El plan del Grifo era encontrar a uno de los no-gente, o Seres Sin Rostro, y convencerlo de que les ayudara. Sabía que la ubicación no era ningún impedimento para las criaturas de rostro en blanco; los Seres Sin rostro podían hacer lo que quisieran donde quisieran. Se los suponía neutrales, pero eso no significaba necesariamente que no pudieran interferir. De todos los enigmas que se habían cruzado en su camino, el de los no-gente se contaba entre los que más le preocupaban.
–No podemos esperar a que uno de ellos venga a nosotros -respondió el pájaro-león con calma, ignorando el resto del comentario del antiguo pirata-lobo. Había pensado en ello una y otra vez y era lo mejor que podían hacer.
–No pienso confiar mi suerte a los Seres Sin Rostro -siseó Morgis- No puedo explicarlo, pero no confío en ellos.
El Grifo lo estudió con atención. Los ojos de Morgis mostraban la misma expresión que el pájaro-león sospechaba mostraban los suyos cuando intentaba recordar algo con desesperación. No sería una sorpresa demasiado grande descubrir que los no-gente también tramaban sus propias conspiraciones. Sin embargo…
–¿Se os ha ocurrido alguna otra cosa?
–No. – Su voz sonó apagada, derrotada-. Nada que sea factible. Tengo poca experiencia en eso de huir de capitales enemigas. A lo mejor la próxima vez.
Si lo hubiera dicho cualquier otro, se podría haber pensado que intentaba hacer un chiste, pero viniendo del dragón… el Grifo no estaba del todo seguro.
–Entonces no hay ningún motivo para que vacilemos, ¿no es así? – El aramita era quien menos motivos tenía para estar satisfecho con su situación. Había intentado evitar el regreso a su antiguo hogar por todos los medios posibles. Si era capturado lo único que le esperaba era verse perseguido otra vez por los Corredores.
Dane localizó la antorcha apagada que Troia llevaba antes de que se descubriera la traición de Lord Petrac y que, al parecer, había dejado atrás cuando el Supremo Vigilante la había enviado de improviso lejos de allí. Aunque no estaba totalmente oscuro -un leve resplandor emanaba de diminutos cristales incrustados en las paredes a intervalos regulares-, una antorcha les dio cierta sensación de seguridad. El aramita, que carecía por completo de la habilidad de ver en la oscuridad, fue quien más se alegró de poder atravesar los salones sin tropezar con cosas que no podía ver. Con la antorcha encendida -cosa que tardaron bastante en conseguir- iniciaron su travesía por pasillos no utilizados durante generaciones. Al parecer era la palabra clave; el Grifo recordó el corredor de la fortaleza del gran guardián.
–¿Estás seguro de que no se utilizan estos pasillos?
–No tiene tanta importancia como para que haya que olvidarlo -repuso Dane con un movimiento afirmativo de cabeza-. Los pasillos se remontan a los primeros tiempos de Canisargos, cuando ésta era poco más que un puesto avanzado. Como podéis ver, nuestros antepasados eran buenos constructores aunque no pongo en duda que se hayan construido mejores en esta zona desde entonces. Estos pasadizos estaban mejor escondidos, pero, más tarde los utilizaron como almacén. Algunos se usan todavía, la mayoría ya no -una curiosa sonrisa apareció en su rostro-. Me parece interesante que una ciudad tan poderosa pueda mostrarse indiferente o ignorante ante la presencia de todo un mundo bajo sus pies. Nos… se han vuelto demasiado pagados de sí mismos. Creen que no tienen nada que temer, que son invencibles.
Los tres permanecieron en silencio un buen rato. Intentaron algunos pasillos laterales, pero siempre terminaban en una sala, y se decidió que lo mejor era seguir por el pasillo principal y esperar que terminara en una salida.
Tropezaron con otro pasillo lateral y Morgis decidió dedicarle una rápida ojeada. Introdujo la cabeza y dejó que sus ojos se ajustaran a la oscuridad.
–¡Una escalera! – Su grito hizo que los otros dos vinieran corriendo, más que nada para hacerlo callar por si no estaban solos allí abajo-. ¡En dirección ascendente!
No se le podía echar en cara su excitación. Se trataba realmente de una escalera…, de lo que quedaba de ella. El abandono la había afectado más que al resto del pasillo. Parecía un añadido, y bastante moderno. Dane dio un paso al frente con la antorcha y, con la mirada, siguió la escalera hasta…
El antiguo pirata-lobo se apartó de los escalones, renegando en nombre de un dios en el que afirmaba no creer.
–¿Qué esss? – inquirió Morgis furioso. Dio una zancada al frente y miró hacia arriba-. ¡Está sellada! La han tapado con una pared. Ya no hay puerta. •
Con mucha cautela, el duque ascendió por los semi-desmoronados escalones y se perdió en la oscuridad. Transcurrido un minuto, regresó.
–No hay ninguna puerta oculta… a menos que esté mejor escondida que ninguna que haya visto jamás, incluida aquella de la madriguera del guardián. Yo diría que el trabajo finalizó hace años, décadas, quizá.
–Puede que no haya otra salida en esta parte del pasillo -añadió el aramita con enfado-, A lo mejor tendremos que retroceder por donde hemos venido e ir en dirección opuesta.
El Grifo consideró esta posibilidad unos segundos.
–¿No nos llevaría eso más al interior de Canisargos?
–No puedo decirlo. Nunca he visto la superficie. Sólo supongo que vamos en dirección a las murallas exteriores porque nuestro «salvador», Lord Petrac, insinuó que ésta era la dirección apropiada. Cosas que dijo, nada específico y, en aquellos momentos, la verdad es que no prestaba demasiada atención a… a… ¡He sido un estúpido desmemoriado! ¡Tenemos que regresar a las habitaciones de las que venimos! ¡Puede que no se lo haya llevado con él!
–¿Llevado con él qué? – quiso saber Morgis, pero el aramita volvía ya sobre sus pasos, dejando a los dos en la semi-oscuridad mientras se perdía en la distancia.
–¡Sigámoslo!
El Grifo confió en que lo que Dane quisiera recuperar fuera lo bastante valioso como para merecer un viaje de regreso al punto de partida. Cada momento que pasaban atrapados en la ciudad aumentaba el peligro para el País de los Sueños. Ahora que su secreto había sido descubierto, Lord Petrac no podría evitar pensar que a lo mejor alguien más lo conocía, y, por propia experiencia, el pájaro-león sabía que lo que el Supremo Vigilante hubiera planeado para su hogar y su gente, ocurriría pronto. Sólo entonces podría Lord Petrac descansar tranquilo.
Encontraron al antiguo pirata-lobo registrando, no la sala en la que habían estado atrapados los tres sino una más pequeña que había al lado. Sin soltar la antorcha que llevaba en la mano, el aramita se esforzaba por sacar algo de un rincón oscuro. Su ansiedad por hacerse con el objeto la evidenciaba el hecho de que no hubiera pensado siquiera en dejar la antorcha en alguna parte para que no le estorbara.
La vacilante luz no permitió ver al Grifo más que un objeto envuelto en un pedazo de tela que tenía aproximadamente el tamaño de una cabeza -muy poca cosa, si se tenía en cuenta la situación actual- y parecía muy frágil, ya que el aramita lo trataba como si fuera una criatura recién nacida. Por fin, Dane tendió la antorcha al Grifo.
–Sostén esto mientras lo sujeto mejor.
–¿Qué es esa cosa?
–Esto, Lord Grifo, es la cabeza de tu antiguo carcelero, una bestia llamada R'Mok.
–¡Repugnante! – exclamó Morgis-. ¡Nosotros no perderíamos el tiempo con tales trofeos! Dejamos los cadáveres de nuestros enemigos a los carroñeros o a nuestras monturas, si es que están hambrientas.
Jerilon Dane le dedicó una mueca.
–Mucho más civilizados, claro. No he guardado este juguete por ningún tipo de afición… aunque no negaré que más de uno de mis antiguos socios tal vez coleccione estos recuerdos. Me la he quedado más bien porque creí que la cabeza del carcelero de la ciudadela de los guardianes podía sernos útil. Además dudo de que sepáis realmente lo que se oculta tras esta capucha.
El ex soldado retiró la pieza de tela, tan parecida en aspecto a un diminuto sudario, y sonrió con frialdad.
–El Gran Guardián D'Rak era un maestro en la talla con cristal.
La cabeza del difunto carcelero era una parodia de una cabeza humana auténtica; toda ella parecía tallada a partir de una enorme gema. Tenía esculpida una boca que sonreía burlona, pero no se acertaba a adivinar qué sentimiento intentaba transmitir. Se advertía un surco allí donde se suponía que debía estar la nariz, pero, de los ojos, no había la menor señal. Tampoco había orejas ni siquiera en los costados de la cabeza. En cierta forma, aquel objeto grotesco recordaba un poco a los no-gente.
–Ese hombre es el más repugnante de los nigromantes. No se da por satisfecho con revivir a los muertos -masculló el dragón con repulsión-. También tiene que mutilarlos.
El Grifo observó algunas señales talladas en el costado de la falsa cabeza.
–¿Qué son estas marcas?
–Parte del hechizo que el gran guardián ha utilizado para crear esta abominación. Este no es el primero, caballeros. Es el último y el mejor. Los otros sólo vivieron unos meses cada uno.
–¿Qué es lo que piensa hacer con estas criaturas?
–No lo recuerdo -contestó Dane, encogiéndose de hombros-. Lo que os he contado es lo que me contó Lord Petrac. Sabía que yo necesitaría la cabeza para liberaros y, puesto que no dijo que la dejara, me la llevé conmigo. Todavía me cuesta hacerme a la idea de que alguien como vuestro Supremo Vigilante pueda tener tratos con personas de la calaña de Lord D'Rak.
El Grifo, entretanto, estudiaba la cabeza. No se apreciaba el lugar donde el cuello se unía al terrible juguete de D'Rak, pero, de todos modos, el pájaro-león sólo poseía conocimientos superficiales sobre la magia relacionada con el cristal. Lo único que había aprendido procedía de lo poco que se sabía sobre el más solitario de los Reyes Dragón, el llamado Dragón de Cristal. Nadie podía negar el poder del Dragón de Cristal. Sin su ayuda no hubieran podido el pájaro-león, Cabe, Gwen Bedlam y el Dragón Azul evitar el planeado genocidio del enigmático hermano más próximo al poder del Rey, el demente y suicida Dragón de Hielo. El Grifo se preguntó qué haría con aquel objeto el poderoso dragón.
Cuando por fin pudo apartar los ojos de la monstruosidad levantó la cabeza y dijo:
–Tápala hasta que nos sea absolutamente necesaria. En cuanto a Lord Petrac, sospechó que trataría con el mismísimo Devastador si eso le aseguraba que su pequeño territorio permanecería incólume. Aunque parezca increíble, se considera la única esperanza que le queda al País de los Sueños, y lo que hará es que acabará por matarlo.
–Está loco -asintió Morgis-, si cree que puede mantener bajo control a los supervivientes. Terminarán por descubrir la verdad y entonces será el final.
El Grifo parpadeó, para luego contestar:
–Escúchanos. Hablamos como si el País de los Sueños se hubiese perdido ya. Puede que todavía estemos a tiempo. Quizá Lord Petrac no se haya puesto en marcha aún.
–No podemos utilizar esto aquí. – Jerilon Dane hizo un pobre intento de cubrir el «rostro» de la creación de D'Rak-. Los vestigios del hechizo de enmascaramiento del Supremo Vigilante hacen que esta cosa resulte inútil. Debemos salir al pasillo.
–Entonces hagámoslo, me empiezo a cansar de catacumbas y demás. Quiero ver el cielo.
Morgis iba delante, la espada desenvainada por si aparecía algo. Dane iba detrás. Al salir del aposento lanzó un grito de sorpresa y el Grifo, que lo seguía, estuvo a punto de darse de bruces contra él. Cuando por fin pudo ver con claridad lo que sucedía, reconoció que al aramita le sobraban razones para perder el dominio de sí mismo.
La cabeza de cristal brillaba con tanta fuerza, que era un milagro que las manos de Dane no ardieran. El ex pirata-lobo colocó a toda prisa la capucha sobre el reluciente objeto, pero apenas si consiguió ocultar la deslumbrante luz.
–Jamás había hecho esto antes!
–¿Qué es lo que hace? – De forma inconsciente, Morgis intentaba protegerse de la reluciente cabeza agitando Fa espada en su dirección. Al darse cuenta de lo que hacía, bajó rápidamente la espada, avergonzado.
El aramita sacudió la cabeza, echó a un lado al Grifo y volvió a entrar en la habitación. El cegador brillo se amortiguó hasta adquirir un nivel más tolerable pero no se apagó por completo.
–No… no… no lo comprendo -jadeó.
–Me parece que hemos perdido gran parte de la protección de Lord Petrac -dijo el Grifo desde la entrada. Señaló con el dedo el envuelto artilugio- Y creo que lo ha hecho esa cosa. Creo que lucha contra el hechizo.
–¡No tendría que poder hacerlo!
–¡Díselo! ¡Algo ha cambiado a esa cosa! ¡Sucedió en el mismo momento en que la llevaste a un lugar desprotegido! ¡Si sabes cómo utilizarla, si todavía piensas que podemos confiar en esa cosa… prepárate para hacerlo deprisa! ¡Si los guardianes nos localizan, puedes estar seguro de que enviarán soldados aquí en cualquier momento!
Eso puso en movimiento al aramita. Se irguió y contempló el objeto envuelto en la pieza de tela que sostenía en sus brazos.
–Creo que todavía puedo manipularlo. Que no llegara a convertirme en guardián no se debió a falta de talento;
se debió a mi incapacidad para atarme a un talismán propio. Todos los guardianes tienen que ligarse a talismanes bendecidos por el gran guardián.
–Que es también una buena forma de vigilar a los alborotadores, imagino -bufó Morgis.
–Es lo más probable. Dadme un momento. – Dane retiró la capucha y clavó los ojos en la tosca cara del objeto;
se estremeció-. Me siento como si mirara el rostro de Lord D'Rak. Quizá sea más difícil de lo que creía.
El pelaje y las plumas del Grifo se erizaron de improviso.
–Pues lo mejor será que lo hagas enseguida. Creo que se nos ha acabado el tiempo.
El pasillo se vio inundado de repente por el ruido de muchos hombres con armadura que corrían.
Alguien con una voz juvenil, que no tenía demasiada experiencia dando órdenes, gritó:
–¡Los quiero vivos, si es posible, pero muertos, si es necesario!
Los ojos de Morgis fueron del desesperado Jerilon Dane al pasillo y de allí al Grifo. Una sonrisa horrenda apareció en el rostro del duque, mostrando gran número de afilados dientes.
–¡Yo los contendré! ¡Me avisas si consigues que eso funcione o si se te ocurre un milagro!
Se precipitó fuera de la sala, vociferando desagradables calificativos de los piratas-lobo que ponían en duda la pureza de sus linajes. Dane no pudo evitar dirigir una mirada al Grifo, quien se encogió de hombros y desenvainó también su espada.
–¿De verdad crees que podrás hacer que esto funcione?
–Tengo que conseguirlo, ¿no? El pájaro-león asintió y fue a reunirse con el dragón. Había soldados aramitas por todas partes. La mayoría parecían miembros de la guardia de los guardianes, pero también había dos guardianes. Uno de ellos, mucho más joven de lo que esperaba el Grifo, era quien evidentemente estaba al mando. Desde luego se mantenía alejado de la lucha; pero, de todos modos, tanto él como su compañero sujetaban con fuerza sus talismanes mientras intentaban ver bien a Morgis.
El Grifo supo entonces a dónde dirigir su ataque. El Duque Morgis se encontraba frente a los tres soldados que iban delante abriéndose paso con su espada corta. Dos piratas-lobo habían caído ya, y un tercero parecía herido. Los pasillos eran lo bastante anchos como para que tres hombres se movieran por ellos sin estorbarse y el espacio disponible habría significado el final de cualquier adversario si éste no hubiera sido un enorme y experto guerrero dragón. A pesar de llevar escudos, los piratas-lobo empezaban a retroceder.
El Grifo dirigió una ojeada a su pequeña espada y lanzó una maldición. No había forma de que consiguiera llegar hasta los guardianes, y no pasaría mucho tiempo antes de que uno de ellos o los dos consiguieran atrapar a Morgis. Cuando menos, podrían estorbarle de forma que los soldados consiguieran cogerlo desprevenido. Despojado de sus poderes, el duque moriría como cualquier guerrero; de una forma heroica, sí, pero estaría muerto.
Uno de los piratas-lobo muertos yacía de espaldas; el Grifo descubrió una de las negras y retorcidas dagas que parecían ser las favoritas de las enlutadas figuras. Se lanzó sobre el cuerpo y le arrebató el arma; una rápida revisión del cadáver del otro aramita no le permitió descubrir ninguna otra daga. Tendría que arreglárselas con una sola.
La batalla se había trasladado mucho más allá de lo que el ex mercenario creyó posible. Cierto que Morgis era un luchador salvaje y experto, pero combatía contra miembros de una sociedad nacida para la guerra. Parecía que cedieran terreno a propósito.
Estuvo en un tris de descubrir demasiado tarde sus intenciones. Al buscar con la mirada a uno de los guardianes y advertir que sólo podía ver al que estaba al mando se dio cuenta de la trampa.
Habían dejado atrás uno o dos pasillos e incluso una sala lateral. Morgis, enfrascado en el combate, no vio que uno de los guardianes se introducía en la cámara siguiente situada a su derecha y, cuando el Grifo comprendió lo que sucedía, el duque pasaba ya junto a la entrada de aquella sala.
El pájaro-león lanzó el cuchillo al aire y lo agarró por el plano de la hoja. La hoja, ondulada, pesaba de modo gravoso, pero no hasta el punto de preocuparle.
Mientras el dragón, seguro de su destreza, dejaba atrás la entrada de la sala, el guardián salió de ella para colocarse a su espalda dispuesto a derribar a Morgis mediante el poder de su talismán. Igual que el otro guardián, era joven, lo cual explicaba que no se hubiera molestado en comprobar la existencia de un segundo adversario. La razón de que la mayoría de los luchadores veteranos no fueran tontos, era que casi todos los tontos morían jóvenes.
El Grifo lanzó el cuchillo, prescindiendo de la precisión en aras de la rapidez.
Pero el guardián debió de oírlo en el último momento, ya que hizo intención de volverse. Probablemente eso impidió que muriera en el acto ya que, de haber seguido de espaldas, el cuchillo se le habría hundido en el cuello, en lugar de herirlo en la garganta y rebotar en el peto de metal. El guardián boqueó, soltó el objeto cristalino que colgaba de su cuello, y se llevó ambas manos a la garganta en un intento desesperado por detener la hemorragia. El Grifo se dio cuenta de que, a pesar de no haber acertado en el cuello, había conseguido seccionarle la yugular.
Pero el éxito se transformó en desastre, cuando el moribundo guardián se desplomó de rodillas antes de que el pájaro-león pudiera llegar hasta él y fue a chocar contra las piernas de Morgis haciéndole perder el equilibrio. Varios piratas-lobo cayeron sobre el dragón, y otros tantos se dirigieron hacia el Grifo.
–¡Grifo!
El alarido de Jerilon Dane no era una señal de triunfo. Mientras se veía lanzado contra la pared por la fuerza numérica de sus oponentes, el ex monarca sintió que todo el mundo se estremecía, y una luz cegadora brotó del lugar donde el desventurado aramita había estado trabajando con desesperación.
El Grifo sintió que una oleada de poder pasaba sobre su persona, y comprendió al momento lo que significaba. Lo malo es que, inmovilizado contra la pared como estaba, no era mucho lo que podía hacer.
Un rugido feroz se añadió a la confusión, y el pasillo quedó bloqueado de forma casi instantánea por un dragón que crecía a toda prisa.
Morgis llevaba demasiado tiempo viéndose arrojado de un lado a otro desprovisto de sus poderes y, en especial, de su inherente capacidad mágica para pasar de su forma humanoide a aquella con la que había nacido y viceversa. A pesar de que prefería la destreza de la forma humanoide, robarle el derecho a pasar de una a otra era como cortarle las alas a un pájaro para que no volviera a volar.
De forma muy parecida a un ave que se da cuenta de que sus plumas han crecido, Morgis supo de inmediato que había recuperado sus poderes.
Los aramitas no tardaron en olvidar al Grifo mientras intentaban vérselas con el dragón más grande que habían visto jamás. Lo que Dane había liberado destrozaba todo el sistema de hechizos que los guardianes habían tejido sobre Canisargos. Morgis lanzó la cabeza hacia el techo, y fue este último quien cedió. Pesados pedazos de piedra, incluidas secciones completas del techo, se derrumbaron sobre ellos, aplastando a más de un pirata-lobo. Aquellos que se vieron atrapados en el mismo lado en que se encontraba el Grifo fueron tan insensatos como para intentar pasar junto al cada vez mayor dragón y, o bien se vieron aplastados contra la pared o arrojados por los aires por las gigantescas zarpas, para ir a aterrizar en el suelo convertidos en masas informes. Uno de los soldados, movido quizá por la frustración, intentó clavar su espada en el dragón. Del guardián sobre el que Morgis había caído en un principio sólo quedaba un sanguinolento vestigio en el suelo.
El principal peligro en ese momento era que, en su furia, el dragón causara sin querer la muerte del Grifo. Hasta el momento, el pájaro-león había conseguido evitar ser víctima del derrumbamiento de aquel mundo subterráneo, pero ahora empezaban a caer pedazos del edificio situado encima. En un acto desesperado retrocedió tambaleante en dirección a la refulgente luz.
Sus ojos tardaron un momento en ajustarse aunque fuera de forma parcial, pero fue suficiente para que pudiera contemplar lo que ocurría en la sala. Jerilon Dane estaba de pie en el centro de la estancia, sujetando la falsa cabeza de tal forma que parecía intentar absorber toda la energía que emanaba de ella. No parecía advertir la inestabilidad de paredes y techo, pero un solo paso dado por el Grifo en dirección a él bastó para que el aramita levantara la vista.
Los ojos de ambos se encontraron, pero los ojos que se clavaron en los del pájaro-león no eran los ojos de Jerilon Dane.
Un pedazo enorme del techo de la sala se estrelló contra el suelo a pocos centímetros del antiguo pirata-lobo. Este empezó a decir algo pero cambió de opinión. En ese momento lo que quedaba del techo empezó a desplomarse y el Grifo se vio obligado a retroceder otra vez hasta el pasillo. No le fue posible ver si Dane había sobrevivido. Al cabo de un momento ya no existía la abertura de acceso a la sala.
–¡GRIFO!
La voz resonó desde lo alto. Las paredes y una parte del techo eran cuanto quedaba del edificio de la superficie. Morgis había hecho todo lo posible para asegurarse de que su compañero no fuera aplastado por la construcción cuando ésta se vino abajo; aunque no podía decirse lo mismo de los aramitas que los habían atacado. Era factible que algunos hubieran escapado si el otro guardián había conseguido abrir un portal a tiempo.
De todos modos, ahora no era momento de preocuparse por eso. A esas horas toda la ciudad estaba enterada de que un dragón de tamaño natural había irrumpido en ella y el Grifo dudó de que los piratas-lobo carecieran de los medios para evitar semejante peligro. Los guardias, en especial, constituían una amenaza.
Una gigantesca cabeza de reptil descendió hacia él, y Morgis gritó:
–¡Dane! ¿Está muerto?
–¡Es lo que creo! ¡La sala…! El dragón no lo dejó continuar.
–¡No tenemos tiempo de mirar! ¡Subid a mi cabeza! Esa era la primera vez que veía a su compañero de esta guisa y podía decirse sin faltar a la verdad que Morgis era un dragón tan magnífico, tan sobrecogedor, como ninguno que hubiera visto el Grifo, a excepción de los Reyes Dragón mismos. Si sobrevivían a todo esto, podría llegar a ser uno de ellos algún día. Desde luego tenía su tamaño. Habría sido tan sencillo para el dragón tragarlo entero de un bocado… Si alguna vez se había necesitado un aliado en una situación como ésta…
–Cuando hayamos salido de este edificio, deslizaos por mi cuello. Estaréis mucho más seguro si os colocáis allí.
Morgis empezó a trepar fuera del agujero que era todo lo que quedaba del pasillo y varias salas. Las gentes chillaban y maldecían, y el Grifo se sintió culpable por el daño y la pérdida de vidas que debían de haberse producido. Sabía que, como siempre sucede, no todos los aramitas eran perversos, y se preguntó si Morgis sentiría remordimiento. Los dragones tenían una visión más pragmática de tales cuestiones; seguramente consideraría aquella destrucción necesaria para preservar su propia existencia. De cualquier modo, al contrario de lo que sucedía con el Duque Toma, Morgis no parecía disfrutar haciendo carnicerías.
El Grifo se sujetó con más fuerza. Pasaría algún tiempo antes de que consiguiera olvidar lo sucedido allí, si es que alguna vez lo conseguía y si es que conseguía sobrevivir a aquel día.
–¿Dónde están? ¿Dónde están sus legiones? – De regreso por fin a su forma natural, el dragón estaba ansioso por probar su poder. El Grifo, por su parte, no tenía otro deseo que desaparecer lo antes posible.
–Sus legiones no tardarán en llegar -le gritó al dragón aunque, para sus adentros, también él estaba sorprendido por la ausencia de tropas.
Se veía algunos soldados que intentaban poner orden en aquel caos y una patrulla con un solitario guardián que tenía aspecto de querer estar en cualquier parte menos allí, pero no había nada que recordara a un ejército numeroso y organizado. No duraría mucho, el pájaro-león estaba seguro de ello. Jamás se dejaría a Canisargos totalmente desprotegida, ni siquiera durante una gran campaña y, puesto que en aquellos momentos no había ninguna gran campaña en marcha…
Pero sí la había. Era la única explicación. Habían llegado demasiado tarde.
Se inclinó sobre Morgis para asegurarse de que éste lo oía. El dragón estaba ya casi en la superficie, su enorme cuerpo aplastaba y trituraba los edificios que los rodeaban. La mayoría de la gente había huido ya, incluso los soldados empezaban a retroceder. El Grifo divisó de nuevo al guardián; el aramita contemplaba su talismán, que evidentemente no funcionaba como debiera. Todavía podrían conseguirlo, entonces.
–¡Morgis! ¡Olvidaos de la ciudad!
–¡No! ¡Quiero a D'Rak! ¡Quiero a este D'Shay! ¡Quiero que esta ciudad conozca el poder de un dragón!
Aquello empezaba a ser más difícil de lo que creía. Morgis era presa de una cólera desatada. Todas las frustraciones sufridas desde su llegada a las costas de ese continente empezaban a salir a la superficie.
–¡Morgis! ¡Están atacando el País de los Sueños! ¡Por eso todavía no han acabado con nosotros!
No mencionó sus sospechas con respecto al juguete de D'Rak. Lo que fuera que hubiera hecho, esperaba que estuviera enterrado para siempre bajo los escombros, preferiblemente convertido en varios miles de pedacitos. Más tarde o más temprano, los guardianes que se hubiesen dejado allí durante la invasión recuperarían el control y entonces todo habría acabado para ellos.
–¿No están aquí?
–¡No! ¡Deprisa! ¡Si nos ponemos en marcha ahora, quizás encontremos la forma de penetrar en la realidad del País de los Sueños y detener a Lord Petrac!
–¡Lord Petrac!
El Grifo advirtió el repentino cambio de objetivos. A Morgis le interesaba el Supremo Vigilante tanto como D'Rak, puede que incluso más.
–¡Deslizaos hacia abajo, Grifo! ¡Vamos a volar! Justo a tiempo. El pájaro-león percibió de repente una presencia, que no podía ser otra cosa que los guardianes intentando recuperar el dominio de la situación. Recuperar el control significaba deshacerse del problema principal, el dragón.
Se deslizó hasta la base del cuello del dragón al mismo tiempo que las enormes alas membranosas se desplegaban por completo, destrozando aún más aquella zona de la capital de los piratas-lobo. El Grifo deseó que aquella destrucción hubiera incluido al menos la cindadela de los guardianes o la fortaleza del Gran Maestre.
–¡Sujetaos bien! – exclamó Morgis casi con regocijo. Llevaba muchísimo tiempo sin volar.
El gigantesco y azulado monstruo se alzó por los aires a una velocidad sorprendente. Mientras se aferraba con todas sus fuerzas, el Grifo recordó que la capacidad de los dragones para volar dependía en parte de la magia, motivo por el cual parecían ganar altitud y velocidad de una forma tan alarmante.
Cuando alcanzaron altura suficiente, Morgis adoptó una trayectoria horizontal y el Grifo se arriesgó a mirar abajo, sorprendiéndose al ver que, a pesar de la altura que habían alcanzado, la ciudad parecía seguir extendiéndose hacia el infinito en todas direcciones. ¡Nunca estuvieron cerca de la muralla exterior! Sospechó que, lo más probable, era que se hubieran estado alejando de ella.
–¡Grifo! ¡Percibo una gran perturbación hacia el este!
–¡Sólo puede tratarse de lo que estamos buscando! ¡Todavía tienen que estar haciendo pasar tropas al otro lado! ¡Aún tenemos una posibilidad! – Parecía imposible que el dragón pudiera oírlo, con el viento que soplaba, pero Morgis asintió con la cabeza.
–¿Cómo entraremos en el País de los Sueños?
–¡No lo sé!
La enorme bestia lanzó un resoplido.
–¡Bueno, por lo menos, si no podemos entrar, tampoco podrán hacerlo muchos de los perros de ese maldito Devastador! – Morgis torció el cuello para mirarlo y le dedicó una sonrisa amplia y llena de afilados dientes-. Nosotros nos aseguraremos de eso, ¿no?
Mientras el dragón devolvía su atención a la tarea de volar, al Grifo, asido aún con todas sus fuerzas, le habría gustado compartir la seguridad de su compañero. No sabía por qué, pero dudaba de que las cosas fueran tan fáciles.
Después de todo, jamás lo habían sido antes.