-Sé que tenemos un problema. A

vuestra derecha. Con gran

consternación por su parte vieron que

el capitán D'Haaren y un puñado de

sus hombres se dirigían

hacia ellos. La expresión en los ojos del veterano pirata

no era tranquilizadora. Despacio, como quien no quiere la cosa, se volvieron,

fingiendo no haber visto a los soldados aramitas.

–¿Ahora qué? – dijo Morgis.

De haber sido por él, se habría sentido tentado de sacar la espada y luchar. Cierto que eran más de una docena de soldados, pero la multitud los obligaría a ir más despacio el tiempo necesario para que él pudiera despachar a uno o dos.

–Vayamos por esa callejuela -repuso el Grifo, frunciendo el entrecejo.

La callejuela en cuestión no estaba menos atestada que cualquier otra avenida de la ciudad. El antiguo gobernante de Penacles esperaba poder meterse por otra antes de que los aramitas estuvieran demasiado cerca. Su esperanza, una esperanza muy débil, eso sí, era lograr perder a la patrulla el tiempo suficiente para poder recoger sus pertenencias, incluidos los caballos. El siguiente problema sería ver si podían escapar de la ciudad.

–¿Qué nos habrá delatado? – susurró el dragón; aunque no parecía importar que hablaran en voz alta ya que todo el mundo estaba demasiado absorto en sus propias actividades.

–La verdad es que no lo sé. Quizá se hayan tropezado con algunos de nuestros vecinos y los hayan interrogado, – respondió, con la mente puesta en los hombres azules. Quizás hubiera algo a propósito de Tylir que Beseen hubiera olvidado decirles o que no supiera. Los ojos del Grifo se posaron en otra callejuela, casi un pasadizo por su aspecto-. Vayamos por ahí. Deprisa, pero sin correr.

Doblaron la esquina… y se encontraron cara a cara con un grupo de cuatro piratas-lobo que venía hacia ellos.

El cuchillo apareció en la mano de Morgis antes de que el Grifo pudiera detenerlo. Era evidente que los aramitas que se acercaban eran una patrulla de rutina y no parte de una tentativa coordinada para atraparlos. Lo más probable es que hubieran podido pasar junto a los soldados sin que éstos les dijeran nada.

Pero era ya demasiado tarde. El soldado que iba a la cabeza se desplomó sin un ay, con la empuñadura del cuchillo clavada en la garganta. Los otros tres vacilaron unos segundos a causa de la sorpresa y luego sacaron las espadas, largas hojas afiladas, ligeramente curvadas.

El Grifo lanzó un juramento y sacó la suya. Morgis ya la había sacado también y avanzaba con rapidez en dirección al trío. Uno de ellos gritó algo, pero lo que fuese se perdió en medio del ruido. El dragón cruzó la espada con dos de los aramitas mientras el Grifo llegaba justo a tiempo de salvarlo del tercero. La callejuela era muy estrecha, y el pájaro-león consiguió alcanzar al hombre en el momento en que éste estaba en mala posición. La punta de su espada abrió una profunda herida en el hombro de su rival allí donde la armadura tenía que tener necesariamente una abertura. El pirata-lobo apretó los dientes y cambió el arma de mano, demostrando ser tan buen espadachín con la izquierda como con la derecha.

Morgis hundió la espada en uno de sus dos contrincantes, pero se le atascó en la figura desplomada y, mientras se esforzaba por liberarla, el otro aramita aprovechó la ventaja, hiriendo al dragón en el lado izquierdo cerca de la clavícula. El duque lanzó un silbido más de cólera que de dolor. Sin embargo su respuesta sorprendió tanto al soldado que Morgis tuvo tiempo suficiente para sacar su espada del cadáver antes de que el pirata volviese a atacar.

Mientras luchaba, el Grifo esperaba ver aparecer de un momento a otro al capitán D'Haaren y a sus hombres para cortarles el paso por la retaguardia. Aunque el capitán los hubiera perdido, el ruido del combate sería más que suficiente para alertarlo a él o a alguna otra patrulla. Y si no era el ruido, el gentío que salía a toda prisa de aquella calle en particular sería un buen indicio de que pasaba algo

raro.

El Grifo rechazó una violenta estocada de su adversario, quien al parecer creía que su ataque con la mano izquierda le serviría para desembarazarse del otro, y a continuación le asestó un mortífero sablazo. Mientras el soldado caía, el ex monarca se volvió y embistió al oponente del dragón. El aramita lo rechazó, pero al hacerlo quedó al descubierto ante Morgis, que lo despachó con facilidad.

D'Haaren y sus seguidores seguían sin aparecer. No obstante, alguien los observaba desde la dirección por la que habían venido los piratas-lobo. Una mujer sola -no se podía negar que la figura era femenina- los estudiaba desde detrás de un velo. Al darse cuenta de que la habían visto, la mujer retrocedió pero no huyó. Parecía casi desear que le dieran caza. Morgis dio un paso al frente, la espada en alto.

–Hemos de cogerla. Avisará al capitán de la patrulla.

–¿Creéis que lo hará?

El Grifo la observó con interés. No se parecía a ningún aramita. A través del velo podía distinguir que poseía unos enormes ojos negros. Ojos fascinadores, pero no como los de la mayoría de las mujeres. Se parecían más a los de un felino. A los de un animal de presa.

La mujer le devolvió la mirada con igual curiosidad, casi como si supiera qué se ocultaba tras la imagen creada por la ilusión. El Grifo habría permanecido allí inmóvil durante horas si Morgis no hubiera roto el hechizo.

Una mano enérgica lo zarandeó por el hombro al tiempo que el dragón intentaba devolverlo a la realidad.

–En caso de que podáis apartar la vista de esa mujer, creo que debería advertiros que tenemos más compañía.

–¿Qué?

El pájaro-león giró en redondo, esperando encontrarse con el capitán D'Haaren. En su lugar vio dos figuras encapuchadas que permanecían de pie en la intersección, aguardando. Mantenían las manos enterradas en el interior de las capas no dejando al descubierto ninguna parte del cuerpo. Era imposible decir si aquellos dos formaban parte del trío que había entrado en la posada en la que se alojaban o si se trataba de dos personas diferentes.

El Grifo devolvió su atención a la mujer, y sus ojos se abrieron con asombro. Ahora la acompañaban otras dos figuras. El Grifo empezó a desear que D'Haaren y sus hombres aparecieran. Los aramitas, al menos, eran un peligro con el que estaban familiarizados, mientras no sucedía lo mismo con estas figuras embozadas, figuras a las que incluso los piratas-lobo evitaban. Si se le daba a escoger, el pájaro-león prefería lo conocido a lo desconocido.

Las dos figuras que acompañaban a la mujer avanzaron dejándola atrás y se dirigieron, la una junto a la otra, hacia ellos dos. Al mismo tiempo avanzaron también las que se encontraban en el otro extremo de la calle.

–Pongámonos espalda contra espalda -murmuró Morgis-. Y si conocéis algún conjuro, por favor utilizadlo.

Una metamorfosis mía en este lugar tan estrecho podría resultar bastante incómoda.

Con una inclinación de cabeza, el Grifo alzó la mano libre… y descubrió que no podía hacer nada más. Se había quedado paralizado. Cuando intentó decir algo, nada surgió de sus labios, ni siquiera un gemido.

–Es tan interesante -dijo una voz claramente femenina junto a su oído-. No pertenece a la especie del Devastador, es algo diferente.

Se colocó frente a él. El velo había desaparecido y, aunque era de una belleza asombrosa, desde luego no era humana. Sus ojos eran en efecto oscuros y parecidos a los de un gato, incluso en las pupilas; pero le añadía encanto en lugar de quitárselo. Sus cabellos eran cortos y negros como el carbón; de cuando en cuando arrugaba la nariz diminuta y bien formada sin motivo aparente. Los labios eran grandes y gruesos; bastante atractivos hasta que sonrió. No era una sonrisa amistosa sino más bien la de un felino que juega con su presa.

De su cuerpo no pudo observar gran cosa -la tenía demasiado cerca-, pero el Grifo no tuvo la menor duda de que era ágil y fuerte, y, bajo otras circunstancias, se habría sentido muy atraído por ella. Incluso en esos momentos, era imposible ignorar por completo las coquetas miradas que le dirigía o la caricia de su mano sobre su mejilla. Volvió a recordarle a un felino jugueteando con la comida.

–Percibo la forma auténtica de tu rostro; la ilusión no consigue engañar mis ojos por completo. Debes de ser una criatura extraña, pero no menos que tu compañero.

Paseó los dedos por la capa.

–Sería una lástima destruir esto. Dejaré que la conserves por el momento.

La mujer se apartó, y el Grifo comprobó que sus suposiciones sobre su figura eran exactas en esencia pero no le habían hecho justicia en absoluto. Aunque la mujer contemplaba a las dos figuras encapuchadas que tenían delante, parecía estarse exhibiendo ante él… o quizá fuera algo natural en ella. Si era lo que él pensaba, todo lo que hacía formaba parte de su naturaleza.

–No me dirás nada, ¿verdad? – preguntó la mujer a ambas figuras.

Ninguna respondió ni siquiera con un movimiento de cabeza, pero ella se encogió de hombros y se volvió para mirar de nuevo a sus dos prisioneros.

–Os quieren vivos… No éstos, los Supremos Vigilantes. Los no-gente nunca dicen lo que quieren. Te limitas a preguntarles algo y a esperar que respondan como tú quieres. A veces me pregunto quién gobierna el continente.

Arrugó la frente y luego señaló al Grifo y a Morgis. Como si se tratara de una señal convenida, los otros echaron hacia atrás sus capuchas. Fue una suerte que ni el Grifo ni Morgis pudieran moverse: lo que se ofreció a sus ojos fue la visión más extraña que habían visto jamás. Los no-gente, como los había denominado la mujer, parecían humanos en su forma -al menos en lo que podía verse- pero sus rostros carecían de facciones. No tenían cabello, ojos, boca, nariz ni orejas… nada. Una pizarra en blanco sobre la que podía añadirse cualquier cosa. Resultaba imposible imaginar cómo respiraban, y mucho menos cómo comían o bebían; sin embargo, debían de poseer algo relacionado con los sentidos de la vista y del oído, puesto que se movían con movimientos tan sinuosos que incluso al Grifo, sobresaliente como era en el arte de moverse a hurtadillas, le habría sido imposible imitar.

Cuando estuvieron a pocos pasos de distancia, las dos criaturas levantaron las manos en alto. Aunque no podía verlos, el pájaro-león sospechó que los otros dos repetían el gesto a su espalda.

El extraordinario tirón que produjeron sobre los campos y líneas de poder lo dejó asombrado. Sin duda, la utilización de magia tan poderosa pondría sobre aviso a todos los guardianes de las inmediaciones… ¿O no? En aquel momento un sonido familiar reapareció por un instante interrumpiendo sus pensamientos, y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

–¡No pudo ser la última vez y tampoco lo será ésta, malditos tzee! – La mujer alzó la mano izquierda de la misma forma que un gato levantaría la pata para golpear algo, y masculló una frase que el Grifo tuvo la sensación que debería reconocer. Los murmullos, que amenazaban con aumentar de intensidad, se apagaron bruscamente.

–Estúpidas criaturas fantasmales.

Tzee. El nombre trajo nuevos recuerdos al Grifo, y ninguno de ellos era agradable. La mujer se equivocaba si los consideraba criaturas estúpidas. Rezó para no estar cerca cuando los tzee se lo demostrasen.

Lo que fuera que hiciesen los anónimos no-gente, lo completaron en un tris. Uno de ellos dirigió una rápida mirada -al menos la parte delantera de su rostro se volvió-al Grifo, y el pájaro-león se encontró con que su cuerpo se movía sin que mediara su voluntad. Al volverse, vio que Morgis estaba en una situación semejante; sólo sus ojos consiguieron dar un indicio de la frustración que ambos sentían.

Frustración que se disipó en cuanto el Grifo vio a dónde se dirigían. Faltaba toda una sección de las murallas, sección que había sido reemplazada por la Puerta. Era diferente a como la había visto antes, pero el pájaro-león recordó que parte de su naturaleza era la capacidad de cambiar -¿no era acaso la entrada al País de los Sueños, donde el cambio era la norma y la estabilidad lo insólito?

Las hojas de la Puerta estaban abiertas de par en par. Se veían criaturas trepando por el armazón de la estructura, cosas diminutas, pero no menos mortíferas a causa de su pequeño tamaño. Eran los centinelas, los perros guardianes de la Puerta. Antes había habido muchos más. Estaba seguro. Algo les había sucedido. Los habían echado.

Aquellos recuerdos le rehuían, aunque no importara en aquel momento. Sólo importaba la Puerta y el lugar al cual conducía. Mientras su cuerpo se dirigía obediente hacia la estructura, no pudo evitar pensar en lo desesperadamente que había deseado ^encontrar la Puerta y penetrar en el País de los Sueños. Este había sido su hogar en una ocasión, aunque por lo visto ya no lo era. Regresaba como prisionero; era posible que todos los que lo conocían estuviesen muertos y que otros controlasen Sirvak Dragoth. Cabía también la posibilidad de que hubiera cruzado los Mares Orientales y una buena parte de este continente para acabar muriendo a manos de aquellos a quienes estaba buscando.

Por alguna razón inexplicable no pudo evitar imaginar a D'Shay riendo, burlándose de su adversario por su necedad.

En ese mismo instante, la Puerta se lo tragó.

El aspirante a guardián se arrodilló frente a D'Rak. Este arrugó la frente por un instante, pero decidió que debía de ser importante si el novicio se atrevía a interrumpir a su superior. Los principiantes que molestaban a sus superiores por asuntos de poca importancia jamás terminaban su adiestramiento. Lo normal era que los enviaran de vuelta a casa dentro de una pequeña caja.

Este sabía muy bien lo que hacía, puesto que era uno de los alumnos de D'Rak. El gran guardián empujó a un lado las notas que escribía y se recostó en su asiento.

–Habla.

–El guardián D'Wendel informa de la presencia de un barco extranjero hace varios días cerca de la costa sudoeste…, aproximadamente al oeste de Luperion.

D'Rak se mostró contrariado.

–¿Y? ¿Son éstas las noticias que has considerado tan importantes como para interrumpir mi concentración? Es probable que se tratase de un buque corsario de los xeenian. Todavía quedan algunos independientes. Un año más y los tendremos a todos. ¿Por qué me molestas con esto? ¿Tiene algún problema D'Wendel? ¿Has dicho que eso fue hace algunos días?

La voz del novicio tembló ligeramente al responder.

–No era un navio xeenian, señor. El guardián no informó antes porque él tampoco lo sabía. Los buques que salieron en su persecución quedaron fuera del alcance de los poderes de los guardianes adjuntos correspondientes.

Guardianes adjuntos eran aquellos que habían pasado la etapa del noviciado. A la mayoría se les asignaban tareas de patrulla de poca importancia pero, a pesar de su juventud, en realidad poseían un rango superior a cualquier capitán o similar. Era un símbolo del poder de los guardianes en el imperio aramita.

No obstante a D'Rak no le importaba la cuestión de las comunicaciones. Todavía no se le había dado una razón para que el novicio lo hubiera interrumpido.

–¿Debo entender que había algo significativo en el navio extranjero? ¿Algo que te permita salvar tu miserable pellejo si no acabas de una vez?

El gran guardián hablaba en tono tranquilo, pero el joven guardián sabía muy bien que no bromeaba. Tragó saliva con dificultad, antes de responder:

–Tras una larga persecución en la que una de las naves se perdió víctima de las llamas y otra tuvo que ser abandonada a causa de los daños recibidos, los guardianes que había a bordo se unieron y consiguieron destruir tanto al barco como a la tripulación, con excepción de algunos supervivientes dispersos.

El relato llamó la atención de D'Rak, quien dijo:

–Un adversario formidable de verdad. Se te perdona de momento. Sigue. Un poco más aliviado, el novicio prosiguió:

–La nave de intercepción que se incendió fue víctima de un dragón, señor. La criatura murió a manos de los guardianes, quienes crearon un campo que anulaba su poder. El ser cayó desde el cielo y se hundió en el mar como una piedra. En un principio se creyó que el dragón era alguna especie de mascota curiosa o un esclavo, pero algunos de los supervivientes que sacaron del agua resultaron ser…, ser humanoides, monstruos reptilianos. Hombres dragón, dijo el guardián D'Wendel.

–Hombres dragón -D'Rak se acarició la barbilla-. Hombres dragón.

–Jura que es cierto.

–¡Oh, sí lo creo! – respondió el gran guardián con una leve sonrisa-. Sólo intento decidir cuál sería la línea de acción adecuada.

–¿Señor?

D'Rak se inclinó hacia adelante.

–No has oído las historias sobre el nuevo continente situado al oeste de nuestro territorio ¿verdad?

–No, señor. Llevo estudiando aquí los últimos dos años. Mi intención es terminar mi adiestramiento como novicio al menos un año antes de lo normal.

El otro asintió satisfecho. Este novicio -D'Rak se preocupaba mucho de no utilizar ni pensar siquiera en sus nombres para demostrar así su imparcialidad hacia ellos- sería un buen guardián si sobrevivía a sus años como adjunto.

–No dejes de recordarme que te hable de ellas antes de que transcurra mucho tiempo. Conocemos la existencia de esos dragones, pero dudo de que nadie pensara nunca que fueran tan osados. Tendré que hablar con el Gran Maestre. ¿Hubo alguna otra cosa?

–Sí, mi señor. Por lo que sé, el guardián D'Wendel cree que podrían haber desembarcado a una o más personas. Dijo que los guardianes presentes encontraron indicios de que así fue. Eso era todo lo que sabía cuando envió el mensaje. Dijo que transmitiría nueva información en cuanto ésta le llegara.

–Gracias, novicio. Puedes retirarte.

–Señor. – El joven se incorporó y se alejó de espaldas sin dejar de hacer reverencias.

D'Rak se volvió hacia el Ojo del Lobo. El asunto interesaría al Gran Maestre de la Manada. ¿Por qué querrían los dragones infiltrarse en el imperio aramita? ¿Conocían los planes de los piratas-lobo? La incoherente guerra con el País de los Sueños ejercía enorme presión sobre todos. El Gran Maestre no tenía rival, pero tenía la responsabilidad de lograr resultados. A excepción del País de los Sueños, nadie había podido resistir hasta entonces a los piratas, y mientras aquel lugar existiera, el imperio no podía expandirse. Los ejércitos enviados al este se perdían y avanzaban en cualquier dirección excepto la correcta. Exploradores y espías enviados a investigar posibilidades más allá de las zonas que se encontraban bajo la protección del País de los Sueños no regresaban jamás, y los barcos que navegaban cerca de las costas septentrionales y meridionales informaban de tormentas tan terribles y de capas de hielo tan espesas que les era imposible acercarse más, ni siquiera con la ayuda de guardianes veteranos y hechiceros de niveles superiores.

Seguro que el Devastador no estaba satisfecho. La última vez que había mostrado su cólera, Qualard, la anterior capital, desapareció en el peor terremoto que jamás hubieran conocido. Había quien afirmaba que fue obra de los señores del País de los Sueños, pero D'Rak no lo creía. El País de los Sueños no podía tener tanto poder, de lo contrario lo habría utilizado de nuevo. Además eso era parte del pasado, hacía ya más de dos siglos. A nadie le importaba ahora excepto a los pocos casi-inmortales.

D'Rak pasó las manos por el Ojo casi con veneración. Sintió que el orgullo crecía en su interior, solamente unos pocos habían conseguido jamás dominar un artefacto tan poderoso como ése. Era uno de los motivos por los que él había alcanzado la categoría de tercer poder, extraoficial claro, del imperio; el cuarto, si se incluía al Devastador.

La cuestión de quién era el primero y el segundo era discutible, en lo que a él concernía. Se suponía que era el Gran Maestre, pero cada vez más…

«¿Quién es?»

La voz sonaba en el interior de su mente, como esperaba, pero no era la voz del Gran Maestre.

–¡D'Shay! – gruñó el guardián- ¡Esto va dirigido al Gran Maestre, no a tí!

Casi le pareció ver el rostro aristocrático y seguro de sí mismo del otro cuando la voz respondió:

«Todas las cosas son asunto mío. Gran Guardián D'Rak. ¿Crees acaso que el amo no me consultara sobre lo que sea que desees discutir con él? ¿No ha dicho en alguna ocasión que mis oídos son sus oídos?»

La cuestión de quién mandaba en realidad descubrió por un instante su horrible rostro, y D'Rak sofocó aquel pensamiento, por temor a que D'Shay lo captara. El guardián, aunque hablaba de forma audible, transmitía más sus pensamientos que sus palabras.

Suspiró. Por desgracia, su rival estaba en lo cierto. Después de todo era D'Shay quién había tenido más tratos con los dragones. Repitió lo contado por su novicio, fingiendo no saber que D'Shay se había apuntado una especie de victoria sobre él.

Con gran sorpresa por su parte, el otro pirata lobo le dio las gracias con sinceridad.

«¡Por fin! ¡Ya le dije que acabaría viniendo!»

D'Rak comprendió que captaba parte de los pensamientos del otro, pero no dijo nada. Quizá podría averiguar algo importante a través de D'Shay.

«¡Sin duda piensa que llevo muerto mucho tiempo! ¡Estupendo! ¡El Devastador obtendrá su cabeza y también la llave de la Puerta!»

El guardián se inquietó. D'Shay siempre hablaba de su dios como si fuera un amigo personal.

«¡Gran Guardián D'Rak! ¡Informaré al Gran Maestre, pero debo pedirte algo!»

¿Qué es?

«¡Ordena a los guardianes de la zona de Luperion que no hagan nada más que observar! ¡Desde luego encontrarán al menos a un forastero, es posible que a más! ¡Si encuentran a alguien que parezca ser demasiado diferente, deben dejarlo tranquilo!»

–¿Qué es lo que dices? ¿Qué planeas? «De momento no tienes por qué saberlo.» El guardián se puso en pie sin darse cuenta.

–¡Sólo el Gran Maestre puede decidir esto!

«Lo hará.»

El contacto se interrumpió. D'Rak estaba furioso, pero sabía que no podía hacer nada… por el momento. D'Shay gozaba de la confianza del Gran Maestre, mas existían otros medios de descubrir cosas; por algo era el gran guardián. D'Shay no era más que un hombre como cualquier otro… ¿O no?

No lo era, y D'Rak lo sabía. De todos modos, el guardián había acumulado demasiado poder para dejar que ahora le dieran órdenes de esa forma. Haría lo que su rival le había pedido… y luego algo más. Estaba claro que D'Shay creía que los dragones habían desembarcado a alguien importante, quizás incluso a aquel que parecía preocupar al aramita a todas horas. ¿Como se llamaba? hl Grito, eso era. Al parecer, un refugiado del País de los Sueños. Tenía que tratarse de él; ninguna otra noticia habría impresionado tanto a D'Shay.

El País de los Sueños. D'Rak sonrió. Sabía con exactitud lo que se necesitaba para localizar a alguien procedente del País de los Sueños. Alguien que evidentemente regresaba allí y que quizá dejaría algún tipo de rastro.

El Gran Maestre no lo criticaría, no importaba lo que pudiera decir D'Shay. El guardián paseó las manos despacio por encima del Ojo del Lobo, observándolo todo hasta que su visión mental se detuvo en las perreras. Con cuidado, porque eran un grupo bastante indisciplinado y muy nervioso, buscó al jefe de la manada e interrumpió su sueño.

El Corredor despertó.