho más seria.
–¡Morgis! ¡Son más peligrosos de lo que pensáis! ¡No dejéis que…!
–¡No os preocupéis! ¡Los aplastaré en un momento! Tres se pusieron al alcance de sus zarpas y viró hacia ellos, las garras extendidas, seguro de poder alcanzar al menos a dos. Sin embargo, los jinetes controlaron muy bien a sus bestias y, cuando las garras del dragón llegaron al lugar donde habían estado sus objetivos, los jinetes estaban por encima y por debajo de él.
Morgis gritó de improviso, y el Grifo apenas si pudo sujetarse cuando el dragón se retorció lleno de dolor.
–¡Me han acuchillado!
El Grifo volvió la cabeza. Varios jinetes habían aprovechado el engaño para atacar el flanco indefenso del leviatán. Morgis se había apartado al momento con una contorsión, pero tenía varias heridas largas y ensangrentadas en la cola, la parte inferior del lomo, y, posiblemente, también en la zona del' estómago. Los grifos auténticos poseían unas garras más afiladas que las de cualquier otro animal y picos tan fuertes que podían quebrarlo todo a excepción de las barras de metal más resistentes.
Al volverse Morgis, una de sus enormes y correosas alas golpeó sin querer a una de las bestias, alcanzándola de pleno. Jinete y cabalgadura se precipitaron en picado hacia el suelo. El resto de los jinetes contuvieron a sus monturas, y varios de ellos empezaron a volar alrededor del dragón describiendo un círculo de izquierda a derecha, mientras otros empezaron a hacerlo de derecha a izquierda en un intento por confundir a Morgis.
–Si se estuvieran quietos… ¿Qué clase de soldados creen ser? ¡Tendrían que luchar de un modo más correcto!
–¡Vencerán si esto sigue así, Morgis! ¡Estáis sangrando mucho ya!
–¡Fue un golpe de suerte! ¡Me cogió desprevenido! – No obstante, el dragón no parecía muy seguro.
Un jinete se precipitó sobre ellos desde la retaguardia. El Grifo oyó el batir de alas y se inclinó a un lado justo antes de que las zarpas del animal lo arrancaran del lomo del dragón. Apretó con fuerza la mano izquierda y, utilizando las líneas de energía menos controladas entre todas las que cruzaban los cielos, creó una lanza de energía pura que podía dominar. La creación le llevó apenas dos segundos, una suerte, porque varios jinetes desafiaban ya los poderes del dragón en un expreso intento de atrapar al Grifo. No tenía que preguntarles el motivo. Era evidente que sabían quién era, y tanto D'Shay como el gran guardián habían sin duda dado órdenes de capturarlo si era posible… y de matarlo, con toda seguridad, si era necesario.
Quienes conocían bien al Grifo sabían que su vista era muy parecida a la de un auténtico pájaro. La prueba de esta extraordinaria capacidad visual era la habilidad con que encontraba sus blancos. Como hizo en ese momento.
Tres jinetes se ofrecían como posibilidades, pero sólo con uno podía utilizar toda la potencia de su brazo. No vaciló. Apuntando más a la montura que al jinete, arrojó la lanza.
Un disparo certero. La lanza atravesó al animal de forma tan perfecta que la criatura tardó algunos segundos en darse cuenta de que estaba muerta. Cuando lo hizo, sus ojos se vidriaron, las garras cayeron inertes, y las alas dejaron de agitarse. El Grifo contempló con siniestra satisfacción cómo la bestia se precipitaba al suelo igual que una piedra, mientras su jinete gritaba de temor y rabia. El pájaro-león se había quitado un peso de encima; se había estado preguntando si al matar a una de aquellas criaturas se sentiría como si matara una parte de sí mismo. No había sido así. A pesar del parecido, no sentía la menor afinidad con aquellos monstruos.
Morgis no dejaba de lanzar gritos de frustración. Los grifos y sus jinetes no cesaban de pasar frente a él, manteniéndose apenas alejados del alcance de sus garras. En dos ocasiones intentó abrasarlos en pleno vuelo, pero eran animales demasiado veloces, demasiado pequeños. Sin embargo, como un hombre picado sin descanso por innumerables insectos, el dragón sufría, y era evidente qué bando sería el derrotado al final. Tenían que salir de allí.
–¡La Puerta! ¡Hay que intentar llegar a la Puerta! ¡Es la única salida!
En un principio, dio la impresión de que Morgis se negaría, que su cólera le impediría razonar, pero, al fin, inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Lo que siguió, casi cogió al Grifo por completo desprevenido. Tuvo que dar las gracias a quien fuera que controlara su suerte de que hubiera vuelto a sujetarse con ambas manos al cuello de su compañero, ya que Morgis simplemente dejó de volar.
Un dragón es un ser enorme y pesado. Un ser enorme y pesado que deja de volar sólo puede hacer una cosa.
Precipitarse al suelo como una roca.
Los soldados a lomos de los grifos los contemplaron con sorpresa. Más de uno pensó que su adversario había llegado al límite de sus fuerzas y se desplomaba muerto, que era exactamente lo que Morgis quería que pensaran. Se dejó caer un corto trecho, lo justo para quedar fuera del alcance de sus atacantes. Luego extendió las alas y las agitó con todas sus fuerzas. La magia consubstancial al acto de volar le ayudó en lo que de lo contrario habría sido un suicidio, y el dragón recuperó el control casi de inmediato.
El pájaro-león se obligó a mirar abajo.
–¡Tendremos que descender mucho, mucho más, si queremos atravesar la Puerta!
–¡Hasta el último momento no! – gritó Morgis-. ¡No quiero arriesgarme a que me derribe el poder de los guardianes! ¡Ya he tenido una buena ración de su magia! ¿Estáis seguro de que no existe otro modo de entrar en el País de los Sueños?
–¡Sólo la Puerta y, al parecer, los Seres Sin Rostro poseen el control completo! ¡Los tzee siempre han tenido un control parcial, pero creo que podemos excluirlos!
–¡^b, por mi parte, quisiera poder excluir también a esos demonios sin rostro!
–¡Lo cual nos deja una única opción! ¡La Puerta! Morgis asintió con energía.
–¡A la Puerta, entonces!
A su espalda escucharon gritos de rabia. Los jinetes de los grifos no se habían dado por vencidos todavía. En una carrera de fondo, el dragón los habría dejado atrás con facilidad. Pero ahora, Morgis estaba agotado por los interminables combates y tuvo que reducir la velocidad para no pasarse de la Puerta. Cuanto más tardase en penetrar por ella, menos posibilidades tendría de conseguirlo, en especial teniendo en cuenta que significaba entrar en medio de una invasión. Peor aún, habría tropas pasando por el enorme portal al mismo tiempo.
Debajo de ellos, la vanguardia de la tropa empezaba a girar para ocuparse del enorme leviatán. El Grifo maldijo en silencio. Habría un buen número de guardianes mezclados con los soldados, y dudaba de que Morgis, aunque estuviera en pleno ejercicio de su energía, fuera capaz de resistir su poder combinado. El pájaro-león sabía que él, por su parte, no tenía la menor posibilidad.
«Puedes manipular la Puerta tu mismo», sugirió una voz tranquila y dominante. – ¿Qué habéis dicho? – gritó Morgis. «Tu, Grifo, tienes el poder necesario para manipular la Puerta. Puedes arrebatársela al ser llamado Lord Petrac.»
Resultaba aterradoramente parecido a su confrontación con el Devastador, pero había una serenidad en esas palabras de la que carecía el demente dios. «No es un dios. Tampoco lo soy yo. Deberías saberlo.» Era cierto; lo sabía… en ese momento. «Queda poco tiempo. Ese perro loco me descubrirá. Puedes manipular la Puerta, Antiguo. Simplemente lo has olvidado, como has olvidado tantas cosas. Ojalá pudiera devolverte todos esos recuerdos… pero eso deberás hacerlo por tu cuenta.»
«¿Cómof ¿Cómo puedo manipular la Puerta», inquirió el Grifo en silencio. Eso le recordaba sobremanera los breves contactos mantenidos con el Dragón de las Tormentas y el de Cristal. Ambos habían intentado utilizarlo secretamente contra el temido Dragón de Hielo. El Dragón de las Tormentas había fracasado, el de Cristal no. «Puedes…»
La voz se apagó, el contacto interrumpido de improviso… y no por la otra parte. Quien fuera o lo que fuera, era evidente que el Devastador lo había descubierto antes.
«Hay algo que debo pedirte. Antiguo.» Esta vez, las palabras no provenían de un desconocido; era el Grifo que había recordado otra cosa, un recuerdo más antiguo que ninguno que hubiera recordado hasta el momento. ¿Antiguo?
Manipular la Puerta. Lo había hecho sin pensar en más de una ocasión. Ese debía de ser el motivo de que la viera cuando Morgis y él se dirigían a Luperion. Un llamamiento inconsciente. No. No una llamada. Así lo hacía Lord Petrac. Más bien como el silencioso Supremo Vigilante, el llamado Geas. Este no había llamado a la Puerta sino solicitado su ayuda para un asunto de importancia. Un asunto de importancia.
–¡Grifo! – El sonoro siseo de Morgis lo sacó de su ensoñación-. ¡La Puerta! ¡Se tambalea fuera de control! ¡Los carroñeros huyen de ella!
–¡Lo sé! – Una solicitud de ayuda. Una oportunidad para acabar con esa locura, con la locura del Devastador. La locura de D'Shay. La locura de Lord Petrac, el traidor.
Y de improviso, dragón y jinete atravesaban volando una Puerta inmensa que flotaba libremente en el aire. Enormes serpientes negras con ojos que todo lo veían recorrían frenéticamente un imponente arco de piedra con gigantescas puertas de madera que se abrieron en el preciso instante en que parecía que Morgis iba a estrellarse contra ellas. Aunque los siniestros guardianes de la Puerta sisearon al verlos, de algún modo el siseo podía interpretarse como el reconocimiento de un aliado, no de un enemigo.
El Grifo miró al suelo antes de que entraran, con la esperanza de averiguar lo que sucedía allí, pero no tuvo tiempo. Recibió apenas una breve imagen del extremo oriental de Canisargos y de incontables figuras negras que daban vueltas en total confusión… y en un instante se encontró contemplando la inclinada ladera de una colina en la que otras figuras negras se detenían de repente llenas de pánico al darse cuenta de que no recibirían refuerzos. Se escuchó durante unos instantes el graznar de los grifos que los perseguían, y luego los accesos de la Puerta se cerraron. Ninguno de aquellos animales consiguió pasar.
La aparición de un dragón adulto produjo sin duda una grata sensación de alivio a los defensores de Sirvak Dragoth. Desde lo alto, el Grifo estudió el asalto. Le sorprendió ver, no sólo tantos piratas-lobo, sino también gran número de otros seres que no podían ser más que habitantes del País de los Sueños. Asombraba comprobar que fueran tantos. Como carecía de recuerdos de la época vivida allí, juzgó por lo que había visto. En su última visita al País de los Sueños, había llegado a imaginarlo como una selva alejada del mundo con un puñado de pequeñas comunidades y la fortaleza de los Supremos Vigilantes como única defensa. Ahora comprendía que no era así. El Grifo se preguntó si D'Shay no habría hecho lo mismo.
De improviso estuvo a punto de salir despedido del cuello de Morgis cuando el dragón dejó de volar y, lo mismo que había hecho durante el combate con los grifos y sus jinetes, empezó a caer en picado como si se tratara de varias toneladas de masa inerte. – ¡Grifo! No puedo…
Habría quien dijera que fue una suerte que el dragón hubiera descendido bastante en dirección al suelo antes de perder el control. Otros dirían que así amortiguó el choque y casi con seguridad salvó sus vidas. Pero, tal y como lo habría expresado el Grifo, la verdad es que no sabían de lo que hablaban.
El impacto hizo temblar todos los huesos y músculos del pájaro-león, quien, en un momento dado, realmente creyó que el cerebro y todos sus demás órganos habían salido despedidos de su magullado cuerpo. El suave y entumecedor amago de inconsciencia le ofreció un respiro a su dolor, pero se negó con un gran esfuerzo a disfrutarlo, sabedor de todo lo que los acechaba.
El Grifo se encontró tumbado a varios metros de la enorme e inmóvil figura de su compañero. Puso en movimiento los brazos, y apenas si consiguió ahogar un grito cuando se dio cuenta de que tenía la mano derecha rota. No sólo los dedos, aunque tres de ellos colgaban inertes, también la muñeca estaba fracturada. El ex mercenario se apoyó sobre el costado izquierdo. Aunque le dolía, sabía que sobre ese lado podía aguantarse. De todos modos seguía siendo difícil incorporarse para poder sentarse. Ponerse en pie era por completo imposible de momento. El problema de Morgis era mucho mayor. Por el momento, los piratas-lobo parecían más interesados en Sirvak Dragoth que en los dos recién llegados. El dragón caído no se movía, eso era bastante para ellos. Sin duda, daban por sentado que era obra de los guardianes, aunque el Grifo tenía sus dudas. No, los guardianes estaban demasiado ocupados en aquellos momentos ayudando a sus camaradas, y, a menos que hubiera sido un gran guardián con un poder comparable al de D'Rak o varios guardianes de menor capacidad uniendo sus recursos, tenía que haber sido otra persona. D'Shay o…
–Me apenó tener que haceros esto, pero no me dejasteis elección.
Lord Petrac, la Voluntad del Bosque (en aquellos momentos podría discutirse lo apropiado del título), se encontraba ante él, surgido de la nada. Sostenía su cayado con ambas manos, la parte inferior a una distancia de treinta centímetros del maltrecho Grifo.
–Me dolió, pero ése es el precio que debe pagarse por el bienestar de al menos unas cuantas de mis criaturas.
El pesado extremo del bastón se estrelló contra la mano herida del Grifo.
Si su muñeca no hubiera estado rota antes, ahora ya no cabía la menor duda de que lo estaba. Reprimió un grito de agonía, negándose a dar al renegado Supremo Vigilante aquella satisfacción.
Una bota de cuero cayó sobre su pecho, obligando al Grifo a apoyarse sobre la espalda. Sus ojos se posaron sobre las dignas y tan engañosas facciones, en los «inocentes» ojos del ciervo, y descubrió que a su atacante en realidad no le gustaba lo que hacía. El disgusto que leía en los ojos de Lord Petrac lo sorprendió, pero no más que el segundo golpe que éste le propinó con el cayado. En esta ocasión, el Supremo Vigilante escogió el hombro izquierdo. Sintió un intenso dolor, y luego un total entumecimiento de los músculos.
–La Puerta vuelve a ser mía. Me cogiste por sorpresa;
lo admito. Pero ahora, comprendo lo que eres. Tiene sentido. Todo ello. Qualard, Shaidarol, los no-gente, todo tiene sentido. Lástima que fuera demasiado tarde.
–Demasiado tarde… ¿para qué? – gruñó el Grifo. Si se le concedían algunos minutos, podría quizá ponerse en pie y al menos oponer alguna resistencia. Por el momento no podía hacerlo, ni concentrarse. Los conjuros habían quedado fuera de su alcance desde el mismo momento en que Petrac los atrapó en el aire.
–No importa.
El Supremo Vigilante contempló la parte inferior de su cayado con ojos entrecerrados. La punta roma empezó a contorsionarse y a crecer. Se volvió más estrecha, más fina, hasta que el Grifo, los ojos inyectados en sangre, se encontró cara a cara con una punta muy afilada. No se molestó en preguntar qué planeaba la Voluntad del Bosque.
Lord Petrac levantó en el aire el bastón. El Grifo intentó rodar a un lado, pero descubrió que estaba sujeto al suelo. Incluso con la Puerta bajo su control, a Lord Petrac le sobraba poder.
–Debes comprender Grifo, que hago eso por mis criaturas, para que al menos algunas de ellas sigan viviendo.
El antiguo monarca no pudo contenerse y, con una mirada de repugnancia a su asesino, le espetó:
–¿Querrán seguir viviendo cuando averigüen la verdad?
Lord Petrac lanzó un grito ahogado. El bastón se escapó de sus manos y fue a caer sobre el Grifo mientras el Supremo Vigilante se llevaba las manos al cuello en un intento desesperado por detener el torrente de sangre que brotaba de su parte posterior o, más bien, de lo que quedaba de ella. Su boca se abrió y cerró sin emitir ningún sonido, y los redondos ojos negros miraron al frente sin ver.
La Voluntad del Bosque cayó hacia adelante, y, gracias a que el hechizo desapareció con su muerte, el Grifo consiguió echarse a un lado antes de que el cuerpo sin vida se desplomara sobre él.
El Grifo, cegado por el dolor y las salpicaduras de sangre, se limpió los ojos. Oyó sollozos procedentes del lugar donde había estado el Supremo Vigilante y supo de quién se trataba incluso antes de que su visión se aclarara.
Troia estaba de rodillas, la mano derecha cubierta con los fluidos vitales de alguien que había sido su mentor, casi un padre para ella. Aquel a quien se había visto obligada a matar para poder salvar, no sólo el País de los Sueños, sino quizá también a alguien que le era incluso más querido.
Pero en medio del combate que se desarrollaba, el único que oyó sus expresiones de dolor fue el Grifo.