El aramita llamado Dane los había traicionado; por lo menos de eso estaba segura. ¿De qué otra forma si no podría explicarse que hubieran partido en dirección a la desolada región de Qualard y se hubieran visto abordados de improviso por piratas-lobo que les esperaban para transportarlos a… a Canisargos? Casi seguro que se trataba de Canisargos, decidió la mujer-gato, la mente lanzada ya a una nueva línea de pensamiento. El Grifo era el objetivo de una cacería organizada por los piratas-lobo, y ahora estaba en sus garras. ¡Sólo la Puerta podría saber lo que le estarían haciendo en esos momentos! Se debatió con violencia en un intento por deshacerse de los grilletes que le sujetaban muñecas, tobillos y cuello, pero éstos se negaron a ceder ni una pizca. Troia escupió un calificativo aprendido durante su infancia que le había conseguido más de un sopapo de sus mayores. No le sirvió para liberarse, pero sí para desahogar parte de su hostilidad. Había demasiadas posibilidades de que perdiera el control, de que se convirtiera en el felino salvaje al que tanto se parecía. Troia se negó a concederse esa escapatoria mental, sabía que el Grifo contaría con que ella consiguiera liberarse, y no iba a decepcionarlo.
No había guardas en el exterior. De haberlos habido, ya habrían aparecido hacía rato, al menos para echar una mirada y gritarle que se estuviese quieta. De vez en cuando, su agudo oído detectaba el ruido de gente que pasaba por lejanos corredores. Soldados a juzgar por el fuerte golpear de sus pies en el suelo. Bastaba imaginar la presencia de tantos piratas-lobo cerca de ella para hacerle sacar y volver a ocultar las uñas automáticamente. ¡Si consiguiera encontrar la forma de librarse de esos grilletes! Sabía cómo funcionaban, ya que se había encontrado a más de un prisionero muerto que todavía los llevaba. Las cadenas y grilletes estaban sincronizados con la fuerza del prisionero y extraían su poder de la vida misma de la desgraciada criatura. Ni luchar ni permanecer inmóvil servía. La muerte era una solución posible, pero carecía de sentido. La única clave estaba en saber cuál era el hechizo de sujeción que actuaba sobre el grillete… y eso requería un sacrificio por parte del carcelero que por lo que Troia tenía entendido era todavía menos deseable que la muerte. Algo relacionado con la cabeza…
Perdió el hilo de sus pensamientos al oír que alguien andaba por el pasillo, acercándose cada vez más a su celda.
Una cabeza encapuchada apareció por la diminuta ventanilla de la puerta del calabozo. No tenía aberturas para los ojos, pero Troia supo, con un escalofrío que le recorrió toda la columna y le hizo arquear un poco la espalda, que el ser que se ocultaba bajo la capucha veía perfectamente con o sin ojos. Dudó incluso si debía considerarlo un ser humano.
El guarda se retiró de la puerta, y Troia comprendió que iba a coger la llave de la celda. En ese momento se escuchó un extraño ruido sordo en un extremo del pasillo y la encapuchada figura se volvió para ver qué sucedía. La mujer-gato contempló con asombro cómo algo que ella no veía tiraba con violencia del enorme guarda.
Se oyó un ronco gruñido ahogado, el mismo ruido sordo de antes… Luego todo volvió a quedar en silencio.
Cuando escuchó el mismo ruido sordo por tercera vez -dentro de su celda en esta ocasión-, Troia reanudó su forcejeo con los grilletes. Entonces la pared que tenía al lado se abrió y Jerilon Dane, con algo de gran tamaño bajo el brazo izquierdo, surgió de una^ especie de puerta. La mujer siseó y le escupió al rostro. El se secó la mejilla y le dio una bofetada como respuesta antes de parecer recuperar el dominio de sí mismo.
–¡Estoy aquí para liberarte, maldita esfinge! ¡Quédate quieta mientras me ocupo de estos grilletes!
–Cómo… -empezó a decir ella, y entonces vio que el bulto que llevaba bajo el brazo era la cabeza encapuchada del carcelero. La cabeza o, si lo que le habían dicho era cierto, algo que no era muy real; pero cualquiera fuera la cosa que se ocultaba bajo la lisa capucha, permitió que el aramita abriera sus grilletes sin la menor dificultad.
Dane se incorporó e hizo intención de arrojar el macabro trofeo a un lado, pero cambió de idea antes de tirarlo. Se lo metió bajo el brazo mientras aguardaba a que Troia se pusiera en pie. El portal parpadeó de forma inquietante.
El antiguo pirata-lobo se volvió para mirarlo y dijo al tiempo que arrugaba el entrecejo:
–¡Lo han detectado antes de lo que pensaba! ¡Entra antes de que le sigan la pista hasta aquí!
Ella negó con la cabeza y retrocedió. Después de los últimos acontecimientos los portales no le inspiraban la menor confianza.
–¡Te agradezco tu ayuda, pero me parece que ya me las apañaré por mi cuenta para salir de aquí! ¡Debo encontrar al Grifo…!
–¿Desde el interior de una celda cerrada? ¡No seas tonta! ¡No pienso arriesgarme más tiempo por ti! ¡Tu única alternativa es quedarte aquí!
–¡Lo único que te pido es que me des la llave!
–¡Se acabó! – exclamó Dane frunciendo el entrecejo de nuevo-. ¡Me voy! ¡Ven ahora, o espera aquí y averiguarás los dulces planes que el Gran Guardián D'Rak tiene para ti! ¡A lo mejor te dejará jugar con los Corredores!
Dane le dio la espalda y penetró en el portal. Mientras desaparecía por él, Troia echó una última mirada a su alrededor y, de mala gana, saltó tras él. Fue una decisión acertada; el portal se desvaneció casi inmediatamente después.
Un grito brotó de la entrada principal de la ciudadela del guardián. D'Rak, que en aquellos momentos conducía al Grifo y a Morgis a una de las habitaciones secundarias, se vio obligado a dejarlos a cargo de DAJtain.
–¡Llévalos a algún sitio a prueba de sondas! ¡Debo ocuparme de este mensajero!
–Señor. – El ayudante se volvió hacia sus dos pupilos-. Por aquí. Sin discusiones, por favor.
A ninguno de los dos les gustó el breve destello que apareció en sus ojos. La mano de Morgis se movió instintivamente hacia la vacía vaina de su espada, mientras el Grifo dejaba vagar la mente por un instante, pensando adonde iría a parar la espada de Morgis cuando éste adoptaba la forma de dragón. Tanto Morgis como él tuvieron que apresurar el paso para no perder de vista al segundo de D'Rak, quien se movía con asombrosa rapidez para alguien de figura tan achaparrada y desgarbada.
–Me habéis traído a un país muy curioso y molesto -susurró el dragón mientras seguían a D’Altain escaleras abajo-. Los habitantes de este lugar tienen la irritante costumbre de no estar donde se supone que están o de aparecer cuando menos se los espera… ¡y eso nos incluye a nosotros! ¡Si tuviera una espada, me enfrentaría yo mismo con ese Devastador antes que acabar en otro lugar al que no esperaba ir, o de que aparezca otra persona que tampoco tendría que aparecer! – El dragón parecía algo confuso a juzgar por su última frase.
–¡Quizás aún tendréis esa oportunidad! – cuchicheó D’Altain- ¡Silencio ahora!
El corazón del Grifo parecía a punto de estallar. Se daba cuenta de que estaba a merced de dos rivales. Hasta que D'Shay descubrió que el Grifo seguía con vida, D'Rak debía de ser su mayor escollo. Decía bastante en favor de D'Rak que el guardián pudiera mantener algunos secretos y llegar a ser tan poderoso a pesar de la posición privilegiada que gozaba D'Shay con respecto al Gran Maestre de la Manada y al Devastador.
El ayudante del gran guardián los conducía cada vez más al interior de la fortaleza, y el pájaro-león empezó a preguntarse si no pensaba llevarlos de vuelta a su celda. D'Rak se llevaría una desagradable sorpresa si creía que iban a regresar voluntariamente a ese lugar. Por mucho juramento sobre el Diente del Devastador que hubiera hecho.
–¿Adonde nos dirigimos? – exigió Morgis, quien, igual que el Grifo, empezaba a creer que volvían a las mazmorras privadas del guardián.
–Mi señor D'Rak tiene dadas instrucciones concretas para situaciones como ésta. El enviado de Lord D'Shay no estaría aquí a menos que su señor tuviera una buena excusa y, con toda probabilidad, el permiso del Gran Maestre para efectuar una sonda mental sobre nuestra gente. No hay duda de que sospecha que estáis aquí y, si de verdad tiene a vuestra compañera en su poder, posee la prueba que necesita para obtener ese permiso. Podéis estar seguros de que los siervos de D'Shay serán muy, muy concienzudos. Por eso debemos recorrer una gran distancia. Lo que sepa ya no podemos evitarlo; pero sí podemos ocultarle lo que todavía no sabe.
–¿Por qué no podemos utilizar un agujero dimensional para alcanzar ese lugar seguro? – musitó el dragón molesto.
–¿Cuándo Lord D'Shay espera que hagamos eso precisamente? ¿Creéis que no tiene ya a otros sondeando en secreto? Además, no tenemos la seguridad de que los guardianes sean sin excepción leales.
–Parece que tienes todo esto muy bien planificado -observó el Grifo con calma.
Los tres habían llegado a un descansillo largo tiempo abandonado que el pájaro-león calculó debía de estar al mismo nivel que las celdas, si no más abajo. Techos y paredes aparecían adornados de telarañas, y la única luz provenía de un cristal que D’Altain llevaba colgado del cuello. El polvo era tan espeso que deseó poder dejar de respirar; Morgis, justo detrás de él, empezó a toser. Aunque prefería la tierra firme al mar, que su padre adoraba tanto, esto era un poco exagerado para los gustos del duque.
El ayudante dio una patada a una forma oscura que lanzó un chillido mientras desaparecía corriendo por el pasillo que tenían detrás.
–Lo hago lo mejor que puedo. Además, sabíamos que este día podría llegar. Probablemente Lord D'Shay se ha puesto muy nervioso al teneros por aquí en libertad. – Hizo a un lado una enorme telaraña que colgaba frente a su rostro-. Perdonad el estado de esta zona, señores;
su apariencia es engañosa. El aspecto de abandono tiende a desanimar a las patrullas de búsqueda.
–¿No dejaremos pisadas en el polvo?
–¿Las hemos dejado? – preguntó a su vez D’Altain. Los dos se miraron las botas y, a pesar de la poca luz, vieron que el polvo volvía a su lugar. Las pisadas se desvanecieron en cuestión de segundos. El polvo que flotaba en el aire (el que no habían tragado, claro) no seguía flotando durante mucho rato: caía igual que el plomo en cuanto el trío había pasado. Si se miraba atrás, hasta al Grifo le habría sido imposible creer que hubieran pasado realmente por allí.
–Lo veis -fue todo lo que dijo el aramita. Siguió adelante, y, lo mismo que su amo, no se volvió para comprobar que lo seguían.
Pocos pasillos más allá llegaron a un lugar sin salida. A juzgar por los escombros caídos en uno de los lados, el pájaro-león concluyó que esa zona habría servido de almacén en alguna ocasión. De todos modos no le sorprendió ver cómo el poco agradable D’Altain tocaba un ladrillo de la pared opuesta y luego empujaba toda esa pared hacia adelante como si se tratara de una puerta enorme. Un panel secreto en un lugar como ése no era ninguna sorpresa.
–Por aquí.
Quizá porque el aramita había sido demasiado servicial, demasiado educado después de lo que el Grifo había leído en sus ojos con anterioridad fue por lo que el antiguo monarca vaciló un momento. Podía comprender las precauciones casi paranoicas de D'Rak con respecto a los recursos de D'Shay, pero una voz en su interior le dijo que había algo raro en esto.
Su paciencia se vio recompensada por la impaciencia de D’Altain. El guardián se llevó la mano al pecho, sin duda
Sara coger su talismán, pero ignoraba la velocidad de reflejos del Grifo y, antes de que su mano pudiera cerrarse alrededor del artilugio, el pájaro-león ya sujetaba esa mano con una de las suyas. Tiró hacia atrás de ella con tanta energía que casi le rompe el hueso de la muñeca; D’Altain gritó algo, y al instante el pasillo se llenó de figuras vestidas de negra armadura que salían del pasadizo en el que el aramita había intentado que entraran.
A la tenue luz emitida por el cristalino talismán, el Grifo consiguió distinguir al menos media docena de figuras, probablemente más, ataviados con la armadura de los piratas-lobo y con máscaras parecidas a las de los propios guardas del gran guardián. Al pájaro-león se le ocurrió que incluso podían ser miembros de esa unidad.
A la vista de la situación en que se encontraba, el Grifo hizo lo único que podía hacer: arrojó a D’Altain sobre el hombre que tenía más cerca y luego empujó los dos cuerpos contra el siguiente. Aprovechando la confusión, consiguió apoderarse de un cuchillo del guardián e intentó utilizarlo contra su anterior dueño, pero D’Altain se retorció y la hoja sólo encontró un espacio vacío allí donde había estado el cuerpo del guardián traidor. Una de las figuras de armadura le arrebató el cuchillo con un golpe de su espada y se lanzó contra el antiguo mercenario. El Grifo sacó las garras y arremetió contra él.
A su espalda escuchó el grito de triunfo del Duque Morgis al encontrarse éste por fin en una situación que podía manejar. El Grifo esperó que Morgis no se divirtiera demasiado y en consecuencia se descuidara. Todavía los sobrepasaban en número en el ataque cuerpo a cuerpo, no tenían más armas que sus garras y sus poderes de hechicería seguían anulados por el poder que emanaba del lugar en sí. Por añadidura, todos los conjuros que se le ocurrían al Grifo precisaban tiempo para ser puestos en práctica. Dudaba también de que a Morgis se le ocurriera alguno, y además el dragón tampoco habría intentado una metamorfosis en espacios tan cerrados.
El puño enguantado que se estrelló contra la pared a pocos centímetros de él le advirtió que era él quien se descuidaba. Hundió el puño en el diafragma de su adversario, aplastando un poco la armadura bajo la potencia del golpe. El pirata-lobo dio un paso atrás, y, sacando ventaja del espacio extra logrado, el Grifo hundió las garras en el estrecho lugar sin protección de la garganta que quedaba entre el yelmo y la armadura, matando instantáneamente al aramita. Por desgracia el peso del cadáver era tal que le resultó imposible deshacerse de su caído enemigo a tiempo de evitar que otras dos figuras con yelmo de lobo cayeran sobre él.
El filo de una espada se hundió en su brazo izquierdo, trazando una larga y abrasadora herida. Cuando por fin consiguió liberarse de las garras del pirata muerto, los otros dos aramitas estaban demasiado cerca para que pudiera alzar los brazos lo suficiente para atacar. El Grifo comprendió con toda lucidez que había llegado su hora.
En ese mismo instante todo el pasillo quedó sumido en la más completa oscuridad, señal de que D’Altain había huido o había muerto. La repentina falta de luz hizo que los dos piratas-lobo vacilasen, apenas un segundo. Al Grifo, inmovilizado como estaba contra la pared, no le consoló el hecho de poder ver su próxima muerte con más claridad que los dos que iban a proporcionársela.
Se dejó oír un grito ahogado, mezcla de sorpresa y de miedo, y al cabo de un instante el pirata-lobo que tenía a su izquierda salió despedido hacia atrás como una marioneta a la cual acabaran de tirar de los hilos. El otro aramita no pudo por menos que volver la cabeza con desaliento al ver que su compañero parecía desvanecerse en la oscuridad. El instante de distracción provocó su propia ruina. Al verse libre, el Grifo lanzó un rugido y se arrojó hacia adelante utilizando la pared como punto de apoyo y golpeando a su adversario con toda la fuerza de su cuerpo. Ambos se vieron propulsados contra la pared opuesta. El pirata-lobo lanzó un sonoro quejido al chocar contra ella. El pájaro-león alzó una zarpa para asestar el golpe definitivo, pero no hizo falta, el soldado se deslizaba ya inerte hacia el suelo.
El Grifo giró sobre sí mismo, listo para repeler a un nuevo oponente, mas una rápida ojeada con su visión nocturna le informó de que sólo quedaba otra figura en pie. La figura era Morgis, que en esos momentos libraba a uno de los cadáveres de su espada corta. La visión nocturna del dragón no era tan buena como la de su compañero, pero sí podía ver lo suficiente como para darse cuenta de que era el Grifo quien se acercaba a él. Alrededor del duque había al menos cinco cadáveres, y el ex mercenario comprendió que el dragón se había ocupado de la mayoría de los atacantes.
–Tendríais que consideraros afortunado -empezó Morgis-. Yo diría que tenían órdenes de cogeros con vida. No era ése mi caso. Cuando el primero no consiguió acabar conmigo, el resto se me tiró encima. De todas formas, sólo dos podían atacarme a la vez; supongo que la lucha cuerpo a cuerpo tiene sus ventajas y desventajas.
El Grifo lanzó un cloqueo. Era típico de algunos dragones -y también de algunos humanos- empezar a analizar situaciones que, pocos momentos antes, eran cuestión de vida o muerte. Al menos, pensó, Morgis dejaría de suspirar por una espada.
Morgis inspeccionó el espadín.
–Es casi un cuchillo, pero tendrá que servir hasta que encuentre un arma de verdad. ¿Veis algo?
El Grifo negó con la cabeza, temeroso de que una respuesta verbal iniciara una nueva pelea… Esta vez entre ellos dos. Algunos seres no quedaban satisfechos jamás.
Una cosa que sí había advertido era la ausencia de un cuerpo en particular. D’Altain había desaparecido y el pájaro-león sospechó que había huido por el mismo camino por el que habían entrado sus atacantes. Cuál era el plan del guardián era algo discutible por el momento, pero resultaba evidente que D'Rak, a pesar de su paranoia, habría acabado por descubrir la verdad sobre su subordinado… Es decir que D’Altain había planeado huir una vez rematada su acción.
No había más que dos personas en Canisargos con poder para salvarlo, y sólo una que pudiera siquiera considerar tal posibilidad. Era incluso posible que D’Altain hubiera arreglado que el mensajero apareciera en aquel momento preciso. Así se explicaría la presencia de los asesinos; desde luego no parecía muy probable que hubieran esperado allí por si se daba la casualidad de que alguien acabara pasando por el lugar.
–Morgis, tenemos una forma de salir de aquí.
–¿Qué pasará con vos? – inquirió el dragón, echando un vistazo a la oscuridad del pasadizo-. Todavía estáis ligado a ese ser de sangre caliente de allí arriba.
–Me arriesgaré. Debo encontrar a Trola. Cuanto más tiempo pase en las garras de D'Shay… -Su voz se apagó.
Morgis asintió en silencio. Dirigió una mirada al espadín, lo probó en la mano derecha y luego lo sujetó con la izquierda. Tras un breve debate mental, lo devolvió a la mano derecha. Igual que muchos luchadores veteranos podía utilizar ambas manos con igual destreza, se trataba sólo de una cuestión de equilibrar el arma. El pirata-lobo que poseyó esa espada la había utilizado mucho tiempo y tenía la empuñadura desgastada. La diferencia habría sido insignificante para muchos espadachines, pero no para aquellos con la pericia y experiencia del Grifo y del dragón.
Registraron los cadáveres en busca de alguna pista de Troia o de información sobre la capital aramita. El Grifo encontró un espadín que le pareció apropiado y también algunas monedas locales. No le gustaba robar a los muertos, pero, dadas las circunstancias, no tenía demasiada elección. Podían ser útiles. No tocó los diminutos talismanes que eran el símbolo de los soldados del guardián; era muy probable que D'Rak pudiera utilizar sus poderes mágicos directamente a través de ellos. No encontraron nada más que les sirviera. Morgis tomó las dos capas más grandes que encontró y arrojó una a su compañero.
El pasadizo no resultó nada complicado, y el Grifo no pudo por menos que preguntarse cómo era posible que el gran guardián desconociera su existencia. Era evidente que dejaba en manos de sus subordinados más de lo que debiera. El razonamiento hizo que el Grifo se preguntara también si no habría pasadizos allá en su antiguo palacio de Penacles de los que no sabía nada. De todos modos tenía más confianza en su segundo en el mando, Toos, de la que D'Rak tenía en D’Altain… Y ahí estaba la diferencia.
Buscando a tientas, acabaron por encontrar la puerta secreta que conducía fuera de la fortaleza. Se envolvieron todo lo que pudieron en las capas, y mantuvieron las espadas listas para atacar mientras el Grifo empujaba con la mano libre. La puerta cedió con más facilidad de lo que esperaba -seguramente porque D'Akain había pasado por allí no mucho antes- y el Grifo dio un traspié al frente. Morgis lo agarró por el hombro y tiró de él hacia atrás. Durante algunos segundos se limitaron a mirar en dirección a la puerta semiabierta. Luego, despacio, el pajaroleen la empujó lo suficiente para que pudieran pasar.
El sol se acercaba ya al punto en el que pronto pasaría a ser sólo un recuerdo, y espesas sombras envolvían ya aquel lado de la fortaleza de los guardianes. No se veía a nadie. Los dos fugitivos salieron al exterior y escudriñaron la zona en busca de alguna señal de peligro. Nada.
Morgis se volvió y cerró la puerta secreta. El silbido que escapó de sus escamosos labios hizo que el Grifo girara en redondo.
La puerta había desaparecido. No quedaba la menor señal de que hubiera existido. Un cuidadoso examen del lugar donde sabían que había estado no reveló más que mugre. Quien la hubiera diseñado había sido un maestro en su arte.
–¿Ahora qué?
–Tenemos que encontrar un lugar donde esconderos, o al menos algo para que os disfracéis. Esa capa sólo sirve en la oscuridad y a grandes distancias.
–¿Y vos?
–Me transformaré… -El Grifo se interrumpió a mitad de la frase. Había dado tontamente por sentado que todavía poseía la habilidad de adoptar la forma humana, a pesar de que el poder de los guardianes había impedido a Morgis metamorfosearse. Se concentró mientras el dragón lo observaba ansioso. Sintió un breve hormigueo que sabía era precursor del cambio, pero nada más. Era como si aquella parte de su mente estuviera bloqueada.
No era eso lo peor; el Grifo se dio cuenta entonces de que muy posiblemente había informado a más de un guardián de su presencia en aquel lugar.
Se escucharon gritos en el cielo. Lo mismo que si sus voladores homónimos que patrullaban sobre la ciudad hubieran percibido de improviso algún peligro cercano. Dio por seguro que ese peligro era él y que los animales no tardarían en presentarse allí, cada uno transportando a un jinete armado.
Echó una ojeada a su alrededor y supo de inmediato la dirección que debían seguir.
–¡Seguidme! ¡Deprisa!
–¿Adonde vamos? – preguntó el dragón. Pero lo siguió sin titubear. Prueba de la absoluta confianza que tenía en él.
–Al centro de la ciudad. Al palacio del Gran Maestre de la Manada. El duque casi se detuvo en seco al oír sus palabras.
–¡Es una locura! ¡Tendríamos que irnos en dirección opuesta!
–Lo cual… -El pájaro-león tomó aire y aceleró el paso, en busca de la protección de una callejuela sin iluminación situada a su derecha. Penetró en ella a toda prisa seguido de Morgis- Lo cual -continuó-, es lo mismo que pensarán los centinelas de ahí arriba. ¡Nadie sería tan loco como para ir a meterse en la misma guarida del mortífero comandante de los piratas-lobo!
–Espero que recordéis vuestras palabras cuando nos arrojen a esas mascotas suyas que llaman Corredores.
–Cuento con que me lo recordéis vos.
Oyeron los gritos de varias de las bestias que patrullaban los aires y guardaron silencio. Algo de gran tamaño pasó por encima de sus cabezas, pero iba en dirección opuesta, tal y como el Grifo esperaba. Cuando estuvieron seguros de que había pasado, reanudaron la marcha en dirección al centro de Canisargos… lo que algunos denominaban las fauces del Devastador.
El mensajero de D'Shay fue expulsado casi con la misma rapidez con que había entrado, cosa que complació bastante a D'Rak aunque hubiera preferido que se tratara de su rival en carne y hueso además de ser él en espíritu. En cierta forma, las cosas salían mejor de lo que esperaba. Por lo poco que permitió decir al mensajero, sabía que D'Shay no tenía a la mujer que parecía importar tanto al Grifo… Cosa que no le dejaba más que una posibilidad, que comprobaría cuando le conviniera.
Lo que más le satisfacía era que todo hubiera funcionado como dirigido por él mismo. D’Altain era un estúpido si creyó que el gran guardián no sabía a quién otorgaba el ayudante su lealtad y, aunque éste había actuado con más rapidez de lo que D'Rak calculara, el resultado final había sido el mismo. Claro que el Grifo tendría que haber estado camino del lugar donde se encontraba D'Shay y custodiado por varios guardas traidores en lugar de suelto por la ciudad pero, de todos modos, el aramita confiaba en que la habilidad del Grifo, combinada con la manipulación del propio D'Rak, no tardaría en encaminar al vigilante y a su reptiliano compañero en la dirección adecuada. Pronto habría una purga, ahora que el gran guardián estaba tan cerca del éxito. Se acabaron los espías. Se acabó D'Shay. A lo mejor, se acabaría también el Gran Maestre.
Sonrió. No faltaría mucho para que D'Shay y el Grifo estuvieran frente a frente… Y entonces todo habría acabado. En cuanto a D’Altain… dejaría su suerte en manos del nuevo amo del ayudante.
–Eh, tú -llamó D'Rak, dirigiéndose al joven guardián que supervisaba la vigilancia del Grifo-. ¿Cómo te llamas?
El subordinado levantó la vista. Todavía no se había acostumbrado a trabajar directamente bajo las órdenes del gran guardián en persona, y se vio obligado a tragar saliva varias veces antes de recuperar la voz.
–R’Farany, señor. Tercer nivel.
–Incorrecto. – D'Rak sonrió ante la expresión de aterrorizado sobresalto que se pintaba en el rostro del guardián-, A partir de ahora, eres D’Farany, sexto nivel.
–¡Mi señor! – El recién ascendido D’Farany tuvo el sentido común de no abandonar su puesto a pesar de la abrumadora promoción en categoría y casta que acababa de recibir.
–Cumple con tu trabajo y te colocaré formalmente en el décimo nivel antes de que acabe el año. Tengo intención de convertirte en mi nuevo lugarteniente, siempre y cuando sepas cuál es tu lugar.
La expresión atemorizada del rostro de D’Farany indicó a D'Rak que había elegido bien. Sabía que el joven no sólo era muy hábil sino también un devoto seguidor suyo. Había que cultivar a esa clase de personas. Los vigilantes de más edad llevaban demasiado tiempo en sus puestos de poder. No podía confiar en ninguno de ellos tanto como para nombrarlo su sucesor; deseaba a uno más dócil.
Se volvió para marcharse y recordó algo más.
–No olvides nunca esto, D’Farany: yo soy siempre quien da las órdenes. Cuando digo que aquellos que están bajo mi mando hacen lo que yo quiero, lo digo en serio. Todos los vigilantes y todos los soldados de los vigilantes ejecutan mis deseos, consciente o inconscientemente.
«Incluidos los supuestos traidores», añadió para sí.