VII

E1 olor a muerte y a carnicería sofocaba el ambiente. Allí, en medio de la oscuridad, uno podía imaginar que se habían reunido todos los carroñeros de la historia para aumentar el hedor con sus putrefactos banquetes. Unas botas golpearon el irregular montón de escombros que podría haber sido de huesos abiertos por la mitad. No había luz, pero quienes tenían motivo para estar en ese sitio sabían dónde debían arrodillarse. Los que no tenían derecho a estar en el lugar pasaban a formar parte de los restos esparcidos por el suelo.

Era aquí donde D'Shay había jurado de modo formal dedicar su existencia al servicio de su auténtico señor. Era aquí donde venían todos los Jefes de la Manada, los guardianes, e incluso el Gran Maestre a jurar vasallaje.

«Mi cachorro querido. Mi cazador. ¿Cómo estas hoy, Shaidarol?»

D'Shay no levantó la vista al oír su antiguo nombre. Si su señor decidía emplearlo por alguna razón, no tardaría en averiguarlo. De lo contrario D'Shay no tenía por qué saberlo.

–Estoy bien, mi señor. El cuerpo es más resistente de lo que esperaba. Durará bastante tiempo. Algo enorme se agitó en la oscuridad. «¿Qué motivo te trae aquí?»

–Señor, el Grifo está en vuestros dominios. Estoy seguro. – La mueca salvaje en la boca de D'Shay le daba un aspecto feroz.

«Lo sé. Lo supe desde el momento en que pisó este continente.»

Al pirata-lobo no le cupo duda; lo que le habría sorprendido era que su señor no lo supiera.

–Los hombres de D'Rak lo buscan en estos momentos. Le ordené que dijera a sus subordinados que no hicieran más que observar si lo encuentran. No quiero que sospeche.

«D'Rak ha soltado una jauría de Corredores. En estos momentos se encuentran cerca de Luperion.»

–¿Qué? – D'Shay se puso en pie antes de que su mente recordara que eso era algo que su señor normalmente prohibía. Sin perder un instante, volvió a arrodillarse.

«Estas perdonado. D'Rak no lo hace mal. Te abstendrás de mencionarle el asunto. Es posible que el Grifo, en su busca de un hogar que no recuerda muy bien cómo encontrar, abra accidentalmente la Puerta. Si los Corredores consiguen introducirse por ella, el País de los Sueños sera mío.»

-¿Y el Grifo?

«Si es posible, te lo guardaremos para que te diviertas. Si ha olvidado tantas cosas, también debe de haber olvidado el propósito de su existencia. Si lo recordara, estaría aquí ahora.»

–Qualard. – D'Shay no pudo evitar murmurar el nombre. La antigua capital del imperio aramita había acudido a su mente de forma espontánea.

Una furia salvaje lo lanzó hacia atrás. La cosa que habitaba en aquella oscuridad se agitó furiosa, removiendo los espantosos restos que la rodeaban. De no haber estado su yelmo acolchado, D'Shay se habría roto el cráneo contra los invisibles escombros esparcidos por todas partes. Una contrariedad para él, sí, pero nada más. Lo que perturbó a D'Shay fue la cólera que su señor había demostrado tras él. Una cólera aún reciente después de más de dos siglos. «Qualard no debe mencionarse jamás» aulló la voz en su cabeza. «Ni siquiera tu eres indispensable, Shaidarol. Los tzee ocuparían con mucho gusto tu lugar.»

–¡Perdonadme, mi señor! – D'Shay temblaba, y con razón. Las espadas y las flechas no le preocupaban demasiado, pero aquel a quién servía poseía el poder de borrarlo de la existencia con un simple soplo. También era cierto que los tzee estarían más que dispuestos a ocupar su lugar.

«Perdonado. Escúchame, mi querido Shaidarol. El gran lagarto se ha movido no hace mucho. No lo había hecho desde… desde Qualard. Tal vez alguno de su raza se encuentre aquí: tal vez sienta la presencia del Grifo. Sea cual sea el motivo, no tengo la menor intención de perder mi ventaja en el juego. Yo soy el cazador, no la presa. Yo seré el que saldrá vencedor al final… Nadie mas. Aunque signifique renunciar a tu diversión, mataras al Grifo en el momento en que se acerque demasiado a la verdad.»

–Lo haré.

«Tu existencia esta ligada a la mía, Shaidarol. Soy la única cosa que te mantiene con vida. Antepon tus intereses a los míos…» No necesitó completar el pensamiento.

-Existo para serviros.

«Literalmente. Harás bien en recordarlo. Vete ahora. Es hora de que el Gran Maestre se reúna con su consejo. No queremos que se inquieten por él.»

D'Shay se incorporó e hizo una reverencia. Le pareció ver dos enormes ojos inyectados en sangre que lo contemplaban desde la oscuridad, pero no podía estar seguro. Nunca podía estar seguro. Ni siquiera aquella noche, cuando abandonó la ridicula tutela y escogió un nuevo amo, estuvo seguro. La verdad es que no importaba. Lo que importaba es que su supervivencia dependía del valor que tuviera para su señor. Su único señor.

Continuó haciendo la reverencia hasta que hubo salido de la caverna. La caverna situada bajo Canisargos. Caverna que en una ocasión había servido de residencia a dioses… y que todavía servía de hogar a uno de ellos. El único dios auténtico de los aramitas: el Devastador.

–¿Quién es este guía que los Supremos Vigilantes me han prometido? – preguntó el Grifo mientras pasaba por encima del árbol caído.

Trola se encogió de hombros. El pájaro-león estaba francamente preocupado por su forma de comportarse casi tanto como por lo que podía ser una prueba de consecuencias fatales.

–No lo sé. Lo trajeron los no-gente. Quizá haya sido un pirata-lobo… caído en desgracia con toda probabilidad, si lo perseguían los Corredores.

Corredores. Sombras de la propia esencia del Devastador. Lo más parecido a auténticos hijos del siniestro dios. Nadie sabía de dónde habían venido los Corredores aunque se sospechaba que en una ocasión habían sido, igual que los tzee, criaturas del País de los Sueños. Servían a su señor, a juzgar por lo que Trola había dicho antes de ellos.

La mujer se había ofrecido a ser su guía y ninguno de los dos Supremos Vigilantes puso objeciones. Haggerth se mostró un poco reacio, temiendo quizá que la mujer-gato pudiera sufrir el mismo destino que tuviera el Grifo, a pesar de que afirmaba creer que el pájaro-león era lo que decía ser. Ella insistió. Su desconfianza inicial hacia el Grifo había dado paso a una nueva y misteriosa esperanza de que, de alguna forma, éste pudiera llegar a ser muy importante. Sólo entonces se dio cuenta el Grifo de lo joven que era ella en realidad. El tenía ya más de dos siglos -quizá mucho más- mientras ella ni siquiera había llegado a su tercera década, apenas una adulta.

«O más que una adulta», pensó con ironía el ex monarca mientras la veía trepar por la ladera de la colina. Llevaba muy poca ropa, su suave pelaje rojizo la protegía del frío reinante. Y las pocas ropas que llevaba eran las obligadas por la necesidad y las convenciones morales. En Luperion llevaba ropas que le permitían parecer totalmente humana desde cierta distancia, pero esa precaución estaba allí de más.

No le habló demasiado de los seres de su especie mientras recorrían el sinuoso sendero que Haggerth afirmó los conduciría sin lugar a dudas a la Puerta. En tiempos remotos, un ser desconocido los había apodado esfinges aunque el término no era del todo correcto. De aspecto, la mayoría parecían casi humanos a pesar de sus facciones exóticas y del pelaje que no habría pasado desde luego inadvertido. En los mercados de esclavos, su belleza y fuerza les habría valido la cotización más alta pero, por desgracia -o quizá por suerte- se negaban a vivir mucho tiempo en cautividad; o bien se dejaban morir o luchaban hasta que los mataban. En el combate, sus dientes afilados y zarpas desgarradoras se hacían muy evidentes y todo vestigio de humanidad desaparecía.

Tal vez la compenetración y afinidad que el Grifo sentía con ella se debía en parte a aquella porción de él que era leonina por naturaleza. Intentó convencerse de que ése era el único motivo por el que Trola lo atraía.

De todas formas era mucho mejor compañero que el dragón Morgis. A pesar de la cada vez mayor intimidad entre el duque y él, el Grifo se sintió aliviado cuando Mrin/Amrin dijeron de forma categórica que al dragón no se le permitía acompañarlos. El primer deber de Morgis era para con su padre, y por lo tanto seguía siendo discutible hasta dónde se podía confiar en él.

Llegaron por fin a un pequeño bosquecillo, y el Grifo se alarmó un poco al ver que Troia se alzaba para echar una mirada a su alrededor. Pero ésta respondió con una ligera carcajada a su advertencia de que podía haber piratas-lobo al acecho. Meneó la cabeza y se rió de sus preocupa

ciones.

–Has olvidado muchas cosas, ¿verdad? Ahora estamos en el País de los Sueños. Este no es el mismo terreno que ven los aramitas. Podrían estar justo a nuestro lado y sólo verían árboles y pájaros. Mientras nosotros existamos para transmitirle poder, el País de los Sueños funcionará así… ¿O has olvidado por qué le dieron ese nombre los primitivos?

–En tal caso, ¿qué debemos temer de los aramitas? La sonrisa desapareció del rostro de la joven.

–Tememos la «verdad» de su Devastador. Tememos que sus sueños acaben con los nuestros. A medida que él aumenta su poder, el País de los Sueños se hace más pequeño. Su realidad nos alcanza cada vez más deprisa. – Extendió ambos brazos de par en par-. En un tiempo el País de los Sueños era todo este continente. Eso fue antes de la llegada del Devastador.

–«Y el Juego empezó en serio…» -citó el Grifo sin pensar.

–¿Qué era eso?

El sacudió la cabeza en un intento por reunir los recuerdos. Como de costumbre, se volvieron a hundir en el lodazal que era su mente.

–No lo sé. Una cita sacada de algún lugar… pero no puedo decir de dónde. – Apretó las manos con gesto de frustración-. ¡Siempre sucede lo mismo! ¡Ahora comprendo cómo debía de sentirse Cabe!

Troia se acercó más, su preocupación era evidente.

–¿Cabe?

–Un amigo. Uno de los pocos amigos íntimos que tengo… que tenía. El también tenía algún problema de memoria; quizás ese fuera el motivo de que lo comprendiera tan bien.

–¿Qué le sucedió?

El Grifo miró a su alrededor, pero el bosque no parecía ocultar ninguna amenaza más allá de los molestos insectos.

–El problema de Cabe era haber sido el hijo enfermizo de un loco. Los E»edlam eran los hechiceros más poderosos, pero Azran tenía la mente enferma. Mató a su hermano e intentó matar a su padre. Habría criado a Cabe a su imagen y semejanza o, lo que es más probable, habría destruido al pobre muchacho. El abuelo de Cabe, Nathan, se llevó al niño y lo puso al cuidado de otro; pero Nathan se dio cuenta de que el chiquillo probablemente no sobreviviría y, sabedor de que era posible que él mismo muriese, le dio al niño una parte de sí mismo. Una parte de su espíritu o esencia. De esa forma, Nathan también siguió vivo.

La mujer-gato no pudo hacer otra cosa que sacudir la cabeza asombrada.

–Nunca había oído nada igual.

–En un momento dado llegó a ser como si dos personalidades diferentes habitaran en su mente. Creció sin saber quién era, Azran seguía vivo, sabes, y a menudo recordaba cosas de una vida que no era la suya. Como me sucede a mí con mi pasado.

La mujer le dedicó una consoladora sonrisa.

–Quizá la Puerta se ocupará de eso.

–Quizá la Puerta se ocupará de ¿qué? – inquirió una voz suave pero regia. No se veía ningún ser visible que acompañara a la voz.

El Grifo se agachó listo para utilizar zarpas o hechicería, pero Troia posó una mano sobre su hombro y lo presionó para tranquilizarlo. El pájaro-león no se mostró muy convencido; los extraños con buenas intenciones no se mantenían invisibles.

–¡Tranquilo! – susurró Troia-. ¡Es Lord Petrac, la Voluntad del Bosque!

Mientras intentaba descifrar el curioso título, una figura que antes no era visible se les acercó. El Grifo ladeó la cabeza, intentando comprender cómo no se había dado cuenta de la presencia de un ser que su mente le decía ahora que había estado, allí todo el tiempo sin que él se percatara.

Cómo podía no verse a Lord Petrac… El significado de Voluntad del Bosque era algo que el pájaro-león seguía sin comprender, ni tampoco alcanzaba a ver. Petrac era tan alto como Morgis, con la cabeza de un ciervo adulto y una cornamenta que habría puesto rojo de envidia a cualquier animal real. La mayor parte del resto de su cuerpo era humano aunque las manos tenían una forma curiosa -muy parecidas a las de un mapache- y los pies eran como pezuñas. Llevaba un taparrabos, una esclavina de lo que parecían ser hojas verdes, y un cinturón del que colgaban varias bolsas. En la mano izquierda sostenía un cayado, que en aquellos momentos usaba de bastón.

Troia se arrodilló y, con mucho respeto, se dirigió a él.

–Saludos, Voluntad del Bosque.

A pesar de tener la cabeza de un ciervo -o quizá precisamente por eso- el rostro de Petrac denotaba poder, decisión. Era una clase de energía diferente de la que mostraban muchos jefes, pensó el pájaro-león. Petrac estaba en paz con su poder, algo extraño y envidiable en un gobernante.

–Ya sabes que no le doy demasiada importancia al ceremonial, gatita. Eso lo dejo para Haggerth y los otros.

–Pero si alguien lo merece, Lord Petrac, ése sois vos.

La boca del ciervo se frunció en una leve mueca.

–Eso es discutible. Pero dejemos esto, tu compañero y yo no nos conocemos, y me gustaría saber por qué él y tú buscáis la Puerta.

El Grifo le dedicó una tardía reverencia y se presentó. Petrac lo saludó con un movimiento de cabeza, luego añadió:

–Mnn/Amrin no tendría que haberse preocupado. Me doy cuenta de que eres uno de nosotros. Me temo que tanto él como Haggerth se están volviendo bastante paranoicos.

–Haggerth no… -empezó Trola. La Voluntad del Bosque desechó su objeción con un gesto de la mano.

–Puedes estar segura de que fue tanto idea de nuestro amigo enmascarado como de Mrin/Amrin. Es un buen hombre pero le cuesta otorgar su confianza. Ese es el precio que algunos tienen que pagar por el mando.

–Todavía deseo seguir adelante.

–¿Para qué? Yo saldré fiador por tí. El Grifo negó con la cabeza y explicó:

–No es por los Supremos Vigilantes, aunque me gustaría que se sintiesen satisfechos, sino por mi propia paz mental. Tengo la esperanza de que una confrontación con la Puerta saque a la luz algunos de los recuerdos que todavía me faltan.

–Algunas veces es mejor que los recuerdos permanezcan olvidados. La Puerta es parte esencial del País de los Sueños. Es tan antigua que ni siquiera consta en ningún archivo. Podrías muy bien morir. Supongo que te advirtieron eso. – Petrac agitó el cayado, y la expresión de sus ojos manifestó bien a las claras que era mejor que Haggerth y Mrin/Amrin lo hubieran hecho porque de lo contrario les armaría un escándalo.

–Lo hicieron, pero sigo queriendo ir allí.

–Entonces no tienes que andar mucho más. Está justo en esa elevación en medio de los árboles.

Troia y el Grifo miraron en la dirección indicada por el Supremo Vigilante. La mujer-gato arrugó el semblante.

–Tenía la impresión, Lord Petrac, de que se encontraba bastante más lejos.

–Ser quien soy tiene sus ventajas -respondió la Voluntad del Bosque con cierto regocijo-. Digamos que conozco algunos atajos. Venid; os conduciré hasta allí para que no os perdáis.

Mientras atravesaban el bosquecillo, el Grifo empezó a comprender el porqué del insólito título de Lord Petrac. Animales y aves venían a saludar al hombre-ciervo. Incluso criaturas normalmente hostiles entre ellas olvidaban sus instintos en su deseo por tocar la mano de la Voluntad del Bosque; y, sin embargo, no se acercaban al Supremo Vigilante como quien se acerca a su amo o a una deidad. Se acercaban a él como quien se acerca a un ser querido. Petrac no los gobernaba; era uno de ellos. Sus intereses eran los de ellos que, a su vez, eran también los del País de los Sueños. Pues qué era la región boscosa sino una porción de esta tierra mágica.

Fue una caminata fascinante, que adquirió un cariz aterrador cuando dos de los seres que insistieron en acercarse y saludar a Lord Petrac resultaron ser dos osos de gran tamaño. Troia sacó las uñas automáticamente, y el Grifo se dispuso a utilizar su magia, pero la Voluntad del Bosque meneó la cabeza al ver lo que hacían y se adelantó para tocar las cabezas de los dos animales. Estos le olfatearon las manos y restregaron sus cuerpos contra el suyo. Fue un milagro que no lo tiraran al suelo, pero él permaneció allí tan tranquilo como si nada lo tocara. El Grifo lo contempló con asombro, comprendiendo ahora por qué Troia sentía mucho más respeto por este guardián en especial que por los otros.

–Ten cuidado de dónde pisas por allí -observó el Supremo Vigilante, señalando con el cayado el margen derecho del sendero-. La realidad del Devastador avanza. Podrías encontrarte en medio de un bosque desconocido y a sus Corredores siguiéndote los pasos.

–Tenía la impresión de que los aramitas perdían terreno -dijo el pájaro-león, recordando un comentario del Dragón Negro hecho bastante tiempo atrás. Este había dado a entender que el imperio aramita había encontrado la horma de su zapato, puesto que D'Shay empezaba a cortar al Rey Dragón las fuentes de reclutamiento para la guerra.

–También la teníamos nosotros hasta que me di cuenta de que nuestros límites empezaban a ser menos claros que lo normal. El País de los Sueños se contrae. No sé cómo, pero los piratas-lobo están ganando a pesar de que estamos en punto muerto.

–También buscan establecer una base permanente en el Reino de los Dragones -murmuró el Grifo, más para sí que para los otros. Debía de existir asimismo una razón para eso. Los piratas-lobo no hacían las cosas sin motivo. D'Shay no hacía nada sin motivo.

–Ya estamos. Esto servirá. – Petrac indicó un campo abierto delante de ellos. Se percibía allí una sensación extraña casi irreal.

–¿Estás seguro de que no hay peligro? – El pájaro-león contempló el campo con inquietud. Eso era el País de los Sueños tal y como había sido antes; se trataba de una región casi no tocada por la presencia de una raza inteligente. Una región donde era la naturaleza quien realmente gobernaba.

¿Lo reconocería como a un amigo? ¿Era él, según la forma de pensar de aquel lugar, un auténtico amigo del País de los Sueños?

–No veo la Puerta.

–Aún no has penetrado en el campo.

–¡Oh!

El ex monarca se adelantó. Trola hizo intención de seguirlo, pero Lord Petrac se lo impidió extendiendo el bastón ante ella al tiempo que negaba con la cabeza para dar a entender que aquello debía hacerlo el Grifo solo. La mujer gruñó en voz baja pero obedeció.

Cada paso que daba agitaba el terreno. Era la única forma en que el Grifo podía describir la sensación que le producía. Veía el espectro de líneas de poder que corrían de un lado a otro, pero éstas no estaban tan bien organizadas como en el Reino de los Dragones. Según las reglas aprendidas no tendría que ser posible; sería demasiado difícil si así fuera manipular los poderes, tanto de la luz como de la oscuridad.

El pájaro-león no había estado nunca totalmente de acuerdo con las teorías aceptadas sobre la magia, pero esto era demasiado incluso para su mente radical. A Nathan Bedlam, abuelo de Cabe, le habría dado un ataque de haber estado vivo.

La maleza, que le llegaba hasta la cintura, murmuraba mientras él se abría paso con cuidado. No se trataba del susurro enloquecido de los tzee sino, por el contrario, de un armonioso murmullo de curiosidad, como si el Grifo asombrara tanto al campo de hierba como éste lo asombraba a él. El pájaro-león advirtió de forma mecánica que no soplaba ni una pizca de viento y, por lo tanto, no había ninguna razón para que la hierba se balanceara a uno y otro lado.

Cuando llegó a lo que le pareció debía de ser el centro del campo, se detuvo en seco. Si la Puerta iba a materializarse para él, sería por aquí. Al menos, no pensaba seguir más; el resto se lo dejaba a la Puerta.

Como en respuesta a su mudo desafío, la escena que tenía ante sus ojos se vio hendida por un enorme desgarrón y apareció una abertura real. En un principio fue sólo una curiosa línea de energía que flotaba en el aire, luego se convirtió en un enorme agujero a través del cual podía ver, además del resto del campo, otra región totalmente distinta. Quizás el bosque visto por cualquier pirata-lobo que hubiera cabalgado por aquella zona. El Grifo se vio sorprendido una vez más por la veracidad de lo que otros habían dicho sobre el País de los Sueños: formaba tanto parte de la mente como de la geografía.

En medio de aquel desgarrón en la realidad se alzaba la Puerta.

Había vuelto a cambiar, cosa que reafirmaba aún más su relación con el País de los Sueños. Ahora tenía el aspecto de un arco con dos grandes batientes de madera que seguían la forma del arco y se adaptaban perfectamente a la estructura. Los batientes aparecían un poco podridos y los goznes de metal estaban cubiertos de óxido. El pájaro-león sospechó que aquello no era buena señal, pero de todas formas estaba decidido a seguir.

Ahora que disponía de tiempo empezó a descubrir más cosas. Las cosas que había vislumbrado antes en la Puerta estaban aquí en mayor número que en la ocasión anterior. Trepaban por toda la sillería sin descansar un instante. Poseían largos hocicos y enormes ojos redondos como platos que lo veían todo. Era imposible decir si se trataba de reptiles, mamíferos o demonios. No se asemejaban a nada con lo que estuviera familiarizado. El color de su piel parecía negro o azul oscuro; no se distinguía bien. Ninguno de ellos era exacto a los otros, aunque todos poseían suficientes rasgos comunes como para demostrar su parentesco. Daba la impresión de que se hubiera creado un millar de variaciones de una misma criatura con ese único propósito… ¿y quién podía decir que no era ése el caso?

Sabía que las curiosas criaturas eran vigilantes, y también se dio cuenta de que lo vigilaban tanto a él como a todo lo demás. De nada servía posponerlo por más tiempo. El Grifo alzó las manos en el aire -no lo había planeado, pero le pareció que era lo que debía hacer- y gritó a la entidad que controlase la Puerta.

–He venido para ser juzgado. Vengo como vigilante perdido. ¡Vengo como amigo del País de los Sueños y pido que se demuestre que es cierto lo que digo! – Vaciló y luego añadió-: ¡También vengo con la esperanza de recuperar mi pasado, bueno o malo! ¡Si en el pasado he traicionado la confianza depositada en mí, deja que ahora haga lo posible para recuperarla!

La Puerta permaneció majestuosamente silenciosa. Los diminutos vigilantes -en realidad algunos medían más de medio metro de longitud- siguieron con su febril movimiento, arriba, abajo y alrededor de la estructura sin prestar la menor atención al Grifo, excepto para mirar de cuando en cuando en su dirección como parte de sus deberes.

El Grifo permaneció inmóvil donde estaba, con los brazos levantados, durante unos buenos cinco minutos. Luego bajó los brazos, retrocedió un poco y se volvió para mirar a Troia y a Lord Petrac. La mujer-felino le dedicó una rápida sonrisa; al parecer, consideraba que ninguna respuesta era buena. Por su parte, el rostro de animal del Supremo Vigilante resultaba tan inescrutable como la falta de reacción de la «tan legendaria» Puerta. Lord Petrac se limitó a sostener la mirada del pájaro-león.

El Grifo giró de nuevo hacia el objeto de su viaje. Cerró los ojos con exasperación y los volvió a abrir al momento al darse cuenta de que la Puerta se abría.

Troia silbó y Lord Petrac gritó una advertencia, pero el Grifo era ya mucho más consciente de lo que habría querido de aquello que empezaba a penetrar a través de la Puerta. No era tampoco sólo un «qué». Al menos seis, quizá siete feroces «qués» y respondían a un nombre colectivo que el Grifo recordó antes incluso de que la primera de las criaturas saltase sobre él.

Corredores.