XVIII

D'Shay, desde lo alto de una colina, miraba la masa ingente de soldados cubiertos de negras armaduras que asaltaba la fortaleza de los Supremos Vigilantes. Los soldados de a pie podían considerarse casi una treta; el asalto real y más efectivo tenía su origen detrás de él, donde más de ochenta guardianes fusionaban sus poderes en una lucha de voluntades contra los habitantes de Sirvak Dragoth. Eran los ochenta mejores guardianes que su posición dentro de la jerarquía del mando podía proporcionarle. Eran guardianes que creían que los recompensaría por ser leales a él en lugar de a D'Rak.

«En el día de hoy», pensó para sí, «me deshago de todos mis enemigos y… de todos mis temores».

Y en ese momento la Puerta se desvaneció y un dragón hizo su aparición por el sur, sobre el grueso principal de las fuerzas invasoras. D'Shay lanzó un grito, pero entonces se dio cuenta de que no se trataba del dragón que había pensado sino del compañero draconiano del muy odiado Grifo. D'Shay sonrió y, casi enseguida, vio al dragón precipitarse de improviso, impotente, contra el suelo. Al parecer el Supremo Vigilante se había recuperado deprisa. No pudo ver el lugar en el que había caído la enorme bestia, pero sabía que el choque había sido lo bastante fuerte para eliminar al dragón como potencial enemigo, quizá definitivamente.

Sólo entonces se dio cuenta de lo precario de su posición. Se volvió a toda prisa y se encaminó a grandes zancadas a una tienda que sus criaturas le habían construido. Dos de aquellos seres acorazados montaban guardia en la entrada. Lo saludaron mecánicamente. D'Shay no les prestó atención y miró al interior. La visión de su prisionero todavía encadenado lo alivió; significaba que su plan de emergencia seguía funcionando. El peligro que suponía quedar aislado de la voluntad del Devastador continuaba existiendo, pero ya no era tan inmediato. De todos modos…

–¡Mi señor D'Shay!

Se apartó de la tienda y observó con franco disgusto la figura que ascendía jadeante la ladera para reunirse con él. Un anónimo ayudante de los oficiales militares que coordinaban el ataque desde el campo de batalla. No se daban cuenta de que a él le daba igual que todos ellos murieran, lo que importaba era la tarea que cumplían sus queridos guardianes. El ejército simplemente evitaba que los defensores se concentraran demasiado en la amenaza real.

–¿Qué sucede?

–El Comandante de Manada D'Hayn y el Jefe de Manada D'Issial quisieran saber el motivo de la temporal desap…

D'Shay alzó una mano para hacerlo callar. Dirigió una rápida mirada en dirección a la Puerta, que volvía a estar en su lugar y parecía más sólida que nunca.

–Di a tus oficiales que sus mentes deben estar puestas en el asalto a la fortaleza enemiga y no en… la… Puerta…

Su voz se apagó y su expresión se trocó en gesto de desaliento. El ayudante se volvió, y sus ojos se abrieron de par en par, dando a su de otro modo vulgar apariencia el aspecto de un sapo.

La Puerta había vuelto a desaparecer, y, de algún modo, D'Shay comprendió que de forma definitiva esta vez. ¿Qué había hecho aquel estúpido vigilante? ¿Los había traicionado? D'Shay cerró los ojos. No, Lord Petrac no había traicionado a los piratas-lobo. Lord Petrac había dejado de existir. Eso sí podía percibirlo ahora, pero…

Abrió los ojos, y maldijo al ayudante por el mero hecho de que el infortunado soldado se encontraba frente a él. ¡El Grifo otra vez!

El suelo retumbó, maniobra de algún ataque desesperado por parte de los defensores, y D'Shay se obligó a tranquilizarse. Años de paranoia lo hicieron darse la vuelta a tiempo para descubrir a dos guardianes que en aquellos momentos concentraban el poder de sus talismanes sobre él. La incredulidad estuvo a punto de ser su fin; éstos eran sus guardianes; había comprado su lealtad con promesas de librarlos del poder de D'Rak… y también de hacerlos ricos. Por lo visto, las promesas no siempre eran suficiente. Apenas si tuvo tiempo de desviar su hechizo.

–¡Matadlos! – gritó sin dirigirse a nadie en particular.

El ayudante desenvainó la espada, lanzó un chillido, y se consumió hasta convertirse en un pellejo reseco. Los asesinos habían vuelto el hechizo contra él, pero eso acabó con ellos. Los sirvientes sin vida de D'Shay cayeron sobre ellos; aquella clase de hechizo no servía contra algo que en realidad no tenía cuerpo. Uno de los guardianes murió al instante, al recibir el golpe de un guarda que fusionó yelmo y cabeza en un revoltijo indescriptible. El otro asesino no fue tan estúpido; se dio la vuelta y corrió. Los guardas salieron en su persecución. Los otros guardianes, absortos en el papel que desempeñaban en la batalla principal, no se habían dado cuenta de nada de lo que sucedía.

La mano derecha de D'Shay había perdido toda sensibilidad. La levantó rápidamente para estudiarla. Estaba gris y arrugada, inservible casi. En un principio pensó que el hechizo de los dos asesinos lo había rozado, pero luego comprendió que era mucho peor que eso. Hasta una estancia breve en ese reino era demasiado para él; se moría y moriría en un par de horas a menos que utilizara a su prisionero, su último recurso. Sería más difícil allí, en ese maldito País de los Sueños, pero sabía que tenía la fuerza de voluntad para hacerlo porque de lo contrario podía darse por muerto, algo que D'Shay no iba a permitir… sin que el Grifo lo acompañara.

Regresó a la tienda. El tiempo era esencial. Significaría consumirse mucho antes de lo que deseaba, pero, para entonces, ya habría encontrado a otro «voluntario» apropiado. Todo lo que importaba en esos momentos era seguir viviendo.

El prisionero, la vida de D'Shay, había desaparecido. Se había esfumado, grilletes incluidos, mientras los dos asesinos mantenían ocupado al poderoso pirata-lobo.

D'Shay sintió que el pánico lo embargaba.

«He pasado de la etapa terminal», rugió para sí. «¡Mi mente está ofuscada! ¡Esto no debiera haber sucedido!»

Tenía que abandonar inmediatamente el País de los Sueños. Sirvak Dragoth ya no importaba. El Devastador ya no importaba. Ni siquiera el Grifo importaba ya… por el momento.

«Tzee…»

D'Shay abandonó la tienda. ¿Los tzee? ¡Claro!

–¡Os necesito! ¡Manifestaos!

«Tzee… hora de la muerte… hora de la muerte…»

Los tzee aún no se habían manifestado, pero sus discordantes susurros no cesaban de resonar en su mente. ¿Hora de la muerte? ¿Lo sabían?

«Tzee… hora de la muerte… disfruta…»

–¿Qué? – D'Shay alzó ambos puños en el aire y los agitó inútilmente contra la presencia invisible de los tzee-. Manifestaos, o me ocuparé de que…

«Tzee… hora de morir…» Estas últimas palabras fueron seguidas de la tranquila risa demente de innumerables entidades.

D'Shay comprendió, finalmente, que los tzee se iban, y se desesperó.

–¡Regresad! ¡Os puedo ofrecer más poder!

Una última y débil respuesta llegó a sus oídos antes de que se fueran definitivamente.

«Tzee… no es suficiente…»

Entonces lo comprendió. Los tzee habían robado a su prisionero. Los tzee, que habían recibidlo poder de Lord Petrac, de D'Rak, y de él mismo. Los tzee, en los que nadie se había molestado en pensar, una carta que al final se había jugado.

D'Shay dirigió una rápida mirada a su mano paralizada. Los tzee eran muy estúpidos si creían que estaba acabado. Todavía no. Mientras el Grifo siguiera vivo, no.

–¡Mi señor!

Se dio la vuelta, y su primer pensamiento fue matar a la figura que tenía ante él, ya que se trataba de un guardián. Este se arrodilló en señal de sumisión y dijo:

–Sus defensas se debilitan. En unos cuantos minutos Sirvak Dragoth se abrirá a las fuerzas de avanzada. D'Shay ocultó la mano a los ojos del guardián.

–Quiero a los Supremos Vigilantes a mis pies dentro de la próxima media hora. Vivos. Si alguno de ellos muere, mataré a todos los hombres del escuadrón responsable… guardianes incluidos.

–Comprendido, mi señor.

En el mismo instante en que el guardián se iba, regresaron los sirvientes de D'Shay. Sus guantes goteaban sangre. Llegaron hasta él y se detuvieron, aguardando nuevas órdenes. El pirata-lobo sintió que recuperaba la fuerza;

mientras permaneciera cerca de ellos, el proceso de envejecimiento sería más lento. Unas cuantas horas más, unas horas preciosas ahora. Unas cuantas horas más era, de todas formas, lo único que necesitaba. La muerte ya lo había mirado a la cara en otra ocasión, y él se había reído de ella, la había burlado.

Volvería a hacerlo.

–Lo siento -dijo Trola mientras le daba agua-. Es todo lo que puedo hacer.

–Ayudará.

El Grifo sostuvo la copa con la mano sana, haciendo un esfuerzo por ignorar las punzadas de dolor que le acuchillaban el hombro. Su otro brazo estaba en buenas condiciones aunque, con la mano rota, de poco le servía. Troia había vendado la mano con un pedazo de tela arrancado de la camisa del Grifo; no podía hacer nada más. Hasta que no recuperara las fuerzas, el pájaro-león no podía curarse a sí mismo. Por suerte al menos podía andar, aunque correr quedaba descartado por completo. Con la ayuda de la mujer-gato se había trasladado a un lugar más seguro, dejando a Morgis atrás de mala gana, pero no había forma de poder arrastrar tantas toneladas de músculo y hueso inconscientes. Los aramitas no se habían acercado creyendo que el dragón estaba muerto, cosa que empezaba a convertirse en clara posibilidad. No había duda de que Morgis estaba malherido; el Grifo tuvo la suerte de que la enorme figura amortiguara su aterrizaje.

–Sigo sin entender por qué tenía que matarme personalmente. Fue una temeridad.

Troia intentó disimular el dolor que todavía sentía. No lo consiguió por completo, pero el pájaro-león fingió no darse cuenta.

–Lo conocía… más bien pensaba que lo conocía. En mi opinión tu muerte era algo que le repugnaba, algo que decidió era necesario, pero que no podía dejar en manos de otro. Tenía que ser él. El solo. Creo que quería que la culpa recayera sobre sus espaldas exclusivamente.

–Si no hubieras llegado cuando lo hiciste… Utilizó la mano sana para acariciar una de las de ella. La joven la apartó al instante, con expresión culpable.

–Cuando llamaste a la Puerta en tu ayuda, alteraste tanto su concentración que el hechizo que me mantenía dormida se desvaneció. No del todo, pero sí lo suficiente para que consiguiera resistirme a él. Lo… lo seguí; yo estaba ahí cuando te rompió la mano. Ni siquiera entonces podía creer que fuese a ir más lejos. Pensé que te haría prisionero y yo podría liberarte luego. Pero cuando levantó el cayado y vi lo que le había hecho a la punta comprendí en lo que se había convertido. – Se cubrió el rostro-. ¡Lo siento! ¡Podría haberte matado!

El Grifo le apartó las manos.

–Al final salvaste mi vida. Eso es lo que importa. Comprendo cómo te sientes.

–Jamás lo olvidaré. – Consiguió sonreír, sin embargo, aunque con una sonrisa fugaz, y el Grifo decidió que había llegado el momento de cambiar de tema.

–Hemos de llegar a Sirvak Dragoth -le dijo-. Es vital.

–La ciudadela está siendo atacada. Yo no estoy herida y puedo luchar. Tú debes quedarte aquí. – Sus ojos, enrojecidos por el llanto, mostraban preocupación. Troia deseaba con toda su alma compensarlo por lo que había estado a punto de dejar que sucediera-. Traeré ayuda.

–Si vas sola los piratas-lobo te matarán.

–Poseo cierta magia… que mejora sobre todo mi capacidad de lucha. Como vigilante ya sabes que tengo ciertas habilidades naturales. Unos cuantos soldados no harán más que aguzar mi apetito. – Troia sonrió, enseñando los colmillos.

El Grifo no estaba tan dispuesto a fingir.

–Muchos, muchos soldados y más de unos cuantos guardianes también. ¿Crees que podrías enfrentarte a un guardián?

–No retrocedería.

–Eso no es la misma cosa. – Meneó la mano e intentó levantarse-. Tengo que hacer algo con Morgis. No puedo dejarlo ahí afuera. En este mismo momento, algo podría estarle sucediendo. Jamás he abandonado a un cama-rada, y no tengo intención de hacerlo ahora… -El Grifo intentó no pensar en Jerilon Dane. Dane no era exactamente un camarada, y estaba seguro de que había muerto, pero todavía tenía una ligera duda.

Ella lo miró con la expresión que por lo general se reserva a los dementes.

–Apenas si puedes andar. ¡Qué crees que podrás hacer! Tengo que ser yo sola. Me deslizaré entre ellos sin que me vean, penetraré en la ciudadela. Haggerth…

–¡Tiene ya bastantes preocupaciones! – El Grifo se apoyó con demasiada fuerza sobre un brazo, y un ramalazo de dolor le recorrió el cuerpo-. ¡Si pudiera concentrarme! ¡Hacer quizá que la Puerta viniera a nosotros! ¿Dónde está ahora?

Troia se encogió de hombros. A lo lejos, los ruidos de la batalla habían adquirido un nuevo tono. Se apartó del Grifo, resuelta a averiguar qué sucedía. Tenía el espantoso temor de que cuando mirase por la pendiente vería a Sirvak Dragoth en ruinas y a los piratas-lobo gateando entre sus restos como carroñeros sobre un ciervo muerto.

La mujer-gato pudo comprobar que Sirvak Dragoth no había caído aún, pero era obvio que no resistiría mucho tiempo ya. A pesar de estar aislados de su hogar, encallados en otra realidad, los aramitas luchaban con la misma determinación obsesiva de siempre. El País de los Sueños caería pronto; carecía de una resistencia organizada.

Y ella podría ver el desarrollo de los acontecimientos desde allí sin nada que obstruyera su vista.

¿Sin nada que la obstruyera?

–¿Qué es? ¿Qué ha sucedido?

Por el tono de su voz, se dio cuenta de que el Grifo esperaba lo peor. Pero ¿esperaría lo que ella misma no podía creer, incluso después de haberlo visto… o más bien no haberlo visto?

Trola escondió la cabeza y empezó a bajar, aturdida y asustada.

–Grifo, tu amigo no está.

–¿Mi amigo? ¿Morgis? – Tardó algunos segundos en comprender lo que ella le decía-. ¿No esta? ¿Todo un dragón? ¡Inconsciente y herido, además! Pero por qué iban ellos a… -Se detuvo, y un destello que ella no había visto desde hacía algún tiempo, reapareció en sus ojos.

–¿Por qué iban ellos a…? ¿Por qué lo movieron los perros del Devastador? ¡Se necesitarían varios guardianes o cientos de soldados!

–Dudo que lo hayan cogido ellos. Fueron otros lo que lo cogieron, creo. Me corrijo… sé que fueron otros quienes lo cogieron. – Entrecerró los ojos y los clavó en algo situado detrás de ella.

Troia se volvió con cautela… y casi se desmaya de alegría al encontrarse cara a cara con la mirada ciega de tres figuras idénticas y familiares.

–¡Los no-gente! – exclamó con júbilo.

–Morgis y yo les llamamos los Seres Sin Rostro, pero, sean lo que sean, son muy bien recibidos en este momento.

Esperó no tener que arrepentirse de haber dicho aquello en un futuro… si es que existía algún futuro.

Los tres Seres Sin Rostro se acercaron, las encapuchadas túnicas balanceándose ligeramente mientras parecían flotar en la distancia. Cuando estuvieron a menos de un metro se detuvieron y el que iba en el centro levantó la mano derecha hasta una altura situada al nivel de su cabeza, la palma plana hacia afuera. El Grifo miró a Troia, pero la mujer-gato no tenía ni idea de cómo responder. El pajaroleen, indeciso, levantó la mano sana en un gesto similar.

Los no-gente asintieron al unísono, pero, por algún motivo, parecieron desilusionados, como si esperaran algo más.

Fuera lo que eso fuese, evidentemente no era tan importante que les impidiera realizar su misión. Igual que habían hecho los otros en el callejón -quizás eran los mismos o alguno de ellos los que componían este grupo, pero ¿quién podía asegurarlo?– los Seres Sin Rostro levantaron las manos.

La Puerta se materializó ante ellos, abierta de par en par.

Dos de los curiosos seres ayudaron al Grifo a ponerse en pie. Este se sintió al momento mucho mejor que antes, y sospechó que los Seres Sin Rostro estaban haciendo algo más que ayudarle a andar. Se dejó escoltar al otro lado de la imponente estructura con renovadas esperanzas, seguido a cierta distancia por Troia y el tercer ser.

Sin embargo, sus esperanzas se esfumaron al instante apenas penetró en la sala principal de Sirvak Dragoth.

La habitación estaba en ruinas. Cualquier cosa que estuviese suelta había caído al suelo. Enormes pedazos de mármol se habían desprendido de paredes y techo, y el mismo suelo estaba lleno de grietas, una de ellas de una anchura de casi treinta centímetros. El polvo flotaba por todas partes. Sin contar al Grifo y su grupo, en la habitación habría una docena de figuras. Mrin/Amrin y dos mujeres, una increíblemente alta y bella, envuelta en algo que parecía un manto rojo, y la otra de mediana estatura con un rostro que recordaba al de una criatura inocente. Esta segunda mujer iba vestida con una prenda tejida con un material que al Grifo le resultó imposible distinguir con claridad.

El ser llamado Geas estaba sentado en un rincón, interpretando una sombría melodía con su flauta. Haggerth ocupaba su acostumbrado lugar de mando, y hablaba con una hembra y un varón que se parecían a los habitantes de la aldea del antiguo territorio de Petrac. El velado vigilante levantó la vista al oírlos entrar.

–¡Grifo! ¡Cuánto me alegro de verte aunque no podías haber llegado en peor momento!

–¡Entonces estáis perdiendo! – El Grifo casi se olvidó de sus heridas, apartándose de sus compañeros con pasos inseguros para acercarse al Supremo Vigilante.

Haggerth despidió a los dos que hablaban con él, se puso en pie, y corrió al encuentro del pájaro-león.

–¿Estás malherido?

–Viviré. ¿Tenéis a Morgis?

–Descansa. Alguien se ocupa de él desde que los no-gente trajeron su cuerpo aquí.

–¿A todo un dragón?

–¿Dragón? No, lo trajeron bajo el mismo aspecto que siempre ha tenido, aunque eso sí, un poco agotado. Hablando de heridas, si me permites…

El Supremo Vigilante examinó las lesiones del Grifo, en especial la mano. Mientras palpaba con los dedos, le dijo con voz pausada:

–Sabemos lo sucedido entre Petrac y tú. Difícil de creer… aunque en realidad no lo sea tanto.

–Troia tuvo que matarlo para salvarme la vida. El velo ocultaba cualquier emoción que atravesara la mente de Haggerth.

–Me ocuparé de hablar con ella más tarde, si todavía estamos por aquí.

–¿Qué sucede?

–Mientras sus soldados abaten a nuestra gente, los guardianes atacan nuestras murallas y nuestras mentes. Combinados, son una fuerza impresionante. Estuvimos a punto de perder el control no hace ni un minuto. Si he de decir la verdad, dudo que podamos resistir más allá de una hora.

Mientras hablaba, el Supremo Vigilante no había dejado de inspeccionar las lesiones causadas por su antiguo camarada. El dolor había desaparecido de la mano rota del Grifo que flexionó los dedos a modo de prueba. Haggerth había curado por completo la fractura de la mano. Ni siquiera sentía la menor rigidez al moverla.

–Gracias, Haggerth. ¿Realmente lo dices en serio?

–Sí, pero no se lo digas a Troia ni a los otros. Todavía no. He estado pensando sobre la traición de Lord Petrac.

–¿Y? – El pájaro-león no se preocupó en disimular sus sentimientos. ¿Qué había que aprender de la traición de Petrac excepto que muchas gentes habían muerto o iban a morir por su culpa? Esa era la auténtica lección.

–Te lo contaré más tarde. Si quieres ver a Morgis está en una habitación pasillo abajo. Tenemos varios heridos aquí, a algunos los han traído sus propios compañeros y a otros los no-gente.

El Grifo dirigió una ojeada a uno de los seres sin facciones.

–Por lo que veo están incondicionalmente de nuestra parte. Haggerth lanzó una amarga carcajada.

–No hay que creer nada a pies juntillas. Lo sé. He recibido informes de que también ayudaban a los heridos del bando enemigo. No creo que los comprenda jamás.

El Grifo le dio las gracias a Haggerth, con la promesa de regresar a la primera señal de que lo necesitaba. La enmascarada figura pareció escucharlo sólo a medias, y el pájaro-león lo contempló con creciente inquietud. Haggerth siempre había sido el más sensato y comprensivo de los Supremos Vigilantes con los que había tenido tratos. Si él había perdido la esperanza… el Grifo prefirió no completar su pensamiento.

Troia se acercó a él, pero él miraba detrás de ella, a los Seres Sin Rostro, que parecían contemplarlo con sumo interés… aunque podría tratarse de regocijo o disgusto y lo que él creía ver en sus rostros vacíos no ser más que una expresión de sus propios pensamientos.

–El Supremo Vigilante Haggerth parece preocupado

–observó la joven-. Me di cuenta por la forma en que se mantenía en pie. No creo que haya descansado desde hace mucho.

–Por qué preocuparse. Puede que no despierte si lo hace.

–El Grifo forzó un cambio de tema-. Morgis está cerca. Tengo que verlo antes de hacer nada.

–Te ayudaré.

Lo rodeó con un brazo y dejó que él le pasara el suyo por los hombros. El pájaro-león se abstuvo de decir que, gracias a los poderes de Haggerth, habría podido ir solo. Las sensaciones que le provocaba tener el cuerpo de ella junto al suyo eran demasiado agradables, demasiado turbadoras, últimamente había tan pocas cosas que le proporcionaran algún placer…

Sirvak Dragoth se estremeció. El Grifo se dio la vuelta y buscó a Haggerth con la mirada, pero no se veía al Supremo Vigilante por ninguna parte. Troia tiró entonces de él para hacerlo a un lado y la pareja que había estado hablando antes con Haggerth pasó junto a ellos llevando toallas y agua para dirigirse apresuradamente al lugar donde los otros Supremos Vigilantes, excepto Geas, se esforzaban con desesperación para salvar la ciudadela.

El Grifo se vio invadido por una sensación de urgencia.

–Llévame hasta Morgis. No hay forma de saber cuánto tiempo le queda a este lugar.

Se abrieron paso por un pasillo cubierto de cascotes. Parte de la pared se había derrumbado y, mientras la escalaban, descubrieron que alguien había quedado atrapado debajo. Sin embargo, sólo necesitaron una ojeada para darse cuenta de que ya nadie podía ayudar a la víctima. Troia lanzó un juramento, y sus uñas se extendieron, hundiéndose en el costado del Grifo, que no dijo nada.

La habitación que acogía a los heridos era casi tan grande como la sala central. Todo el mobiliario, excepto el que podía ser útil, había sido amontonado en un rincón, pero, aunque los heridos llenaban gran parte de la estancia, el Grifo se sorprendió de que no hubiera más, muchos más. Se lo comentó a Troia.

La joven corrigió el malentendido de inmediato:

–Casi todos los que tienen heridas de poca importancia están todavía afuera luchando. También hay algunos curanderos rurales. Aquellos a quienes no se puede ayudar se dejan donde están.

Sonaba inhumano, hasta para un ex mercenario, pero sabía que eran gentes que vivían más apegadas a la naturaleza que él incluso. No dudaba de que, igual que algunos elfos y enanos, seguramente preferían morir rodeados por la naturaleza que pasar sus últimos momentos en una habitación atestada oliendo a muerte en lugar de a flores.

–Ahí está Morgis. – Troia señaló a su derecha, El dragón yacía sobre una simple manta con una improvisada almohada bajo la cabeza para impedir que tocara el suelo. Parecía incongruente ver a una figura enfundada en una pesada armadura tumbada allí, aparentemente ilesa, rodeada por tantos seres malheridos. Sin embargo sabía que Morgis no estaría allí de poder evitarlo. Su impresionante aspecto, la única forma humanoide que podía crear, ocultaba las múltiples heridas internas sufridas.

Grupos de voluntarios iban de un lado a otro, procurando toda suerte de ayuda. En la habitación habría quizá dos personas capacitadas para curar, que intentaban no verse desbordadas por el flujo de heridos. La escena le recordaba de forma aterradora su propio pasado. Sus ojos examinaron a los diferentes pacientes mientras Troia y él se dirigían hacia el lugar donde estaba Morgis. Extremidades rotas, heridas de espada y de flecha, conmoción cerebral, estado de «shock»…

El Grifo se detuvo en seco.

Tenía la convicción, aunque tendía a no compartirla con nadie, de que fueran cuales fuesen los poderes que velaban por el Reino de los Dragones y todas las demás regiones del mundo, alguien se estaba tomando muchas molestias para que se produjeran gran número de coincidencias. Aparecían personas de improviso, los acontecimientos se veían alterados de repente… como si una mano poderosa los manipulara a todos y a todo. Cada vez que creía saber quiénes eran los manipuladores descubría que, también ellos, estaban siendo manejados. Se inclinaba a creer -como creía el Devastador- que aquello era una especie de juego.

–¿Qué sucede?

Era un juego, se acababa de añadir una nueva pieza. Se apartó de ella y se agachó junto a la figura que se balanceaba sin descanso hacia adelante y hacia atrás. Un hombre, un luchador, que, a pesar de la enmarañada barba y la palidez de su piel, le resultaba familiar. Familiar, sí, pero a quien se suponía muerto, asesinado por D'Shay antes de su último encuentro en Penacles hacía ya tanto tiempo. El capitán de la guardia del palacio del Grifo.

–¿Freynard? ¿Allyn? ¿Capitán Freynard? El rostro curtido y cadavérico se hizo visible cuando dejó de balancearse y levantó la cabeza hacía él. Los ojos, que no habían estado mirando a ninguna parte en particular, se clavaron en el ex monarca. Los labios resecos y agrietados se abrieron, y la andrajosa figura musitó:

–A… a vuestro servicio, Majestad. Siempre… siempre a vuestro servicio.

Por un instante, el Grifo habría podido jurar que oía reír a D'Shay.